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junio 28, 2019

La vida nos da sorpresas (primera parte)



Éramos tan jóvenes que la esperanza se había alojado como sumisa inquilina de nuestras vidas de juerga y desmadre. Cualquier ocasión la aprovechábamos al máximo con la intención de reunirnos en pandilla, bien en el desván de la casa de Alfredo, en la buhardilla de Yanira, en un sótano abandonado o en la carpa al aire libre reservada para esas noches calurosas de verano.

Fuimos llegando a partir de las once de la noche, en un goteo permanente, ya que nunca cumplíamos con un riguroso acuerdo de puntualidad. Las chicas por regla general eran las últimas en aparecer, y yo, que era casi siempre el anfitrión, me ponía de los nervios la cansinez con la que evitaban cualquier tipo de responsabilidad.
Esta noche habíamos elegido el sótano que se hallaba próximo a un edificio casi en ruinas, pero en una zona tranquila de la ciudad. Nos encargamos de llevar las bebidas y colocar algunos altavoces conectados a nuestros equipos de sonido, puesto que éramos una de las bandas de moda juveniles de la capital, que mejor tocábamos, e incluso, también dábamos recitales, cuando algún empresario nos contrataba para actuar en directo.

Una chica desconocida me preguntó si podía quedarse a escucharnos, yo le indiqué que no era lo habitual, pero que si no interrumpía nuestro ensayo y se acomodaba en el pasillo, que daba a la entrada del local, no tendríamos inconveniente.

Ya estábamos situados al fondo, en el sitio concreto en que el espacio se ensanchaba y la acústica era más aceptable. Ocupando cada uno su lugar, afinando hasta el último instante los instrumentos y el solista aclarando la voz con un buen trago de vodka...
A eso de la una comenzamos a colocar y presionar los dedos en las cuerdas de las guitarras, de los bajos o del teclado eléctrico. También el batería estaba ya con las baquetas en alto. Una de las chicas revisaba el equipo de sonido listo para la grabación en directo. Otras dos se encargaban de las mesas de mezclas y yo trataba de que las bebidas no se consumieran en exceso hasta que hubiera finalizado el ensayo.

Pertenecíamos a la ya desaparecida clase media, aunque yo era un niño pijo, por lo que aspirábamos a dar el salto fuera de nuestra ciudad, presentando nuestros propios conciertos, ya que nunca carecíamos de suficientes recursos económicos para poder desplazarnos a otros lugares y contratar a nuestro propio representante.
Estudiábamos en la misma universidad y no éramos empollones ni solíamos destacar con nuestras notas, por el contrario, sobresalíamos por nuestra forma de vestir, nuestros peinados punkis con impresionantes crestas de colores y rapados laterales, tatuajes y piercings. El alcohol y las drogas blandas nos ayudaban a mejorar nuestro estado de ánimo y la inspiración para componer nuevas melodías.

Al finalizar la sesión me topé de nuevo con aquella extraña, que parecía hacerse la encontradiza en cuanto abandonaba al grupo, y que no dejaba de mirarme con inusitada curiosidad.

—¿Por qué me miras así? —le cuestioné desconcertado y tratando de descubrir el misterio de sus ojos hierbabuena que me habían encandilado desde que la saludé. También me había llamaba mucho la atención la forma en que gesticulaba con sus manos cuando me hablaba, lo encontraba muy gracioso —repite los mismos gestos que hace mi padre, me dije a mi mismo.

—Si quieres, déjame contártelo en otro lugar. Aquí no me siento cómoda —me susurró al oído, casi rozando mi rostro, a lo que asentí con la cabeza.

Cuando salimos a la calle me tomó de la mano en silencio. Notaba su calor y un pequeño temblor en sus dedos, lo que me estremeció por completo. Estaba tan absorto por aquel inesperado suceso, que hasta me olvidé de despedirme de mis amigos, y de comprobar que todo se había quedado en perfecto orden. Era la primera vez, que me otorgué permiso para olvidarme de mis responsabilidades, lo cual me ayudó a recapacitar acerca de esa parte oculta de mí mismo, es decir, mis contradicciones, que subsistían en mi inconsciente.
Confundido por una vorágine de sentimientos opuestos, aparté toda mi atención de lo que parecía mas bien un monólogo de mi acompañante. Mis pensamientos me mantenían ocupado en otras cuestiones ajenas a lo que en realidad estaba haciendo, por lo cual llegó un momento en que me quedé quieto en la acera y le dije que prefería dar la vuelta y volver con mi pandilla.

—¡No! ¡Tú te vienes conmigo! ¡Tengo que mostrarte algo muy importante!
—¿Qué intentas decirme?
—Ahora no puedo. Debes acompañarme.
—Pues, a pesar de todo, ¡me largo!
—Bien, si así lo quieres, seguro que te arrepentirás ¡O vienes ahora o habrás dejado pasar tu oportunidad! No te lo pediré de rodillas, si es lo que pretendes. ¡Adios!

Continuará....
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 21, 2019

Los durmientes

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(última estrofa del "Monólogo de Segismundo" de Calderón de la Barca)
Nicolás Bruno, joven fotógrafo estadounidense que retrata pesadillas
Si soñamos lo que somos ¿existimos?, o si pensamos que vivimos en un sueño y después nos despertamos, ¿existimos?
Pesada incertidumbre, cual naufragio de zozobras proyectándose en fracciones fluctuantes de nanopartículas pensantes, girando como torrenciales montículos de arena, que lentamente se difuminan y desaparecen.
Más ¿dónde y cómo encontrar respuestas?
Encerrados sin salida, vamos tejiendo ideas que nos rescaten del sueño, vamos abriendo surcos vibrando con la tierra, esperando el posible retorno, al encuentro de esperanzas por cumplir.
En el penúltimo intento clamamos justicia sin atrevernos a mirar la huella que dejamos atrás. Sin arriesgar la apuesta que nos animó a modelar nuestra existencia inexorablemente unida al pensamiento.
Hablemos entonces del presente, de lo que cambia el futuro, de lo que ya transformó el pasado, porque de nada nos sirve lamentarnos. Crucemos el puente de la duda y hallemos las respuestas para iniciar el retorno al punto de partida y comprender que el cuerpo en su viaje rindió su suerte a ladrones y mastines, a dolientes sombras reflejándose en el cristal del desengaño.

                                                                       ...........................
 ¿Estás o no de acuerdo con esas preguntas que inician esta reflexión?, ¿dónde y cómo encontrar respuestas?, ¿qué te sugirió la lectura?... Tratándose de una entrada algo distinta al resto y de carácter filosófico, espero que también os resulte atractiva. Además sois libres para comentar aquello que os apetezca sin compromiso. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 14, 2019

Cita en el ambulatorio

Al subir las escaleras del ambulatorio notó un fuerte calambrazo en una pierna, que le hizo trastabillarse y rodar como un balón de playa hasta el descansillo, arrastrando en su caída a cuántos pacientes y acompañantes trataban de esquivarla a duras penas, entre aquella marabunta de gente, que a esa hora del mediodía, abarrotaban el centro hospitalario, y que con tan mala suerte tropezaron con Doña Hipólita, que así se llamaba nuestra protagonista.

La buena de Doña Hipólita tenía aprensión a los matarifes, que era lo que ella opinaba de tales profesionales de la salud, pues las experiencias acumuladas no le traían buenos recuerdos, más bien todo lo contrario, y para colmo de males, también era muy supersticiosa, con lo que dicha aparatosa caída la sobresaltó tanto, que se le pasó por la cabeza si era probable que fuera el anuncio de alguna desgracia, por lo que casi estuvo decidida a marcharse a su casa y pedir la consulta otro día que no estuviera gafado, pero después del trabajo que le supuso conseguir aquella cita, se dijo a si misma que no debía pensar en semejantes dislates y como pudo arrastró el trasero con las manos haciendo fuerza en el suelo y ladeando la cadera se giró hasta que logró ponerse de pie. A su alrededor se había agolpado un montón de curiosos, que con el móvil en mano, en lugar de ayudarla no paraban de hacerla fotos con el fin de colgarlas en las redes sociales.

