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marzo 24, 2021

Cuchufletas y otras vainas

marzo 24, 2021 27 Comments

 


Queridos amigos y compañeros:

En esta oportunidad comparto con vosotros mi relato en la web de Café Literautas  presentado dentro del Reto de Escritura Creativa #14, 2021 - Febrero «Fabulosa F», siendo obligatorio incluir las palabras: fiero/funesto/facundo (en singular o plural, y el género que mejor se adapte al relato), siendo de una extensión máxima de 750 palabras. También participo dentro del reto opcional que en esta oportunidad nos pedía elaborar un relato que pueda calificar como Literatura de Humor/Comedia. Personalmente lo he transformado en un relato de humor surrealista y disparatado. Deseo que os haga olvidar por un momento la complicada situación que atravesamos a nivel mundial y os haga pasar un rato muy divertido.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.

 

 

       Me llamo Filemón Tijerero, «no me toques el pandero», bueno esto último olvídalo y pelillos a la mar... Mi fenotipo se caracteriza por el color negro: ojos negros, barbinegro y moreno de verde valle; patizambo de nacimiento y larguirucho como un cucurucho.
       Soy un afamado y fecundo diseñador de prendas de lencería fina venusina y corsetería de alta costura, aunque la diferencia es casi inexistente, ya que su función es la misma, aun así su finalidad cambia una de la otra. Por ejemplo, la lencería fina se destina a bailarinas cisne y señoras lechuguinas de buen ver; delicadas golondrinas femeninas que insinúan travesuras de colchón en colchón. En cambio, la corsetería se inclina por la zona de confort, sin grandes estridencias, pero siempre cómoda y fácil de confeccionar, utilizando materiales básicos que escondan los repelentes «molletes» o las inoportunas estrías postparto.

       Mi padre fue un famoso corsetero con facundia, que se encargó de endosarme el oficio y heredar el fornicio, algo que me provoca sueños impúdicos, porque no puedo evitar imaginarme rodeado de ninfas voraces y salvajes restregándose por mis caderas arriba y abajo; propiciando escenas de alto voltaje arrabalero que terminaban dejándome como una piltrafa al tirar del nudo de sábanas por la mañana, emulando a Tarzán deslizándose al suelo y con síndrome diarreico por el mero hecho de iniciarse la jornada laboral.

      Mis empleados siempre cuchichean mientras les doy la espalda, aunque procuro poner cara de póker superestar y evaporarme de su vista como una liebre corriendo hacia la zanahoria de marihuana oculta en el doble fondo de un cajón de mi escritorio, junto a los ligueros que les suelo robar a mis modelos favoritas, cuando las pillo en un requiebro.

      En cambio, en las pasarelas de moda, todo es glamour con perfume de Condesa de Pompadour. Suelo gozar como un poseso travieso acompañado de tanto «bellezón», flanqueado de nubes de fotógrafos empecinados en disparar a tiempo la mejor instantánea. Después, espero impaciente el momento cumbre, surgiendo por un estrecho corredor hasta el centro del salón de moda, donde un cañón de luz persigue los movimientos que describo para despedir la colección con dos «femmes fatales» de cada brazo, atrapado en sus fieras redes, tirándome los tejos con sus miradas siamesas de tigresas y aguardando el instante de morderme los labios, algo que me inquieta con desazón y me vuelve remolón.

        Mi vida no se relega a «fiestongos» y alegrías, no obstante, reconozco que hay de todo como en botica, aunque apenas soy consciente de lo que acontece, porque con tanta jarana y francachela lúbrica de jovencitas famélicas y poca chicha donde agarrarme, termino flipando a base de cogorzas y cantando «El Chiringuito» de Georgie Dann, hasta que me llevan en volandas a dormir la mona y evocar monadas despelotadas.

       Aunque elegir los tonos es lo que peor llevo, ya que suele dejarme medio ciego. Que si blanco sucio, blanco hueso, blanco antiguo, blanco crema; blanco roto, blanco tiza, blanco frío y blanco seda para acabar con el repertorio de matices y hacerme chiribitas los ojos. Con los beiges me dan las doce y la una de tantas variantes, y los negros, otro dolor de cabeza, porque lo que es el negro a secas no convence, hay que ofrecer rompedoras novedades y seducir con la gama completa a las compulsivas compradoras.

       De cualquier modo y siendo sincero, he de decir, que lo más funesto es llegar un día y advertir como las juguetonas «fierecillas» se han transformado en evanescentes sombras de su sombra, esqueléticas siluetas dispuestas a encararse conmigo, exigiéndome un contrato indefinido. Años de profesión tirados por la borda, noches de pasión desapareciendo por las alcantarillas, la diarrea galopante ensañándose con los pantalones, y yo, un capullo arrepentido por haber accedido a los tiránicos ruegos de estas furibundas arpías, demandándome una dieta estricta a base de forraje diario e infusiones de «Lo que el viento se llevó».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

febrero 01, 2021

Los Trópez

febrero 01, 2021 51 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto

Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

REQUISITOS FORMALES

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.  

Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.

 
 
         En el domicilio de los Trópez, sus ocupantes Ágata y Gonzalo, una pareja que ha tropezado con la indolencia de la rutina, representa la copia perfecta de una oficina de «objetos perdidos». Como un pingüino en el desierto, ella se desvanece en la amplitud del salón, mientras él añade dos cucharaditas de azúcar al café y lo remueve con cuatro vueltas.
        Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.

        —Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
        —¿Qué te ocurre?
        —Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
        —Intentemos alcanzar la orilla.
        —¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
        —Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!

       Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
      Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
        A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.

       —¿Dónde está Marlon?
      —¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
      —¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
       —¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
      —¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
       —Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
       —Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
      —El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
       —Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
       —Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
       —Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
       —No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
 
       Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.

       —¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
       —Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
       —Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
      —¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
       —¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
       —Que si eres un mariquita.
       —Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
       —¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
       —Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
       —No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
       —Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
       —Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
      —¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.

      En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.

       —¡Hola! ¿Qué haces?
     —Estoy libre, ven cuando quieras. Todavía me acuerdo del subidón de anoche en el cuarto oscuro de Dark Jockey.
      —
De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.   
      —Oye, tronco, no me gustan los babosos, Hazte una paja. No soy de esos que tú te piensas.
      —Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
      —Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.

      Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.

      —¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
      —¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
      —¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
      —Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.      

 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



marzo 04, 2020

Un par de pájaros de mucho cuidado

marzo 04, 2020 33 Comments
¡Hola compañeros y seguidores!
Dado que la semana pasada os compartí una entrada bastante complicada para comentar, pues esta vez os voy a compensar con la alegre lectura de un relato cómico o una parodia policiaca, donde algunos de sus personajes son muy divertidos al utilizar una forma de hablar muy peculiar, es decir con un dialecto mixto de clara influencia gitana y andaluza.
Confío que pueda robaros más de una carcajada, ya que esa ha sido mi intención al escribirlo.
Que paséis un buen rato y ya me contaréis vuestras impresiones que valoro muchísimo.
Nos seguimos leyendo...

     Hace escasas semanas atracaron a punta de pistola a don Ricardo Borriquero. Los hechos tuvieron lugar en la plaza de las Cañas rodeada de tabernas y bares regentados, en su mayoría, por una rancia familia de renombrados hosteleros.     
     Dicho emplazamiento se halla próximo a un local de juegos y apuestas llamado Joker, donde la víctima acababa de ganar una cuantiosa suma de dinero en efectivo, algo que no pasó desapercibido para el ladrón que le siguió a corta distancia después de abandonar el espacio y luego darse a la fuga tras conseguir el botín.
     Una pareja de borrachos que aún se mantenían en pie, apodados el Cubata y el Chivas afirmaron a los agentes de la policía, haber sido testigos del robo, por lo que les invitaron a acompañarles hasta la comisaría más próxima, donde les esperaba el incólume inspector Argimiro Rufián, con un característico tono de voz atiplado y bolsas debajo de sus ojos negros.

     —Siéntense y traten de recordar los detalles que acaban de presenciar en la plaza de las Cañas.
     —zeñor comizario, usté perdone zi le azeguro que no he visto ni un billete ensima de su mesa p'a que empiese a largar —respondió el Chivas con sorprendente desparpajo y autoridad, pues conocía el trapicheo que se gastaba la pasma.
     —¡Mu sierto! —apostilló el Cubata.
     —¡Silencio! Aquí no existen sobornos. O hablan o les meto un paquete por el culo y se van derechos al calabozo ¡por mis muertos!
    —¡Joer, qué dezaborío es usté! ¡Ande, comizario, deme argo p'a que coman mis niños que están mu flacos! —intervino de nuevo el Chivas extendiéndole la mano y guiñándole un ojo para convencerle.
     —Es verdá lo que dise mi cuñao, pazamos muchas fatigas porque naide nos da curro y estamos más tiezos que la mojama. ¡Ande, ispectó, denos argo p'a los chiquillos, si a usté le zobran los dineros!
     —Bueno, ya se verá más adelante, ahora confiesen lo que han visto y dejen de marear la perdiz. ¡Aquí el que corta el bacalao soy yo!
     —Un billete no es n'a p'a usté y a mi me quita de fatigas —interrumpió el Cubata mirando al don Argimiro con ojos de cordero degollao.
     —Si insisten ¡no me bajaré los pantalones! O hablan o les juro por mi santa madre que les chapo en la chabola, par de sinvergüenzas.
     —¡Mú bien, usté manda! Le juro por mis niños, que zon lo más zagrao que tengo, que el choro que ze llevó el parné fue el Napias y en luego aligeró por el túnel de Los Alfanjes, ya conose usté... —confesó por fin el Cubata algo asustado.
     —¿Está usted, también de acuerdo con su cuñado? —le preguntó el comisario al Chivas sin pestañear y con un gesto despótico elevando los brazos y las manos al mismo tiempo.
     —Zí hombre, zí —le contestó en un susurro temblándole los labios.

     —Enga don Argimiro, denos argo de parné que ya l'emos rajao to lo que quería zaber —interrumpió el Cubata
    —¡Fuera de aquí par de julandones! ¡Sois una escoria social!

    En un descuido, el Chivas le sisa al inspector su cartera, quedándose con unos billetes sin que se de cuenta y luego con pericia se la devuelve al bolsillo trasero del pantalón.
     Seguidamente el inspector hace pasar a su despacho a don Ricardo Borriquero que acude secándose la frente con un pañuelo y algo confuso de ideas todavía en su actual estado de estrés postraumático.
     —¡Tranquilícese hombre, que ya sabemos de quien se trata! —exclamó el comisario. Al tiempo que le propinaba un golpe en el hombro y con tanta vehemencia que le obligó a chocar contra una pila de carpetas, las cuales salieron despedidas por el aire, hasta que desgraciadamente una de ellas le impactó de frente y directa al rostro. Obligándole a trastabillarse contra el armario metálico y darse un buen porrazo en la cabeza, desplomándose, a continuación, al suelo. 

     El inspector Rufián, completamente atónito se quedó paralizado en su sillón, hasta que otros agentes acceden al despacho para auxiliarles.
     Transcurrido un tiempo y recobrados los ánimos de los perjudicados, el comisario ordena a los agentes trasladar a don Ricardo hasta el hospital, mientras él actualiza los informes y da aviso a otros policías de paisano para que localicen cuanto antes al posible delincuente. 

     Cuando apenas revisa los ficheros policiales, estupefacto comprende el engaño, pues el Napias está cumpliendo pena por asesinato y no ha tenido ocasión de salir de la prisión.         
     Los dos manguis le han hecho un buen paripé y encima le han robado delante de sus narices. En su aturdimiento suelta un alarido ensordecedor: "¡Gggrrrr...! Sargento Lumbreras vaya inmediatamente a detener a ese par de pájaros, que han volado de la comisaría hace un momento".

 Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 12, 2020

Historia de amor en «Fa sostenido»

febrero 12, 2020 35 Comments


¡Hola a todos!
En breve se celebra "el día de los enamorados o de San Valentín", ello no significa, que sea partidaria de elegir fechas determinadas para algo tan natural, como lo es el flechazo o el enamoramiento y que afortunadamente sucede de vez en cuando a lo largo de nuestra vida. No obstante, siguiendo la lógica que suele predominar entre los blogueros, a la hora de ponernos de acuerdo para esa coincidencia de eventos tradicionales con los mensajes de nuestras respectivas entradas, pues he optado por compartiros este escrito, que tenía guardado hace tiempo, pero que lo fui posponiendo, hasta que coincidiera con una fecha de estas características a la hora de publicarlo. Lo he dividido en cuatro escenas y separadas por tres asteriscos, como dictan las normas de redacción y estilo. Dicho relato es completamente surrealista e hilarante, por lo que espero robaros mas de una sonrisa. 
Sin más preámbulos os dejo con su lectura, espero paséis un buen rato y gracias, como siempre por acompañarme.

Nerila metió la mano en el cajón con la torpeza de un hipopótamo, creyendo que encontraría el elixir del amor que guardó el día anterior, cuando, después de su última aventura lo dejó en el joyero de ébano, bajo llave, dentro del armario. De repente, la habitación comenzó a desplazarse, alargando las paredes. Parecía moverse al ritmo de la música, unas veces el techo se combaba como si estuviera encerrado en una esfera luminosa y otras, en cambio, tenía la sensación de abandonarse, cayendo a un profundo precipicio... Victima del delirio se vio a la orilla de un enorme acantilado, desde donde escuchó a una anciana que estaba repasando las redes de los pescadores con agujas de reloj y canutillos de hilo de fideo grueso, a la que le preguntó si había visto pasar a un ladrón de corazones y la mujer moviendo la cabeza adelante y atrás le confirmó sus sospechas.

                                                                * * *
La primera vez que Carambola se juntó con sus compinches decidió ser el cabecilla de la banda municipal de delatores, lo que obviamente le originó una enfermedad que pasaría a ser congénita para el resto de su descendencia, por lo que en aquella pequeña localidad se ganaron a pulso el apodo de «los soplones». No es que tuvieran la boca grande o los dientes afilados, más bien era la lengua la culpable, por llevarla demasiado suelta y sin doblarla al bies.
Le encantaba jugar al billar lanzando las bolas al rostro de sus oponentes, que le criticaban su minucioso trabajo policíaco, no en balde se había criado en el sótano de una comisaría, mientras sus padres se ocupaban de desplumar a los incautos vecinos, que dejaban sus casas desiertas, en el instante de irse a trabajar cada mañana. Luego, cuando se hizo un hombrecito, sus padres le dejaron en la calle, lo mismo que a un desecho orgánico, de esta suerte se ganó a pulso el calificativo del «carambola», matando contínuamente «dos pájaros» de un tiro, es decir primero les delataba y más tarde se llevaba la recompensa por su captura, aunque siendo fieles a la verdad, no siempre eran culpables sino que en ocasiones por fastidiarles, los acababa delatando y como su palabra era ley, pues no podían librarse de su condena. 
                                                               * * *
Forzulio siempre iba presumiendo por ahí, diciendo a la gente que sin su amor ella no podría ser feliz, que no conocería a otro igual porque nadie la trataba como él, ni la amaba en silencio y en voz alta, exclamando asomado a su balcón, que tenía entero el corazón dispuesto a convertir su vida en un sueño, comiendo perdices infelices y brindando en las noches de placer, cautivos del amanecer. El no podía evitar quererla tan solo para él, aunque jamás lo quisiera y menos aún sus padres que no cedieron al chantaje, de manera que él se empeñó que les haría un gran favor si los envenenaba a los dos y después cuando cumpliera veintidós, poder llevarla del brazo al altar consumando por fin la relación. Más nunca contó con que el destino tampoco quería ayudarle en el camino y de esta forma un día inesperado, un nuevo galán de pecho almidonado y con uniforme de soldado se lo llevó esposado hasta la mazmorra del condado. Desde entonces se murmura por doquier que de nada le valió presumir, ya que ella seguía viviendo tan dichosa, sin sentir ni siquiera compasión de un truhán que decía ser señor.
                                                                       
                                                              * * *    
Torpido hizo acto de presencia deslizándose por el lago de aquel lugar igual que un pequeño ruiseñor, unos decían que era un trovador y otros pensaban que se trataba del cuervo del mago Bravicundo. Los primeros lo escuchaban a lo lejos o sentados en su orilla y los demás huían despavoridos percibiendo los graznidos con los pelos como escarpias. Sin embargo, el canto del ruiseñor alado inundaba las alcobas de los enamorados y ya no quedaba ninguna duda, que era el instante adecuado a fin de encontrar el manojo de llaves y librar de los cerrojos las puertas de la ignorancia. Por fin, la suerte estaba echada y el momento era el propicio para nombrarle consejero delegado del amor, algo que le cubrió de gozo con embozo y antifaz. Los clarines y timbales atronaron y la lluvia sentimental se desató por todas partes. Las medias naranjas rodaron en busca de sus otras mitades, pero dieron tal brinco que ni contando «a la de cinco», convinieron en asistir al festejo, total que cuando subió al estrado con el propósito de ser aclamado, no había ni siquiera un alma que lo aplaudiese, por lo que huyó deprisa sin ponerse la camisa dispuesto a cantarle un bolero a la luna del alero.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 14, 2019

Cita en el ambulatorio

junio 14, 2019 34 Comments
Al subir las escaleras del ambulatorio notó un fuerte calambrazo en una pierna, que le hizo trastabillarse y rodar como un balón de playa hasta el descansillo, arrastrando en su caída a cuántos pacientes y acompañantes trataban de esquivarla a duras penas, entre aquella marabunta de gente, que a esa hora del mediodía, abarrotaban el centro hospitalario, y que con tan mala suerte tropezaron con Doña Hipólita, que así se llamaba nuestra protagonista.

La buena de Doña Hipólita tenía aprensión a los matarifes, que era lo que ella opinaba de tales profesionales de la salud, pues las experiencias acumuladas no le traían buenos recuerdos, más bien todo lo contrario, y para colmo de males, también era muy supersticiosa, con lo que dicha aparatosa caída la sobresaltó tanto, que se le pasó por la cabeza si era probable que fuera el anuncio de alguna desgracia, por lo que casi estuvo decidida a marcharse a su casa y pedir la consulta otro día que no estuviera gafado, pero después del trabajo que le supuso conseguir aquella cita, se dijo a si misma que no debía pensar en semejantes dislates y como pudo arrastró el trasero con las manos haciendo fuerza en el suelo y ladeando la cadera se giró hasta que logró ponerse de pie. A su alrededor se había agolpado un montón de curiosos, que con el móvil en mano, en lugar de ayudarla no paraban de hacerla fotos con el fin de colgarlas en las redes sociales.

—¡Anda, iros de aquí, cucarachas! ¡No os da vergüenza! —exclamaba fuera de si, dando golpes con su bolso a todos los que pillaba cerca.

Ya en la sala de espera, se acomodó en una silla con los brazos cruzados disimulando su vientre algo voluminoso, con el abrigo entreabierto rozándole el vestido a la altura de los muslos y los pies colgando. La ociosidad del momento la llevó a observar intensamente al resto de individuos que también esperaban su turno. Sus rostros le parecieron los de animales de un zoológico: la jirafa delgaducha y con el cuello tan pronunciado como si estuviera en estado de alerta permanente para que nadie se le colara, el tigre flemático con las piernas tan abiertas, que daba la impresión de estar exhibiendo el récord guiness del "tesoro platanero" que no le cabe en la entrepierna, la gacela de baja cama y alta "costura" con las uñas de garfios felinos deslizándose por la pantalla táctil a velocidad de crucero, el zorro y la zorra vigilando y sin mediar palabra, los gorriones en los cochecitos de bebé emitiendo en directo intermitentes berridos animando la mañana, las marmotas echando una cabezada, las ardillas sonriendo a pesar de la procesión que debían llevar por dentro, la mirada enigmática de los búhos, el cuchicheo de algunas ranas... Hasta que por fin escuchó su nombre y apellidos al dejar abierta la puerta el paciente que la precedía y la ansiedad la dejó la boca seca.

—Tome asiento y cuénteme qué le pasa Doña Hipólita.
—No sé que tengo, pero no me deja dormir. 
—¿Tiene dolores, mareos, falta de sueño?... La noto demasiado pálida. ¿Cómo va de apetito?... 
—Bueno, el caso es que no tengo sueño de noche y en cambio de día me caigo rendida en el sofá, con mi gata encima de mis rodillas roncando también.
—¡Claro, eso es normal! Si no duerme de noche es porque lo hace de día. Debe tratar de cambiar su horario biológico para adaptarlo a las horas de sueño.
—¡Ya quisiera yo! Pero tengo un vecino músico, que toca el trombón por las noches y luego su mujer no para de emitir gritos, susurros y gemidos. No sé si en realidad están dándose un buen homenaje o es que el "concierto" lo dan a dos manos... ¡Comprenda usted, que así no hay quien duerma!
—¡Cálmese doña Hipólita y súbase a esta báscula! La veo demasiado gruesa.
—¡Ayyy que me caigooo doctoraaa!
—¡Vaya por dios se acaba de hacer un esguince! Quédese ahí en el suelo, tal como está, que ahora la voy a poner un vendaje.

Justo en el instante de agacharse la facultativa, nota un tirón en la espalda a la altura de las vértebras lumbares, derrumbándose por el dolor. En esto que llaman a la puerta insistentemente y al abrirse aparece un hombre con bata blanca, que corre a auxiliar a ambas mujeres, quedando completamente abierta.
Los gemidos de la doctora junto a los gritos de la paciente, empiezan a llamar la atención del resto de personas de la sala espera, que poco a poco se asoman a mirar lo que ocurre. 
El espectáculo no tiene parangón, dos mujeres en el suelo y encima el hombre de bata blanca haciéndole el boca a boca, primero a una y luego a la otra, ambas con las ropas sueltas y desabrochadas, sin zapatos y los ojos saliendo por las órbitas. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 19, 2017

La familia Confite

noviembre 19, 2017 51 Comments
Queridos compañeros de letras y seguidores de este blog, llegó el momento de haceros olvidar los problemas cotidianos y sumergiros en este mundo del humor, donde únicamente las risas o las sonrisas son las protagonistas. ¡Que lo disfruteis!



La familia Confite, gozaba de un gran renombre en aquella ciudad de provincias situada en un entorno privilegiado por la bonanza de su clima templado y el majestuoso paisaje de su bosque tropical. Sus vecinos llevaban una vida sosegada dedicándose a la agricultura y a otros menesteres. 

Situada en una céntrica calle, se encontraba un gran edificio de tres plantas con vistas a dos calles, realizado en piedra maciza con revestimiento de mármol rosa jaspe en su fachada. Dicho inmueble era propiedad de la familia Confite, quien a su vez regentaba una pastelería que gozaba de gran reputación no sólo de los vecinos de Tropilandia, que así se llamaba esta ciudad, sino también de otras ciudades lindantes, cuyos habitantes solían desplazarse para adquirir todo tipo de productos artesanos en ocasiones especiales y festejos populares.
El establecimiento de los Confite, como popularmente se les apodaba, se hallaba en la primera planta a ras de suelo, constaba de dos amplios escaparates y una puerta de madera acristalada, enmarcada entre ambos, con dos largos tiradores verticales de metal. Su interior era muy coqueto y acogedor, con un mostrador de madera de roble y cristal antiguo, así como numerosas estanterías repletas de cajas de bombones, muñecos de felpa rellenos de golosinas, jarrones de flores, tarros de cristal con caramelos y cestos de mimbre para regalo. También había varios expositores de cristal donde los clientes podían recrear su vista y paladar con las mejores creaciones pasteleras de la casa.
Cándido, que así se llamaba el dueño o el pastelero, tenía un carácter dócil y apacible, mientras que su mujer, Leoncia, hacía honor al nombre, por lo que tenía muy mal genio y además autoritaria. Con el matrimonio vivía también su madre, doña Gertrudis, una anciana que no aparentaba la edad, con un carácter entremezclado de jovialidad y tozudez, a la que le gustaba incordiar y meterse en medio de la pareja, pues aunque habían pasado muchos años desde que su "niña" se había casado, para ella no contaba nada más que su afán por protegerla.



A eso de las 7 de la mañana comenzaba su jornada laboral en el obrador situado a espaldas de la tienda y donde estaba toda la maquinaria industrial necesaria para aquellas labores que tan primorosamente efectuaba la familia al completo: Cándido como supervisor y artista de los suculentos manjares, Leoncia ordenando a diestro y siniestro cada acción, cada pedido, cada pauta y Doña Gertrudis poniendo peros y echando leña al fuego del horno y al de la pareja. 
Un rato más tarde de prisa y corriendo, van desayunando de pie, con las magdalenas a medio tragar y mascullando los primeros improperios como habituales saludos matutinos.

—¡Cagüen en Dios, estoy hasta los cojo...de ti! Hay que contratar a una chica para que me eche una mano, porque contigo Leoncia y con la bruja de tu madre, no puedo trabajar y mira que te lo he advertido mil veces, pero nada, tú a lo tuyo y tu madre a darte siempre la razón. 

—Mira gandul, Leoncia, te quiere más de lo que te imaginas, lo que ocurre es que eres un pendón y ahora se te ha metido en la cabeza buscar a una moza que nos hunda el negocio, porque vaya a saber con qué intenciones puede venir. ¡Ay Santa Rita bonita, líbranos del mal! ¡Ay Señora de los desamparados! ¡Ay San Judas no me falles esta vez!...¡Ayyy...qué mala me estoy poniendo! ¡Traime las pastillas, hija mía, que me da el vahído!

—¡Eres un desgraciado, no ves lo pálida que se me ha puesto mi madre! ¡Anda tunante, vete a su cuarto y trae el bote de pastillas que está encima de la mesita! ¡No me hagas perder más los nervios, que no respondo de mis actos! ¡Granujaaa...!

—¡Ya voy, Leona! Y a ver si te metes la lengua por donde te salen esos ventorros que un día van a derrumbar el edificio.

Tras unos minutos de confusión y pérdida de tiempo, volvieron como si nada hubiera ocurrido a proseguir la faena, continuando el ritual de rigor ya mencionado antes y que conocía, mejor que nadie, el vecindario, por las voces que traspasaban los muros y estremecían los oídos de los viandantes.
Pasaron algunas semanas, hasta que el hombre de la familia, pegó un puñetazo en la mesa y dijo secamente: "O contratamos a alguien o me voy de casa y te quedas con la urraca de tu madre." Ante semejante prueba de valor y desplante, con el que no contaban ellas, no les quedó más remedio que achantarse y morderse los labios antes de hablar.
No tardó mucho tiempo en incorporarse al grupo de trabajo, una chica pizpireta y descarada, a la que se le conocía con el sobrenombre de Sabrina, por sus prominentes senos y figura escultural. Sobra decir el malestar y disputas que tal decisión les ocasionó.


—No podías haber buscado otra operaria y no a esta guarra, porque ya me dirás tú a mi, pánfilo, si no hay chicas en esta ciudad dispuestas a trabajar con nosotros, pero nada, tú a lo tuyo, a hacernos la vida imposible a mi madre y a mi. ¡Menudo zorro estás hecho! ¡Nos vas a matar a disgustos!

—Venga, no te hagas la mártir, que para una vez que elijo, ni siquiera me dejas tranquilo. Sabrina, se queda y punto, o ya sabes lo que te toca.

—Sabrina se queda, pero con una condición, a esa pájara le voy a poner un uniforme. Si, uno que usaba mi madre cuando era joven.

—Ya estamos otra vez con tus chifladuras. Seguro que la quieres convertir en una momia como tú. 

—Esta vez te toca aguantar la vela, porque como te pongas farruco, vas a comer cebollinos y dormir en el sofá de mi madre, porque lo que es conmigo olvídate. Asi que ándate con cuidado besugo y no me seas tarugo.

De nuevo los reproches se alojaron como testigos mudos en aquella estancia, hasta que Gertrudis intervino: "Ya está bien, pareceis dos críos a la greña. Se acabó la fiesta, ahora mismo haceis las paces y aquí paz y mañana gloria." 

La clientela aguardaba impaciente la apertura de la tienda a eso de las 8 de la mañana, deseando abastecerse de la bollería para el desayuno y algunos otros caprichos para los más golosos. El aroma característico de los bizcochos, croissants, magdalenas, ensaimadas, napolitanas, palmeras, bollos suizos, etc. atraía como abejas al panal, a un buen número de parroquianos, a los que incluso les divertía observar las trifulcas que armaban detrás del mostrador, pues tampoco se ponían de acuerdo a la hora de cobrar, mientras Cándido sumaba el total, Leoncia y Gertrudis lo distraían queriendo repasar la cuenta, hasta que el hombre perdía los nervios y salía de la tienda dando un portazo o tropezando con el paragüero que estaba allí delante de la puerta.


Algunos asiduos hacían apuestas para ver si aquel día tropezaba o no, pero lo peor era cuando se quedaba atascado entre el marco y la alfombrilla de la entrada, dando bandazos en el aire antes de desplomarse al suelo, en ese caso las apuestas subían de precio y los más avispados ayudaban levantando la alfombra con disimulo, para que Cándido resbalase con más facilidad.

Lo que nadie sospechaba y era el mejor secreto guardado por Cándido, es que cada vez que pegaba portazos y se marchaba como alma que lleva el diablo, se acercaba a una carnicería que regentaba otro vecino, Gregorio, con el que siempre había mantenido un trato especial, incluso cuando iban juntos al colegio. Algo ocurría allí en la trastienda, porque al poco rato de su llegada, entre aquellas paredes se escapaban por las resquicios de la ventana, constantes gemidos, murmullos y gritos desenfrenados. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 25, 2016

El Circo Extraordinario

octubre 25, 2016 30 Comments

LeRoy Neiman - Animales de circo (abstracto)

¡Madames et monsieurs, ladys and gentlemen, señoras y señores, niños y niñas.... ¡Bienvenidos al Circo Extraordinario!
Si están sentados en un sillón, sofá, silla, mecedora, banco, banqueta, butaca, trono, pupitre, piedra, asfalto, tierra, césped, agua, en el salón de su casa, en el parque, en el aula, en la playa, en el laboratorio, en la consulta, en la biblioteca, en el parque, en la calle, en el cine, en el coche, en el teatro, en la sala de reuniones, en la oficina, en la plaza .... ¡Levanten sus reales posaderas y acérquense con premura al circo!"
¡Dejen lo que están haciendo! ¡Olvídense por unos momentos de esa pesada y aburrida rutina! ¡No le den más vueltas y acudan prestos al circo!
Amigo conductor acelere y acabe pronto con la clientela, entréguele nuestras entradas con descuento y si le cuentan un cuento para excusarse pegue un frenazo y si no se bajan los clientes no se apure y rómpales los dientes. 
Querida secretaria súbase a la mesa y diga en alto: ¡Esto es un asalto! Cuando los compañeros le oigan y le imiten en su "gesta", tomen las de Villadiego por la nacional quinta y a su paso por Fuenteovejuna desplieguen todos a una sus pancartas, subiéndose a la planta cuarta del Congreso del Trabajador para venir todos juntos a la increíble función.
Distinguida dama, en salto de cama, deje ya de joder la marrana que en su lecho ya no hay flores ni tampoco mal de amores que tenga que consolar. Vístase de diario sin buscar en el armario aquel vestido de antaño que ya demudó el color y ni con calzador le entra en sus carnes rebosantes de lechón. Reúnase con sus amigas y anímelas a olvidarse de los pañales, del pollo del congelador, de las compras en el hiper, de la prueba del embarazo o del vecino de abajo, porque lleva bajo el brazo un buen puñado de entradas para acudir al evento. 
Caballero del sombrero o de la calva, ¿dónde va tan despistado con aires tornasolados y harto de trabajar?... ¿Dónde quedó la gloria que ya no está en su memoria de aquellos tiempos sutiles, livianos y tan afables que traicioneramente ya no volverán?...  La felicidad le espera, búsquela en sus bolsillos, pues allí están nuestras entradas que anoche de madrugada le entregamos en el pub. No se olvide de invitar a sus familiares, compañeros y vecinos a este gran circo. 
Niña, niño que estás jugando con la pelota en el parque, en tu barrio o en tu escuela, ya deja de dar patadas y de hacer cabronadas a los pobres profesores, padres o educadores, que soportan con paciencia tu mal genio e insolencia. Infantes criaturas golosas, caprichosas y amorosas ¡la función ya está a punto de comenzar! 
Desde el norte en transporte, desde el este, aunque cueste, desde el oeste pedestre, desde el centro hasta el encuentro y desde el sur con glamour ¡acudan todos al circo, que ya se levanta el telón! 
Pero antes unos consejos para que se queden perplejos y no les dé tiempo a pensar: 
"Gran oferta de cuatro pares de calcetines de lana gruesa para las noches de invierno al raso, que, por supuesto no son ocho, sino dos calcetines encontrados en la lavadora y sin sus correspondientes parejas. Si los compra con tarjeta no hay problema porque seguiremos cobrándole los cuatro pares + gastos de envío".
"Chalet confortable con vistas a la vía del tren, goteras al por mayor, tres perros guardianes rabiosos y sin vacunar, una vecina ciega de comer y sorda de profesión, otro vecino atleta y campeón del sillón ball, terraza cubierta de telarañas y con piscina cubierta de mugre y una asamblea de ranas. ¿A qué espera?... ¡Hágase con esta ganga ya!".
"Fantástico coche deportivo con andador incorporado, frenos de disco techno-trance, luces de bohemia, motor de paro con cinco cilindros Parabellum, sillones de esparto con respaldo artrósico, volante para el médico de guardia si no está el otro, palanca de marchas fúnebres o de pompa y circunstancia y un seguro a todo riesgo inmediato. ¡Cómprelo hoy porque mañana estará ya de cuerpo presente!".
¡Tachán, tachín, tachán!  (sonido de fondo de la orquesta circense) 
—Se acabaron los consejos y a disfrutar...aaaar...aaaarrrrrr del espectáculo!! —atronó el presentador ataviado de smoking con lentejuelas, un sombrero de copa negro con grandes alas vueltas y un largo bastón negro rematado por una empuñadura a modo de pequeña bola de billar. 
—Tenemos el gusto de presentarles en primer lugar a nuestro funambulista Vladimir, llegado de más allá de las montañas del Cáucaso, fíjense en sus asombrosas piruetas en el alambre de hojalata ecológica reciclable, sus acrobacias en el aire sin paracaídas y presten mucha atención a su salto mortal irrepetible y único —siguió anunciando el presentador. 
—¡Dios mío, he visto pasar una albóndiga humana por encima de mi cabeza! —exclamó asombrada, una mujer sentada en la primera fila del público, que a su vez fueron sumándose otras voces y otras más, hasta que por fin se escuchó un estruendo y algunos niños empezaron a llorar al ver aquella horripilante imagen de Vladimir destripada y ensangrentada en las últimas filas de las gradas. 
—Pueden cambiarse de asiento, la parte del público que ha presenciado en directo la caída mortal de nuestro artista. ¡Lástima que solo nos haya durado unos minutos y les haya ensuciado sus butacas! ¡Continúa la función! —les informó una voz en off. 
—Distinguido público de la sala, damos paso a las Hermanas Ching Punk Chei, llegadas del Japón y ataviadas con sus flamantes y vistosos quimonos, que seguidamente les van a ofrecer su espectáculo de malabarismo, único en el mundo, donde sus componentes tratarán de lanzar girando en el aire unas cuantas docenas de huevos que lograrán acabar estampándose en sus extremidades, por si acaso cúbranse la cabeza no vaya a ser que alguno de esos huevos saltarines les alcance... Por último, finalizarán con un atrevido número de malabarismo con bates de béisbol macizos que se lanzarán unas a otras sin perder la sonrisa y el compás —comentó el presentador en tono grave y solemne. 
No había transcurrido mucho tiempo, cuando en el escenario quedaron tendidos los cuerpos magullados de las audaces malabaristas... Rápidamente un equipo de camilleros los fue retirando mientras la orquesta interpretaba la marcha fúnebre de Sigfrido de Wagner...  
—Disculpen, pero el espectáculo debe continuar. ¡No se pierdan el gran sorteo final —volvió a interrumpir aquella misteriosa voz en off— 
—Prepárense para la siguiente actuación de nuestro intrépido domador de fieras salvajes, Hércules Musculator, toda una leyenda, pues ya no actúa como hombre sino como espíritu del Olimpo debido a un mortal ataque de un tigre de Bengala que lo devoró. Observen como las fieras se dedican a hacer calceta en sus jaulas mientras el indestructible domador hace ostentación de sus especiales y seductores encantos espectrales dispuesto a hipnotizar a quienes le miren de frente sin hacerle reverencia —dijo el presentador con su habitual tono de voz. 
—Tras reponerse del trance tomando unos refrescos en el intermedio, continuamos hasta la recta final para los más insensatos que aún siguen con nosotros interesados por participar en el fabuloso sorteo —volvió a intervenir con socarronería aquella voz en off. 
—Seguidamente serán testigos silenciosos de nuestro número de magia con el formidable Tunantón pariente lejano de Tutankamón y uno de los más reconocidos prestidigitadores en cientos de miles de kilómetros a nuestro alrededor. Por favor procuren estar atentos a sus carteras, bolsos, bolsillos, etc. porque no nos hacemos cargo del efectivo u objetos de valor que lleven consigo. Nuestro personal de asistencia al público pasará después a tomar nota de las denuncias que puedan producirse, disculpen las molestias y traten de calmar sus nervios —afirmó la voz del presentador. 
—A continuación, tenemos el disgusto de ofrecerles otra nueva actuación de nuestras melancólicas payasas viudas, sus rostros reflejan la tristeza y los tonos oscuros de su maquillaje invitan a la compasión y el sufrimiento. Sus patosos movimientos, así como sus estúpidos chistes y esa música anodina con la que nos fastidiarán durante un buen rato, lograrán acabar con su paciencia o sumirles en un intenso carrusel de emociones a cuál más desagradable —comentó sin inmutarse el presentador. 
—Nuestro próximo show, va a dar comienzo con la perturbadora presencia de Samantha Braille: la lanzadora de cuchillos, pariente del famoso creador del sistema de lecto-escritura para ciegos y heredera también de su pérdida de visión que haciendo honor a su valentía y coraje se ha convertido en un notable peligro público y toda una leyenda del circo. Les rogamos disculpen las molestias, así como los daños colaterales que puedan derivarse, y para nuestro querido público masoquista que continúa tan complacido desde el principio, le acompañamos en su sentimiento placentero de dolor y espanto —volvió a anunciar el impávido presentador. 
—Por último, le toca el turno a nuestro invitado especial, Godofredo Pestilente o el hedor permanente, de ahí que se haya ganado a pulso el título de "el hombre torpedo", pues nadie ha logrado la increíble "hazaña" de vaciar su carga de gases intestinales o de fétidas pedorretas por encima de 2.500 milibares de presión, capaces de levantar del asiento a todo el público asistente y lanzarlo incluso al exterior de este recinto. De modo que les pedimos encarecidamente que se coloquen bien las máscaras antigás que les hemos dado a la entrada y procuren contener la respiración lo más posible, bueno si no lo consiguen del todo, tampoco se molesten mucho porque los efluvios de sus descargas atronarán la sala más que de ruido de gas, por consiguiente, los que quieran, pueden ya irse largando o aguantar el tipo para asistir finalmente al sorteo de un viaje con atractivo o atractiva acompañante a una isla paradisíaca para quedarse allí el tiempo que quieran —acabó diciendo el autómata presentador. 
¡Madames et monsieurs, ladys and gentlemen, señoras y señores, niños y niñas!... Nos sentimos muy orgullosos de haberles podido ofrecer el mejor espectáculo del mundo donde solo unos pocos privilegiados han conseguido disfrutar de la velada, otros menos han sobrevivido con irreprochable estoicismo, mientras que la gran mayoría nos ha ido abandonando por su propio pie o con los pies por delante... ¡Toda una pesadilla que le acompañará incluso en el más allá! 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



junio 10, 2016

Un día inolvidable

junio 10, 2016 28 Comments


Este relato participa en el concurso de Relatos "LOL I" de El Círculo de Escritores.


        El día que Argimiro se quedó por fin solo en casa, debido al viaje que su mujer tuvo que realizar por motivos laborales, se frotó las manos pensando:
        "Me libraré unos días de las cantinelas y reproches que mi caricuchi me endilga durante el desayuno, para que llegue al trabajo hecho un basilisco; que si el peque tiene un sarpullido por comer las galletas del dálmata o la niña ya ha empezado a menstruar, que mi nuera se ha vuelto a quedar embarazada y no tiene subsidio o que su madre le dice que soy infiel. ¡Qué manía me tiene esa tunanta ! ¡Y qué decir de doña Gertrudis apostada en el balcón inspeccionando con unos prismáticos a los vecinos que entran y salen del edificio".

       Quería celebrarlo descorchando un exquisito caldo de Cabernet Sauvignon St. Helena 2007, fumarse un habano, irse con su mejor amigo de juerga y andar desnudo en casa, que le subía el nivel de endorfinas y otras cosas. También podría encestar la ropa al desvestirse en el sillón, dejar escapar los pedos que le viniera en gana o ver películas porno. 
       En esas estaba y como dios le trajo al mundo, cuando llamaron al timbre de la puerta. Dudó si abrir o no, aunque al escuchar la voz de doña Gertrudis notó que le temblaban las piernas y solo acertó a decirle que esperase un momento, pero la mujer parecía agobiada e insistió llamando de nuevo, lo cual aumentó sus pulsaciones por minuto:

        Argimiro, ayúdeme por favor, siento como una punzada en el pecho.

        Escuchó un golpe seco y la voz de la mujer pareció extinguirse por completo. 

       —¿Qué puedo hacer? —pensó, si estoy desnudo y ella padece del corazón.

       —¡Abra la puerta don Argimiro! ¡Soy el vecino del tercero! ¡Necesito ayuda para levantarla y llevarla a urgencias!.

       —Si, claro, espere un momento.

      —¿Cómo se le ocurre tener esa cachaza? con lo atenta que es doña Gertrudis. Déjese de chuflas y abra inmediatamente, se lo ordeno como agente de  la autoridad. —le dijo el subteniente Ramírez, que impaciente ante su demora pegó una fuerte patada a la puerta hasta lograr abrirla.

        El cuadro era patético, doña Gertrudis estaba en el suelo completamente pálida. Ramírez sujetaba un abanico que le dio otra vecina recostada en el suelo tratando de auxiliarla. Cuatro vecinas que acudieron con una jarra con agua y un vaso a rebosar, por si hacía falta. Otras tres personas más, que aparecieron cuando nadie las llamaba, pero que casualmente pasaban por el rellano y escucharon el estruendo de la puerta; don Argimiro exhibiendo sus vergüenzas, atónito y sin emitir palabra, lo cual desconcertó a la vecina que tenía la jarra y acabó derramando su contenido encima de las tres personas que estaban delante sin perderse nada de lo que pasaba, debido a lo cual empezaron a emitir tal griterío que el subteniente se vio obligado a sacar un pañuelo que llevaba en el bolsillo y secarles la cara, suficiente excusa para que "distraídamente" resbalase las manos por el contorno de sus senos disimulándolo luego entre carraspeos, como si nada hubiera pasado. Ellas emocionadas por su "galantería" no le dieron importancia, al contrario, les había estimulado cierta necesidad física que tenían anestesiada desde hacía tiempo.

—¡Tápese que hay señoras delante! —exclamó el subteniente exaltado— lo que motivó que la mujer con el abanico en la mano le diera en los ojos a la que estaba de rodillas junto a doña Gertrudis, cayéndose encima de ella, circunstancia propicia para reanimarla.

—¡Qué bien armado anda usted, menudo instrumento! ¡Hágame suya, don Argimiro! —suplicó doña Gertrudis, fuera de si.
 
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

Medalla de BRONCE en este concurso