Éramos tan jóvenes que la esperanza se había alojado como sumisa inquilina de nuestras vidas de juerga y desmadre. Cualquier ocasión la aprovechábamos al máximo con la intención de reunirnos en pandilla, bien en el desván de la casa de Alfredo, en la buhardilla de Yanira, en un sótano abandonado o en la carpa al aire libre reservada para esas noches calurosas de verano.
Fuimos llegando a partir de las once de la noche, en un goteo permanente, ya que nunca cumplíamos con un riguroso acuerdo de puntualidad. Las chicas por regla general eran las últimas en aparecer, y yo, que era casi siempre el anfitrión, me ponía de los nervios la cansinez con la que evitaban cualquier tipo de responsabilidad.
Esta noche habíamos elegido el sótano que se hallaba próximo a un edificio casi en ruinas, pero en una zona tranquila de la ciudad. Nos encargamos de llevar las bebidas y colocar algunos altavoces conectados a nuestros equipos de sonido, puesto que éramos una de las bandas de moda juveniles de la capital, que mejor tocábamos, e incluso, también dábamos recitales, cuando algún empresario nos contrataba para actuar en directo.
Una chica desconocida me preguntó si podía quedarse a escucharnos, yo le indiqué que no era lo habitual, pero que si no interrumpía nuestro ensayo y se acomodaba en el pasillo, que daba a la entrada del local, no tendríamos inconveniente.
Ya estábamos situados al fondo, en el sitio concreto en que el espacio se ensanchaba y la acústica era más aceptable. Ocupando cada uno su lugar, afinando hasta el último instante los instrumentos y el solista aclarando la voz con un buen trago de vodka...
A eso de la una comenzamos a colocar y presionar los dedos en las cuerdas de las guitarras, de los bajos o del teclado eléctrico. También el batería estaba ya con las baquetas en alto. Una de las chicas revisaba el equipo de sonido listo para la grabación en directo. Otras dos se encargaban de las mesas de mezclas y yo trataba de que las bebidas no se consumieran en exceso hasta que hubiera finalizado el ensayo.
Pertenecíamos a la ya desaparecida clase media, aunque yo era un niño pijo, por lo que aspirábamos a dar el salto fuera de nuestra ciudad, presentando nuestros propios conciertos, ya que nunca carecíamos de suficientes recursos económicos para poder desplazarnos a otros lugares y contratar a nuestro propio representante.
Estudiábamos en la misma universidad y no éramos empollones ni solíamos destacar con nuestras notas, por el contrario, sobresalíamos por nuestra forma de vestir, nuestros peinados punkis con impresionantes crestas de colores y rapados laterales, tatuajes y piercings. El alcohol y las drogas blandas nos ayudaban a mejorar nuestro estado de ánimo y la inspiración para componer nuevas melodías.
Al finalizar la sesión me topé de nuevo con aquella extraña, que parecía hacerse la encontradiza en cuanto abandonaba al grupo, y que no dejaba de mirarme con inusitada curiosidad.
—¿Por qué me miras así? —le cuestioné desconcertado y tratando de descubrir el misterio de sus ojos hierbabuena que me habían encandilado desde que la saludé. También me había llamaba mucho la atención la forma en que gesticulaba con sus manos cuando me hablaba, lo encontraba muy gracioso —repite los mismos gestos que hace mi padre, me dije a mi mismo.
—Si quieres, déjame contártelo en otro lugar. Aquí no me siento cómoda —me susurró al oído, casi rozando mi rostro, a lo que asentí con la cabeza.
Cuando salimos a la calle me tomó de la mano en silencio. Notaba su calor y un pequeño temblor en sus dedos, lo que me estremeció por completo. Estaba tan absorto por aquel inesperado suceso, que hasta me olvidé de despedirme de mis amigos, y de comprobar que todo se había quedado en perfecto orden. Era la primera vez, que me otorgué permiso para olvidarme de mis responsabilidades, lo cual me ayudó a recapacitar acerca de esa parte oculta de mí mismo, es decir, mis contradicciones, que subsistían en mi inconsciente.
Confundido por una vorágine de sentimientos opuestos, aparté toda mi atención de lo que parecía mas bien un monólogo de mi acompañante. Mis pensamientos me mantenían ocupado en otras cuestiones ajenas a lo que en realidad estaba haciendo, por lo cual llegó un momento en que me quedé quieto en la acera y le dije que prefería dar la vuelta y volver con mi pandilla.
—¡No! ¡Tú te vienes conmigo! ¡Tengo que mostrarte algo muy importante!
—¿Qué intentas decirme?
—Ahora no puedo. Debes acompañarme.
—Pues, a pesar de todo, ¡me largo!
