El juego de la seducción
Estrella Amaranto
febrero 19, 2020
64 Comments
Queridos
lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato
con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (FEBRERO 2020): LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ de Margaret Mitchell
Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
- Escribir una historia de amor, dejo al gusto del autor el nivel de romanticismo.
- Un relato en el que se mencione con sentido la novela Lo que el viento se llevó o a la autora, Margaret Mitchell.
- Un relato en el que la acción transcurra en un contexto de guerra, desde el punto de vista de un personaje femenino.
- Extensión: Máximo 900 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
Muchas gracias a todos.
No podía hacerse a la idea de lo que sus ojos estaban viendo. Una casa completamente reformada y decorada con mucho estilo.
—¿Todo esto es tuyo o se trata de un alquiler? —interrogó aturdida por el lujo y ostentación que mostraban las habitaciones.
—Vivo de alquiler y el dueño es un buen amigo de la infancia —le confirmó Thomas subyugado por su amplia y delicada sonrisa.
Observándola durante unos instantes, se esforzó por sosegar sus nervios. No obstante, Emerald alzó la vista e inesperadamente ambos se encontraron en el mismo punto. Luego, él se dejó llevar y al mirarla de nuevo, sus ojos recorrieron cada minúscula parte de tan singular belleza que lo mantenía obnubilado.
—¿Todo esto es tuyo o se trata de un alquiler? —interrogó aturdida por el lujo y ostentación que mostraban las habitaciones.
—Vivo de alquiler y el dueño es un buen amigo de la infancia —le confirmó Thomas subyugado por su amplia y delicada sonrisa.
Observándola durante unos instantes, se esforzó por sosegar sus nervios. No obstante, Emerald alzó la vista e inesperadamente ambos se encontraron en el mismo punto. Luego, él se dejó llevar y al mirarla de nuevo, sus ojos recorrieron cada minúscula parte de tan singular belleza que lo mantenía obnubilado.
Cierto que debió liberarse del molesto pensamiento que lo acusaba de infidelidad, al continuar manteniendo aquella relación a escondidas de su esposa, a quien solía engañarla con excusas de viajes de negocios, cuando en realidad lo único que le importaba era urdir un buen plan que le dejara libre de sospechas.
—Mi gatita, voy a llevarte hasta nuestro dormitorio, supongo que querrás cambiarte de ropa. Solo tienes que buscar en los cajones de la cómoda. ¡Sígueme por este corredor!
—¿Es tu madre? —interrogó la joven, levantando la mano y señalando con el índice el retrato que vio dentro de una vitrina.
Sin prestarle demasiada atención al estar convencido de a quién estaba haciendo referencia con la imagen de la fotografía, dudó qué responderla, por lo que optó por replicarla cambiando de tema.
—Llevas un vestido muy elegante, combina perfectamente con tu tez sonrosada y el tono castaño de tu pelo.
—¿Cómo se llamaba?
—Margaret Mitchell
—¿Inglesa?
—No, nació en la ciudad sureña de Atlanta, en Estados Unidos.
—Su cara, me suena de algo... ¿Es famosa?
—Sí, mucho.
—Disculpa mi curiosidad, pero me gustaría saber a qué se dedicaba.
—Era periodista y luego se hizo muy famosa.
—Sin duda, una mujer muy interesante, ¿verdad?
—Por supuesto. Fue quien compró esta casa hasta que sus herederos decidieron venderla y por casualidades de la vida, Robert me la ha alquilado en tanto que decida si quiere o no hacer uso de ella.
—¿Y qué fue de Margaret?
—Trabajó para The Atlanta Journal y The Sunday Magazine. Se casó en varias ocasiones y no tuvo hijos. Desgraciadamente, murió atropellada por el exceso de velocidad de un taxista, cinco días después del accidente.
—Morir así debe ser terrible ¿verdad?
—Y además con cuarenta y nueve años... ¡No llegó ni a la mitad de la vida!
—¡Qué lástima! ¡Me hubiera encantado conocerla! Supongo que su vida debió ser apasionante.
Thomas se mantuvo en silencio, con la vista perdida al fondo del pasillo. Entre tanto, ella le observaba con descaro preguntándose quien estaba realmente detrás de aquella nariz respingona, casi femenina, el cabello peinado con flequillo, la amplia frente y los ojos de mirada melancólica. Él, esbozó una sonrisa mientras la contemplaba sin perder un ápice de sus movimientos.
Continuaron hasta llegar al umbral del dormitorio. Le indicó que podía cambiarse de ropa, mientras iba a buscar unas copas de champán. Sabía que ella no tenía a nadie a quien acudir si le ocurriese aquella noche alguna desgracia. Su familia la había echado de casa y sus compañeras del burdel tampoco podían auxiliarla.
Al regresar con la botella y las copas, se quedó fulminado con una punzada en el estómago y una avidez por desnudarla. Llevaba puesto un negligé negro satén muy ajustado y transparente, lo que dejaba casi al descubierto sus prominentes pechos, así como los globos gemelos de sus nalgas.
Dejando ambos recipientes y el Chardonnay sobre la mesita de noche, se despojó de la ropa que llevaba puesta y dejándose emborrachar por la agitación que le provocaba su exuberante belleza adelantó los brazos para colgárselos del cuello y atraerla contra su pecho. La besó entreabriendo sus labios suaves y húmedos, cediendo al vértigo del deseo y sintiendo la asfixia que la presión y velocidad de otra lengua diligente, poco a poco, le vaciaba las entrañas hasta estremecerse de gozo.
Las medusas de sus lenguas se devoraban en infinitas bocas hambrientas como cuevas subterráneas de perfidia y carne húmeda tan acogedora resbalando entre desfiladeros de marfil y piel volcánica.
Colocándose a los pies de la cama, le abrió las piernas y con sus manos le alzó las caderas para luego dedicarse a libar con suavidad su sexo hasta verla retorcerse de placer. Más tarde se desplazó a su vientre dándole besos húmedos. Por último, se incorporó dejándose caer encima de ella decidido a penetrarla en una sucesión de miradas, susurros, gemidos, cuerpos entrelazados y sicalípticos besos.
Al día siguiente, se personó Robert, el supuesto propietario de la vivienda. Thomas se encargó de presentarlos y después los dejó a solas en el salón, mientras él se dedicaba a realizar unas gestiones en su despacho.
—Emerald ¡qué nombre tan fascinante!
—Si, en la antigüedad se decía que era una gema sagrada relacionada con la victoria y el poder.
—¿Formas parte de un sueño o eres real?
—ja, ja, ja... ¡Qué cosas dices!
—Me encantaría invitarte al cine esta noche.
—No hay problema, Thomas no es celoso.
Sentados delante de una gran pantalla, Robert y Emerald contemplaron juntos la película Gone with the Wind, cuyo guion era una adaptación de la novela homónima con la que la madre adoptiva de Thomas obtuvo el premio Pulitzer.
—Mi gatita, voy a llevarte hasta nuestro dormitorio, supongo que querrás cambiarte de ropa. Solo tienes que buscar en los cajones de la cómoda. ¡Sígueme por este corredor!
—¿Es tu madre? —interrogó la joven, levantando la mano y señalando con el índice el retrato que vio dentro de una vitrina.
Sin prestarle demasiada atención al estar convencido de a quién estaba haciendo referencia con la imagen de la fotografía, dudó qué responderla, por lo que optó por replicarla cambiando de tema.
—Llevas un vestido muy elegante, combina perfectamente con tu tez sonrosada y el tono castaño de tu pelo.
—¿Cómo se llamaba?
—Margaret Mitchell
—¿Inglesa?
—No, nació en la ciudad sureña de Atlanta, en Estados Unidos.
—Su cara, me suena de algo... ¿Es famosa?
—Sí, mucho.
—Disculpa mi curiosidad, pero me gustaría saber a qué se dedicaba.
—Era periodista y luego se hizo muy famosa.
—Sin duda, una mujer muy interesante, ¿verdad?
—Por supuesto. Fue quien compró esta casa hasta que sus herederos decidieron venderla y por casualidades de la vida, Robert me la ha alquilado en tanto que decida si quiere o no hacer uso de ella.
—¿Y qué fue de Margaret?
—Trabajó para The Atlanta Journal y The Sunday Magazine. Se casó en varias ocasiones y no tuvo hijos. Desgraciadamente, murió atropellada por el exceso de velocidad de un taxista, cinco días después del accidente.
—Morir así debe ser terrible ¿verdad?
—Y además con cuarenta y nueve años... ¡No llegó ni a la mitad de la vida!
—¡Qué lástima! ¡Me hubiera encantado conocerla! Supongo que su vida debió ser apasionante.
Thomas se mantuvo en silencio, con la vista perdida al fondo del pasillo. Entre tanto, ella le observaba con descaro preguntándose quien estaba realmente detrás de aquella nariz respingona, casi femenina, el cabello peinado con flequillo, la amplia frente y los ojos de mirada melancólica. Él, esbozó una sonrisa mientras la contemplaba sin perder un ápice de sus movimientos.
Continuaron hasta llegar al umbral del dormitorio. Le indicó que podía cambiarse de ropa, mientras iba a buscar unas copas de champán. Sabía que ella no tenía a nadie a quien acudir si le ocurriese aquella noche alguna desgracia. Su familia la había echado de casa y sus compañeras del burdel tampoco podían auxiliarla.
Al regresar con la botella y las copas, se quedó fulminado con una punzada en el estómago y una avidez por desnudarla. Llevaba puesto un negligé negro satén muy ajustado y transparente, lo que dejaba casi al descubierto sus prominentes pechos, así como los globos gemelos de sus nalgas.
Dejando ambos recipientes y el Chardonnay sobre la mesita de noche, se despojó de la ropa que llevaba puesta y dejándose emborrachar por la agitación que le provocaba su exuberante belleza adelantó los brazos para colgárselos del cuello y atraerla contra su pecho. La besó entreabriendo sus labios suaves y húmedos, cediendo al vértigo del deseo y sintiendo la asfixia que la presión y velocidad de otra lengua diligente, poco a poco, le vaciaba las entrañas hasta estremecerse de gozo.
Las medusas de sus lenguas se devoraban en infinitas bocas hambrientas como cuevas subterráneas de perfidia y carne húmeda tan acogedora resbalando entre desfiladeros de marfil y piel volcánica.
Colocándose a los pies de la cama, le abrió las piernas y con sus manos le alzó las caderas para luego dedicarse a libar con suavidad su sexo hasta verla retorcerse de placer. Más tarde se desplazó a su vientre dándole besos húmedos. Por último, se incorporó dejándose caer encima de ella decidido a penetrarla en una sucesión de miradas, susurros, gemidos, cuerpos entrelazados y sicalípticos besos.
Al día siguiente, se personó Robert, el supuesto propietario de la vivienda. Thomas se encargó de presentarlos y después los dejó a solas en el salón, mientras él se dedicaba a realizar unas gestiones en su despacho.
—Emerald ¡qué nombre tan fascinante!
—Si, en la antigüedad se decía que era una gema sagrada relacionada con la victoria y el poder.
—¿Formas parte de un sueño o eres real?
—ja, ja, ja... ¡Qué cosas dices!
—Me encantaría invitarte al cine esta noche.
—No hay problema, Thomas no es celoso.
Sentados delante de una gran pantalla, Robert y Emerald contemplaron juntos la película Gone with the Wind, cuyo guion era una adaptación de la novela homónima con la que la madre adoptiva de Thomas obtuvo el premio Pulitzer.