Hay cosas que no tienen explicación
Estrella Amaranto
junio 08, 2020
27 Comments
Queridos amigos y seguidores:
Con mis mejores deseos de que sigáis despiertos ante tanta desinformación y vuestras vidas logren superar las difíciles circunstancias en las que estamos, como resultado de la pésima gestión política de la pandemia y la económica que está arruinando España, debido a que nuestros gobernantes están empeñados en hacernos partícipes de tan convulso destino y al que personalmente renuncio, puesto que no participo de sus corruptelas ni de sus puertas giratorias para imponernos una república bolivariana, donde nuestras libertades y valores humanos quieren destruir los que obedecen las órdenes del Nuevo Orden Mundial, algo que debemos evitar a toda costa. Por lo que aprovecho esta oportunidad para informaros de que ya se ha programado una manifestación en Madrid para el próximo 13 de junio a las 20:20 en La Plaza de Callao.
Seguidamente os invito a la lectura de esta misteriosa historia, que he escrito explorando esos territorios de lo menos conocido y asombroso o de lo que habitualmente no tiene ninguna explicación.
Muchas gracias nuevamente por tomaros la molestia de hacerme sugerencias para mejorar mi historia o sencillamente por acompañarme otra semana más. ¡Nos seguimos leyendo!
Durante el transcurso de la mañana cuando estaba un poco ida entre pensamientos, sonó varias veces el tono del móvil, al descolgar escuché la voz de una mujer que en un principio no me recordaba a ninguno de mis contactos, por lo que la pregunté de qué me conocía o si quizás se había equivocado de número.
Ella insistió en que ya nos habíamos relacionado, era la madre de Álvaro, mi colega de los tiempos de la universidad y amigo del novio de mi hermana. Enseguida caí en la cuenta de que era Mavi quien me hacía la llamada, hablaba muy deprisa como si los nervios la impidieran explicarse. Su lenguaje era todo un despropósito, por lo que no me hizo falta poner a prueba mi profesión de psicoterapeuta para deducir que sufría de un repentino ataque de ansiedad. Le prometí que me pasaría por su casa lo antes posible.
Cuando acudí a su domicilio, Mavi me dijo que se hallaba bastante preocupada a consecuencia del último episodio de sobredosis por parte de su hijo Álvaro, después de la fuerte depresión tras el fallecimiento de su esposa e hijos en un grave accidente aéreo ocurrido dos años atrás.
Me vino a la memoria la imagen de la boda de Álvaro y Julia, con los ojos brillantes y amplias sonrisas contagiosas tras el primer brindis, cuando ya habíamos pasado al salón. No me cabía duda del lacerante impacto que le produjo ver desmoronarse su futuro al lado de la única chica que le había fascinado en el primer cruce de miradas. ¡Infinidad de veces me lo contó!... Él era como el hermano que nunca tuve, el mejor amigo y al que siempre le confesaba mis secretos.
Cuando acudí a su domicilio, Mavi me dijo que se hallaba bastante preocupada a consecuencia del último episodio de sobredosis por parte de su hijo Álvaro, después de la fuerte depresión tras el fallecimiento de su esposa e hijos en un grave accidente aéreo ocurrido dos años atrás.
Me vino a la memoria la imagen de la boda de Álvaro y Julia, con los ojos brillantes y amplias sonrisas contagiosas tras el primer brindis, cuando ya habíamos pasado al salón. No me cabía duda del lacerante impacto que le produjo ver desmoronarse su futuro al lado de la única chica que le había fascinado en el primer cruce de miradas. ¡Infinidad de veces me lo contó!... Él era como el hermano que nunca tuve, el mejor amigo y al que siempre le confesaba mis secretos.
Tan pronto me enteré de lo del accidente corrí a consolarle, a pesar de tener la convicción de que no le sería nada sencillo evitar hundirse en el fango. A partir de ahí, se cargó un pesado baúl a la espalda que le impedía avanzar sin tropezarse a cada paso, aunque su cuerpo se volvía más delgado.
Enseguida le despidieron del trabajo, no obstante, su madre se empeñaba en hacerle volver con ella, pero jamás aceptó, dado que prefería sobrevivir en su propio domicilio coqueteando con la adicción a las drogas.
Mavi constreñida por las zarpas del miedo y arrastrada a través del contínuo torrente de la ansiedad que la corroía las entrañas, me pidió de rodillas, que intentase hacerle entrar en razón para que regresara con ella. Noté como me temblaban las piernas mientras la escuchaba y una bocanada de calor me subió hasta la cabeza, preguntándome «¿qué podía hacer a fin de convencerla de lo lejos que estaba de la realidad?». No obstante, le aseguré que lo iba a intentar.
Dejé pasar unos días hasta encontrarme más animada para afrontar aquella visita, que sin duda me había empezado a inquietar, por lo que no podía concentrarme en la rutina laboral, temiendo que aquel encuentro pudiera interferir en la quietud de mi vida.
Pulsé varias veces en el botón del videoportero sin obtener respuesta, mas al girarme sobre mis pasos escuché el sistema de apertura y empujé el portón para acceder al interior. Subí en el ascensor hasta el duodécimo piso y en el rellano de la escalera vi abierta la puerta del apartamento.
Al adentrarme en el pasillo, me llamó la atención que tuviera todas las ventanas despejadas y las persianas alzadas por completo, con lo que las habitaciones lucían radiantes. Me chocó que en el cuarto de los niños siguieran tirados los juguetes por el suelo, las puertas del armario entornadas y un cuento abierto sobre la cama...
Entonces escuché la voz de Álvaro que me estaba llamando desde el salón e iniciamos la charla.
—¡No has cambiado, Débora! Hacía tiempo que no nos veíamos ¿verdad? Lo entiendo... No me esperabas así, seguro que mi madre te alarmaría con sus pesadumbres, pero ya me ves, estoy perfectamente —me insinuó abordándome con un abrazo que me estremeció de frío sintiendo como me hundía en su cuerpo, que parecía romperse entre mis brazos. Observé que miraba de reojo hacia ambos lados de la estancia, aunque no contemplé nada raro.
—Tu madre me dijo que sufriste hace poco una sobredosis, pero te encuentro muy recuperado y me alegro mucho.
—Ya lo ves, estoy mejor que nunca y me agrada mucho que estés ahora aquí conmigo. ¿Cuánto hace que nos vimos por última vez? ¿quince años? Te encuentro algo cambiada, pero tu timidez sigue intacta —añadió a su discurso sin inmutarse.
—Me conoces, no puedo ser de otra manera. Tú, en cambio, eres un descarado. No sabes la alegría que me hace estar de nuevo juntos y viéndote tan feliz, me parece mentira que hayas tenido esa racaída o ¿no será que intentas ocultarme algo con la intención de evitar que tu madre se preocupe y desista en convencerte para que vuelvas a vivir con ella? —Mi pregunta no le gustó demasiado, por lo que traté de cambiar el tono de la charla, interesándome por las novedades en su vida.
—¿Te apetece tomar algo? —cortó de repente el hilo de la conversación.
—Un té con limón y miel —contesté sin titubear.
—¡Ven, sígueme hasta la cocina!
En el fregadero había tres tazas ovaladas con dibujos de personajes de Disney y restos de chocolate en sus bordes; sobre la mesa vi otras dos medio llenas, que a simple vista me pareció café, al lado de cada una se encontraba un plato no muy grande con sendas tostadas con mermelada cortadas al bies. No hallaba sentido a todo aquello, «la gente hace cosas muy raras para no sufrir y a él le ha dado por montarse su película», me dije a mí misma.
—¿Cómo sigue tu vida sentimental? ¿Continúas trabajando como psicoterapeuta? —me interpeló sirviéndome la taza de té.
—Ahora vivo con un colega de mi profesión y trabajamos juntos en un centro psicoterapéutico —respondí tomando pequeños sorbos.
—Seguro que no te habrás olvidado de aquella tarde cuando en lugar de asistir a la anodina conferencia del rector, nos fuimos al cine a ver Seven. Me convenciste para contemplar a tu ídolo Morgan Freeman y al guaperas de Brad Pitt. ¡Ja, ja, ja! —argumentó separando la barbilla y los labios ladeados esbozando su inconfundible sonrisa de pícaro, que me hizo retroceder años atrás.
—¿Y tú no tomas nada?
—¡No, discúlpame!
Regresamos al salón y me quedé con la vista fija observándole. Estaba relajado, como si todo aquello que me había contado su madre jamás hubiese ocurrido, por lo que me veía fuera de lugar, pero me dejé llevar por la paz que me transmitía su presencia.
Mavi constreñida por las zarpas del miedo y arrastrada a través del contínuo torrente de la ansiedad que la corroía las entrañas, me pidió de rodillas, que intentase hacerle entrar en razón para que regresara con ella. Noté como me temblaban las piernas mientras la escuchaba y una bocanada de calor me subió hasta la cabeza, preguntándome «¿qué podía hacer a fin de convencerla de lo lejos que estaba de la realidad?». No obstante, le aseguré que lo iba a intentar.
Dejé pasar unos días hasta encontrarme más animada para afrontar aquella visita, que sin duda me había empezado a inquietar, por lo que no podía concentrarme en la rutina laboral, temiendo que aquel encuentro pudiera interferir en la quietud de mi vida.
Pulsé varias veces en el botón del videoportero sin obtener respuesta, mas al girarme sobre mis pasos escuché el sistema de apertura y empujé el portón para acceder al interior. Subí en el ascensor hasta el duodécimo piso y en el rellano de la escalera vi abierta la puerta del apartamento.
Al adentrarme en el pasillo, me llamó la atención que tuviera todas las ventanas despejadas y las persianas alzadas por completo, con lo que las habitaciones lucían radiantes. Me chocó que en el cuarto de los niños siguieran tirados los juguetes por el suelo, las puertas del armario entornadas y un cuento abierto sobre la cama...
Entonces escuché la voz de Álvaro que me estaba llamando desde el salón e iniciamos la charla.
—¡No has cambiado, Débora! Hacía tiempo que no nos veíamos ¿verdad? Lo entiendo... No me esperabas así, seguro que mi madre te alarmaría con sus pesadumbres, pero ya me ves, estoy perfectamente —me insinuó abordándome con un abrazo que me estremeció de frío sintiendo como me hundía en su cuerpo, que parecía romperse entre mis brazos. Observé que miraba de reojo hacia ambos lados de la estancia, aunque no contemplé nada raro.
—Tu madre me dijo que sufriste hace poco una sobredosis, pero te encuentro muy recuperado y me alegro mucho.
—Ya lo ves, estoy mejor que nunca y me agrada mucho que estés ahora aquí conmigo. ¿Cuánto hace que nos vimos por última vez? ¿quince años? Te encuentro algo cambiada, pero tu timidez sigue intacta —añadió a su discurso sin inmutarse.
—Me conoces, no puedo ser de otra manera. Tú, en cambio, eres un descarado. No sabes la alegría que me hace estar de nuevo juntos y viéndote tan feliz, me parece mentira que hayas tenido esa racaída o ¿no será que intentas ocultarme algo con la intención de evitar que tu madre se preocupe y desista en convencerte para que vuelvas a vivir con ella? —Mi pregunta no le gustó demasiado, por lo que traté de cambiar el tono de la charla, interesándome por las novedades en su vida.
—¿Te apetece tomar algo? —cortó de repente el hilo de la conversación.
—Un té con limón y miel —contesté sin titubear.
—¡Ven, sígueme hasta la cocina!
En el fregadero había tres tazas ovaladas con dibujos de personajes de Disney y restos de chocolate en sus bordes; sobre la mesa vi otras dos medio llenas, que a simple vista me pareció café, al lado de cada una se encontraba un plato no muy grande con sendas tostadas con mermelada cortadas al bies. No hallaba sentido a todo aquello, «la gente hace cosas muy raras para no sufrir y a él le ha dado por montarse su película», me dije a mí misma.
—¿Cómo sigue tu vida sentimental? ¿Continúas trabajando como psicoterapeuta? —me interpeló sirviéndome la taza de té.
—Ahora vivo con un colega de mi profesión y trabajamos juntos en un centro psicoterapéutico —respondí tomando pequeños sorbos.
—Seguro que no te habrás olvidado de aquella tarde cuando en lugar de asistir a la anodina conferencia del rector, nos fuimos al cine a ver Seven. Me convenciste para contemplar a tu ídolo Morgan Freeman y al guaperas de Brad Pitt. ¡Ja, ja, ja! —argumentó separando la barbilla y los labios ladeados esbozando su inconfundible sonrisa de pícaro, que me hizo retroceder años atrás.
—¿Y tú no tomas nada?
—¡No, discúlpame!
Regresamos al salón y me quedé con la vista fija observándole. Estaba relajado, como si todo aquello que me había contado su madre jamás hubiese ocurrido, por lo que me veía fuera de lugar, pero me dejé llevar por la paz que me transmitía su presencia.
Alargamos el tiempo enfrascados en una conversación interminable desde lo más transcendental hasta lo más trivial. A pesar de mi insistente empeño en mencionarle a Julia y a los peques, me fue imposible satisfacer mi curiosidad, puesto que él con gran habilidad me conducía a otra cuestión, eludiendo contestarme, por lo que no me atreví a resultarle impertinente.
Consulté el móvil y me incorporé para despedirme, pero algo me decía que no era normal lo que estaba ocurriendo, aunque no terminada de comprender el motivo.
Vislumbré una pelota que tropezó con mis pies. Luego, a mi espalda creí escuchar un murmullo que se diluía, como risitas infantiles, que hasta ese instante no había dado crédito, pero que tras el desplazamiento espontáneo de la bola de cuero sintético comencé a atar cabos sin hallar explicación.
Álvaro parecía estar dentro de mi mente, por lo que me aclaró que al permanecer abierta la ventana cualquier entrada de aire era la causante del movimiento del esférico.
—Tranquilo, no pasa nada. Debo irme, ha sido una gozada esta reunión, ojalá no dejemos pasar tanto tiempo para la próxima vez. ¿Qué te parece si comemos juntos este fin de semana? mi pareja tiene previsto un viaje y estaré sola —concluí con la ilusión de un nuevo encuentro.
—Este finde no podrá ser, mejor te llamo yo y quedamos otro día. ¡Te he echado mucho de menos! ¡Ha sido un placer! —acentuó su tono de voz, acompañado de un eco ensombrecido por una mirada vidriosa.
—De acuerdo, ¡cuídate y llámame cuando me necesites!
—¡Y tú igual! —me fijé en sus ojos de caramelo de menta completamente enturbiados, al mismo tiempo que notaba mi alma fragmentarse en diminutos cristales impidiéndome respirar.
—No te preocupes. Todo está en orden y dentro de muy poco estaré mucho mejor. Por fin, he superado mi prueba y ya no tengo nada pendiente.
Por la noche llamé a Mavi para ponerla al corriente de mi reunión con Álvaro. Procuré transmitirle mi extrañeza, pues no coincidía mi experiencia con la que ella me había trasladado cuando hablamos por teléfono. La tranquilicé en cuanto a su estado anímico, aunque por otra parte le hablé también de los extraños pormenores que percibí en la casa. Finalicé aconsejándola que fuera a visitarle al día siguiente.
No me sentía capaz de dar ningún crédito a la nueva llamada de Mavi pretendiendo informarme de que había encontrado el cuerpo de su hijo tirado en el sofá y el forense le acaba de comunicar que llevaba varios días fallecido.
Permanecí escéptica varios minutos, aunque trataba de mantener la atención al otro lado de la línea. Me pedía que fuera a hablar con el agente de policía para explicarle los detalles del encuentro con Álvaro, de modo que fui hasta allí.
Al concluir mi testimonio y dado que era psicoterapeuta, confesé que me había sorprendido su inmejorable estado de ánimo; también relaté los extraños detalles que rodearon mi visita con la intervención de aquellos objetos que me resultaron sospechosos: las tazas infantiles en el fregadero o el desorden en el dormitorio de los niños. ¡Ah y la pelota que surgió de la nada para ir a parar a los pies!
—¿Está segura de su declaración? señora Canales Gumar. ¡El dormitorio infantil no sufre ningún desbarajuste! Tampoco hemos encontrado ninguna pelota. Me parece que se encuentra en estado de shock emocional y sufre algún tipo de alucinación. Será mejor que se vaya a su casa y descanse.
Al abrir la puerta de casa, noté un ruído en mi dormitorio. Alarmada quise llamar a la policía, pero algo en mi interior me tranquilizó e hizo que avanzase hacia mi habitación.
Consulté el móvil y me incorporé para despedirme, pero algo me decía que no era normal lo que estaba ocurriendo, aunque no terminada de comprender el motivo.
Vislumbré una pelota que tropezó con mis pies. Luego, a mi espalda creí escuchar un murmullo que se diluía, como risitas infantiles, que hasta ese instante no había dado crédito, pero que tras el desplazamiento espontáneo de la bola de cuero sintético comencé a atar cabos sin hallar explicación.
Álvaro parecía estar dentro de mi mente, por lo que me aclaró que al permanecer abierta la ventana cualquier entrada de aire era la causante del movimiento del esférico.
—Tranquilo, no pasa nada. Debo irme, ha sido una gozada esta reunión, ojalá no dejemos pasar tanto tiempo para la próxima vez. ¿Qué te parece si comemos juntos este fin de semana? mi pareja tiene previsto un viaje y estaré sola —concluí con la ilusión de un nuevo encuentro.
—Este finde no podrá ser, mejor te llamo yo y quedamos otro día. ¡Te he echado mucho de menos! ¡Ha sido un placer! —acentuó su tono de voz, acompañado de un eco ensombrecido por una mirada vidriosa.
—De acuerdo, ¡cuídate y llámame cuando me necesites!
—¡Y tú igual! —me fijé en sus ojos de caramelo de menta completamente enturbiados, al mismo tiempo que notaba mi alma fragmentarse en diminutos cristales impidiéndome respirar.
—No te preocupes. Todo está en orden y dentro de muy poco estaré mucho mejor. Por fin, he superado mi prueba y ya no tengo nada pendiente.
Por la noche llamé a Mavi para ponerla al corriente de mi reunión con Álvaro. Procuré transmitirle mi extrañeza, pues no coincidía mi experiencia con la que ella me había trasladado cuando hablamos por teléfono. La tranquilicé en cuanto a su estado anímico, aunque por otra parte le hablé también de los extraños pormenores que percibí en la casa. Finalicé aconsejándola que fuera a visitarle al día siguiente.
No me sentía capaz de dar ningún crédito a la nueva llamada de Mavi pretendiendo informarme de que había encontrado el cuerpo de su hijo tirado en el sofá y el forense le acaba de comunicar que llevaba varios días fallecido.
Permanecí escéptica varios minutos, aunque trataba de mantener la atención al otro lado de la línea. Me pedía que fuera a hablar con el agente de policía para explicarle los detalles del encuentro con Álvaro, de modo que fui hasta allí.
Al concluir mi testimonio y dado que era psicoterapeuta, confesé que me había sorprendido su inmejorable estado de ánimo; también relaté los extraños detalles que rodearon mi visita con la intervención de aquellos objetos que me resultaron sospechosos: las tazas infantiles en el fregadero o el desorden en el dormitorio de los niños. ¡Ah y la pelota que surgió de la nada para ir a parar a los pies!
—¿Está segura de su declaración? señora Canales Gumar. ¡El dormitorio infantil no sufre ningún desbarajuste! Tampoco hemos encontrado ninguna pelota. Me parece que se encuentra en estado de shock emocional y sufre algún tipo de alucinación. Será mejor que se vaya a su casa y descanse.
Al abrir la puerta de casa, noté un ruído en mi dormitorio. Alarmada quise llamar a la policía, pero algo en mi interior me tranquilizó e hizo que avanzase hacia mi habitación.
Miré a todos lados sin advertir nada extraño, hasta que sin explicación alguna advertí como la misteriosa pelota volvía a tropezar con mis pies.