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septiembre 27, 2016

Don Perfecto y doña Perpétua en "El Velatorio"

Como introducción y para quienes todavía no estáis familiarizados con los protagonistas os remito a este enlace para que leáis el inicio de lo que en un principio escribí como un microrrelato, pero que luego vosotros (mis lectores) me sugeristeis que lo continuase y hoy por fin me he decidido a retomar la historia para estructurarla en distintas partes o "andanzas" pues todo formará parte de un sainete, que espero sea ameno y divertido.

                                


         Aquella apacible mañana de marzo, amaneció con un sol radiante, pese a que iba a tener lugar el deceso de uno de los lugareños más afamados de Ventorrillo de las Polvaredas, que así se llamaba la pequeña localidad donde nuestros queridos protagonistas: "don Perfecto y doña Perpétua" abrieron sus ojos por primera vez.
         Don Perfecto siempre había sido un gran confidente y amigo de don Emeterio, que asi se llamaba el futuro difunto, quiero decir que a esas tempranas horas aún no las había "espichado", de modo que aún reposaba en su lecho ante mortem más pálido que el blanco de las sábanas que lo albergaban como a un triste jilguero sin voz.
         —Siento decirles que le queda desgraciadamente muy poco tiempo, quizás horas o minutos tal vez... ¡Eso solo Dios lo sabe!... ¡Lamento que tengan que hacerse ya a la idea! — sentenció el médico de familia, don Benigno, con un tono bastante sonoro.

          Ni que decir tiene que en su domicilio ya se habían "colado" las "chismosas" del vecindario en busca de escabrosos detalles para divulgarlos a lo largo y ancho del pueblo, que como un reguero de pólvora, los harían llegar a todo bicho viviente y es por lo que la familia de don Emeterio optó finalmente por poner en la puerta un gran letrero que decía: "Respeten nuestro dolor y no hagan de ello un escándalo", pero las "cotorras" lo tradujeron a su capricho: "Acompáñennos en estos tristes momentos y sean libres de divulgarlo a todo el barrio". 
        Recostadas en el sofá de la salita de estar no paraban de hojear las revistas del corazón que estaban encima de una mesa baja enfrente de ellas, dominadas en todo momento por una gran excitación mientras aguardaban el momento del deceso que les obligaba a entrar y salir del baño; ir y venir de la cocina, husmeándolo todo sin contemplaciones, ya que dicho "acontecimiento" las había impresionado de tal modo que no había forma de convencerlas para que se fueran a su casa, aunque los familiares y amigos presentes les pusieran muy malas caras.
        También don Perfecto se sentía bastante incómodo con aquellas urracas cuchicheando por lo bajini y ataviadas de luto riguroso.

       —Se veía venir. Desde que falleció su hija, ya no ha vuelto a levantar cabeza. —decía doña Elodia, la mujer del relojero.
      —Así es  Elo, fue un mazazo terrible para él. Era su niña mimada y la pequeña de la familia —respondió doña Úrsula, la mujer del médico, quien en ese preciso momento se percató de la mirada despavorida de su marido, advirtiéndola de que hablara más bajo o mejor que se fuera a casa y no le pusiera en vergüenza como tantas veces.

       —¡Ay qué carácter tiene tu marido, hija mía, yo en tu caso le hubiera dado un pellizco en el brazo para advertirle que ya lo hablarías con él en casa a solas, porque mira que ponerse así, hecho un basilisco delante de nosotras... ¡Pero qué mal hacemos a nadie, por Dios! intervino doña Máxima, la mujer del maestro.

        En esas que se hace un silencio mientras ha llegado la hora del mediodía. Muchos de los asistentes se han ido marchando lentamente en vista de que don Emeterio libra un gran combate con la muerte y de momento se cree vencedor, pero a eso de las cinco de la tarde, "la hora de los toros" (según ese abominable "festejo" popular), el diestro ya no pudo rematar al animal con una buena estocada, sino al contrario, fue la bestia de la muerte quien le clavó la estocada certera, rematándolo de un tajo con lo que la familia al unísono se conmovió. 
       En ese piso bajo, sumida en plena siesta, se hallaba doña Perpetua, que al oír el timbre del teléfono se espabiló en un santiamén.