—¡Anda, iros de aquí, cucarachas! ¡No os da vergüenza! —exclamaba fuera de si, dando golpes con su bolso a todos los que pillaba cerca.

Ya en la sala de espera, se acomodó en una silla con los brazos cruzados disimulando su vientre algo voluminoso, con el abrigo entreabierto rozándole el vestido a la altura de los muslos y los pies colgando. La ociosidad del momento la llevó a observar intensamente al resto de individuos que también esperaban su turno. Sus rostros le parecieron los de animales de un zoológico: la jirafa delgaducha y con el cuello tan pronunciado como si estuviera en estado de alerta permanente para que nadie se le colara, el tigre flemático con las piernas tan abiertas, que daba la impresión de estar exhibiendo el récord guiness del "tesoro platanero" que no le cabe en la entrepierna, la gacela de baja cama y alta "costura" con las uñas de garfios felinos deslizándose por la pantalla táctil a velocidad de crucero, el zorro y la zorra vigilando y sin mediar palabra, los gorriones en los cochecitos de bebé emitiendo en directo intermitentes berridos animando la mañana, las marmotas echando una cabezada, las ardillas sonriendo a pesar de la procesión que debían llevar por dentro, la mirada enigmática de los búhos, el cuchicheo de algunas ranas... Hasta que por fin escuchó su nombre y apellidos al dejar abierta la puerta el paciente que la precedía y la ansiedad la dejó la boca seca.

—Tome asiento y cuénteme qué le pasa Doña Hipólita.
—No sé que tengo, pero no me deja dormir. 
—¿Tiene dolores, mareos, falta de sueño?... La noto demasiado pálida. ¿Cómo va de apetito?... 
—Bueno, el caso es que no tengo sueño de noche y en cambio de día me caigo rendida en el sofá, con mi gata encima de mis rodillas roncando también.
—¡Claro, eso es normal! Si no duerme de noche es porque lo hace de día. Debe tratar de cambiar su horario biológico para adaptarlo a las horas de sueño.
—¡Ya quisiera yo! Pero tengo un vecino músico, que toca el trombón por las noches y luego su mujer no para de emitir gritos, susurros y gemidos. No sé si en realidad están dándose un buen homenaje o es que el "concierto" lo dan a dos manos... ¡Comprenda usted, que así no hay quien duerma!
—¡Cálmese doña Hipólita y súbase a esta báscula! La veo demasiado gruesa.
—¡Ayyy que me caigooo doctoraaa!
—¡Vaya por dios se acaba de hacer un esguince! Quédese ahí en el suelo, tal como está, que ahora la voy a poner un vendaje.

Justo en el instante de agacharse la facultativa, nota un tirón en la espalda a la altura de las vértebras lumbares, derrumbándose por el dolor. En esto que llaman a la puerta insistentemente y al abrirse aparece un hombre con bata blanca, que corre a auxiliar a ambas mujeres, quedando completamente abierta.
Los gemidos de la doctora junto a los gritos de la paciente, empiezan a llamar la atención del resto de personas de la sala espera, que poco a poco se asoman a mirar lo que ocurre. 
El espectáculo no tiene parangón, dos mujeres en el suelo y encima el hombre de bata blanca haciéndole el boca a boca, primero a una y luego a la otra, ambas con las ropas sueltas y desabrochadas, sin zapatos y los ojos saliendo por las órbitas. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 07, 2019

El secreto de Verónica (última parte)

pintura de la artista rusa Anna Razumovskaya
Los fines de semana Vero y Sandra solían pasarlos con la familia de esta última, por esa razón, dejaban supuestamente cerrado el apartamento hasta su regreso, al lunes siguiente. No obstante, se empezaron a encontrar con desagradables «sorpresas» que aumentaban su desconcierto. Un día, una colilla debajo de un mueble o disimulada por la alfombra y el aparato de música encendido. Otro, un vaso usado mezclado con el resto, botellas de licores algo más vacías de lo normal. En otras ocasiones, desaparecían objetos y se notaban pequeñas variaciones en la decoración del salón. Finalmente se produjo el desbarajuste total y la evidencia de que alguien ajeno entraba furtivamente. Los indicios los hallaron cuando accedieron al cuarto principal, los libros y adornos de una de las estanterías de la pared aparecían esparcidos por el suelo de la habitación, se notaba que la habían desprendido con fuerza y para provocar cierto pánico.

Ellas en un primer momento y debido a otras prioridades que las acuciaban, no habían querido tenerlo en consideración, como para ponerse a indagar a fondo quien estaba violando de alguna forma, nada ortodoxa, su intimidad. Por otro lado, era muy probable que se tratara del conserje, ya que tenía en su poder la llave de todos y cada uno de los treinta y tantos pisos, de acuerdo con las cláusulas que figuraba en el reglamento de la comunidad vecinal, al fin y al cabo era el responsable de mantener a salvo de cualquier imprevisto todo el edificio. Quizás había subestimado la relación que mantenían al margen de lo considerado «normal», circunstancia habitual con la que solían enfrentarse a diario, por lo que se imaginaron, que podía tratarse de pura intolerancia. De modo que prefirieron no darle mucha importancia, hasta que aquella tarde soleada, cuando terminaban de regresar de viaje, se quedaron estupefactas al comprender que se trataba de algo mucho más serio. En consecuencia, tomaron cartas en el asunto y diseñaron un «plan de caza» efectivo.

Acordaron con la familia de Sandra, quedarse aquel fin de semana, aunque prefirieron no darles los motivos concretos para evitar alarmarles. Estaban convencidas de su valentía a la hora de afrontar las circunstancias y dar con esa persona concreta que las estaba acosando de aquella manera.

Como cada viernes, después de comer, bajaron al garaje para salir con el coche, sin cambiar nada de lo habitual y con la intención de no levantar sospechas se lanzaron por la carretera hasta el acceso a la autovía. Luego cambiaron de dirección en el primer desvío y regresaron nuevamente, aunque procuraron aparcar el vehículo en un parking vigilado y algo lejos de su domicilio.
Tratando de esconder sus rostros bajo la capucha del chándal y situadas detrás de los muros de otro bloque vecino con excelente visibilidad para controlar a quienes se acercaban al portal del edificio, permanecieron en actitud vigilante ayudándose de unos prismáticos que les facilitaba verlo todo más de cerca.
Pasaban las horas sin novedad digna de mención, hasta que unas siluetas a lo lejos descendiendo de un coche, despertaron los recelos en Verónica, aconsejándole a Susana se preparase para seguirlos con sumo cuidado. El enfoque preciso de los prismáticos la había puesto en alerta y su compañera le preguntaba con inquietud si era alguien conocido, pero no obtenía respuesta.

Haciéndole toda clase de signos gestuales, Vero consiguió hacerse entender por su acompañante, que respondía como podía también con mímica. Su respiración se fue alterando a medida que subían por las escaleras, pendientes siempre de no hacer ruido, ya que a aquellas horas todo permanecía en silencio. Felizmente llegaron al noveno piso. Ahí tomaron aliento y con sumo cuidado pisando casi de puntillas se tumbaron al suelo para escuchar por debajo de la puerta. Estaba claro y debían actuar cuanto antes.

Vero aprovechó que se empezaba a oír música para girar su llave dentro del bombín de la cerradura y entrar en casa.

La luz de la lámpara del salón estaba luciendo pero aunque la puerta se hallaba abierta, nadie se había percatado aún de su presencia ni tampoco de la de Sandra.

—¡Gustavo! ¿Me puedes decir el motivo por el cual has invadido mi intimidad?... ¿Qué pinta también tu hermano en todo esto?... ¡Os voy a denunciar por asalto a mi domicilio! ¡Largo de aquí y no pongáis más los pies!

—Siempre tan modosita y mira ahora dándonos voces igual que una energúmena. Parece mentira que te haya aguantado tantos años y aún siga enamorado de ti. Serénate y explícame de dónde sacaste a esta tía, porque ¿de qué coño vas ahora con ella?, ¿se te cruzaron los cables o es que sigues necesitando ayuda del psiquiatra? ... ¡Oye, tú, como quiera que te llames, no sabes con quien te la estás jugando! Vero está enferma y necesita apoyo médico para controlar sus repentinos cambios de personalidad. ¿Por qué te crees que estoy aquí con mi hermano?... Seguro que no te ha contado que estuvo ingresada en un centro de enfermos mentales al romper con su primera relación y luego conmigo volvió a recaer, viéndome obligado a hospitalizarla. Debería haber roto con ella, pero fue justo al contrario, debido a lo cual asumí las consecuencias y me retiré discretamente. Apuesto a que nunca te ha hablado de ello ¿verdad? —finalizó su discurso observándolas minuciosamente, sus rostros, sus movimientos, ¡todo!

—Vero se acomodó en uno de los sillones, mientras Sandra no dejaba de asombrarle todo cuánto estaba sucediendo sin darle crédito, hasta que el hermano de Gustavo le conminó a revisar el interior de la mochila inseparable de su pareja.

—Explícame el significado de este tubo de pastillas, Vero ¿por qué nunca me has contado nada de todo lo que te ocurría, es que no tenías confianza conmigo?... ¡No me lo puedo creer! ¡Pensé que eras sincera y me siento utilizada! —acabó exclamando entre lágrimas.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

junio 03, 2019

El secreto de Verónica (primera parte)

Cuadro pintado por el estadounidense Kent Robert Williams
¡Hola! a todos los que amablemente me visitáis y a quienes soléis dejarme vuestras huellas, que tanto os agradezco! Os invito, en esta ocasión a conocer otra de mis nuevas historias, donde la imaginación y el gusto por la intriga, me ha obligado a extenderme más de lo normal, por lo que he preferido dividirla en dos partes, para que tranquilamente podáis leerla y deseo que os quedeis con un buen sabor de boca, para continuar leyendo su segunda y última parte que publicaré próximamente.
 
Desorientado y aturdido, todavía necesitó algunos minutos para darse cuenta de cómo su vida iba a cambiar radicalmente a partir de ese instante, donde su mente, como en un remolino se sentía atrapada. Sus pensamientos incapaces de acallarse, le atormentaban cada vez más reviviendo la situación, evocando la contundencia de cuánto le había escupido a la cara, algo que jamás pudo esperar de ella.

—Hasta aquí hemos compartido cinco años, dos de convivencia y el resto de acá para allá, ya me entiendes. ¡Cuántas veces me amenazaste con que te ibas, pero nunca lo hiciste! Y lo peor de todo fue que siempre te creí, me sobraba inocencia y me faltaba malicia. Tanto me acostumbré a tus chantajes emocionales, que hasta perdí el norte de mis pensamientos o mejor dicho de mí misma, incapaz de sobreponerme a tu pérdida y de eso tú bien te aprovechaste —fueron sus últimas palabras antes de pedirle que le devolviese el anillo y la llave del piso.

Incapaz de asumir la derrota permanecía imbuido en su incredulidad, sumergiéndose en el apacible remanso de un cielo protector donde olvidarse de todo lo acontecido.
Sin embargo, a medida que transcurrían los meses con sus noches en blanco y sus días en pena, se percibía a sí mismo todo un extraño, una especie de sonámbulo incapaz de asumir la realidad, de acabar viendo desaparecer tantas esperanzas, como pompas de jabón. Con aquel amargo regusto de la saliva seca entre los dientes, flaqueándole las rodillas y descubriendo en la imagen reflejada en el espejo a un hombre derrotado por la amargura, expresada a través de las arrugas en la comisura de sus labios y de sus ojos, colgándole los pómulos hacia abajo y la mirada inexpresiva.