—Bien, si así lo quieres, seguro que te arrepentirás ¡O vienes ahora o habrás dejado pasar tu oportunidad! No te lo pediré de rodillas, si es lo que pretendes. ¡Adios!
Fuimos llegando a partir de las once de la noche, en un goteo permanente, ya que nunca cumplíamos con un riguroso acuerdo de puntualidad. Las chicas por regla general eran las últimas en aparecer, y yo, que era casi siempre el anfitrión, me ponía de los nervios la cansinez con la que evitaban cualquier tipo de responsabilidad.
Esta noche habíamos elegido el sótano que se hallaba próximo a un edificio casi en ruinas, pero en una zona tranquila de la ciudad. Nos encargamos de llevar las bebidas y colocar algunos altavoces conectados a nuestros equipos de sonido, puesto que éramos una de las bandas de moda juveniles de la capital, que mejor tocábamos, e incluso, también dábamos recitales, cuando algún empresario nos contrataba para actuar en directo.
Una chica desconocida me preguntó si podía quedarse a escucharnos, yo le indiqué que no era lo habitual, pero que si no interrumpía nuestro ensayo y se acomodaba en el pasillo, que daba a la entrada del local, no tendríamos inconveniente.
Ya estábamos situados al fondo, en el sitio concreto en que el espacio se ensanchaba y la acústica era más aceptable. Ocupando cada uno su lugar, afinando hasta el último instante los instrumentos y el solista aclarando la voz con un buen trago de vodka...
A eso de la una comenzamos a colocar y presionar los dedos en las cuerdas de las guitarras, de los bajos o del teclado eléctrico. También el batería estaba ya con las baquetas en alto. Una de las chicas revisaba el equipo de sonido listo para la grabación en directo. Otras dos se encargaban de las mesas de mezclas y yo trataba de que las bebidas no se consumieran en exceso hasta que hubiera finalizado el ensayo.
Pertenecíamos a la ya desaparecida clase media, aunque yo era un niño pijo, por lo que aspirábamos a dar el salto fuera de nuestra ciudad, presentando nuestros propios conciertos, ya que nunca carecíamos de suficientes recursos económicos para poder desplazarnos a otros lugares y contratar a nuestro propio representante.
Estudiábamos en la misma universidad y no éramos empollones ni solíamos destacar con nuestras notas, por el contrario, sobresalíamos por nuestra forma de vestir, nuestros peinados punkis con impresionantes crestas de colores y rapados laterales, tatuajes y piercings. El alcohol y las drogas blandas nos ayudaban a mejorar nuestro estado de ánimo y la inspiración para componer nuevas melodías.
Al finalizar la sesión me topé de nuevo con aquella extraña, que parecía hacerse la encontradiza en cuanto abandonaba al grupo, y que no dejaba de mirarme con inusitada curiosidad.
—¿Por qué me miras así? —le cuestioné desconcertado y tratando de descubrir el misterio de sus ojos hierbabuena que me habían encandilado desde que la saludé. También me había llamaba mucho la atención la forma en que gesticulaba con sus manos cuando me hablaba, lo encontraba muy gracioso —repite los mismos gestos que hace mi padre, me dije a mi mismo.
—Si quieres, déjame contártelo en otro lugar. Aquí no me siento cómoda —me susurró al oído, casi rozando mi rostro, a lo que asentí con la cabeza.
Cuando salimos a la calle me tomó de la mano en silencio. Notaba su calor y un pequeño temblor en sus dedos, lo que me estremeció por completo. Estaba tan absorto por aquel inesperado suceso, que hasta me olvidé de despedirme de mis amigos, y de comprobar que todo se había quedado en perfecto orden. Era la primera vez, que me otorgué permiso para olvidarme de mis responsabilidades, lo cual me ayudó a recapacitar acerca de esa parte oculta de mí mismo, es decir, mis contradicciones, que subsistían en mi inconsciente.
Confundido por una vorágine de sentimientos opuestos, aparté toda mi atención de lo que parecía mas bien un monólogo de mi acompañante. Mis pensamientos me mantenían ocupado en otras cuestiones ajenas a lo que en realidad estaba haciendo, por lo cual llegó un momento en que me quedé quieto en la acera y le dije que prefería dar la vuelta y volver con mi pandilla.
—¡No! ¡Tú te vienes conmigo! ¡Tengo que mostrarte algo muy importante!
—¿Qué intentas decirme?
—Ahora no puedo. Debes acompañarme.
—Pues, a pesar de todo, ¡me largo!
—Bien, si así lo quieres, seguro que te arrepentirás ¡O vienes ahora o habrás dejado pasar tu oportunidad! No te lo pediré de rodillas, si es lo que pretendes. ¡Adios!
Continuará....