        —"Funeraria La Inmortal", dígame en qué puedo servirle.

       —Doña Perpétua, que soy doña Tránsito, la vecina de arriba ¿no me conoce usted? Escuche, dígale a su marido que suba para hacer los preparativos del velatorio, mi pobre Emeterio se acaba de ir al otro barrio.

      —¡Le acompaño en el sentimiento!  Ahora mismo sube mi marido, no se preocupe de nada.

       Al cabo de unos minutos, el sordo de don Caronte apareció por el umbral de la puerta acudiendo raudo con un féretro de nogal con adornos y asas metálicas, además de toda la parafernalia propia para estos casos, como los velones, un pequeño catafalco, una cruz, coronas de flores y algunos búcaros florales. Como el hombre era muy nervioso y de mal genio, tuvieron que dejarle tranquilo mientras terminaba de colocarlo todo en su sitio y por supuesto a don Emeterio en el suyo. 
      Ya había oscurecido cuando se despidió de la familia, prometiéndoles regresar dentro de un par de días para efectuar las postreras diligencias hasta darle sepultura.

       Don Perfecto trataba de consolar con sumo cuidado a la desconsolada viuda, mientras doña Perpétua no le quitaba la vista de encima, lo cual le empezaba a exasperar por lo que optó por devolverle una mirada de manso cordero para persuadirla de que solo era un simple gesto solidario con la viuda. Sin embargo, a doña Perpetua no le gustaba nada que se tomase aquellas confianzas, de modo que en un descuido de los asistentes, entró a solas donde estaba el difunto y apagó un velón, dejando aquel cuarto medio en penumbra, cuyo hecho aprovechó para exclamar a voz en grito.

        —¡Don Emeterio está vivo! Vengan corriendo que ha apagado un velón y a punto está de apagar el otro. —Algo que ella misma se encargó también de hacer.

        Al poco, las cinco urracas que no habían desaparecido, sin parar de criticar a la familia, dando buen acopio de las empanadillas y canapés que estuvieron preparando los familiares y otros amigos presentes, continuaban moviéndose desde el salón a la cocina pasando previamente por el baño, fueron tan raudas como un rayo a comprobar lo que terminaba de decir doña Perpétua y al encontrarse allí a oscuras pudieron oír como un leve lamento. Además, cada una notó algo similar a una punzada en las piernas, por lo que salieron despavoridas exclamando voz en grito.

        —Está vivo o es el mismo demonio quien está acompañándolo. Juro por Dios que me ha dado un buen arañazo. —Se escucharon las frases como un coro a cinco voces insistiendo en la repetición.

        Ante tamaña confusión y en un abrir y cerrar de ojos acudieron el resto de los presentes, que nada más entrar a aquella salita completamente a oscuras, notaron como algo hacía ruido dentro del ataúd por lo que no dudaron en salir corriendo con el miedo paralizándoles el cuerpo. También las cinco "cotorras" se abalanzaron horrorizadas por la puerta del domicilio sin parar de persignarse, por lo que nadie tuvo el coraje para encender de nuevo los velones. 
 
        —¡Esposo mío, dime que estás vivo! —acertó a decir doña Tránsito en un hilo de voz que le salió por la garganta.

        Se oyó entonces, un susurro, desde la oscuridad que acabó por aturdir a los pocos familiares que todavía seguían dentro del domicilio.

       —¿Emeterio, amor mío, dime si estás vivo o no? —preguntó su esposa enloquecida.

         —¡Siiiiiiii...! 

        Aquel si, parecía un alarido alargándose la i, demasiado extraño para ser humano, por lo que la viuda perdió inmediatamente el conocimiento, mientras las pocas personas que habían quedado trataban de reanimarla. Sin embargo, don Perfecto, que conociendo como se las gastaba doña Perpetua se envalentonó y encendió un velón. 

    La escena en penumbra ponía a doña Perpétua en peligro de ser descubierta, así como a su gata Cucufata que la llevaba escondida en el embozo de su toquilla de lana, por lo que ágilmente se escabulló antes de que don Perfecto encendiese el segundo velón.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

(Y para saber si os resulta interesante o no, comentarme si os apetecería que continuara con otra nueva "andanza". Muchas gracias.)

septiembre 20, 2016

La gran revelación


Idalia vagaba por un oscuro bosque salvaje inundado de sombras amenazantes que la irrumpían el paso cada vez que se detenía para observar si alguien la seguía o estaba escondido por aquel desolado monte. No podía detenerse, aunque por la cabeza le rondase la idea de que un posible extraño parecía estarla expiando. Ya era medianoche y armándose de valor trataba de acelerar el paso para llegar cuanto antes a su destino.

Comenzó a divisar la claridad que se desprendía de un viejo farol colgado junto a la puerta de lo que parecía un establo. Más adelante se hallaba una humilde choza rodeada de olivares centenarios y algunos arbustos. Al pasar por la puerta observó a una pareja de ancianos que la llamaron por su nombre, aquello la sorprendió tanto, que sin apenas poder articular palabra se aproximó a ellos, quedándose absorta observándoles en completo silencio.

—Vamos pequeña no te asustes, somos tus tíos abuelos, Hermelinda y Cambrelio. Sabíamos que venías de camino desde que dejaste la aldea al morir tu madre y quedarte huérfana —comentó Hermelinda.

—¿Quien os lo ha contado y por qué sabíais que venía de camino? —interrogó Idalia, llena de curiosidad y con los ojos bien abiertos.

—Nos lo ha dicho el viento que te ha traído hasta aquí —dijo Cambrelio.

—¿Es que acaso sois magos o brujos?

—Ahora no es momento de preguntar. ¡Pasa dentro pequeña y caliéntate en el fuego de la chimenea! —sugirieron ambos ancianos esbozando una serena y cómplice sonrisa.

Idalia accedió muy gustosamente hasta el interior de aquella humilde choza de cañas, paja y algunas cuerdas que sujetaban su alargada estructura, donde había varias estancias a un lado, separadas por pesados cortinajes y al otro lado se encontraba un amplio espacio con una chimenea en medio, una mesa, sillas, unas modestas alacenas y arcones donde estaban guardados los enseres domésticos, varios sacos y cestos por el suelo, llenos de cereales, frutas, hortalizas y verduras. Al cabo de unos minutos se había quedado medio dormida mirando el fuego...

Con los primeros rayos del sol, los cantos de los estorninos se filtraron a través de las rendijas de aquellas delgadas paredes donde en un pequeño jergón de paja y cubierta por una piel de cordero, dormía plácidamente la niña.

¡Ya es hora de levantarte! Sal fuera a hacer tus necesidades junto al establo. Luego lávate la cara en la fuente que hay detrás de la choza y regresa pronto para desayunar con nosotros —le advirtió Hermelinda dándole un beso en la mejilla.

Abriendo poco a poco los ojos, comenzó a volver en si dándose cuenta de que a partir de su llegada a esta humilde choza, toda su vida anterior se había quedado en su memoria dando paso a un nuevo ciclo. ¿Qué nuevas experiencias la aguardaban?...¿Cómo sería vivir allí?... ¿No volvería nunca más a su aldea de nacimiento? —Estas y otras muchas preguntas revoloteaban incesantemente en su pequeña cabeza, tratando de encontrar las respuestas.

—Ahora siéntate aquí, en esta pequeña silla donde también se sentó tu madre después de quedarse huérfana, cuando vino a vivir con nosotros. Eres nuestra única descendiente y como tal debemos cuidarte e iniciarte en las artes esotéricas y el conocimiento de lo sobrenatural, antes de que nuestros cuerpos exhalen el último suspiro —le dijeron sus mentores en un leve murmullo.

De repente una visión perturbadora cambió la realidad, aquellos ancianos se habían transformado en dos cóndores que la llevaban en volandas desde lo alto de una cima montañosa hasta una cueva. Allí la aguardaba un coro de diferentes especies animales interpretando una extraña melodía, que al terminar, desaparecieron dejando una pluma de pavo real. Una voz en su interior le dijo que la alcanzase porque la ayudaría a entender el lenguaje oculto de los animales.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

septiembre 11, 2016

Segundo día y segunda cita para EL reto 3 días, 3 citas: "La foto salió movida" de Historias de Cronopios y de Famas - JULIO CORTÁZAR

PINCELADAS BIOGRÁFICAS 

Julio Florencio Cortázar nace en Bruselas, Bélgica, 26 de agosto de 1914 y muere en París, Francia, el 12 de febrero de 1984. Fue un escritor, traductor e intelectual argentino. Optó por la nacionalidad francesa en 1981, en protesta contra el régimen militar argentino.

Es considerado uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal. Debido a que los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en relación con el realismo mágico e incluso con el surrealismo.

Vivió tanto la infancia, como la adolescencia e incipiente madurez en Argentina y desde la década del 50 en Europa. Residió en Italia, España, Suiza y Francia, país donde se estableció en 1951 y en el que ambientó algunas de sus obras.

Además de su obra como escritor, fue también un reconocido traductor, oficio que desempeñó, entre otros, para la Unesco.

El pequeño «Cocó», como lo llamaba su familia, fue hijo de Julio José Cortázar y María Herminia Descotte ambos argentinos. Su padre era funcionario de la embajada de Argentina en Bélgica, donde se desempeñó como agregado comercial. Más adelante en su vida declararía: «Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia».

Cuando el futuro escritor contaba seis años de edad, su padre abandonó a la familia, y esta ya no volvió a tener contacto con él. Julio fue un niño enfermizo y pasó mucho tiempo en cama, por lo que la lectura fue su gran compañera. A los nueve años ya había leído a Julio Verne, Victor Hugo y Edgar Allan Poe, padeciendo por ello frecuentes pesadillas durante un tiempo. Solía además pasar horas leyendo un diccionario Pequeño Larousse. Leía tanto que su madre primero acudió al director de su colegio y luego a un médico para preguntarles si era normal, y estos le recomendaron que su hijo dejara de leer o leyera menos durante cinco o seis meses, para que en cambio saliera a tomar el sol.

También fue un escritor precoz, a los nueve o diez años ya había escrito una pequeña novela —afortunadamente perdida, según el propio autor— e incluso antes algunos cuentos y sonetos. Dada la calidad de sus escritos, su familia, incluida su madre, dudó de la veracidad de su autoría, lo que generó una gran pesadumbre en Cortázar, quien compartió ese recuerdo en entrevistas posteriores.

Muchos de sus cuentos son autobiográficos y relatan hechos de su infancia, como Bestiario, Final del juego, Los venenos y La señorita Cora, entre otros.

ESTILO E INFLUENCIAS

Cortázar sentía un gran interés por los antiguos escritores clásicos. En este interés fue fundamental la presencia del profesor argentino Arturo Marasso, quien lo incitó a leerlos prestándole frecuentemente libros de su propiedad. Un punto de inflexión juvenil en su manera de escribir se debió al libro Opio: diario de una desintoxicación de Jean Cocteau, que fue uno de sus libros fijos de cabecera. Cortázar sostuvo así desde su juventud una gran admiración por la obra de este autor, así como por la de John Keats, que continuó siendo con los años uno de sus poetas favoritos.

Asimismo, siempre sintió una gran admiración por la obra del argentino Jorge Luis Borges, una admiración que fue mutua pese a sus insalvables diferencias ideológicas, pues mientras Cortázar era un activista de izquierdas, Borges fomentaba el individualismo y rechazaba los regímenes totalitarios en general, pese a haber aceptado recibir condecoraciones de países en dictadura.

HISTORIAS DE CRONOPIOS Y FAMAS

Una obra fantástica del escritor argentino Julio Cortázar publicada en 1962 por el editorial Minotauro. Esta obra se caracteriza esencialmente por ser escrita a base de fragmentos, cuentos cortos y con un surrealismo que conlleva al desarrollo de la imaginación.

En la cuarta y última parte, Cortázar describe a los actores sociales de su época. La clase alta, la burguesía argentina de los años 50-60, es representada por los famas.

Existe en todo esto un juego con el sentido de las palabras, ya que la última parte tiene como subtítulo. Los famas eran seres alados que se encargaban de dispersar las malas noticias.

Los cronopios (de los cuales el escritor dejó claro que no tenían nada que ver con el tiempo, para evitar confusiones con el prefijo crono-), pueden ser entendidos como la clase media argentina de esa época. Quieren imitar a los famas, pero son mediocres; quieren que sus hijos sean de sangre de fama, pero los educan como cronopios. Eugenesia es un cuento que revela ese aspecto.

Mientras que los esperanzas representan las clases bajas de la sociedad, a la espera. Cabe recordar que la esperanza es lo único que queda dentro de la caja cuando escapan de ella los males en el mito de Pandora. Pero lo que es un mal es la espera, su apatía.

Mientras los famas bailan Tregua Tregua, los cronopios y los esperanzas bailan ESPERA, que es el baile de ellos, y se enojan mucho por las raras costumbres de los famas.

(Fuente: Wikipedia )

Como colofón comparto esta fantástica cita del texto llamado: "La foto salió movida" que forma parte del libro Historias de Cronopios y de Famas:


Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo está algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

septiembre 02, 2016

Sin escapatoria




Para el concurso"CUENTOS DE MAFIOSOS" convocado por el Círculo de Escritores.

    Un hombre de aspecto joven y mirada cínica, cruzó una avenida envuelto en un largo gabán que le llegaba a los zapatos de charol negro tan relucientes como los rayos que iluminaban la acera por donde caminaba con paso raudo en dirección al Hotel Glamintong, llevaba un sombrero oscuro ladeado hacia la derecha y unos guantes blancos.
    Cuando, por fin entró dentro del edificio dirigiéndose al mostrador de recepción, recibió tres impactos de bala que le dejaron inconsciente rodeado de un pequeño charco de sangre. Nadie quiso ofrecer pistas a la policía en el momento de personarse dos agentes interrogando a los clientes y a los empleados que habían sido testigos del suceso, por lo que sus pesquisas se vieron rodeadas de un gran mutismo, fruto del miedo a posibles represalias por parte del culpable o culpables.
    Desgraciadamente al despertarse de la anestesia en el hospital, Renato Mezzano, había perdido completamente la memoria. Los médicos esperaron algunas semanas antes de darle el alta para ver si ya se hallaba en mejores condiciones mentales, pero fue imposible, continuaba sin saber quien era ni donde estuvo residiendo todo este tiempo, por lo que tuvieron que entregarle su carnet de identidad y someterle a una sesión de hipnosis, en la cual pudo volver a revivir la escena del hotel y el tiroteo, recordando algunos detalles como el rostro de los dos matones que le habían disparado y el nombre de otro desconocido con el que pensaba reunirse esa mañana allí mismo, un tal Giuseppe.
    Cuando por fin le dieron el alta, se dirigió en un taxi hasta el domicilio que figuraba en su carnet, pero al llegar allí, su supuesto destino ya no formaba parte de la realidad, pues la llave del apartamento que tenía en el pantalón no encajó en la cerradura y al tocar al timbre salió una mujer a la que no conocía de nada y que inmediatamente le cerró la puerta en las narices sin darle la oportunidad de excusarse.
    Tras varios días vagando sin rumbo por la ciudad, acabó por visitar una oficina de empleo, donde obtuvo un puesto de trabajo como ayudante de cocina en una pizzería de un famoso centro comercial, lo que le permitía sobrevivir en busca de aquel par de gorilas que atentaron contra su vida.
    Una noche cuando estaba de pie estribado sobre el mostrador de una barra americana de una sala de fiestas, con el cigarrillo en la mano, una joven se le aproximó con una melena rubia capeada y sin flequillo —susurrándole al oído— ¿Te acuerdas de mi? Yo si, eres Renato.
—¿Quien eres y por qué me lo dices?...
—Soy Gina, la chica que conociste en aquel puticlub de carretera, La Rosa Púrpura. Entonces trabajabas de crupier en un casino.
—Está bien, pero ¿por qué lo sabes?...
—Lo sé porque conozco a los dos sicarios que intentaron asesinarte. Uno de ellos, precisamente, es mi marido. Ahora, no te muevas ni intentes pedir ayuda, te estoy apuntando con un revólver. ¡Vamos, mueve el culo y sígueme!
La cámara rodó la escena desde un ángulo normal acercándose lentamente hasta un primer plano, donde los protagonistas actuaban sin guión, interpretando los papeles que el director cinematográfico les había asignado. Se trataba de la opera prima de uno de tantos genios del cine como esos que viven en vuestra imaginación.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados