Como introducción y para quienes todavía no estáis familiarizados con los protagonistas os remito a este enlace para que leáis el inicio de lo que en un principio escribí como un microrrelato, pero que luego vosotros (mis lectores) me sugeristeis que lo continuase y hoy por fin me he decidido a retomar la historia para estructurarla en distintas partes o "andanzas" pues todo formará parte de un sainete, que espero sea ameno y divertido.
Aquella apacible mañana de marzo, amaneció con un sol radiante, pese a que iba a tener lugar el deceso de uno de los lugareños más afamados de Ventorrillo de las Polvaredas, que así se llamaba la pequeña localidad donde nuestros queridos protagonistas: "don Perfecto y doña Perpétua" abrieron sus ojos por primera vez.
Don Perfecto siempre había sido un gran confidente y amigo de don Emeterio, que asi se llamaba el futuro difunto, quiero decir que a esas tempranas horas aún no las había "espichado", de modo que aún reposaba en su lecho ante mortem más pálido que el blanco de las sábanas que lo albergaban como a un triste jilguero sin voz.
—Siento decirles que le queda desgraciadamente muy poco tiempo, quizás horas o minutos tal vez... ¡Eso solo Dios lo sabe!... ¡Lamento que tengan que hacerse ya a la idea! — sentenció el médico de familia, don Benigno, con un tono bastante sonoro.
Ni que decir tiene que en su domicilio ya se habían "colado" las "chismosas" del vecindario en busca de escabrosos detalles para divulgarlos a lo largo y ancho del pueblo, que como un reguero de pólvora, los harían llegar a todo bicho viviente y es por lo que la familia de don Emeterio optó finalmente por poner en la puerta un gran letrero que decía: "Respeten nuestro dolor y no hagan de ello un escándalo", pero las "cotorras" lo tradujeron a su capricho: "Acompáñennos en estos tristes momentos y sean libres de divulgarlo a todo el barrio".
Recostadas en el sofá de la salita de estar no paraban de hojear las revistas del corazón que estaban encima de una mesa baja enfrente de ellas, dominadas en todo momento por una gran excitación mientras aguardaban el momento del deceso que les obligaba a entrar y salir del baño; ir y venir de la cocina, husmeándolo todo sin contemplaciones, ya que dicho "acontecimiento" las había impresionado de tal modo que no había forma de convencerlas para que se fueran a su casa, aunque los familiares y amigos presentes les pusieran muy malas caras.
También don Perfecto se sentía bastante incómodo con aquellas urracas cuchicheando por lo bajini y ataviadas de luto riguroso.
—Se veía venir. Desde que falleció su hija, ya no ha vuelto a levantar cabeza. —decía doña Elodia, la mujer del relojero.
—Así es Elo, fue un mazazo terrible para él. Era su niña mimada y la pequeña de la familia —respondió doña Úrsula, la mujer del médico, quien en ese preciso momento se percató de la mirada despavorida de su marido, advirtiéndola de que hablara más bajo o mejor que se fuera a casa y no le pusiera en vergüenza como tantas veces.
—¡Ay qué carácter tiene tu marido, hija mía, yo en tu caso le hubiera dado un pellizco en el brazo para advertirle que ya lo hablarías con él en casa a solas, porque mira que ponerse así, hecho un basilisco delante de nosotras... ¡Pero qué mal hacemos a nadie, por Dios! —intervino doña Máxima, la mujer del maestro.
En esas que se hace un silencio mientras ha llegado la hora del mediodía. Muchos de los asistentes se han ido marchando lentamente en vista de que don Emeterio libra un gran combate con la muerte y de momento se cree vencedor, pero a eso de las cinco de la tarde, "la hora de los toros" (según ese abominable "festejo" popular), el diestro ya no pudo rematar al animal con una buena estocada, sino al contrario, fue la bestia de la muerte quien le clavó la estocada certera, rematándolo de un tajo con lo que la familia al unísono se conmovió.
En ese piso bajo, sumida en plena siesta, se hallaba doña Perpetua, que al oír el timbre del teléfono se espabiló en un santiamén.
—"Funeraria La Inmortal", dígame en qué puedo servirle.
—Doña Perpétua, que soy doña Tránsito, la vecina de arriba ¿no me conoce usted? Escuche, dígale a su marido que suba para hacer los preparativos del velatorio, mi pobre Emeterio se acaba de ir al otro barrio.
—¡Le acompaño en el sentimiento! Ahora mismo sube mi marido, no se preocupe de nada.
Al cabo de unos minutos, el sordo de don Caronte apareció por el umbral de la puerta acudiendo raudo con un féretro de nogal con adornos y asas metálicas, además de toda la parafernalia propia para estos casos, como los velones, un pequeño catafalco, una cruz, coronas de flores y algunos búcaros florales. Como el hombre era muy nervioso y de mal genio, tuvieron que dejarle tranquilo mientras terminaba de colocarlo todo en su sitio y por supuesto a don Emeterio en el suyo.
Ya había oscurecido cuando se despidió de la familia, prometiéndoles regresar dentro de un par de días para efectuar las postreras diligencias hasta darle sepultura.
Don Perfecto trataba de consolar con sumo cuidado a la desconsolada viuda, mientras doña Perpétua no le quitaba la vista de encima, lo cual le empezaba a exasperar por lo que optó por devolverle una mirada de manso cordero para persuadirla de que solo era un simple gesto solidario con la viuda. Sin embargo, a doña Perpetua no le gustaba nada que se tomase aquellas confianzas, de modo que en un descuido de los asistentes, entró a solas donde estaba el difunto y apagó un velón, dejando aquel cuarto medio en penumbra, cuyo hecho aprovechó para exclamar a voz en grito.
—¡Don Emeterio está vivo! Vengan corriendo que ha apagado un velón y a punto está de apagar el otro. —Algo que ella misma se encargó también de hacer.
Al poco, las cinco urracas que no habían desaparecido, sin parar de criticar a la familia, dando buen acopio de las empanadillas y canapés que estuvieron preparando los familiares y otros amigos presentes, continuaban moviéndose desde el salón a la cocina pasando previamente por el baño, fueron tan raudas como un rayo a comprobar lo que terminaba de decir doña Perpétua y al encontrarse allí a oscuras pudieron oír como un leve lamento. Además, cada una notó algo similar a una punzada en las piernas, por lo que salieron despavoridas exclamando voz en grito.
—Está vivo o es el mismo demonio quien está acompañándolo. Juro por Dios que me ha dado un buen arañazo. —Se escucharon las frases como un coro a cinco voces insistiendo en la repetición.
Ante tamaña confusión y en un abrir y cerrar de ojos acudieron el resto de los presentes, que nada más entrar a aquella salita completamente a oscuras, notaron como algo hacía ruido dentro del ataúd por lo que no dudaron en salir corriendo con el miedo paralizándoles el cuerpo. También las cinco "cotorras" se abalanzaron horrorizadas por la puerta del domicilio sin parar de persignarse, por lo que nadie tuvo el coraje para encender de nuevo los velones.
—¡Esposo mío, dime que estás vivo! —acertó a decir doña Tránsito en un hilo de voz que le salió por la garganta.
Se oyó entonces, un susurro, desde la oscuridad que acabó por aturdir a los pocos familiares que todavía seguían dentro del domicilio.
—¿Emeterio, amor mío, dime si estás vivo o no? —preguntó su esposa enloquecida.
—¡Siiiiiiii...!
Aquel si, parecía un alarido alargándose la i, demasiado extraño para ser humano, por lo que la viuda perdió inmediatamente el conocimiento, mientras las pocas personas que habían quedado trataban de reanimarla. Sin embargo, don Perfecto, que conociendo como se las gastaba doña Perpetua se envalentonó y encendió un velón.
La escena en penumbra ponía a doña Perpétua en peligro de ser descubierta, así como a su gata Cucufata que la llevaba escondida en el embozo de su toquilla de lana, por lo que ágilmente se escabulló antes de que don Perfecto encendiese el segundo velón.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados
(Y para saber si os resulta interesante o no, comentarme si os apetecería que continuara con otra nueva "andanza". Muchas gracias.)