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marzo 18, 2020

El marciano y el terrícola

marzo 18, 2020 64 Comments
Queridos amigos y compañeros:
En primer lugar y dada la inusual circunstancia que rodea nuestra vida cotidiana, que está paralizando al país y de alguna manera al mundo entero, ante este reciente desafío al que nos enfrentamos a nivel global y que parece presentar signos de pandemia, confío en que la humanidad tome consciencia de la responsabilidad en evitar los contagios y que esta experiencia nos sirva para reforzar la unidad de las personas para crear otro mundo más solidario y que tenga en cuenta las carencias y valores humanos.
Me gustaría añadir mi apoyo a todos los compañeros, amigos y familiares que atravesáis por esta complicada situación tanto a nivel físico como psíquico. Deseo de corazón que no se produzcan desgracias y cuando toda esta pesadilla acabe, celebrarlo.
¡Ojalá que las cosas no deriven en algo catastrófico, mentalicémonos positivamente para evitarlo!

Nuevamente me he decidido a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (MARZO 2020): CRÓNICAS MARCIANAS de Ray Bradbury, con un original relato que cumple con los tres requisitos del concurso:
  • Escribir una historia de ciencia ficción, ya sea viajes espaciales, colonización planetaria, robots, encuentros con extraterrestres...
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Crónicas Marcianas o al autor, Ray Bradbury.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un planeta inventado.
  •  Extensión: Máximo 900 palabras.  
El que que os comparto, cumple con los dos primeros requisitos y su extensión es de 899 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
  
      Cerca del mar gris ceniza marciano se divisaban restos de una ciudad antigua. Todo a su alrededor permanecía despoblado, plácido y cubierto de una ligera neblina azul. Recorrí sus calles solitarias, las farolas apenas permitían distinguir los edificios deshabitados. Las puertas de las casas permanecían abiertas completamente, tal vez sus habitantes escaparon a última hora con lo puesto y sin posibilidad de cerrarlas.
     Mi curiosidad fue tan acuciante que no tuve reparos en entrar al interior de algunas viviendas. Dispersos por los estantes, vi folletos de viajes procedentes de la Tierra, libros metálicos con jeroglíficos en relieve; monedas antiguas con figuras mitológicas; pétalos marchitos y objetos de cristal cuya simbología me resultaba ignota.
     Reparé en una mesa de fuego en la cual un pozo de lava basáltica chisporroteaba como un manojo de bengalas. Aquello me provocó una espontánea visión que me mostraba a los dueños de la casa echando trozos de carne en aquella lumbre chispeante, como lo había visto en las películas del Tíades Cinema marciano, donde aparecían terrícolas preparando deliciosas barbacoas al aire libre.
     Los dormitorios presentaban un aspecto decadente con las camas vacías, y en los cuartos de baño el agua rebosaba en lavabos y bañeras, discurriendo por los suelos y llegando al jardín manteniendo el aroma de las flores.
     Fuera de aquel poblado fantasma todavía podía verse una pista, donde seguramente aterrizaron las naves terrícolas, cuyas misiones coincidieron en la exploración y colonización de los territorios marcianos. Ahora, todo estaba desolado; apenas, los zumbidos de las líneas eléctricas irrumpían como moscardones en la hora de la siesta.
     Tanta calamidad me persuadió del posible fracaso en mi búsqueda de supervivientes. Ni siquiera los de mi especie se hacían notar. Por tanto, estaba destinado a ocupar la última tumba del cementerio local.  Acabé adaptándome a la destrucción y al desamparo. No era más que una criatura marciana de ojos rasgados, tez morena, piel rugosa y unas antenas sobre mi cabeza, algo que tampoco me apetecía comprobar mirándome en un espejo. Preferí olvidarme de todo y continuar mi peregrinación en busca de algo sorprendente...

     Era una templada noche de primavera en el hemisferio norte de Marte. Las robustas y estables embarcaciones se me antojaron bloques de hielo flotando sobre los canales iridiscentes, entrecruzándose entre sí en un constante ajetreo. ¿Quién podía tripularlas si ya no quedaban marcianos y los terrícolas se habían marchado? La espesa oscuridad en la lejanía me impidió ver con claridad quienes iban a bordo.


      Inesperadamente vislumbré a lo lejos una inaudita silueta de alguien que se me aproximaba. Consideré que era mi día de suerte, porque al fin encontraba a alguien rondando aquellas avenidas.
     —¡Eh, tú! ¡¿Quién eres?! —me preguntó aquel gordinflón frunciendo el ceño con mirada inquietante y apuntándome con un revólver.
       —...
      —¿No hablas mi idioma? ¡Debes ser marciano! ¡Claro! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?!
      Mis sensores telepáticos me indicaron la ira y el rencor que dominaban el pensamiento de aquel extraño, debido a la inquina que le provocaba mi presencia, por lo que intenté transmitirle calma, sumiéndole en un estado permanente de bienestar con el propósito de librarme de las fatales consecuencias de su viejo colt 44.
     —Me llamo Ray Bradbury y llevo semanas dando puntapiés a esta lata vacía que me recuerda al balón con el que solía jugar de pequeño en mi poblado de chabolas del planeta Tierra. Ahora tengo los bolsillos repletos de monedas de oro, pero no sé qué hacer con ellas. Aquí no hay tiendas, ni cines, ni casinos...
      —...
      —Me da igual si no me contestas. Hace tantos meses que llevo vagando por estas tierras inhóspitas, que necesito desahogarme con alguien, soltándole todas las palabras que se me han quedado atrapadas en la jaula oxidada de mi mente.
      —¡Hola! —balbuceé imitando a los actores de las películas proyectadas en las grandes pantallas de las salas de cine que tuve la ocasión de visionar. Alzando ambas manos para agitarlas en medio de la infinitud del espacio nocturno.
      —¡Ah! ¡Me alegro de que conozcas mi idioma!
      Seguía sin entender qué me estaba diciendo. Solamente podía responderle con las pocas palabras que conocía. Por otra parte, no quería que desconfiara de mis intenciones pacíficas e intranquilizarle sin razón alguna y verme amenazado de nuevo apuntándome con su revólver.
     —No te entiendo —pronuncié sin saber qué estaba diciendo.
     —El que no te entiende soy yo —me replicó.
     La comunicación era insostenible. Entonces, el terrícola pasó su mano por mi espalda haciéndome cosquillas, lo que me hizo prorrumpir unas sonoras carcajadas. Él a su vez, también se reía con todas sus ganas. De forma paulatina, la tensión empezaba a desaparecer y me animé a juntar mis manos con las suyas. No recordaba con quien lo había hecho antes, pero lo más importante es que siempre funcionaba. Aquel insignificante gesto fue suficiente para iniciar una auténtica complicidad entre criaturas tan atípicas entre sí.
   —Aproxímate a esta farola, quiero verte mejor —le pedí a mi acompañante.
   —¡Eres transparente! —exclamó Ray, asombrado.
   —¡Y tú también! —le contesté.
   —¡Soy real! —pensó, tocándose el brazo para notar el calor.
   —¡Estoy vivo! —murmuré, palpándome el rostro y apreciando mi habitual rugosidad.
   —¡Si soy real, tú debes estar muerto! —dijimos al mismo tiempo sin apartar la mirada.

   —¿Te has preguntado si eres tú el terrícola que rescaté de mis recuerdos
   —Y si no eres real, ¿quién me ha ayudado a crear el recuerdo de alguien que conocí?
  
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados