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junio 08, 2020

Hay cosas que no tienen explicación

junio 08, 2020 28 Comments

Queridos amigos y seguidores: 
     Con mis mejores deseos de que sigáis despiertos ante tanta desinformación y vuestras vidas logren superar las difíciles circunstancias en las que estamos, como resultado de la pésima gestión política de la pandemia y la económica que está arruinando España, debido a que nuestros gobernantes están empeñados en hacernos partícipes de tan convulso destino y al que personalmente renuncio, puesto que no participo de sus corruptelas ni de sus puertas giratorias para imponernos una república bolivariana, donde nuestras libertades y valores humanos quieren destruir los que obedecen las órdenes del Nuevo Orden Mundial, algo que debemos evitar a toda costa. Por lo que aprovecho esta oportunidad para informaros de que ya se ha programado una manifestación en Madrid para el próximo 13 de junio a las 20:20 en La Plaza de Callao


    Espero que hayáis disfrutado de un tranquilo y agradable fin de semana, tal vez en la playa o rodeados de la belleza natural de vuestros entornos. Yo preferí frecuentar las terrazas de algunos restaurantes y cafeterías para compartir un rato de ocio y compañía con amigos para contribuir a mejorar la economía de tantas familias del gremio de la hostelería.

     Seguidamente os invito a la lectura de esta misteriosa historia, que he escrito explorando esos territorios de lo menos conocido y asombroso o de lo que habitualmente no tiene ninguna explicación.
Muchas gracias nuevamente por tomaros la molestia de hacerme sugerencias para mejorar mi historia o sencillamente por acompañarme otra semana más. ¡Nos seguimos leyendo!


     Durante el transcurso de la mañana cuando estaba un poco ida entre pensamientos, sonó varias veces el tono del móvil, al descolgar escuché la voz de una mujer que en un principio no me recordaba a ninguno de mis contactos, por lo que la pregunté de qué me conocía o si quizás se había equivocado de número. 
     Ella insistió en que ya nos habíamos relacionado, era la madre de Álvaro, mi colega de los tiempos de la universidad y amigo del novio de mi hermana. Enseguida caí en la cuenta de que era Mavi quien me hacía la llamada, hablaba muy deprisa como si los nervios la impidieran explicarse. Su lenguaje era todo un despropósito, por lo que no me hizo falta poner a prueba mi profesión de psicoterapeuta para deducir que sufría de un repentino ataque de ansiedad. Le prometí que me pasaría por su casa lo antes posible.

     Cuando acudí a su domicilio, Mavi me dijo que se hallaba bastante preocupada a consecuencia del último episodio de sobredosis por parte de su hijo Álvaro, después de la fuerte depresión tras el fallecimiento de su esposa e hijos en un grave accidente aéreo ocurrido dos años atrás.
     Me vino a la memoria la imagen de la boda de Álvaro y Julia, con los ojos brillantes y amplias sonrisas contagiosas tras el primer brindis, cuando ya habíamos pasado al salón. No me cabía duda del lacerante impacto que le produjo ver desmoronarse su futuro al lado de la única chica que le había fascinado en el primer cruce de miradas. ¡Infinidad de veces me lo contó!... Él era como el hermano que nunca tuve, el mejor amigo y al que siempre le confesaba mis secretos.                
     Tan pronto me enteré de lo del accidente corrí a consolarle, a pesar de tener la convicción de que no le sería nada sencillo evitar hundirse en el fango. A partir de ahí, se cargó un pesado baúl a la espalda que le impedía avanzar sin tropezarse a cada paso, aunque su cuerpo se volvía más delgado. 
     Enseguida le despidieron del trabajo, no obstante, su madre se empeñaba en hacerle volver con ella, pero jamás aceptó, dado que prefería sobrevivir en su propio domicilio coqueteando con la adicción a las drogas.

     Mavi constreñida por las zarpas del miedo y arrastrada a través del contínuo torrente de la ansiedad que la corroía las entrañas, me pidió de rodillas, que intentase hacerle entrar en razón para que regresara con ella. Noté como me temblaban las piernas mientras la escuchaba y una bocanada de calor me subió hasta la cabeza, preguntándome «¿qué podía hacer a fin de convencerla de lo lejos que estaba de la realidad?». No obstante, le aseguré que lo iba a intentar.

     Dejé pasar unos días hasta encontrarme más animada para afrontar aquella visita, que sin duda me había empezado a inquietar, por lo que no podía concentrarme en la rutina laboral, temiendo que aquel encuentro pudiera interferir en la quietud de mi vida.
     Pulsé varias veces en el botón del videoportero sin obtener respuesta, mas al girarme sobre mis pasos escuché el sistema de apertura y empujé el portón para acceder al interior. Subí en el ascensor hasta el duodécimo piso y en el rellano de la escalera vi abierta la puerta del apartamento.

     Al adentrarme en el pasillo, me llamó la atención que tuviera todas las ventanas despejadas y las persianas alzadas por completo, con lo que las habitaciones lucían radiantes. Me chocó que en el cuarto de los niños siguieran tirados los juguetes por el suelo, las puertas del armario entornadas y un cuento abierto sobre la cama...
     Entonces escuché la voz de Álvaro que me estaba llamando desde el salón e iniciamos la charla.

     —¡No has cambiado, Débora! Hacía tiempo que no nos veíamos ¿verdad? Lo entiendo... No me esperabas así, seguro que mi madre te alarmaría con sus pesadumbres, pero ya me ves, estoy perfectamente —me insinuó abordándome con un abrazo que me estremeció de frío sintiendo como me hundía en su cuerpo, que parecía romperse entre mis brazos. Observé que miraba de reojo hacia ambos lados de la estancia, aunque no contemplé nada raro.
     —Tu madre me dijo que sufriste hace poco una sobredosis, pero te encuentro muy recuperado y me alegro mucho.
     —Ya lo ves, estoy mejor que nunca y me agrada mucho que estés ahora aquí conmigo. ¿Cuánto hace que nos vimos por última vez? ¿quince años? Te encuentro algo cambiada, pero tu timidez sigue intacta —añadió a su discurso sin inmutarse.
      —Me conoces, no puedo ser de otra manera. Tú, en cambio, eres un descarado. No sabes la alegría que me hace estar de nuevo juntos y viéndote tan feliz, me parece mentira que hayas tenido esa racaída o ¿no será que intentas ocultarme algo con la intención de evitar que tu madre se preocupe y desista en convencerte para que vuelvas a vivir con ella? —Mi pregunta no le gustó demasiado, por lo que traté de cambiar el tono de la charla, interesándome por las novedades en su vida.
     —¿Te apetece tomar algo? —cortó de repente el hilo de la conversación.
     —Un té con limón y miel —contesté sin titubear.
     —¡Ven, sígueme hasta la cocina!

       En el fregadero había tres tazas ovaladas con dibujos de personajes de Disney y restos de chocolate en sus bordes; sobre la mesa vi otras dos medio llenas, que a simple vista me pareció café, al lado de cada una se encontraba un plato no muy grande con sendas tostadas con mermelada cortadas al bies. No hallaba sentido a todo aquello, «la gente hace cosas muy raras para no sufrir y a él le ha dado por montarse su película», me dije a mí misma.
     —¿Cómo sigue tu vida sentimental? ¿Continúas trabajando como psicoterapeuta? —me interpeló sirviéndome la taza de té.
     —Ahora vivo con un colega de mi profesión y trabajamos juntos en un centro psicoterapéutico —respondí tomando pequeños sorbos.
     —Seguro que no te habrás olvidado de aquella tarde cuando en lugar de asistir a la anodina conferencia del rector, nos fuimos al cine a ver Seven. Me convenciste para contemplar a tu ídolo Morgan Freeman y al guaperas de Brad Pitt. ¡Ja, ja, ja! —argumentó separando la barbilla y los labios ladeados esbozando su inconfundible sonrisa de pícaro, que me hizo retroceder años atrás.
     —¿Y tú no tomas nada?
     —¡No, discúlpame!