—Me ha jodido la vida y no quiero que se salga con la suya. Lo dejé todo por ella, aunque nunca asumí que lo hacía porque al fin y al cabo tampoco estaba satisfecho con cuánto me aportaba continuar sobreviviendo de aquella manera y dentro de aquel reducto que tu conoces. Si, necesito sobreponerme al dolor enquistado entre mis venas.

—¿Y qué tienes en tu mente para compersarlo? —escuchó la voz familiar al otro lado del auricular.

—No lo sé, quizás darle celos o algún motivo que la deje fuera de juego —respondió Gustavo a su hermano.

—Se me ocurre que la puedes invitar a la despedida de año y de paso convida también a su último ligue para convencerla. Ya verás como funciona el plan. ¡Hazme caso, nunca me equivoco!

Hacía tiempo que habían roto el contacto, por lo que la conversación al teléfono fue de lo más escueta, aunque quedaron para ese encuentro.

Cuando Vero llegó a la cafetería, el resto de acompañantes la estaban esperando distendidamente. Fueron saludándose con besos de compromiso, para luego pedir al camarero las consumiciones.

—¡Brindemos por el nuevo año! —comenzó Gustavo diciendo al resto del grupo y sin dejar de mirarla con la copa de vino en alto.

A medida que se sumaban las horas, también aumentaba el ritmo de los brindis, hasta convertirse en un incesante carrusel de agotadores disimulos y reproches, de insinuaciones y desprecios, de una oscura puesta en escena que finalmente desembocó en una gran borrachera y el cabreo general reflectado en el rostro de su hermano, quien le pedía ayuda al convidado, más bien cándido «objeto» de ocasión e inconsciencia personificada a la hora de descifrar semejante artimaña. Debían llevarle entre los dos al lavabo para tratar de neutralizar su terrible cogorza. En mitad de lejanas náuseas y vómitos, Vero desapareció del local.

Pasaron meses con algún que otro intento de sorprenderla o mejor provocarla con absurdos motivos de celos, aunque lo cierto era que cada vez la zanja que los separaba iba profundizando el desprecio por ambas partes. Hasta que se produjo un inesperado acontecimiento, con el que Gustavo probó otra nueva estrategia.

—¡Hola, Vero! soy Alonso, tu último flirteo y me he enterado que ha fallecido tu padre, de modo que quería darte el pésame —le expresó en un tono conciliador y cariñoso.

—¡Claro! Gracias por el detalle, pero dime ¿quién te ha avisado?, seguramente Gustavo ¿verdad? Dile que me olvide de una vez por todas y tú, Alonso olvídame también. No es momento de retomar el contacto y procura despabilarte. ¿De acuerdo? —le acabó espetando sin contemplaciones.

De aquella llamada pasaron demasiados acontecimientos en la vida de Vero, para que fácilmente olvidase el nombre y el rostro de su obstinado ex. Conoció a alguien capaz de removerle hasta los cimientos, donde guardaba con sumo cuidado el frágil recipiente de sus sentimientos más íntimos, que tras su anterior experiencia con Gustavo, lo selló con fuertes medidas de seguridad. Su natural amiga «Soledad» tuvo que hacerle un hueco a esta desconocida que sin esperarla ni buscarla, apareció como un prodigio divino, una especie de ángel risueño dispuesto a hacerla, por vez primera, después de tantos desengaños, la mujer más dichosa de la tierra. Lo cual lo logró con creces en escasos días.
Así, nuestra principal protagonista tuvo ocasión de mantener otra nueva relación amorosa fuera de lo convencional, de quien sin pensar en el sexo o algo parecido, había experimentado una atracción arrolladora, que le abría la mente a una diferente forma de entender los sentimientos, dejando a un lado los escrúpulos establecidos según los intereses políticos, religiosos o de cualquier otra índole coercitiva.

Continuará...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados