Por
fin aconteció el día del estreno de la ópera La Tragédie de
Chursquivov, en tres actos, con música de Piatromo di Brassia y libreto
de Giacometto Paccone. Dicha representación se vio rodeada de una gran
expectación por parte del público, lo que ocasionó tal avalancha humana
que el aforo del teatro quedó prácticamente desbordado, por lo que hubo
que instalar algunos asientos provisionales en la platea.
A
medida que se iban apagando las luces del recinto, se encendían las del
escenario con el telón abierto. La orquesta comenzó a tocar al inicio
de la obra, siguiendo las pautas que marcaba la batuta del director,
éste a su vez se giró a su izquierda e hizo un gesto con la mano al
pianista, para iniciar su actuación e incorporarse al grupo.
El músico, mesándose la barba en su banqueta, se dispuso a estirar los brazos y deslizar con presteza sus dedos sobre el piano. Hojeó un instante la partitura y preparado para dar paso a la obertura de «La danza de las esclavas», fue desgranando las notas como vendavales que evocaban sufrimiento y transmitían indefensión y vergüenza. La atmósfera del teatro se vio invadida de una triste sucesión de compases y ritmos extraídos del alma inspiradora del intérprete embebido en el vertiginoso pulso itinerante de las teclas, hasta acabar enmudeciendo, lo que daba paso a la actuación de la famosa soprano.
El músico, mesándose la barba en su banqueta, se dispuso a estirar los brazos y deslizar con presteza sus dedos sobre el piano. Hojeó un instante la partitura y preparado para dar paso a la obertura de «La danza de las esclavas», fue desgranando las notas como vendavales que evocaban sufrimiento y transmitían indefensión y vergüenza. La atmósfera del teatro se vio invadida de una triste sucesión de compases y ritmos extraídos del alma inspiradora del intérprete embebido en el vertiginoso pulso itinerante de las teclas, hasta acabar enmudeciendo, lo que daba paso a la actuación de la famosa soprano.
La
portentosa voz de Arcalina, una diva con excelentes cualidades
dramáticas, lograba enardecer a la audiencia, sus agudos eran tan
portentosos, que hasta las cortinas venecianas del entorno escénico se
movían imperceptiblemente, ante semejante sensación de euforia, que
subyugaba hipnóticamente a los músicos parcialmente ocultos en el foso
del escenario.
El
tictac del reloj del grandioso vestíbulo del Gran Teatro de la Ópera de
Florembur no era capaz de acallar los aplausos enfebrecidos del
público, cuando marcaba las diez en punto de la noche y la estilizada
presencia de Arcalina dió su primer do de pecho.
Lentamente avanzaban los elementos dramáticos de la obra mientras la música subjetivizaba la escena creando un determinado clima de suspense angustioso, donde nuevamente las notas altas de la soprano despuntaban con fuerza por cada rincón, cada lado, cada cornisa del decorado, como si de pronto se elevase del suelo y formase una altísima fortaleza inexpugnable.
Lentamente avanzaban los elementos dramáticos de la obra mientras la música subjetivizaba la escena creando un determinado clima de suspense angustioso, donde nuevamente las notas altas de la soprano despuntaban con fuerza por cada rincón, cada lado, cada cornisa del decorado, como si de pronto se elevase del suelo y formase una altísima fortaleza inexpugnable.
El
pianista la observaba asombrado, imaginándose que actuaba de barítono
acompañándola en el interludio, deslizándose palmo a palmo por su
cuerpo, perdido entre los pliegues de su piel, horadando sus surcos,
endulzándole los labios con suaves brisas de besos robados, cabalgando
juntos en un incansable galope de susurros y gemidos, descubriendo las
cumbres del placer, mientras ella se entregaba por completo a sus deseos
más íntimos.