¡Hola a todos!
Espero que las pasadas fiestas os hayan servido para desconectaros unos días de esta actividad bloguera a la que estamos acostumbrados y permitiros cambiar el chip con otro tipo de actividades y naturalmente regresar con nuevos proyectos para este año 2020 que ya hemos inaugurado, ¡ojalá que esta vez se hagan realidad o al menos la mayoría!
Bueno, en mi caso el descanso no ha sido completo, ya que estas fiestas no suelo celebrarlas siguiendo las pautas comerciales o incluso tradicionales, más bien aprovecho para rodearme de esas escasas personas que ya no me caben en los dedos de una mano y disfrutar el instante como si fuera la última oportunidad.
Centrándome en el relato que os voy a compartir esta vez, quisiera comentaros que se trata de mi primera participación en la web "Café Literautas", para el 2º Reto de escritura creativa. Diciembre 2019, de 750 palabras máximo y en esta ocasión las palabras obligatorias eran: viento, caracol y bebé. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no, es que todo el relato se desarrolle en una fábrica de pasteles artesanos.
Bien, pues mi opción fue precisamente aceptar esta sugerencia y desarrollar mi historia en una fábrica de pasteles artesanos, de ahí que eligiera este título.
Otro detalle importante, es la reedición que he hecho del texto inicial con el que participé antes de Navidad, pues gracias a las opiniones y advertencias de los atentos compañeros que participamos en este reto, comprendí la necesidad de corregirlo y volverlo a publicar.
Sin otro particular, os invito a su lectura y opinión al respecto.
Muchas gracias a los compis de "Café Literautas" y a vosotros por dejarme vuestra valiosa huella.
La fábrica de pasteles artesanos
Sin embargo, murió consternado por el sufrimiento que le produjo el rechazo de su hijo a continuar con la tradición familiar. Sus esfuerzos por mantener a flote la prestigiosa calidad de sus creaciones, lo mismo que la leyenda que sus ancestros se encargaron de instaurar a lo largo de más de un siglo, se desintegraron como una enorme pompa de jabón al calentarse.
Miguel, el hijo del finado, prefirió vender el negocio y con las ganancias obtenidas montar una fábrica, donde mi azucarada familia de pasteles artesanos alcanzó un espléndido renombre, con el que ni siquiera habíamos soñado y nosotros sus fieles productos se lo agradecíamos sacrificando nuestras vidas en pro de la calidad y el prestigio de la factoría.
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Continuaré mi historia trasladándome al presente, pues quiero invitarte a descubrir la cotidianidad de nuestra jornada laboral en manos de los empleados que nos amasan, hornean, trocean y hacen de nosotros deliciosas elaboraciones de la repostería.
Cada mañana, una vez engrasadas las máquinas, los trabajadores mezclan nuestros ingredientes siguiendo un diligente proceso de elaboración, tratando en lo posible de emular las recetas que preparaban sus abuelas, incorporándoles modernas fórmulas, generalmente atractivas para los paladares más exigentes.
Finalizada la actividad suelen dejarnos a solas encima de enormes bandejas metálicas, porque acabamos padeciendo un síndrome de fiebre alta, lo cual tienen en cuenta los empleados de la fábrica dejándonos enfriar, pero te confieso que a mi familia le ha costado sudor y lágrimas inmunizarse de esos insistentes cambios de temperatura.
Pensarás que todo es demasiado idílico para ser verdad y no te equivocas, puesto que omití contarte el maremoto que asoló nuestro arrecife de la tranquilidad, hace unos meses, con la visita de un grupo de escolares.
El fuerte portazo de los postigos de las ventanas seguido de una algarabía infantil, fue el presagio de la tragedia que estaba por llegar...
Un niño pecoso y mofletudo de cabello cobrizo se nos aproximó, tenía las pupilas chispeantes, su mirada irradiaba luz y una alegría exagerada, por lo que nada más pegar su nariz en nuestras frágiles cabezas, nos sentimos presos del pánico.
Levantándonos con sus manitas en el aire nos lanzó disparados hasta el rostro paliducho de otro crío enclenque y tímido, al que le llamó "nenaza". Este, a su vez, comenzó a llorar desconsoladamente y un grupo de niños repitió la misma hazaña soltándonos a merced del viento, para acabar estrellándonos en distintas caritas infantiles o aterrizando contra las baldosas del suelo, a donde fue también a parar nuestro propio regimiento de defensa, así pues el encuentro escolar se transformó en una desgraciada carnicería con centenares de víctimas esparcidas por aquel improvisado campo de batalla, dejando un reguero de muertos, que ni siquiera pudieron recibir un honroso funeral.
Quizás te cueste imaginarlo, pero te aseguro que sucedió tan rápido, que ni yo mismo, que me parapeté detrás de una batidora, daba crédito a lo ocurrido.
Una de las madres de aquella jauría infantil, apareció por una de las puertas del habitáculo donde permanecían los niños, sosteniendo en sus brazos a su sonrosado bebé. Abriendo excesivamente la boca, les gritó: "¡Ya basta... estáos quietos de una vez!" Sus ojos parecían salirse de sus órbitas, mientras las venas del cuello se le dilataron en exceso.
Enseguida acudieron los profesores frunciendo el ceño y arqueando las cejas hasta dejarlos paralizados. Sus miradas les escudriñaban advirtiéndoles con el rostro malhumorado que todos serían sometidos a un riguroso castigo, se quedarían sin recreo durante una buena temporada.
Luego algunos trabajadores pararon la cinta transportadora por la que patinábamos cayendo en los envases que otros empleados rellenaban con nuestra suculenta presencia.
Un pequeño caracol, que casualmente había presenciado la catástrofe, se colocó debajo de la suela del perverso agitador mofletudo, pecoso y de cabello cobrizo, de tal manera que lo obligó a dar un traspié, cayendo de bruces y partiéndose varios dientes, lo que le provocó un fuerte sangrado en la boca y la risa de sus compañeros.
Cada mañana, una vez engrasadas las máquinas, los trabajadores mezclan nuestros ingredientes siguiendo un diligente proceso de elaboración, tratando en lo posible de emular las recetas que preparaban sus abuelas, incorporándoles modernas fórmulas, generalmente atractivas para los paladares más exigentes.
Finalizada la actividad suelen dejarnos a solas encima de enormes bandejas metálicas, porque acabamos padeciendo un síndrome de fiebre alta, lo cual tienen en cuenta los empleados de la fábrica dejándonos enfriar, pero te confieso que a mi familia le ha costado sudor y lágrimas inmunizarse de esos insistentes cambios de temperatura.
Pensarás que todo es demasiado idílico para ser verdad y no te equivocas, puesto que omití contarte el maremoto que asoló nuestro arrecife de la tranquilidad, hace unos meses, con la visita de un grupo de escolares.
El fuerte portazo de los postigos de las ventanas seguido de una algarabía infantil, fue el presagio de la tragedia que estaba por llegar...
Un niño pecoso y mofletudo de cabello cobrizo se nos aproximó, tenía las pupilas chispeantes, su mirada irradiaba luz y una alegría exagerada, por lo que nada más pegar su nariz en nuestras frágiles cabezas, nos sentimos presos del pánico.
Levantándonos con sus manitas en el aire nos lanzó disparados hasta el rostro paliducho de otro crío enclenque y tímido, al que le llamó "nenaza". Este, a su vez, comenzó a llorar desconsoladamente y un grupo de niños repitió la misma hazaña soltándonos a merced del viento, para acabar estrellándonos en distintas caritas infantiles o aterrizando contra las baldosas del suelo, a donde fue también a parar nuestro propio regimiento de defensa, así pues el encuentro escolar se transformó en una desgraciada carnicería con centenares de víctimas esparcidas por aquel improvisado campo de batalla, dejando un reguero de muertos, que ni siquiera pudieron recibir un honroso funeral.
Quizás te cueste imaginarlo, pero te aseguro que sucedió tan rápido, que ni yo mismo, que me parapeté detrás de una batidora, daba crédito a lo ocurrido.
Una de las madres de aquella jauría infantil, apareció por una de las puertas del habitáculo donde permanecían los niños, sosteniendo en sus brazos a su sonrosado bebé. Abriendo excesivamente la boca, les gritó: "¡Ya basta... estáos quietos de una vez!" Sus ojos parecían salirse de sus órbitas, mientras las venas del cuello se le dilataron en exceso.
Enseguida acudieron los profesores frunciendo el ceño y arqueando las cejas hasta dejarlos paralizados. Sus miradas les escudriñaban advirtiéndoles con el rostro malhumorado que todos serían sometidos a un riguroso castigo, se quedarían sin recreo durante una buena temporada.
Luego algunos trabajadores pararon la cinta transportadora por la que patinábamos cayendo en los envases que otros empleados rellenaban con nuestra suculenta presencia.
Un pequeño caracol, que casualmente había presenciado la catástrofe, se colocó debajo de la suela del perverso agitador mofletudo, pecoso y de cabello cobrizo, de tal manera que lo obligó a dar un traspié, cayendo de bruces y partiéndose varios dientes, lo que le provocó un fuerte sangrado en la boca y la risa de sus compañeros.
Querida Estrella, comenzaré por felicitarte el nuevo año en el que deseo que transcurra lleno de nuevos proyectos y mucha ilusión por realizarlos.
ResponderEliminarHas descrito una batalla campal que muy bien podría producirse con un grupo de escolares en una visita a una fábrica de pasteles a los que al parecer dejan solos fuera de control por parte del profesorado, así que han actuado a sus anchas dando rienda suelta a sus juegos en plena elaboración de tan ricos dulces. La escena ha sido de lo más pintoresca y entretenida, se me ha antojado una de esas películas mudas en que se lanzan tartas unos a otros a diestro y siniestro y que tantas risas nos han sacado. La diversión para el pequeño provocador de la contienda no ha acabado nada bien, la broma le ha costado dos dientes (si aún eran de leche ya los repondrá).
Tu ingenio es infinito, dotas de vida propia al narrador, uno de los dulces que se elaboran en la fábrica, para contar desde su perspectiva como tal lo terrorífico que fue para él la visita escolar con todo lo que allí formaron los visitantes.
Me lo he pasado genial leyéndote, te felicito una vez más por tu gran don como escritora mi querida Estrella.
Te dejo un abrazo inmenso con todo mi cariño y con la alegría de que hayan pasado las fiestas y estés de vuelta, además del consabido cargamento de besos cósmicos que te envío desde mi universo.
P.D.La música que has elegido le va como anillo al dedo jajaja
ResponderEliminarQué original redactar el texto como si lo contara un pastelito. Muy entretenido.
ResponderEliminarSAludos.
Querida Estrella,
ResponderEliminarNo me ha extrañado tu introducción al relato. Para mí las Navidades han sido algo parecidas a las tuyas. Me gusta celebrarlas pausadamente, con los míos, a los que contando me sobran también dedos de una mano ¡Este año he tenido suerte! Me he librado de comidas familiares, conversaciones sobre el trabajo y gestos de agradecimiento, alegría y cariño. No puedo quejarme, la verdad.
De tu original relato voy a destacar esa actitud de los grupos de niños, diré desmadrados, cuando salen a las típicas excursiones escolares ¡Santa paciencia la de los profesores! Aunque a veces, no debieran despistarse tanto.
Un besazo
Ay Estrella, tienes ese don de crear historias de toda clase, y lo haces de manera jocosa, entretenida y muy original.
ResponderEliminarImaginar la escena es ya todo un regalo para la risa y las lágrimas, ponerse en el lugar del otro es una buena moraleja para entender la manera correcta y respetuosa de actuar.
Feliz 2020 y cuidado con los niños, son de una intensidad cuestionable y suelen ser hasta peligrosos, los de hoy día más, ja, ja.
Hola amiga, genial relato, cuando hay varios niños reunidos, cuidado. Una guerra de deliciosos pasteles que tuvo su final por la participación de ese pobre caracol. Felicidades, tienes una gran imaginaron. Saludos y abrazo amiga Estrella.
ResponderEliminarOh my goodness, Michael sold the family legacy. Wishing the buyer able to keep the business go on.
ResponderEliminarA great story about the cake factory, Estrella.
Good luck!
¡Hola,Estrella! Un relato muy entretenido.
ResponderEliminarEl niño pecoso me ha dado miedo solo de imaginármelo, pero su final aunque merecido por ser tan malo, me ha puesto los pelos de punta.
Y respecto a la introducción al relato, yo aún estoy intentando volver poco a poco de las Navidades y eso que cada año me las tomo con más calma, pero es mucha actividad concentrada en pocos días.
Feliz 2020:-)
No es extraño que los pastelitos temblaran ante la presencia de esos críos, pues si hay algo seguro en esta vida es que la de los pasteles es muy corta, acabando en su tripa o, como en este caso, volando por los aires.
ResponderEliminarUna historia muy simpática que no solo acxamina la conducta infantil sino también la de los adultos qye deberían tenerlos vigilados, je,je.
Un abrazo.
Cuando hay niños cerca, mejor ponerse a cubierto o desaparecer del todo. ¿Porqué será que siempre pienso en lo que hubiera hecho mi madre de haber mostrado yo un comportamiento similar? Creo que mis dientes hubieran volado, pero del soplamocos que me hubiera arreado. En fin...
ResponderEliminarUn beso.
¿A quién se le ocurrió dejar solos a un grupo de chavales en el obrador de una pastelería?, pues yo creo que el resultado pudo haber sido peor. Solo una cuestión,... no comprendo muy bien la conexión entre la alfarería y la pastelería,... no se si se trata de una premisa a cumplir para el relato,... en todo caso así sin otra información me parece un poco forzada.
ResponderEliminarPor lo demás, como siempre, envidio esa imaginación desbordante!
Para que captes mejor esa idea, ya que no se trata de ninguna premisa del mencionado reto, sino que tiene otra función: la alfarería era el oficio del primer artesano de esta familia, o sea, del abuelo del actual dueño de la fábrica de pasteles. Luego el hijo de aquel primer artesano, es decir el padre del actual dueño de la fábrica de pasteles, también siguió la tradición y se pasó toda su vida luchando por mantener el prestigio de dicho legado artístico. Sin embargo su hijo, o sea Miguel, no aceptó ser alfarero también, lo que hizo morir al padre muy consternado de impotencia y sufrimiento. De manera, que la tradición alfarera acabó por desaparecer y ello provocó ese cambio radical de oficio familiar: de la alfarería a la pastelería.
EliminarMil gracias, Toño, por plantearme tu observación y espero que haya sido lo suficientemente explícita para aclarártelo.
Un cuento genial, Estrella. Divertido y muy original.
ResponderEliminarHola Estrella
ResponderEliminarAl fin llegó a comentar, me había desconectado por un tiempo pero me alegra volver a leerte.
Mis mejores deseos para un año lleno de alegría y prosperidad!
Que maravilla de relato, tiene su encanto particular, ameno y entretenido. La pasaron genial los chiquillos en esa fábrica de pasteles. Enhorabuena por el relato.
Abrazo!
¡Fantástica imaginación! Te ha quedado un relato de lo más curioso contando desde la visión de uno de esos pastelitos. La batalla campal organizada por los críos me ha recordado a la peli de los Gremlins. Jeje
ResponderEliminarMuy bueno tu escrito. Felicidades.
que lindo que escribes recibe mi cariño de siempre
ResponderEliminarSin duda, diciembre fue el mes de los postres literarios, je,je,je... Un relato con dos partes claramente diferenciadas. La primera con más narración y la segunda con esa escena o maremoto de pasteles desde el punto de visto de estos. Esta me gustó más, aunque es verdad que mis gustos lectores siempre se decantan a escenas visibles, aquellas que cuando las lees las vas recreando como una película en tu mente.
ResponderEliminarAdemás, al narrarse desde el punto de vista de los pasteles se crea ese divertido juego de contrastes: lo que no deja de ser una divertida travesura para los niños, se convierte en un drama para los pasteles. Eso le da un punto gran comicidad. No veo necesario que entrecomilles "campo de batalla" "carnicería", etc. El narrador toma el punto de vista del pastel y para él lo que sucede es precisamente eso, y el lector está leyendo su historia. Las comillas casi diría que interfieren en esa suspensión de credulidad. En todo caso, estupendo relato!! Un fuerte abrazo, Estrella
Original. Muy entretenido. Y ya que lo cuenta un pastelito... la pregunta es: ¿tambien tienen miedo cuando se los van a comer? Ese trayecto del plato a la boca debe ser aterrador.... 😊
ResponderEliminarBesitos dulces y azucarados.
jajajaja, me imagino la escena Estrella, veo a esos pastelitos como obras de arte temblar ante el griterío y apetito de esos niños, los veo temblar, y contemplo una escena muy tierna y original gracias a tus maravillosas letras querida Estrella, eres genial amiga, es un placer venir a leerte.
ResponderEliminarGracias por invitarme a catar este excelente pastel de letras.
Feliz finde Estrella.
Un abrazo.
Me encanta pasarme por aquí y leer tus relatos. Son maravillosos.
ResponderEliminarUn abrazo, Estrella.
Estupendo relato desde contarlo el pastelillo. La batalla campal de esos pasteles temiendo ser engullido por los niños. Un abrazo.
ResponderEliminarestupendo post! Todo lo mejor para este año!🎊🎉🎊🎉 Espero verte pronto por mi blog! 💓💓💓
ResponderEliminarMuy original relato al ser el narrador uno de los pasteles interfectos, implicado en la hecatombe del obrador.
ResponderEliminarEsos niños no son lo que se dice normales. Yo me hubiera puesto las botas con los pasteles en vez de desperdiciarlos tirándoselos como munición a las víctimas infantiles.
Un abrazo.
Me ha encantado!! !muy feliz año bombon
ResponderEliminarDesde luego cuando hay niños sueltos todo corre peligro y especialmente en un lugar tan tentador como un obrador y es que me he imaginado una batalla de merengues, harina, pasteles, crema, nata... para relamerse, vamos una batalla de lo más dulce.
ResponderEliminarMuy original el cuento y muy original ese pastelito contando su historia.
Besos
Enhorabuena por tan estupendo relato
ResponderEliminary la verdad que es muy atractivo ese formato
como un juego, hace ser más creativos.
El año empieza bien
un beso literal y literario
Amaranto.
Creí que ya había comentado este relato, además de hacerlo en Café Literautas. Lo cierto es que con las "reformas" te ha quedado genial, las dos partes con coherencia.
ResponderEliminarTe felicito Estrella.
Un beso compañera.
Me alegro de que en general lo consideréis original y de esta otra fábrica de letras Amaranto... ja, ja, ja Porque es uno de esos relatos con los que además de contagiaros alegría y buen rollo, también os hago recordar al niño que todos llevamos dentro y disfrutar con sus travesuras, algo que me agrada mucho incluir en mis narraciones, a pesar de que intento mezclar todo tipo de argumentos.
ResponderEliminarTambién asumo que la parte más cómica de la historia y donde la acción cobra fuerza y realismo, transcurre a partir de la segunda escena, lo cual ya observé al participar con el relato, aún sin corregir, gracias también a las observaciones de mis compañeros de «Café Literautas». De modo que vuelvo a tomar nota después de vuestros atentos comentarios.
No quiero olvidarme de los dos comentarios más significativos que tanto el compañero Toño del blog El Baile de Norte, como David del blog EL TINTERO DE ORO, me han ayudado muchísimo como estupendos lectores para continuar «puliendo» mis letras.
Y como siempre, quiero manifestaros públicamente mi gratitud por vuestra fiel compañía y amables opiniones:
MARINA - MANUELA FERNÁNDEZ - EL MUNDO CON ELLA - I. HAROLINA PAYANO T. - SANDRA FIGUEROA - EVI ERLINDA - LEBASI LEBAM - JOSEP Mª PANADÉS - ROSA BERROS CANURIA - EL BAILE DE NORTE - MARTA NAVARRO - YESSYKAN - GALILEA - RECOMENZAR - DAVID RUBIO SÁNCHEZ - LAURA - CARMEN SILZA - YO LEO NOVELA - MAMEN PIRIZ GARCÍA - HOLA, ME LLAMO JULIO DAVID - CAROLINA G. TICALA - FRANCISCO MOROZ - MÁSQUEROPA - CONXITA C. - A. JAVIER Y TARA
Un abrazo con cariño a cada uno y que el resto de la semana os sea provechoso y agradable.
Ese caracol trajo el dulce sabor de la venganza, nunca mejor dicho.
ResponderEliminarInteresante relato, Estrella. Cambiará mi forma de comer un pastel...
Besos
Hola, Estrella.
ResponderEliminarEs muy original y jovial. Y bueno, qué decir, hasta yo temblaría solo al presenciar ese momento, y no solo los pasteles, je, je La escena se visualiza perfectamente y hace que uno quiera huir despavorido, y le tema a ese niño, y mucho. Me lo he pasado muy bien leyéndote e imaginándome el suceso, al inicio eso sí da un poquito de pena y provoca añoranza para terminar con una gran sonrisa. Aunque claro, ahora que lo pienso, cualquier postre corre peligro con cualquiera de nosotros, ;)
Un beso enorme, y feliz sábado.