Queridos amigos y compañeros:
Os comparto gustosamente este relato de terror con el que he participado en la web Café Literautas, dentro del Reto de Escritura Creativa #13 - Enero, 2021 - "Palabras raras", donde es obligatorio incluir las palabras: barbián, orate y vagido (en singular o plural, y usar el género que se adapte a tu necesidad) y con temática libre, en mi caso, me he inspirado en el género de terror y ajustándome a las 750 palabras máximo.
Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de Café Literautas que me aportaron amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de la web.
Al abrir los ojos comprobó con estupor que se hallaba en una cama extraña. Necesitó algunos segundos para habituarse a la penumbra del cuarto. El espacio estaba bien aprovechado, en una de sus paredes colgaban varios carteles con unos eslóganes sobre protocolos sanitarios. El mobiliario era funcional y en tonos claros.
Cuando metió las manos debajo de las sábanas se cercioró de que estaba desnudo y que un vendaje cubría la totalidad del brazo izquierdo.
Escudriñó cada uno de los elementos que componían aquella estancia con el fin de reconocer el lugar y supo que era un centro médico. Acto seguido, dejó caer la cabeza sobre la almohada y acabó cerrando los ojos. Minutos más tarde los volvió a abrir y contempló absorto a una joven.
—¿Qué me ha pasado? —preguntó elevando las cejas y dejando caer la mandíbula.
—Tranquilo, estás en buenas manos. Me llamo Sara y soy tu enfermera —contestó, estirando las comisuras de los labios para formar unas arrugas debajo de los ojos, alzando los carrillos y mostrando los dientes.
—Me encanta tu sonrisa tan barbiana.
—¿Barbi... quéee?
—Barbiana.
—¿Y eso qué es?
—Que eres muy atractiva.
—ja, ja, ja. Y tú eres un chiflado.
—No, soy un orate.
—¡Qué morro tienes!
—¡De eso nada!... pero si soy un pardillo.
—¡Menudo chulito que estás hecho!
—¡Claro! Me dieron una paliza al salir de la discoteca.
—Exacto.
—Y los cabrones salieron huyendo...
—Me han dicho que tuviste una bronca con unos camellos. ¿Recuerdas?
—¡Ah! Ya entiendo, iba hasta el culo de perico y aquellos matones hicieron el resto.
—¡Ándate con cuidado que la policía te tiene fichado!
—¡Ayúdame! Llama a este teléfono y avisa a Carlo para que venga de madrugada con la furgoneta y zafarnos de la poli.
—Lo siento, Maurizio, no puedo arriesgarme a que me despidan.
—Ya me las arreglaré con otros compañeros tuyos. Nos volveremos a ver, te lo prometo.
El viento chocaba contra los contrafuertes de la ventana, estremeciendo las paredes y amortiguando el ruido del motor de la camioneta, donde Carlo escondió a Maurizio, bajo una pila de cajas de fruta, que ocultaba un doble fondo que comunicaba con el maletero repleto de bolsas de alimentos.
El vehículo avanzaba a través de la noche, mientras la claridad de la luna actuaba de guía por la carretera solitaria. Cuando ya habían recorrido un buen trecho, Carlo frenó en seco al comprobar la repentina aparición de un autobús que les venía de frente, rodando cuesta abajo. Un fuerte volantazo esquivó al autocar que finalmente quedó empotrado contra un árbol en una zona boscosa.
Sin pensárselo mucho, Carlo dirigió la camioneta hacia donde había quedado el vehículo accidentado, parecía como si alguien le estuviera llamando.
Entre tanto, Maurizio había perdido la noción del tiempo desde que comenzó el viaje, su respiración era débil y le extrañó la prolongada inmovilidad sin que nadie se interesara por él. Como una rana atrapada en el fondo de la ciénaga así se le manifestó la angustia que lo iba invadiendo, creyéndose parte de un cortejo de ánimas errantes. Pronto, su instinto de supervivencia le impulsó a empujar un botón que accionaba la apertura del portaequipajes. Fuera y aprovisionado de una linterna, caminó hacia el autocar siniestrado.
Apenas llegó al autobús lo iluminó para cerciorarse de que estaba vacío. Cogió una piedra y rompió el cristal lateral de la puerta. El interior le reveló una lóbrega visión: asientos abatidos con cinturones destrozados; cables eléctricos arrancados y produciendo chispazos... Aunque lo más impactante fue escuchar unos inexplicables vagidos, como el preámbulo de una tragedia dispuesta a resquebrajar el silencio. Ajeno a las pruebas que el vehículo siniestrado le mostraba, deambuló por el pasillo con una actitud de autómata que le hizo limpiar un par de asientos para disponerse a pasar el resto de la noche.
Misteriosamente notó un impacto en la cabeza seguido de un estruendo. Sin justificación alguna, el motor se había puesto en marcha o tal vez esa fuera la última sensación en que recabó, antes de incorporarse al cortejo de ánimas que él mismo contemplaba: siluetas de viajeros desmembrados formando una lúgubre nebulosa tratando de aprehenderle como en una telaraña.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados