De vuelta al pasado
Comienza la Cuarta Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro, en su XXVI Edición, correspondiente al mes de abril del presente año, homenajeando a Sherley Jackson, autora de la famosa novela de terror La Maldición de Hill House.
Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.
REQUISITOS FORMALES:
- Solo un relato por autor y blog.
- El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de abril de 2021 (ambos inclusive).
- La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras.
- Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada que dé inicio a la convocatoria.
- Tema: una terrorífica historia de fantasmas.
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Muchas gracias compañeros y amigos lectores, como es mi costumbre os devolveré gustosa vuestros comentarios. A continuación os invito a leer mi terrorífica historia.
Un sino fatídico le apartó definitivamente del hogar familiar hasta un lugar remoto. Tuvieron que fallecer todos los miembros de la familia para que el encanto persuasivo de su mejor amiga de la infancia le animara a regresar.
La primera visita fue al cementerio para depositar un ramo
de flores sobre la lápida, aunque presintió que nunca se lo perdonaría.
Después de acomodarse en casa de Nelsa, cenaron en un restaurante. Allí, establecieron una animada charla sobre la rumorología del vecindario.
—Supongo que desconoces que hay un nuevo inquilino en tu antigua vivienda familiar.
—¿Te has tropezado con él?
—Varias veces, la última al salir de casa. Quizás se percató de mi presencia y me miró raro. A continuación, se transformó en un banco de niebla surgiendo del mar. Una visión perturbadora, como de alguien fuera del tiempo.
—¿Y luego?
—Se esfumó y me quedé titubeante. Todavía me pregunto si era joven o viejo, porque no llegué a darme cuenta de su cara, aunque tampoco importa, siempre calculamos la edad de forma relativa, o sin considerar el aquí y ahora del presente continuo.
—Hay personas que por su saludable aspecto disimulan el envejecimiento.
—Intuyo que él forma parte de la eternidad, por alguna extraña razón, quizás sea más evidente que en nosotros, aunque pertenezcamos también a ella, pero él se halla fuera de la ilusión temporal.
—Mi mente está condicionada por lo material y me cuesta asimilar semejante vivencia.
—Olvídalo, Rubén, quizás solo sea una estupidez mía.
—¿Y la casa? ¿Has observado algo inusual?
—Sí, permanece a oscuras cuando se escuchan las notas de un clarinete al que se une otro instrumento para marcar el ritmo; y al iluminarse las ventanas cesa la melodía.
Salieron del establecimiento, bajo las luces parpadeantes de las farolas, a la par que sus pasos culminaron en la fachada de la vivienda del hombre vaporoso. Él reparó en el brillo de unas manchas proyectándose sobre la acera que provenían de las ventanas. De pronto, Nelsa alargó la mano para sujetarle por el brazo.
—¡¿Oíste eso?! Suena un clarinete y ahora un bombo. Date cuenta, la casa permanece a oscuras...
—¡No, no he oído nada!
Justo después de hablar, comenzó a oír la música socavada por los motores de los coches. La melodía reavivó infantiles recuerdos, hasta que cesó por completo y volvió la iluminación. Aguardaron un instante en frente de la vivienda, pero todo continuó invariable. Él pensó que quizás adolecían de una ingente imaginación.
—Mejor nos vamos a casa —murmuró rozándome la cara con sus tersos labios y aturdido me abalancé para abrazarla.
A menudo, el anhelo de querer ver lo que el inconsciente desea, produce una falsa realidad y así Nelsa se instaló en una fantasía alimentada de su propio autoengaño, del cual hizo partícipe a Rubén, ya que la enigmática casa permanecía deshabitada y ninguno de los dos se había dado cuenta de ello.
No obstante, él decidió indagar más a fondo sobre los insólitos acontecimientos y su escurridizo inquilino.
Bajó a la calle en mitad de la noche, dirigiéndose hasta la vivienda.
Había recorrido unos metros cuando oyó unos golpecitos, aguzó el oído y escuchó el repiqueteo de un bastón contra el asfalto. Al voltearse no vio a nadie. Siguió andando y cuando estaba delante de la fachada se desplomó al sufrir un impacto en la nuca.
Al
recuperar la conciencia, estaba echado en la cama. Se llevó la mano a
la cabeza por el dolor y comprobó que tenía una hinchazón. Sobre la mesita de noche, inesperadamente, había un Geyperman.
Con la llegada del buen tiempo vio colgado del balcón un cartel de «se alquila», lo que le animó a realizar los trámites. Finalizadas las tareas de limpieza, que supusieron un tiempo extra para erradicar el olor mugriento y pegajoso que impregnaba el interior, procedió a la mudanza de los muebles y enseres que acababa de comprar para la ocasión.
La suerte le asistía, pues en cierto modo se notaba satisfecho al resultar vencedor de una desleal contienda, lo que le facilitó el protagonismo que se le había negado.
Repantingado en un amplio diván de terciopelo rojo situado frente a la chimenea de la biblioteca, repleta de leña abrasadora, presenció algo sobrecogedor cuando sin causa explícita el fuego se apagó y la oscuridad desplegó sus alas de cuervo como un lúgubre sudario, al mismo tiempo que un hedor putrefacto se adueñó del espacio. Los latidos del corazón estremecían su cabeza y una fuerte sacudida le lanzó al suelo.
Un escuadrón de criaturas infernales surgidas de la oscuridad hacia los rescoldos enfurecidos inició una danza macabra. No pudo reprimir un grito de espanto al observar al señor niebla emanando una luz amarilla y mortífera que ascendía hasta adoptar un colosal contorno humano: mitad bestia y mitad hombre, del que asomaba una mirada perversa, con la cabeza cornuda y rugosa que se enroscaba abominablemente a través de la chimenea. Entonces, tuvo unos segundos de lucidez para asistir a la fabulosa mutación del ser endemoniado, que no era otro que su hermano muerto, balbuceando palabras inteligibles a la vez que intentaba descuartizarle con su abyecta rabia.
Espantado, suplicó que le perdonara, dado que siempre fue el
blanco de sus maldades hasta que se hartó y cometió el fratricidio.
Cerró los ojos y sintió un terrible crujido en la espalda, los brazos se estrujaban contra el suelo tratando de desaparecer con su agónico suspiro.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados