marzo 24, 2021

Cuchufletas y otras vainas

marzo 24, 2021 27 Comments

 


Queridos amigos y compañeros:

En esta oportunidad comparto con vosotros mi relato en la web de Café Literautas  presentado dentro del Reto de Escritura Creativa #14, 2021 - Febrero «Fabulosa F», siendo obligatorio incluir las palabras: fiero/funesto/facundo (en singular o plural, y el género que mejor se adapte al relato), siendo de una extensión máxima de 750 palabras. También participo dentro del reto opcional que en esta oportunidad nos pedía elaborar un relato que pueda calificar como Literatura de Humor/Comedia. Personalmente lo he transformado en un relato de humor surrealista y disparatado. Deseo que os haga olvidar por un momento la complicada situación que atravesamos a nivel mundial y os haga pasar un rato muy divertido.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.

 

 

       Me llamo Filemón Tijerero, «no me toques el pandero», bueno esto último olvídalo y pelillos a la mar... Mi fenotipo se caracteriza por el color negro: ojos negros, barbinegro y moreno de verde valle; patizambo de nacimiento y larguirucho como un cucurucho.
       Soy un afamado y fecundo diseñador de prendas de lencería fina venusina y corsetería de alta costura, aunque la diferencia es casi inexistente, ya que su función es la misma, aun así su finalidad cambia una de la otra. Por ejemplo, la lencería fina se destina a bailarinas cisne y señoras lechuguinas de buen ver; delicadas golondrinas femeninas que insinúan travesuras de colchón en colchón. En cambio, la corsetería se inclina por la zona de confort, sin grandes estridencias, pero siempre cómoda y fácil de confeccionar, utilizando materiales básicos que escondan los repelentes «molletes» o las inoportunas estrías postparto.

       Mi padre fue un famoso corsetero con facundia, que se encargó de endosarme el oficio y heredar el fornicio, algo que me provoca sueños impúdicos, porque no puedo evitar imaginarme rodeado de ninfas voraces y salvajes restregándose por mis caderas arriba y abajo; propiciando escenas de alto voltaje arrabalero que terminaban dejándome como una piltrafa al tirar del nudo de sábanas por la mañana, emulando a Tarzán deslizándose al suelo y con síndrome diarreico por el mero hecho de iniciarse la jornada laboral.

      Mis empleados siempre cuchichean mientras les doy la espalda, aunque procuro poner cara de póker superestar y evaporarme de su vista como una liebre corriendo hacia la zanahoria de marihuana oculta en el doble fondo de un cajón de mi escritorio, junto a los ligueros que les suelo robar a mis modelos favoritas, cuando las pillo en un requiebro.

      En cambio, en las pasarelas de moda, todo es glamour con perfume de Condesa de Pompadour. Suelo gozar como un poseso travieso acompañado de tanto «bellezón», flanqueado de nubes de fotógrafos empecinados en disparar a tiempo la mejor instantánea. Después, espero impaciente el momento cumbre, surgiendo por un estrecho corredor hasta el centro del salón de moda, donde un cañón de luz persigue los movimientos que describo para despedir la colección con dos «femmes fatales» de cada brazo, atrapado en sus fieras redes, tirándome los tejos con sus miradas siamesas de tigresas y aguardando el instante de morderme los labios, algo que me inquieta con desazón y me vuelve remolón.

        Mi vida no se relega a «fiestongos» y alegrías, no obstante, reconozco que hay de todo como en botica, aunque apenas soy consciente de lo que acontece, porque con tanta jarana y francachela lúbrica de jovencitas famélicas y poca chicha donde agarrarme, termino flipando a base de cogorzas y cantando «El Chiringuito» de Georgie Dann, hasta que me llevan en volandas a dormir la mona y evocar monadas despelotadas.

       Aunque elegir los tonos es lo que peor llevo, ya que suele dejarme medio ciego. Que si blanco sucio, blanco hueso, blanco antiguo, blanco crema; blanco roto, blanco tiza, blanco frío y blanco seda para acabar con el repertorio de matices y hacerme chiribitas los ojos. Con los beiges me dan las doce y la una de tantas variantes, y los negros, otro dolor de cabeza, porque lo que es el negro a secas no convence, hay que ofrecer rompedoras novedades y seducir con la gama completa a las compulsivas compradoras.

       De cualquier modo y siendo sincero, he de decir, que lo más funesto es llegar un día y advertir como las juguetonas «fierecillas» se han transformado en evanescentes sombras de su sombra, esqueléticas siluetas dispuestas a encararse conmigo, exigiéndome un contrato indefinido. Años de profesión tirados por la borda, noches de pasión desapareciendo por las alcantarillas, la diarrea galopante ensañándose con los pantalones, y yo, un capullo arrepentido por haber accedido a los tiránicos ruegos de estas furibundas arpías, demandándome una dieta estricta a base de forraje diario e infusiones de «Lo que el viento se llevó».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

marzo 09, 2021

La reina del océano

marzo 09, 2021 44 Comments


¡Hola! queridos compañeros y seguidores, os deseo un buen comienzo de semana y resto del mes.
Regreso para compartiros un nuevo microrrelato que participa dentro del reto: ¿Nos hacemos una ucronía? del TINTERO DE ORO, que si os apetece conocer las bases no tenéis más que clicar en las mayúsculas para ir directamente al blog de nuestro querido compañero David Rubio.
Lo más importante es escribir un microrrelato de 250 palabras máximo que conste de un argumento coherente e inspirado en un suceso histórico pero que debe ser modificado, lo que se conoce como ucronía. Es conveniente anotar también el «punto jómbar», es decir, lo qué hubiera pasado si un hecho histórico hubiera sucedido de forma distinta

Muchas gracias por vuestra atenta lectura y amables comentarios.
 


       La tarde del domingo, el brusco descenso de la temperatura obligó a suspender las actividades al aire libre. Sobre las «07:30 pm» los ricos y famosos celebraban una cena de gala organizada por el matrimonio de millonarios Widdener, en honor del capitán Edward John Smith.
       John Jacob Astor IV, la persona más rica del Planeta en ese momento, estaba sentado cerca del capitán Smith, advirtiendo en él un pertinaz nerviosismo y una inusitada avidez que le obligaba a engullir una ingente cantidad de alcohol, algo inaudito, comparándolo con su habitual comportamiento. Llegando a desconfiar de él, ya que cada vez que le dirigía la mirada, Edward trataba de esquivarla.

      —Aquí en mi camarote no nos puede oír nadie, de modo que explíqueme por qué si no acostumbra a beber, esta noche está ebrio.
      —No puedo contárselo.
      —Si no me lo dice, no voy a permitirle abandonar mi camarote. Conoce mis influencias para hacerle desaparecer cuando quiera.
      —Noooo, se lo ruego... Obedezco órdenes para provocar un accidente esta misma noche. Debo aumentar la velocidad y llevar la embarcación hasta una zona rodeada de icebergs. Con mis treinta años de experiencia nadie sospechará de mí, así me lo han asegurado.
      —¿Quiénes?
      —¡Una organización secreta que me tiene amenazado de muerte!

     —Avisaré al jefe de oficiales, Henry Wilde, para retroceder hasta el puerto de Queenstown, en Irlanda. Tómese este somnífero y retírese antes de que le vean merodear por el barco. Yo me ocuparé de todo, no se preocupe que no le denunciaré.

 

 
      Punto Jonbar (en honor a su creador, John Barr)

     La noche del 14 de abril de 1912, horas antes del hundimiento del Titanic, una reducida élite celebraba una fiesta privada en honor del capitán Edward John Smith, para quien este viaje resultaría su última travesía antes de retirarse.
          ¿Qué hacía el capitán socializando con los pasajeros de primera clase en una cena organizada por dos de éstos, en lugar de estar en el puente de mando?, cuando durante la mañana había recibido varios avisos de cruceros encontrados en el camino que alertaban de la alta posibilidad de localizar la presencia de hielo en la trayectoria, como lo hizo el informe del Caronia a primera hora de la mañana, confirmando la presencia de algunos icebergs.
     Es sospechoso que no quisiera cambiar el rumbo dirección sur, ni redujera la velocidad del crucero, haciendo la colisión inevitable y los daños más graves.

 


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

 

 

febrero 14, 2021

Viaje al averno

febrero 14, 2021 31 Comments


Queridos amigos y compañeros:

Os comparto gustosamente este relato de terror con el que he participado en la web Café Literautas, dentro del Reto de Escritura Creativa #13 - Enero, 2021 - "Palabras raras", donde es obligatorio incluir las palabras: barbián, orate y vagido (en singular o plural, y usar el género que se adapte a tu necesidad) y con temática libre, en mi caso, me he inspirado en el género de terror y ajustándome a las 750 palabras máximo.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de Café Literautas que me aportaron amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de la web.

 

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.
 
 

     Al abrir los ojos comprobó con estupor que se hallaba en una cama extraña. Necesitó algunos segundos para habituarse a la penumbra del cuarto. El espacio estaba bien aprovechado, en una de sus paredes colgaban varios carteles con unos eslóganes sobre protocolos sanitarios. El mobiliario era funcional y en tonos claros.
     Cuando metió las manos debajo de las sábanas se cercioró de que estaba desnudo y que un vendaje cubría la totalidad del brazo izquierdo.
    Escudriñó cada uno de los elementos que componían aquella estancia con el fin de reconocer el lugar y supo que era un centro médico. Acto seguido, dejó caer la cabeza sobre la almohada y acabó cerrando los ojos. Minutos más tarde los volvió a abrir y contempló absorto a una joven.

     —¿Qué me ha pasado? —preguntó elevando las cejas y dejando caer la mandíbula.

    —Tranquilo, estás en buenas manos. Me llamo Sara y soy tu enfermera —contestó, estirando las comisuras de los labios para formar unas arrugas debajo de los ojos, alzando los carrillos y mostrando los dientes.
     —Me encanta tu sonrisa tan barbiana.
     —¿Barbi... quéee?
     —Barbiana.
     —¿Y eso qué es?
     —Que eres muy atractiva.
     —ja, ja, ja. Y tú eres un chiflado.
     —No, soy un orate.
     —¡Qué morro tienes!
     —¡De eso nada!... pero si soy un pardillo.
     —¡Menudo chulito que estás hecho!
     —¡Claro! Me dieron una paliza al salir de la discoteca.
     —Exacto.
     —Y los cabrones salieron huyendo...
     —Me han dicho que tuviste una bronca con unos camellos. ¿Recuerdas?

     —¡Ah! Ya entiendo, iba hasta el culo de perico y aquellos matones hicieron el resto.
     —¡Ándate con cuidado que la policía te tiene fichado!
    —¡Ayúdame! Llama a este teléfono y avisa a Carlo para que venga de madrugada con la furgoneta y zafarnos de la poli.
     —Lo siento, Maurizio, no puedo arriesgarme a que me despidan.
     —Ya me las arreglaré con otros compañeros tuyos. Nos volveremos a ver, te lo prometo.

     El viento chocaba contra los contrafuertes de la ventana, estremeciendo las paredes y amortiguando el ruido del motor de la camioneta, donde Carlo escondió a Maurizio, bajo una pila de cajas de fruta, que ocultaba un doble fondo que comunicaba con el maletero repleto de bolsas de alimentos.
     El vehículo avanzaba a través de la noche, mientras la claridad de la luna actuaba de guía por la carretera solitaria. Cuando ya habían recorrido un buen trecho, Carlo frenó en seco al comprobar la repentina aparición de un autobús que les venía de frente, rodando cuesta abajo. Un fuerte volantazo esquivó al autocar que finalmente quedó empotrado contra un árbol en una zona boscosa.
    Sin pensárselo mucho, Carlo dirigió la camioneta hacia donde había quedado el vehículo accidentado, parecía como si alguien le estuviera llamando.
    Entre tanto, Maurizio había perdido la noción del tiempo desde que comenzó el viaje, su respiración era débil y le extrañó la prolongada inmovilidad sin que nadie se interesara por él. Como una rana atrapada en el fondo de la ciénaga así se le manifestó la angustia que lo iba invadiendo, creyéndose parte de un cortejo de ánimas errantes. Pronto, su instinto de supervivencia le impulsó a empujar un botón que accionaba la apertura del portaequipajes. Fuera y aprovisionado de una linterna, caminó hacia el autocar siniestrado.

    Apenas llegó al autobús lo iluminó para cerciorarse de que estaba vacío. Cogió una piedra y rompió el cristal lateral de la puerta. El interior le reveló una lóbrega visión: asientos abatidos con cinturones destrozados; cables eléctricos arrancados y produciendo chispazos... Aunque lo más impactante fue escuchar unos inexplicables vagidos, como el preámbulo de una tragedia dispuesta a resquebrajar el silencio. Ajeno a las pruebas que el vehículo siniestrado le mostraba, deambuló por el pasillo con una actitud de autómata que le hizo limpiar un par de asientos para disponerse a pasar el resto de la noche.
    Misteriosamente notó un impacto en la cabeza seguido de un estruendo. Sin justificación alguna, el motor se había puesto en marcha o tal vez esa fuera la última sensación en que recabó, antes de incorporarse al cortejo de ánimas que él mismo contemplaba: siluetas de viajeros desmembrados formando una lúgubre nebulosa tratando de aprehenderle como en una telaraña.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

febrero 01, 2021

Los Trópez

febrero 01, 2021 51 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto

Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

REQUISITOS FORMALES

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.  

Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.

 
 
         En el domicilio de los Trópez, sus ocupantes Ágata y Gonzalo, una pareja que ha tropezado con la indolencia de la rutina, representa la copia perfecta de una oficina de «objetos perdidos». Como un pingüino en el desierto, ella se desvanece en la amplitud del salón, mientras él añade dos cucharaditas de azúcar al café y lo remueve con cuatro vueltas.
        Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.

        —Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
        —¿Qué te ocurre?
        —Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
        —Intentemos alcanzar la orilla.
        —¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
        —Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!

       Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
      Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
        A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.

       —¿Dónde está Marlon?
      —¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
      —¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
       —¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
      —¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
       —Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
       —Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
      —El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
       —Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
       —Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
       —Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
       —No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
 
       Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.

       —¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
       —Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
       —Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
      —¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
       —¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
       —Que si eres un mariquita.
       —Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
       —¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
       —Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
       —No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
       —Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
       —Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
      —¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.

      En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.

       —¡Hola! ¿Qué haces?
     —Estoy libre, ven cuando quieras. Todavía me acuerdo del subidón de anoche en el cuarto oscuro de Dark Jockey.
      —
De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.   
      —Oye, tronco, no me gustan los babosos, Hazte una paja. No soy de esos que tú te piensas.
      —Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
      —Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.

      Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.

      —¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
      —¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
      —¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
      —Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.      

 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



enero 12, 2021

Un mundo feliz

enero 12, 2021 42 Comments

 

¡Hola! queridos compañeros y seguidores, os deseo un buen comienzo de semana y resto del mes.
De nuevo os comparto este microrrelato que participa dentro de otro nuevo reto del TINTERO DE ORO, que si os apetece conocer las bases no tenéis más que clicar en las mayúsculas para ir directamente al blog de nuestro querido compañero David Rubio.
Lo más importante es escribir un microrrelato de 250 palabras máximo y que esté narrado en primera persona por un personaje ciego de nacimiento.

Muchas gracias por vuestra atenta lectura y amables comentarios.
 
 
 
      Todo empezó a sorprenderme cuando comencé a notar cómo mis hermanos cuchicheaban a mi alrededor, creyendo que no me enteraba de nada, pero intuí que algo raro estaba sucediendo.

        Por otro lado a mamá le daba por hablar de cosas increíbles, como ver la televisión o mirarse en el espejo. La verdad es que continuaba sin entender a qué se estaba refiriendo, porque mi mundo era perfecto y no necesitaba semejantes chismes, ya que no había nada que escapase de mi propia burbuja compuesta de una mezcla de sonidos, sabores; palabras, olores y sensaciones táctiles. Tampoco conocía el motivo que le hacía tartamudear, haciendo pausas largas y dejando que su rostro se cubriera de lágrimas que luego me encargaba de secar con mis manitas.

        Un día, ellos me contaron que tenían superpoderes y que cuando jugaban a detectives lo hacían para descubrir el paradero en donde se escondía mi «vista» y de este modo capturarla y devolvérmela. No pude descifrar su mensaje, pero me conformé con dejarlo pasar hasta que me hiciera mayor.

        En otra ocasión, mamá quiso leerme un cuento, recostando la cabeza en mi pecho para abrazarme con fuerza. Comenzó con estas palabras que aún recuerdo: «Había una vez una niña ciega que dibujaba sonrisas en los rostros de los niños tristes. Por consiguiente, comprobó que podía mitigar las penas de sus amigos y se sintió feliz».

        —Es una niña como yo, mamá.
        —Sí, como tú.
        —Entonces aprenderé a dibujar sonrisas en tu cara.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 
 

enero 02, 2021

Quinto aniversario del blog

enero 02, 2021 34 Comments

      Queridos compañeros y amigos blogueros, regreso para invitaros a la fiesta del quinto aniversario del blog.  

     Seguramente recordaréis que el año pasado también os invité a esta celebración, pero que debido a mi natural despiste, pues aseguraba que era el tercero, pero no, se trataba del cuarto, de manera que ahora toca el quinto cumple blog, ya que esta aventura bloguera la inicié el 2 de enero de 2016.


   En esta ocasión no voy a extenderme con datos estadísticos e información complementaria relativa al blog, puesto que este último año me he centrado más en mi vocación literaria y poética, es decir no parar de escribir sin importarme demasiado si tengo más o menos comentarios o visitas, ya que mi tiempo aquí en Internet es limitado y mi salud también me lo agradece.

      Soy consciente de que a partir del otoño pasado ya no publico semanalmente, tal y como lo venía haciendo antes, pero sencillamente mis actuales prioridades están enfocadas en mejorar mi estilo narrativo y dar rienda suelta al potencial artístico que desde bien joven me ha acompañado. Llevaba tiempo dudando de si merecía la pena o no profundizar en la narrativa, pero después del verano ya lo tengo claro, es decir, continuaré escribiendo, pero eso sí compartiré mis publicaciones con menor frecuencia, lo que implica devolveros vuestras visitas en esa misma línea.

      Aprovecho también para felicitaros este nuevo año 2021 a todos por igual, que sin hacer demasiado esfuerzo, todos podemos adivinar que será mil veces mejor que el anterior.

      Finalmente me despido con este poema:

 

 "Quiero daros las gracias...


A todos los que conocí y olvidé,
a los que me conocieron y olvidaron,
a quién sigo recordando y me recuerdan,
a los que me enseñaron a ser mejor persona,
a los que ayudé aunque ni siquiera se dieran cuenta de ello,
a los que sin conocer personalmente, reconocí como compañeros de viaje,
a quienes todavía me aguantan y me siguen,
y a quienes con su silencio también me acompañan.

 


diciembre 07, 2020

Papo

diciembre 07, 2020 60 Comments

Óleo con paisaje de mar - Hernán Cortés Moreno

Dentro de la Cuarta Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro, en su XXIV Edición, correspondiente al mes de Diciembre de 2020 y a modo de homenaje a Daphne du Maurier, autora de la famosísima novela Rebecca, os invito a conocer los requisitos formales para dicha participación, así como el relato con el cual participo en esta nueva ocasión.

REQUISITOS FORMALES:

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor durante el plazo de participación.
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada que dé inicio a la convocatoria.
  • La historia deberá girar en torno a un personaje que no aparezca en el relato.  
Por consiguiente, el tema como exigen los requisitos, gira en torno a un personaje que no aparece en el relato sino que existen referencias a él desde el recuerdo y el punto de vista de otros personajes secundarios. Lo he construído ajustándome a las novecientas palabras máximo y contiene elementos fantásticos además de otras particularidades que apuntan a un cierto tipo de narrativa llamada realismo mágico, aunque nadie mejor que vosotros para juzgarlo, por lo que estaré atenta a vuestras impresiones y espero no defraudaros. 
Muchas gracias compañeros y amigos lectores, como es mi costumbre os devolveré gustosa vuestros comentarios. 

  
      He vuelto al rompeolas. Inquieto lo recorro, tratando de bucear en el piélago de la memoria, para rescatar del olvido fragmentos de mi infancia.
 
      Desvío los ojos al agua y una imagen ondulante me devuelve otra: la barquita de Papo, así le llamaban al abuelo cuando yo me dedicaba a ensanchar el vientre de mi madre.
      Las olas se cruzan con otras lejanas y así, voy cruzándome en esta fría tarde con la melancolía del presente que me transporta a otro tiempo pleno de felicidad.
      Desde esta extensión de rocas que roban espacio al mar me veo adulto, desconfiado y sigiloso, como el cangrejo que agazapado entre las piedras me ha descubierto circundando su territorio, aunque no tengo ninguna intención de atraparlo, pero es evidente, que su código de supervivencia me señala como un eventual peligro.
      Me complace divisar todavía la vivienda de mi abuelo de un blanco reluciente con fornidas rejas para proteger las ventanas repletas de macetas.

      Sigo queriendo vencer al ejército de «saqueadores» que aún se jacta de haberme ganado la partida. Me cuesta aniquilar el rastro de lo que llegué a ser, escoltado por una maleta ahíta de ilusiones con que embalé la cabeza durante la aventura que viví lejos de esta escollera. Fue difícil extinguir el hechizo que me mantuvo cautivo hasta recuperar la llave de la celda de mis locuras y huir.
     Me salvé de los tambores de guerra y del instante cuando expiró la contrarrevolución. Por casualidad, conocí la llegada de los vencedores que me obligaron a ocultarme en las estribaciones de una montaña con lo justo para subsistir y sin renunciar a los principios que mi padre supo imbuirme con esmero y cariño.

   
       He vuelto para quedarme y pisar otra vez la playa que lleva hasta las calles soldadas al trozo de tierra firme por donde rodaron mis pasos calzados de inocencia y liderados por el ímpetu de mi juventud.

       Eliseo, mi padre, decía que de pequeño, Papo solía despertarle con su vozarrón gutural, dispuesto a reventarle el parche ovalado que recubría sus tímpanos, si no daba muestras de alzarse del mullido catre y brincar para seguirle como al adalid que conoce el trayecto hasta los fogones de la cocina. Allí, deleitándose con el bizcocho de limón que mi abuela horneaba; preparando la mesa, eternizando la estampa de Papo cruzando los brazos con las manos sujetando la nuca, dejando que la cabeza caiga despacio para girarla a ambos lados con la sonrisa intensa, mostrando los dientes de arriba, mientras no la perdía de vista alimentando a los polluelos.

       Me dirijo a la vereda de almendros bajo un reguero de magnolias que adornan los balcones en los fragores del verano.
       Noto como los pies me conducen hasta la casa enlucida de yeso y con vigas de madera por dentro. Es sábado y todo es silencio... ¿Qué extraño? ¡Nadie me recibe!
      Una atmósfera de vapores añejos amontona el polvo en los rincones y eclipsa las estancias vacías. Alzo la persiana de mi cuarto y escucho el chirrido del eje que me indica la suciedad acumulada. Debería engrasarlo.
       Todo permanece como cuando padre me envió la foto del último cumpleaños de Papo, solo que las plantas de las ventanas ya fenecieron. 
«¿Dónde están las macetas que veía desde el malecón?», me cuestiono, y al poco, percibo un susurro que me obliga a girarme en redondo...

      —¿Cómo es posible que hayas tardado tantos años? —me pregunta mi padre sin mover los labios, rodeado por un halo de misterio.
      —Padre, estoy confundido. ¡Ahora tiemblo de frío y hace nada,  el cuerpo me ardía en la playa! ¿Por qué no está madre? ¿Qué le ha pasado?
      —Hijo mío, estoy dentro del armario —intercede la madre—. Ya lo entenderás. Abre la puerta, pronto estaremos todos juntos. Me quedé esperándote.
      —¿Y Papo, también está ahí?
      —¡No, él se ha tenido que marchar! Nos dijo que te felicitásemos tu cumpleaños.
      —Pero, mamá, ¿qué estás diciendo? Eso ya pasó. Hoy no es mi cumpleaños.
      —No contradigas a tu madre, ya conoces sus poderes y ha estado todo el día preparando la fiesta. Sabía que hoy vendrías.
      —¡Venga, hijo mío, métete en el armario y saldrás al jardín!
      —De acuerdo, lo voy a intentar.

      Abro la puerta y el interior del armario se ilumina, dispersándose los estantes y la ropa enmohecida. Me introduzco despacio, pensando que ha sido fácil hacerlo. Al fondo distingo el jardin inundado de sol, con el parterre repleto de peonías y verbenas.
      La mesa de madera tropical sigue en el centro rodeada de sillas donde mis padres y la abuela permanecen estáticos, con la misma vestimenta de antaño. Un escalofrío me sobresalta cuando me fijo que se elevan por encima del suelo, yendo de un lado a otro.

      —¡Se acabó la fiesta! ¡Quiero salirrr... ¡Ahoraaa!
    —¡Eso es imposible! —vocearon a coro aquellos títeres—. Comprendí que ya no estaban dispuestos a continuar sin mi presencia.
      —Aquí todo es posible ¡quédate con nosotros! —prosiguió mi abuela, tal y como la vi en una foto de cuando era joven.
      —Pues si todo es posible ¡quiero abrazar a Papo! No tuve ocasión de que me sujetara en sus brazos y todo lo que sé de él me lo habéis contado.   

      He vuelto a cerrar los párpados mientras duraba la siesta. Voy a frotármelos como si se trataran de lámparas maravillosas dispuestas a concederme el deseo: ¿Papo, estás ahí?...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados