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enero 02, 2016

La premonición fatal



Etelvina Rosaguas pudo enterarse una noche antes que iba a morir. Al día siguiente y el último de su vida realizó algunas visitas a sus amigos durante la mañana y por la tarde se sentó en el sofá del salón cavilando acerca de aquella visión que había tenido la noche antes y si podía o no fiarse de que su muerte estaba tan próxima. Luego le contó también a su hijo mayor Federico esta visión tan sorprendente y que no terminaba de entenderla, ya que no padecía ningún tipo de enfermedad, ni sospechaba de nadie que pudiera guardarle algún rencor malsano.

Tomó su paraguas y el abrigo de forro polar, ya que en la calle estaba lloviendo y se había levantado una frías ráfagas de viento, cruzó la calle decidida a darse una vuelta por el bulevar pero al doblar una esquina, un vehículo que circulaba a gran velocidad conducido por un joven insensato aprendiz la derribó al suelo y pasó por encima de ella dándose a la fuga y dejando aquel cuerpo abandonado ya sin vida.

Federico que había presenciado la escena unos cuantos metros más atrás, pues había salido detrás de su madre para alcanzarla y darle el paquete con el regalo que pensaba llevarle a su nieto, corrió lo más rápido que pudo para intentar socorrer a su madre que con 58 años yacía tendida en la calzada en medio de un gran charco de sangre y su cuerpo completamente contusionado por aquel fatal atropello.


Etelvina Rosaguas tenía dos hijas: Trini y Dania y un hijo mayor, Federico. Todos ellos le habían tenido siempre una gran admiración y respeto, aunque Federico siempre había sido el más díscolo. Trini ya había cumplido los 25, Dania pronto cumplía los 29 y Federico tenía 35 años.
La pequeña residía en otra ciudad en el norte a unos miles de kilómetros y era médico de no mucho prestigio, por lo que se lamentó al no haber podido estar en el instante del accidente. Dania estaba casada y residía en otro lugar bastante más lejano y fuera de aquel país. De modo que solamente Federico era quien pudo localizar a sus hermanas para que estuvieran al tanto de aquella desgracia y tratasen de llegar a tiempo para el funeral.

Durante el velatorio reunió a sus hermanas para explicarles aquella extraña premonición que su madre le había contado unas horas antes de que sucediera y Dania recordó entonces que la abuela Lavinia, madre de Etelvina, también había tenido otra visión de su propia muerte y que de continuar así aquella "cadena" era muy probable que lo mismo les pudiera suceder a ellos también.

Cuando ya acabó el velatorio y después el entierro, de aquella conversación no volvieron nunca más a hablar, ya que no ninguno de ellos creía en este tipo de experiencias, ni le prestaba la más mínima atención a estas cosas espirituales, al contrario las consideraban meras supersticiones o algo propio de gente con poca cultura.


Pasaron los años y Trini tuvo esa misma visión anticipada de su muerte. Aterrorizada ante aquella probabilidad llamó de madrugada a su hermano mayor, quien atendió la llamada y enseguida se dió cuenta de la gravedad de la noticia, por lo que llamó de inmediato a Dania para ponerla en alerta, que a las pocas horas tomaba un avión rumbo a la ciudad donde residía su hermana, a quien halló pálida y estremecida de miedo, incapaz de tomar ninguna decisión que pudiera ayudarle a mejorar su ansiedad generalizada. Con cerca de 37 años tenía un mundo por delante en el campo de la medicina ahora que ya había empezado a hacerse un hueco entre los más importantes cardiólogos de aquel país donde residía. Muchos años de esfuerzo para ser tirados por la borda y acabar muerta, incluso una muerte mucho peor, por ser avisada previamente.
Federico terminó también desplazándose en automóvil hasta el domicilio de su hermana pequeña y allí reunidos de nuevo los tres hermanos tomaron la decisión de enfrentarse a la muerte y que acompañarían durante ese día previo a Trini, tampoco nadie entraría ni saldría de su casa. Como Trini se había casado y tenía ya tres hijos, Federico tuvo una conversación con su cuñado para aconsejarle trasladarse ese día a casa de su madre con los niños, ya que los tres hermanos debían arreglar un asunto muy importante que únicamente les incumbía a ellos. 
Trini únicamente iba y venía del baño o a lo sumo tomaba algo de agua para no deshidratarse, no se ocuparía de nada más en todo el día. No podían permitirle que pudiera ocurrirle semejante tragedia.
Dania recordó una serie de televisión donde los protagonistas luchaban contra la muerte, aunque al final ésta ganó la batalla. Bueno, al fin y al cabo, todos moriremos algún día, pensó.


Entretenidos en sus propias filosofías confiaban salir triunfantes, por lo menos ese día, el del anuncio de muerte de Trini. En ocasiones parecía que podría ser posible evitarla, ganarle ese combate, burlarse de ella una vez más, un día más. Ya habían dado las 7 de la tarde y todo transcurría con normalidad. Sin embargo fue entonces cuando sucedió todo.
Un vecino que era policía había dejado abierta la ventana que daba justo enfrente del salón donde Trini permanecía sentada mirando el ventanal y medio adormilada... y tuvo que ser el hijo pequeño del policía quien se fijase en aquel viejo revolver de su padre y lo tomase para jugar disparando a aquella señora que estaba justo en línea recta delante de él al otro lado del edificio y cuando lo veía solía reñirle porque era el típico niño repelente y travieso capaz de escupirle a las niñas y a ella también... 


La bala atravesó el cristal del ventanal y se alojó en mitad de la frente de Trini. Una vez más la muerte los había derrotado, el cuerpo sin vida de su hermana permanecía allí en el sofá con el cuello y la cabeza completamente ladeada, sin que ningún hermano hubiera podido evitarlo.

Obsesionados como estaban por evadir la muerte, Dania y Federico se percataron de que no les había dado tiempo de decirse entre ellos y a Trini, lo mucho que se querían. No habían tenido ocasión de recordar las anécdotas, bromas infantiles y todos los buenos instantes de felicidad compartidos. Habían desperdiciado la oportunidad de mostrarse más amables entre ellos mismos, de manera que acordaron estar atentos para cuando se volviese a repetir a cualquiera de ellos dos, semejante premonición, no volver a luchar contra el destino, sino que al contrario procurar que esas últimas horas de vida fueran lo más agradables posible y despedirse por las buenas.
Pero los buenos propósitos que siguen después de los infortunios se suelen olvidar con el tiempo. La rutina y la vida con todo lo bueno y malo acaba por hacer olvidar esa inminente presencia de la muerte. Así pasaron los años, Federico y Dania, cada uno por su lado, habían planeado en numerosas ocasiones su último día de vida, pero cuidando siempre de no contárselo a nadie más, porque no les parecía conveniente que todo el mundo empezase a sufrir semejante desdicha antes de tiempo. Dania estuvo durante un tiempo avisando a su hermano de que tenía el dinero del pasaje de avión en efectivo por si tenía que irle a visitar, pero luego cambió de idea porque su gente estaba en otro país y le pidió a Federico que estuviese atento para ser él quien viajase cuando llegara su último día de vida.
A Federico se le ocurrían ideas divertidas respecto a su postrero día. Se imaginaba emborrachándose a lo grande y de esta manera no sentiría la muerte, o que invitaría a un montón de prostitutas para hacer una gran fiesta con sus amigos, o que escribiría una larga carta de despedida a sus amigos y amores, o que acabaría en la iglesia arrepentido de todos sus pecados.
Casualmente descubrió en Internet un vídeo de un tipo muy respetado en el campo de la informática, que decía ante un grupo de estudiantes graduados que había que vivir todos los días como si fuera el último y lo aplaudían. Pensó que la gente suele aplaudir todo lo que a primera vista le parece bello, pero también que este tipo siguió trabajando y nadie en su sano juicio, sabiendo que va a morir, sigue yendo a la oficina a trabajar. Es una idiotez, porque lo que le hace ir a trabajar es la posibilidad de un futuro motivador que te anima a ir a ganarte cada mañana ese porvenir.
Decidió que su último día lo emplearía para agradecer a todas esas personas importantes que habían pasado por su vida. Sin discursos largos, sin apelar a compasiones de compromiso. Sin embargo, lo empezó a hacer cuando murió Dania.


La llamada de Dania llegó en una calurosa madrugada de agosto. Tuvo que salir apresuradamente hacia el aeropuerto y volar hasta otro lejano país donde residía la única hermana que le quedaba viva y al llegar al hospital, ella le recibió con su mejor sonrisa. Lloraron los dos en un apretado abrazo, en medio de la alegría de volver a verse y la inminencia de la muerte. Dania padecía una enfermedad terminal y le habían dado ese día el alta para irse a su casa y morir en medio de terribles dolores. Federico ya tenía ahora la constancia de que él sería el último en morir.


La visión le llegó por fin cuando tenía 65 años. Se levantó inmediatamente de la cama, preparó el desayuno, cortó una rosa del jardín y la puso en el florero del comedor y salió con el coche como otras mañanas hasta llegar a su establecimiento de ropa deportiva. Levantó el cierre metálico de la entrada y nada más acceder al interior de la tienda sintió una fatal puñalada en la espalda propinada por un joven ladrón que entró detrás de él dispuesto a robarle la mercancía que tenía guardada en la trastienda.

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Estrella Amaranto.