     Regresamos al salón y me quedé con la vista fija observándole. Estaba relajado, como si todo aquello que me había contado su madre jamás hubiese ocurrido, por lo que me veía fuera de lugar, pero me dejé llevar por la paz que me transmitía su presencia.
    Alargamos el tiempo enfrascados en una conversación interminable desde lo más transcendental hasta lo más trivial. A pesar de mi insistente empeño en mencionarle a Julia y a los peques, me fue imposible satisfacer mi curiosidad, puesto que él con gran habilidad me conducía a otra cuestión, eludiendo contestarme, por lo que no me atreví a resultarle impertinente.

     Consulté el móvil y me incorporé para despedirme, pero algo me decía que no era normal lo que estaba ocurriendo, aunque no terminada de comprender el motivo.
     Vislumbré una pelota que tropezó con mis pies. Luego, a mi espalda creí escuchar un murmullo que se diluía, como risitas infantiles, que hasta ese instante no había dado crédito, pero que tras el desplazamiento espontáneo de la bola de cuero sintético comencé a atar cabos sin hallar explicación.
     Álvaro parecía estar dentro de mi mente, por lo que me aclaró que al permanecer abierta la ventana cualquier entrada de aire era la causante del movimiento del esférico.
     —Tranquilo, no pasa nada. Debo irme, ha sido una gozada esta reunión, ojalá no dejemos pasar tanto tiempo para la próxima vez. ¿Qué te parece si comemos juntos este fin de semana? mi pareja tiene previsto un viaje y estaré sola —concluí con la ilusión de un nuevo encuentro.
     —Este finde no podrá ser, mejor te llamo yo y quedamos otro día. ¡Te he echado mucho de menos! ¡Ha sido un placer! —acentuó su tono de voz, acompañado de un eco ensombrecido por una mirada vidriosa.
     —De acuerdo, ¡cuídate y llámame cuando me necesites!
     —¡Y tú igual! —me fijé en sus ojos de caramelo de menta completamente enturbiados, al mismo tiempo que notaba mi alma fragmentarse en diminutos cristales impidiéndome respirar.
     —No te preocupes. Todo está en orden y dentro de muy poco estaré mucho mejor. Por fin, he superado mi prueba y ya no tengo nada pendiente.

     Por la noche llamé a Mavi para ponerla al corriente de mi reunión con Álvaro. Procuré transmitirle mi extrañeza, pues no coincidía mi experiencia con la que ella me había trasladado cuando hablamos por teléfono. La tranquilicé en cuanto a su estado anímico, aunque por otra parte le hablé también de los extraños pormenores que percibí en la casa. Finalicé aconsejándola que fuera a visitarle al día siguiente.

      No me sentía capaz de dar ningún crédito a la nueva llamada de Mavi pretendiendo informarme de que había encontrado el cuerpo de su hijo tirado en el sofá y el forense le acaba de comunicar que llevaba varios días fallecido.
     Permanecí escéptica varios minutos, aunque trataba de mantener la atención al otro lado de la línea. Me pedía que fuera a hablar con el agente de policía para explicarle los detalles del encuentro con Álvaro, de modo que fui hasta allí.

     Al concluir mi testimonio y dado que era psicoterapeuta, confesé que me había sorprendido su inmejorable estado de ánimo; también relaté los extraños detalles que rodearon mi visita con la intervención de aquellos objetos que me resultaron sospechosos: las tazas infantiles en el fregadero o el desorden en el dormitorio de los niños. ¡Ah y la pelota que surgió de la nada para ir a parar a los pies!
     —¿Está segura de su declaración? señora Canales Gumar. ¡El dormitorio infantil no sufre ningún desbarajuste! Tampoco hemos encontrado ninguna pelota. Me parece que se encuentra en estado de shock emocional y sufre algún tipo de alucinación. Será mejor que se vaya a su casa y descanse.
    
     Al abrir la puerta de casa, noté un ruído en mi dormitorio. Alarmada quise llamar a la policía, pero algo en mi interior me tranquilizó e hizo que avanzase hacia mi habitación. 
     Miré a todos lados sin advertir nada extraño, hasta que sin explicación alguna advertí como la misteriosa pelota volvía a tropezar con mis pies.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

diciembre 16, 2019

El diario (segunda parte)

diciembre 16, 2019 27 Comments

Una ligera neblina enturbiaba aquel añoso desván, en el que además imperaba un olor muy peculiar. Un tufillo maloliente, tal vez de alguna rata muerta,  se sumaba al del aire enrarecido de humedad, polvo y telarañas, que lo impregnaban por doquier, lo cual no le invitaba a seguir mucho tiempo más rebuscando entre aquellos trastos inservibles. Por otro lado la aterradora visión del espejo, al contemplar a Zoila ya anciana y con un rictus de amargura en su rostro, fue el primordial desencadenante de un intenso desasosiego que le hizo perder el equilibrio y dar un traspies resbalando contra un montón de cajas vacías.
Muy a su pesar, aquel espectro de su amada que terminaba de percibir le cercenaba las neuronas hasta el punto de sentir como le costaba respirar por mucho que inhalaba. También su corazón palpitaba con rapidez y parecía salirse de su pecho, algo que le hizo temer por su salud. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo, notando un incipiente mareo. Parecía que hubiera perdido el control de sí mismo al verse invadido por un torrencial de sentimientos que se confabulaban para aplastarle contra las frías paredes que lo observaban en silencio.
Después de lo que le resultó una eternidad, su respiración se desaceleró y finalmente apartó a un lado el pánico con objeto de poner en orden sus ideas tan apremiantes, era necesario poner fin a su empeño de atesorar cualquier vestigio capaz de evocarle la presencia de su amada. Comprendía que sería bueno serenar su espíritu o lo que quedara todavía de él, ya que jamás había tenido en cuenta todo lo relacionado con el mundo paranormal; por lo que aún seguía con el corcho del raciocinio aprisionando la botella de las convicciones y con el agravante de ignorar como poder destaparla.

Bajó hasta el rellano del pasillo dando tumbos por los escalones. No recordaba con claridad si había cerrado bien la puerta o la dejó entornada y quizás cualquier golpe de aire fuera capaz de sacudirla, sin embargo, le costaba retroceder y subir de nuevo para asegurarse de si realmente estaba cerrada.
Unos minutos después notó un fuerte portazo, lo que le disuadió de cerciorarse si estaba bien cerrada.

Descorrió la cortina, subió la persiana, alzó ambos listones del ventanal del salón y abrió las hojas acristaladas de par en par. Sostribando* sus codos contra la baranda de metal permaneció largo tiempo mirando a una espectacular bandada de estorninos, grandes coreógrafos elevándose, curvándose y dibujando el cielo con sus formas que le permitieron por un instante volar a su lado con la imaginación, en un estado de completa hipnosis.
Según se había leído, los estorninos formaban agrupaciones que podían alcanzar los cuarenta mil ejemplares, lo que no les impedía moverse con una sincronía perfecta. En comparación con los patos o los gansos no tienen líder que les indique el compás al resto del grupo. Su filosofía se puede resumir en una máxima: «la unión hace la fuerza». Se trata, de pequeñas aves muy gregarias que deben competir con águilas, halcones o aguiluchos, todos ellos grandes depredadores que les duplican en tamaño.

La principal curiosidad que le producía, era que aquellos diminutos pajaritos habían logrado defenderse gracias a las matemáticas rodeándose de otras seis aves más de su misma especie, las cuales se mantienen a una distancia estable, constituyendo una formación impenetrable. Además, las bandadas reducen el escaso éxito que podrían tener los depredadores al cambiar constantemente la dirección de sus movimientos.

La tormenta ya había remitido hacia otro punto del horizonte, girando sus nubes en dirección oeste en una apelmazada malla en tonos oscuros casi negros, entonces el cielo volvió a mostrarse con su luminosidad uniforme.
Silas se había quedado recostado en el sofá semidormido cuando notó levitar su cuerpo y salir disparado por el vacío de la ventana abierta.

Tuvo tal extraña sensación que cerró instintivamente los ojos, no era capaz de verse volar por encima de los viejos tejados, impresionantes monumentos que dejaba atrás, plazas, farolas, calles solitarias, todo se iba alejando y aquella fuerte impresión de levedad le producía una feliz experiencia, aunque su mente no paraba de elucubrar ideas un tanto absurdas y pusilánimes, temiendo un final espantoso. Algo que por fortuna no sucedió, muy al contrario, cuando volvió a tomar conciencia, ya estaba delante de Emma. La vió con tal precisión, como si el tiempo no hubiera podido desfigurarla, incluso lucía aún más joven que durante sus años de convivencia juntos. Una imagen así nunca la podría borrar de su cabeza ni tampoco la conversación que mantuvieron juntos:

—¿Eres real o solo una alucinación?, por favor sé sincera conmigo por todo lo que vivimos juntos y porque todavía no entiendo el motivo de llegar hasta aquí.

—En cierto manera estoy en tu pensamiento, pese a que tú creas que soy un fantasma o un desvarío mental. No temas, nada malo te ocurrirá, muy pronto intuirás que siempre estaré a tu lado para protegerte, del mismo modo que te aclaraba en mi diario. Aún no estás preparado del todo, pero comienzas a despertar de tu «sueño», lo que te va a ayudar a comprender el propósito de tu existencia. Tampoco sabes que todos cumplimos un papel indispensable dentro de esta realidad, un tanto alejada del auténtico destino que cada uno eligió antes de materializarse en un cuerpo. Mi objetivo es guiarte con el fin de que luego apliques esos conocimientos tal que una orientación hasta el último día de tu vida. Ya no volveremos a tener otro encuentro parecido porque sentirás mi presencia aunque no me percibas como ahora. 

—¿Qué sentido tuvo ver aquella imagen de Zoila tan espantosa en el espejo?

—Para que dejes de sentirte culpable de su muerte como has venido haciéndolo. Es hora de que te liberes y deshagas la atadura que te resistes a soltar y que te ha podido llevar a un intento de suicidio o a perder la cordura y sumirte en una profunda crisis emocional de la cual no ibas a salir bien parado. Además, Zoila debe continuar su «viaje», permítela marchar. Ya viste en el espejo su imagen, no la hagas perder más «tiempo». Te lo aseguro porque tengo capacidad de proyectarme en el tiempo y el espacio para saber cosas que cuando todavía tenía cuerpo me era imposible desarrollar.

—¿Y tu diario? ¿podré leerlo completo algún día?... Me gustaría que todo lo que estoy «viviendo» sea real o que tuviera alguna prueba de no estar soñando. ¿Puedes demostrármelo o dejarme una señal de que esto está sucediendo o me sucederá algo parecido?... Ya sabes que soy muy escéptico con estos temas y no me costará nada pensar que pueda haber sido una simple pesadilla o el resultado de un trastorno por estrés postraumático.

—Podrás leer todo el diario completo, aunque todavía te queda volver a ese escritorio donde debajo apareció mi cuaderno secreto y abrir el primer cajón, allí encontrarás el anillo que llevas siempre en tu dedo anular y que precisamente ahora no lo tienes puesto.

—¿Cómo lo has hecho si lo tengo continuamente en mi dedo? Empiezo a creer que no estoy en un sueño.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



* gerundio del verbo sostribar, que a su vez, proviene de la palabra castellana estribar, que significa "cuando una cosa descansa en otra sólida y firme". Este verbo proviene de la palabra estribo, que es la pieza sobre la que el jinete apoya el pie, por lo que la idea de apoyar se extendió al verbo derivado.
Su origen es germánico. Nos viene del castellano antiguo. Es castellano con variación de forma. Se usa en Cáceres.

diciembre 09, 2019

El diario (primera parte)

diciembre 09, 2019 30 Comments

¡Hola a todos los que habéis comentado y a quienes aún no lo habéis hecho! me gustaría deciros que este relato ha sido modificado después de tres interesantes comentarios realizados por I.Harolina, Chelo y Mirella. Muchas gracias compañeras por vuestra colaboración desinteresada.
También en vista del interés suscitado os comunico que intentaré continuar esta historia. ¡Nos leemos!

Apenas empezaba a clarear, Silas se desperezó parsimonioso, lento como el caracol trepando hacia arriba en busca del cálido saludo del sol, entreabriendo sus frágiles pupilas deslumbradas de asombro. Aquel amanecer acompañado por el tabaleo de las gotas de lluvia rebotando en los cristales, le transportó a otro paisaje, a otro tiempo... Sentado al borde de la cama, bostezó apático y buscó debajo sus zapatillas.
Algo se agitaba en su cabeza, escasamente complejo, tal vez un ovillo todavía sin desenredar, anclado en un pasado lejano velado de ausencias y olvidos. Aún seguía lloviendo, como la noche anterior. Notaba cierto desconcierto en su espíritu de explorador inquieto, de niño que guarda la esperanza bajo el brazo apretándola hasta la extenuación, a punto de escalar nuevas tapias, libre en su vuelo de aprendiz alado.

La tormenta no se hizo esperar y con ella la pesadilla regresó a oscuras. Aquel año marcaría un antes y un después en la hoja de su calendario. Nada iba bien desde que la tristeza, tras el verano, decidió quedarse de inquilina en su cama, alojarse como una desalmada advenediza zarandeándole por cualquier motivo que evocase la ausencia que tanto le había costado enterrar.
Le parecía mentira que de inmediato, sin contemplaciones ni conmiseración, se le hubiera juntado el cielo con la tierra, y esta a su vez, terminara hundida en el infierno. Ya ni siquiera la echaría de menos, ¿para qué le serviría tal esfuerzo?...

Su primera relación con Emma le había mantenido herméticamente dentro de una burbuja capaz de hacerle flotar en una atmósfera en la que sus pensamientos construían pajaritas de papel rosado con las que ataviaba su inconsciencia, llevado por el anhelo con el que atraía el riesgo de pasar demasiado rápido las incipientes páginas de su juventud, al estilo de un colegial estrenando su uniforme y deslumbrado por el decorado donde lucirlo. Fue así como se casó con ella, una mujer totalmente enigmática y a quien con soberana estulticia subestimó, pues claramente su inmadurez le hacía imposible establecer un puente de intercambio que le permitiese ampliar su frágil microcosmos en permanente tránsito de emociones e ideas por desarrollar.
Tempranamente se quedó viudo, lo que le indujo a tratar de establecer otra nueva relación con una joven mucho más acorde con sus intereses y enfoque de la vida. Alguien que logró romper el muro que se había construido a modo de defensa contra un entorno hostil, donde se veía a si mismo tal que codiciado manjar de una sabandija que lo despreciaba. Ella, Zoila, pintó de nuevo sus pupilas azuladas de un brillo incandescente o de esa chispa que lo impregna todo de esperanza, como un carrusel de feria repleto de risas infantiles girando a la velocidad de la luz, en medio de una multitud autómata.


Ahora todo era un mausoleo en penumbra, donde incontables recuerdos vagaban por la casa: sus llamadas, los viajes, la vida reclamando pequeños gestos, grandes sonrisas... acabaron por difuminarse en un inmisericorde lienzo existencial que lo había estrangulado como un grano molesto, arrancándole de cuajo sin contemplación.

Cansado de observar aquellas hojas amarillas agonizando entre las frías baldosas de su soledad, se dejó llevar hasta la cocina en pijama y con barba descuidada, apurando el primer cigarrillo de la mañana. Sus tripas reclamaban la taza de café caliente y unas tostadas de mermelada con mantequilla. Entonces la vió sentada observándole en silencio, enfundada en su jersey de nieve blanca, siguiendo con su iris de esperanza todos sus movimientos a fin de no perderse nada, descifrando antesalas vacías que nunca se atrevía a mostrarle. Rincones con telarañas que él intentaba disimular con torpeza, pero que ella iba adecentando con paciencia y bondad. Omnipresente visión, que le acompañaba desde el infausto accidente, cuando al conducir y en un descuido derrapó en una curva cerrada, abalanzándose sobre la mediana para dar tres vueltas de campana. ¡Cómo fue posible que una mirada de atención a un simple teléfono le hubiera cercenado el alma con tanta saña! ¡Si no hubiese estado pendiente del estúpido destello de su pantalla! ¿Por qué no fue él quien pagó tamaña insensatez?...

En un rincón del pasillo permanecía recubierta de polvo su bicicleta con la que correteaba por el monte a sus anchas, trepando cuestas y adentrándose por sinuosos caminos que avanzaban a través de sendas hasta lo más profundo de su interior, animada por su abnegado espíritu de superación. Algo que Silas le envidiaba, pero que Zoila conseguía convencerle de que asimismo él lo lograría. Sin embargo, era evidente que sus ilusiones también se habían fugado con ella al sueño eterno. De momento, cuando observaba su reflejo en el cristal no sabía quien era ni tampoco le importaba qué podía hacer ahora con su vida, porque la anterior, la de los incontables mimos y pausada cotidianidad estaba desbaratada por completo.

Miró con desdén la puerta del desván y se atrevió a descerrajar el oxidado cierre, tal vez debía haberlo hecho al poco del fallecimiento, pero nunca era tarde si encontraba el diario de Zoila. ¡Cómo era posible que no se decidiera antes! Quizás el miedo a descubrir secretos que le pudieran hundir todavía más en su desgracia. Ella siempre se había mostrado reacia a leérselo, prefería que él no se adentrara en aquellas arenas movedizas que podían devorarle, así le solía responder si él se mostraba curioso, por lo que optó por dejarla tranquila y dueña de su parcela íntima.

No obstante, había llegado ya el momento de averiguar qué misterio encerraba aquel diario, aunque primero tenía que encontrarlo.
Era temprano y disponía de luz natural durante bastantes horas para ir trasteando de un sitio a otro tantos cacharros inútiles y deteriorados. En un rincón yacía una vieja maleta junto a una mecedora que cojeaba al menor movimiento, un viejo baúl repleto de libros y cuentos, con cuadernos de dibujo y hojas sueltas pintarrajeadas. También había un armario con los cajones sueltos, casi a punto de caerse atestado de telarañas. Cajas de frutas repletas de juguetes pasados de moda, lámparas sin bombillas arrinconadas por el suelo, una máquina de coser Singer con su tapa de madera maciza, teléfonos con rueda de marcador, espejos deslucidos o picados... Infinidad de antiguallas esparcidas a su alrededor y de las que se pudo desembarazar a medida que iba desplazándolas de lugar.

La tormenta se volvió a desatar con tanta furia que los relámpagos deslumbraban con sus rayos hasta los más mínimos recovecos del cuartucho, que por fin dejaron asomar las tapas del diario de Emma... ¿Cómo? pero, si nunca supo de semejante cuaderno, ¿por qué justo ahora tenía que aparecer? ¿qué significado guardaba?... De forma incomprensible, allí había permanecido resguardado debajo de una mesa de escritorio frente a la ventana abuhardillada algo maltrecho, con una cubierta acharolada en tono púrpura y extraños símbolos coronados por tres plumas de plata, aquel pequeño librito se mostraba dócil y dispuesto a contarle sus secretos.

Al abrirlo solo encontró un párrafo legible: «Pronto habré partido, aunque no lo creas siempre supe que te dejaría antes que tú a mí, por eso no quería que leyeras mi diario ni las hojas, que de momento aún, permanecen invisibles hasta que alcances cierta madurez que te permita comprender su significado oculto. Recuerda que somos aquello que pensamos, no desprecies lo que te trajo a esta existencia, destruye tu desesperanza y pronto conocerás a la persona adecuada sin ir tú a su encuentro. Nunca dudes del poder que existe dentro de ti. Sé que lo conseguirás. Te amo».

Desconcertado y sin saber qué pensar, Silas se secó las lágrimas y se colocó frente a un espejo, lo que vió tras su espalda le dejó paralizado.

Continuará la próxima semana.
 
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados