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febrero 05, 2020

El joven elefante y el escorpión

febrero 05, 2020 35 Comments
Fotomontaje de Estrella Amaranto
¡Hola a todos!
Espero que este loco mes de febrero con una incipiente aparición de la primavera, en pleno invierno, os haya ayudado a mejorar el ánimo y la inspiración. Y sin novedades dignas de mención, voy a compartiros mi relato para la nueva convocatoria del Reto de Escritura Creativa #4: Febrero 2020 - Elefantes, con una extensión máxima de 750 palabras y en esta ocasión las palabras obligatorias: foto, elefante y aguijón. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, hay que incluir dentro de la escena que alguno de los personajes pierda la memoria.
Mi opción se ha declinado por incluir ese reto opcional dentro de la escena.
Y sin más preámbulos, os invito a su lectura y opinión al respecto.
Muchas gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Tirma Tiatula (Isabel Caballero), Jorge García Labajos, Carla Daniela, Pepe Espí Alcaraz, IreneR, Vespasiano y en general a todos y cada uno de quienes me han comentado y corregido.

Naturalmente al término de esta entrada nombro a los compañeros/as que amablemente habéis dejado constancia con vuestra huella y os quedo agradecida por ello.

      El brillo del sol reverberó en sus voluminosas orejas grises y en su trompa enroscándose a la rama de un árbol para apropiarse de la fruta. El resplandor, apenas, le permitía abrir sus ojos, mientras marchaba hasta un pequeño arroyo.
     Zarandeando sus voluminosas patas sobre la hierba esponjosa y húmeda, notaba las caricias de las florecillas silvestres estrujadas bajo sus pezuñas. Cuando se acercó al borde del reguero, advirtió la afilada punta de las piedras en su piel gruesa y rugosa. Dobló las patas traseras y sujetándose con las delanteras permaneció acuclillado, observando su claro reflejo en el agua. Luego, hundió su trompa para absorber el líquido y alzándola expulsó un intenso chorro que se deslizó desde la cabeza hacia las ancas, como si de una potente ducha se tratase.
     Intentó respirar hondo para sentir el penetrante olor de la tierra húmeda, pero una espesa humareda enrarecía el ambiente.
     —¿Quién habrá encendido el fuego? —pensó—; eso debería quitarme el hambre, pero todavía sigo teniendo apetito.
     Estirando las patas traseras recuperó la marcha. Cruzó al otro lado del arroyo sujetándose en las piedras que descollaban de sus aguas. El crujido de las ramas secas al troncharse le alarmó y se colocó en una postura defensiva, acurrucándose contra la hierba. Entre el ramaje apareció un escorpión armado con dos fuertes pinzas y una larga cola enroscada.
     —¡Qué iluso eres, joven elefante! ¿No sabes que puedo matarte si te clavo ahora mi aguijón?
     —¿Por qué quieres matarme, si no te he amenazado con aplastarte con mis patas?
     —Te mataré si no me ayudas a encontrar mi cueva. Llevo días dando vueltas.
     —No me asustas. Proseguiré mi camino en solitario.
     —Está bien, sigue tu camino, pero luego sálvate tú solo de los cazadores.
     —Siendo tan pequeño, ¿cómo puedes librarme de los cazadores?
     —Clavándoles mi aguijón cuando están distraídos.
     —Bueno, en ese caso, acompáñame hasta el claro del bosque y trataré de encontrar tu caverna.
     A medida que el sol descabalgaba de la montaña, el escorpión rasgaba el suelo con sus ocho patas desconfiando del entorno. También, el joven elefante bamboleaba sus ancas a uno y otro lado con desconcierto.
    Las fuerzas empezaron a fallarles. Estaban hambrientos y la noche los cubría con su penumbra.
   —Descansemos un rato bajo el fresco cobijo de los árboles para encontrar alimento. Estiraré mi trompa para comerme las hojas de las ramas más flexibles.Y tú, escóndete debajo de la piedra repleta de hormigas, así podrás darte un festín.
    —Ven p'acá atontao, que te voy a aviar de un escopetazo —exclamó un rudo cazador, apuntándole con la barbilla hacia delante en forma desafiante y la linterna enfocándole a los ojos.
   —¡¿No me has oído, puto gilipollas?! —insistía el energúmeno, disparando al aire. —Entonces el escorpión, que le había escuchado, le clavó su aguijón en una pierna hasta obligarle a huir del pánico.
    —¡Gracias compañero, me has salvado la vida! Ahora, acabemos de llenar el estómago y a descansar—finalizó el joven elefante.

Al otro día, reanudaron la marcha en busca de la familia del joven trotamundos. En cuanto aparecieron en el claro del bosque, una manada de elefantes les recibió barritando y levantando sus trompas, mientras el más joven se arrimaba a la matriarca para recibir sus carantoñas.
El escorpión los miró algo asustado, pensando que su aventura terminaba allí, de modo que giró sus patas y empezó a moverse.
     —No te vayas, mi familia debe saber que me salvaste la vida —le advirtió, exhalando un sonoro barrito, que imitaron los demás. —Luego prosiguió explicándoles la hazaña.
     —Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano, y como tal, así te trataremos —sentenció la matriarca.
     —Lo siento, pero quiero volver mi cueva. Su hijo me prometió encontrarla. Soy un anciano y algo no va bien en mi cabeza —se lamentó el escorpión.
     —En ese caso, te ayudaremos. Dinos qué árboles hay cerca, cuáles especies habitan por allí, los sonidos que escuchas...
     —Solo recuerdo que hay una catarata rodeada de cafetales. Escucho los cantos de los colibríes y las aves del paraíso cuando amanece. Mis vecinas son un ejército de hormigas, una colonia de mariposas y una extensión de telares, repleta de arañas.
    —¡Sí, ya sé dónde está! —exclamó emocionado uno de los elefantes. Mañana te conduciré hasta allí.
     —Yo quiero acompañarle —dijo el pequeño elefante.

     Pasado un tiempo, un famoso biólogo publicó en Internet un artículo con una foto de un tierno elefante que se fue a vivir cerca de una cueva donde habitaba un anciano escorpión.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

enero 21, 2020

El desafío en la granja

enero 21, 2020 56 Comments
Queridos lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (ENERO 2020): REBELIÓN EN LA GRANJA de George Orwell.

Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
  • Escribir una fábula o que los personajes sean animales, con su moraleja o con una crítica social de fondo.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Rebelión en la granja o al autor, George Orwell.
  • Un relato en el que la acción transcurra en una granja.
 Extensión: Máximo 900 palabras. El que que os comparto, cumple con los tres requisitos y su extensión es de 899 palabras. 

Como decía el gran poeta Antonio Machado: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar..." y así dejando huella me limito a concursar, no para ganar sino simplemente para participar.
Os dejo con su lectura, que deseo os haga pasar un buen rato y ya me contaréis cuales son vuestras impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.

La avaricia es un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje, repleto de miles de matices...
Cuando el sol declinaba, predominando el rojo anaranjado, mientras una mágica luz recorría el suave contorno de las nubes, haciendo ostensible la belleza de la bóveda celeste, era el instante en que el dueño de la granja, ubicada en plena campiña, procedía a revisar sus instalaciones.
Se trataba de un rechoncho y palurdo campesino de ojos saltones, que acompañado de sus hijos, altos y desgarbados, procuraba controlar que todas las ventanillas de ventilación, así como las puertas de los distintos cubículos de la hacienda quedasen herméticamente cerradas. Aunque, acabó fracasando, ya que ellos se ocupaban de abrirlas después que él las cerrase. Últimamente, vulneraban su férrea disciplina, pues pensaban que no era justo el cautiverio al que sometía al conjunto de las bestias.
Luego, ayudados por la luz de una lámpara de gas, se alejaban hasta la puerta de su vivienda, separada del resto de los cuchitriles del recinto, para disfrutar de un sueño reparador.

El aire se mantenía furioso y glacial, especialmente de noche, cuando la nevisca cubría suelo y tejados, con palmo y medio de espesor. La luna llena brillaba encima de la montaña. Una luna helada y furibunda reverberando sobre la nieve sorda y apática que acolchaba los caminos que bordeaban decenas de pinares y abetos.

Un ruidoso crujido en mitad de la noche despertó de súbito a los animales, que sin dejar de asomar sus hocicos, picos, fauces y morros por las ventanas y dinteles de las puertas de madera, permanecieron expectantes, sin evitar mirar a todos lados, tratando de encontrar al ladrón o al temido lobo, con el que en más de una ocasión tuvieron que enfrentarse. Sin embargo, esta vez, era un samoyedo, al menos eso fue lo que dijeron los perros de la granja, quienes se fijaron en su típica cola en forma de gancho.

—¡Hermanos, vengo en son de paz, no os alarméis! —exclamó resoplando y sacudiendo la cabeza mientras el temor se filtraba lentamente a través de sus ojos vidriosos.
—Oink... oink, oink, oink, —dijo el cerdo gordinflón llamando al resto de los animales para que acudieran a la pocilga.
—Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii... Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... —respondieron el resto de las bestias, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india.
—¡Escuchadme con atención, porque os traigo una noticia muy importante! —profirió el extraño visitante, sosteniendo la mirada de todos los presentes.
—¿Qué noticia?... ¿De qué se trata?... —preguntaron al unísono sin poder pestañear y rascándose el lomo o la cabeza.
—Como algunos habéis adivinado, soy el perro guardián de la granja que dista una legua de aquí. Ayer un hombre adinerado le entregó a mi amo un fajo de billetes para comprársela. Le escuché decir que vendría pronto por esta hacienda a fin de hablar con vuestro granjero.
—¿Por qué quiere adueñarse de las granjas? —articuló abriendo el hocico el caballo, con las cejas levantadas.
—Según escuché decirle a mi amo, quiere demoler las granjas y edificar un parque de atracciones y espectáculos para niños, familias y adultos. Le explicó que ya tenía los planos del terreno y que sería el más grande del país.
—Entonces ¿qué harán con nosotros? —interpeló uno de los patos.
—¡Eso es lo que os quería decir! Os llevarán en el camión directos al matadero para sacrificaros y que el amo obtenga pingües beneficios.

Se produjo tal tumulto a partir de aquella amenaza, que fue imposible poner orden a la reunión. Todos los convocados se retorcían de espanto emitiendo alaridos y gruñidos interminables, por lo que le pidieron al forastero que les ayudase a difundir la noticia por otras granjas vecinas, que muy probablemente estarían amenazadas por la codicia del rico empresario. Debían vengarse de semejante infortunio.

—Amigo samoyedo, debemos defendernos y nada mejor que provocar incendios en nuestras granjas para que no resulten rentables a los ojos de semejante rufián y se olvide de sus execrables negocios.
—Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii... Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... —prorrumpieron el resto de los animales, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india de regreso a sus habitáculos.

Al amanecer, subida a una loma, la numerosa colonia animal divisó unas espesas humaredas cubriendo el cielo de una lluvia de cenizas que se extendió por todo el valle, llegando incluso hasta la ciudad, lo cual sobresaltó a los habitantes, que solicitaron ayuda a las autoridades.
Frente a aquella insólita contingencia, el pícaro especulador inmobiliario paralizó las negociaciones con los granjeros, atribuyéndoles un despreciable complot con objeto de hundir sus planes y llevarle a la bancarrota. Atónitos no daban crédito a lo que estaba sucediendo, por lo que insistieron que no eran los más indicados para cometer semejante despropósito, teniendo en cuenta su ambición por hacerse ricos con la venta de sus granjas.
Entonces el gran estafador les miró tan fijamente que parecía tener dos puntiagudas dagas en lugar de pupilas, pronunciando con rotundidad una terrible sentencia: «Serán detenidos y acusados de pirómanos. Se les expropiarán sus propiedades, de las que pronto seré su propietario. La avaricia es un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje...»


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados