La gran revelación
Estrella Amaranto
septiembre 20, 2016
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Idalia vagaba por un oscuro bosque salvaje inundado de sombras amenazantes que la irrumpían el paso cada vez que se detenía para observar si alguien la seguía o estaba escondido por aquel desolado monte. No podía detenerse, aunque por la cabeza le rondase la idea de que un posible extraño parecía estarla expiando. Ya era medianoche y armándose de valor trataba de acelerar el paso para llegar cuanto antes a su destino.
Comenzó a divisar la claridad que se desprendía de un viejo farol colgado junto a la puerta de lo que parecía un establo. Más adelante se hallaba una humilde choza rodeada de olivares centenarios y algunos arbustos. Al pasar por la puerta observó a una pareja de ancianos que la llamaron por su nombre, aquello la sorprendió tanto, que sin apenas poder articular palabra se aproximó a ellos, quedándose absorta observándoles en completo silencio.
—Vamos pequeña no te asustes, somos tus tíos abuelos, Hermelinda y Cambrelio. Sabíamos que venías de camino desde que dejaste la aldea al morir tu madre y quedarte huérfana —comentó Hermelinda.
—¿Quien os lo ha contado y por qué sabíais que venía de camino? —interrogó Idalia, llena de curiosidad y con los ojos bien abiertos.
—Nos lo ha dicho el viento que te ha traído hasta aquí —dijo Cambrelio.
—¿Es que acaso sois magos o brujos?
—Ahora no es momento de preguntar. ¡Pasa dentro pequeña y caliéntate en el fuego de la chimenea! —sugirieron ambos ancianos esbozando una serena y cómplice sonrisa.
Idalia accedió muy gustosamente hasta el interior de aquella humilde choza de cañas, paja y algunas cuerdas que sujetaban su alargada estructura, donde había varias estancias a un lado, separadas por pesados cortinajes y al otro lado se encontraba un amplio espacio con una chimenea en medio, una mesa, sillas, unas modestas alacenas y arcones donde estaban guardados los enseres domésticos, varios sacos y cestos por el suelo, llenos de cereales, frutas, hortalizas y verduras. Al cabo de unos minutos se había quedado medio dormida mirando el fuego...
Con los primeros rayos del sol, los cantos de los estorninos se filtraron a través de las rendijas de aquellas delgadas paredes donde en un pequeño jergón de paja y cubierta por una piel de cordero, dormía plácidamente la niña.
¡Ya es hora de levantarte! Sal fuera a hacer tus necesidades junto al establo. Luego lávate la cara en la fuente que hay detrás de la choza y regresa pronto para desayunar con nosotros —le advirtió Hermelinda dándole un beso en la mejilla.
Abriendo poco a poco los ojos, comenzó a volver en si dándose cuenta de que a partir de su llegada a esta humilde choza, toda su vida anterior se había quedado en su memoria dando paso a un nuevo ciclo. ¿Qué nuevas experiencias la aguardaban?...¿Cómo sería vivir allí?... ¿No volvería nunca más a su aldea de nacimiento? —Estas y otras muchas preguntas revoloteaban incesantemente en su pequeña cabeza, tratando de encontrar las respuestas.
—Ahora siéntate aquí, en esta pequeña silla donde también se sentó tu madre después de quedarse huérfana, cuando vino a vivir con nosotros. Eres nuestra única descendiente y como tal debemos cuidarte e iniciarte en las artes esotéricas y el conocimiento de lo sobrenatural, antes de que nuestros cuerpos exhalen el último suspiro —le dijeron sus mentores en un leve murmullo.
De repente una visión perturbadora cambió la realidad, aquellos ancianos se habían transformado en dos cóndores que la llevaban en volandas desde lo alto de una cima montañosa hasta una cueva. Allí la aguardaba un coro de diferentes especies animales interpretando una extraña melodía, que al terminar, desaparecieron dejando una pluma de pavo real. Una voz en su interior le dijo que la alcanzase porque la ayudaría a entender el lenguaje oculto de los animales.
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