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octubre 06, 2020

La sabandija

octubre 06, 2020 52 Comments

    A partir del 1 de este mes se ha inaugurado la Cuarta Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro, en su XXIII edición, homenajeando a Jim Thompson, uno de los mejores escritores de Novela Negra, y su obra maestra 1280 Almas. 

BASES DE PARTICIPACIÓN:
    Tema: Un relato escrito en primera persona y protagonizado por un psicópata.
    Extensión: Máximo 900 palabras.
    Plazo: Del 1 al 15 de octubre de 2020.
    Participación: Deberéis publicarlo en vuestro blog y añadir el enlace en los comentarios de esta entrada.

 

Si os apetezca participar clicar con el ratón aquí en el enlace para conocer más detalles de la convocatoria.

Mi relato viene a ser una versión particular del desenlace que el autor Jim Thompson imprimió a su novela. Por consiguiente, me he inspirado en su protagonista y algunos personajes que aparecen en otros capítulos, para enlazarlos dentro de una trama que intenta demostrar la facilidad de manipulación que tiene dicho psicópata, tratando de imponer su ley a quienes pueden poner en peligro su profesión, algo que para él va más allá de lo convencional y carece de escrúpulos.

Sin más preámbulos, os dejo con esta lectura, que ojalá sea de vuestro agrado y aprovecho también para agradeceros vuestras muestras de cariño y comentarios.


 

                           «Sin embargo, hay un solo argumento posible. Las cosas no son lo que parecen». 

                                                                                                                   Jim Thompson

      Parece que la leyenda que alberga el maldito lugar donde represento a la justicia, muestra a las claras que ninguno es tan inocente como yo mismo, Nick Corey, convencido de ser la reencarnación de Cristo, haciendo "buenas obras" para persuadir a la gente de que no tiene nada que temer, ni siquiera al infierno, pues el deber les exonera de la responsabilidad. ¿Quién es más infame? ¿el que levanta el cuchillo o el que esconde la mano ensangrentada?


     El cementerio mostraba cierto parecido con la iglesia en un día festivo, las autoridades del condado y otros funcionarios estaban presentes para mostrarme sus condolencias.
     Tras las exequias por la muerte de mi esposa y del bueno de su hermano, me encaminé hasta el edificio del Palacio de Justicia. Subí despacio las estrechas escaleras de madera que daban acceso a la segunda planta donde estaba mi despacho. Me aproximé al sillón dejándome caer, luego alcé las piernas para apoyar las botas Justin sobre el escritorio. Después, cubrí el rostro con el Stetson y disimulé unas cabezadas.
       No transcurrió mucho tiempo, cuando las voces de la señorita Amy Mason y Robert Lee Jefferson, fiscal del condado, me devolvieron a la realidad.
     —¡Nick, cabrón miserable! ¡Te vas a enterar! —escupió Robert, mientras le daba un manotazo al Stetson que voló por los aires.
     —¡Pagarás las consecuencias! ¡Te lo avisé! —añadió ella con el entrecejo fruncido y las mejillas enrojecidas, ahogándose entre las sacudidas del encono.
     —¡Qué diablos os pasa a los dos! ¿De qué jodida mierda estáis hablando?
     —¡No intentes esquivar el golpe, rata asquerosa! —vociferó Robert, prisionero del ciclón de la rabia, apuntándome con su revólver Colt 45 Peacemaker.
     —Confiésalo delante del fiscal del condado o seré yo, quien te delate y envíe un telegrama al gobernador. Sabes de sobra que fui testigo del asesinato de los dos chulos del burdel y no estoy dispuesta a que acuses a Lacey.
     —¿Quién coño os creéis que sois?... ¡¿De qué puñetas estáis hablando?!...  No me puedo creer que os hayáis puesto de acuerdo para cabrearme con vuestras injurias. Si estáis jodidos no tenéis derecho a pagarlo conmigo. Soy un hombre honorable que teme el castigo de Dios y cumple con sus mandatos. Lo único que he hecho toda mi vida es trabajar de comisario ¡no soy ningún asesino!
     —Firma este documento con la versión oficial de los hechos y no enredes más con tus embustes la investigación de George Barnes, cuando fuiste tú quien apretó el gatillo —dijo Robert Lee en un tono solemne rompiendo con la uña del pulgar el sello de lacre de una botella de whisky, para darle un buen trago.
     —Me estás coaccionando y sabes que eso es ilegal, porque no tienes ninguna prueba, solo es la palabra de Amy contra la mía.
     —No te hagas el ofendido Nick Corey, tú los mataste y debes comerte tu propia bazofia —arguyó ella, clavándole la mirada enfangada de furia—. ¡No voy a incriminar a Ken Lacey!

     Permanecí aturdido algunos instantes hasta que fui consciente de las cadenas que engarzaban aquel puto collar que me habían puesto al cuello para demostrar mi vulnerabilidad y lo fácil que les resultaría desposeerme de mi placa de funcionario de policía. Sería mejor convencerle de que se trataba de una canallada por parte de Amy, ya que las mujeres nunca consienten que les den calabazas.

     —¡Cuánto lo siento amigo, pero has caído en su trampa! Pienso que te mereces conocer la verdad y no dejarte embaucar por las artimañas de las mujeres despechadas. Tal vez desconozcas hasta donde les puede llevar la desesperación... Recuerdo una pelea de gatas tratando de pillar un pez que nadaba tranquilo en su pecera. Como eran callejeras y su dueño las había rescatado de un destino incierto, no tenían un código de conducta, por lo que cada una trataba de llevarse el pescado a la boca, no obstante el pez que era más listo, consiguió escurrir el bulto y colocar en su lugar a un pez de plástico. Entonces, una de las dos se tragó aquella réplica y murió asfixiada, aunque no bastó que muriera su rival para que la otra gata también picase el anzuelo, de modo que al final el diminuto pez disfrutó de una larga vida.
     —Lo que intento decirte, amigo mío, es que no te dejes engañar por ese rico "bocado" que te ofrece Amy. No dudo que en apariencia puede resultar muy tentador: condenarme a vivir entre rejas mientras ella se relame por dentro, como una gata desesperada y dispuesta a vengarse de mi negativa para llevarla al altar ahora que soy viudo.
     —¡Bastardo, malparido! Crees que puedes reírte de nosotros con tu verborrea. No soy ninguna gata y menos aún estoy celosa porque prefieras casarte con tu trabajo.
     —Te recuerdo, querida, que me hablaste de fugarte conmigo cuando muriera mi esposa. ¿No será que te quitaste de en medio a mi mujer y su hermano? ¡Confiésalo, perdiste la cabeza!

      Escancié otro buen vaso de whisky a Robert Lee para comprobar que se lo echaba al gaznate y se atragantaba con la saliva. 

     Me excitaba tanto escuchar el gimoteo de Amy arrodillada sin apartar sus ojos suplicantes, que me fue imposible detener el proyectil 9 mm que rebotó por las desconchadas paredes del Palacio de Justicia.
    

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 


diciembre 02, 2019

Accidente en los Alpes

diciembre 02, 2019 56 Comments

Queridos lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (DICIEMBRE 2019) : EXTRAÑOS EN UN TREN de Patricia Highsmith. 

Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
  • Un relato policíaco o de género negro.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Extraños en un tren o la autora, Patricia Highsmith.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un tren.
 - También debe tener una extensión de 900 palabras, como máximo.
El que que os comparto, cumple con todos estos requisitos y su extensión es de 899 palabras.

Y como dijo Pierre de Coubertin aplicado al deporte: «Lo importante no es ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo».

Os dejo con su lectura, que deseo os haga pasar un buen rato y ya me contaréis cuales son vuestras impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
 

       El reloj marcaba «01:20 am», cuando Patricia Highsmith y su secretaria Gloria Lawless accedían, con sus respectivos equipajes de mano, al tren de Jungfraubahn en los Alpes suizos. Un viaje fascinante, que alcanza su clímax al partir de dicha estación subterránea hasta salir a la superficie, serpenteando valles, conectando trenes cremallera, funiculares y estaciones de esquí.

       Iban vestidas con abrigos de piel sintética hasta las rodillas y embozadas con bufandas de lana, guantes y boinas de fieltro, que les protegían la cabeza del aire gélido.
      Patricia era una desconocida novelista, aunque ya había editado algunos libros con buena acogida entre el público. Su semblante era más bien serio, con una mirada penetrante; tenía una boca sensual de labios carnosos y una nariz griega.
       Gloria lucía un rostro aniñado, de nariz pequeña, ojos azules intensos como un balcón al océano, también una linda boca de labios terciopelo y un encanto singular en todos sus movimientos, lo que hacían de ella una chica elegante y atractiva.
 
      Subieron al vagón situado en la parte central. Una vez acomodadas, observaron, sin ningún asomo de disimulo, a los tres viajeros situados enfrente, reparando que aún quedaba un asiento vacío a su lado.
       El pasajero situado delante de ellas estaba en el extremo lateral de la izquierda, junto a la ventanilla, lucía una barba blanca y brillantes ojos pequeños hundidos en la cima carnosa de sus mejillas, aparentaba mediana edad; leía absorto un periódico y llamaba la atención su grueso habano aferrándose a sus labios. A su lado, permanecía sentado un anciano con un traje moderno, gafas de cristales redondos, bigote bien cuidado, apoyado en un bastón de madera con una antigua empuñadura de oro. Su mujer, que le seguía en ese orden, era menuda, por su aspecto superaba los cincuenta, con una mirada pizpireta observaba cuanto acontecía.

      Minutos después un joven se aproximó al asiento vacío. Se le veía muy educado, vestido con marca de ropa cara e impecablemente planchada. Con parsimonia, fue colocando sus enseres en el portaequipajes y a la vez excusándose por las molestias a sus compañeras, que lo contemplaban indiferentes.
 

      Sobre la «01:30 am», el ferrocarril inició su marcha con un estruendoso pitido, luego el monótono traqueteo se mezcló con las ruidosas presentaciones...
      —Me llamo, Edward Elric y soy un afamado jugador de baloncesto —declaró el más joven, esbozando una sonrisa cautivadora capaz de infundirles total confianza y algo de ternura.
      —Mi nombre es Nikolái Wrangel, almirante retirado. Me acompaña mi querida esposa, Irina Lenocov, piadosa dama de la nobleza rusa. Queremos conocer a nuestro nieto en Interlaken, al término del trayecto, pues desde su infancia perdimos todo contacto con sus padres —expresó el anciano presentando a su mujer, que lo miraba complacida apretándole la mano.
      —Soy Giacomo Laporta, afamado empresario, supongo que habrán adivinado los motivos de mi viaje —irrumpió finalmente el único que aún guardaba silencio.

      Tres cuartos de hora después, Gloria salió a estirar las piernas, detrás partió Edward hasta la cafetería. Viajar por estos paisajes alpinos estimulaba su talante de inquieto trotamundos, aunque resultaba sospechoso el grado de complicidad que les unía.
      Se acomodaron en unos taburetes próximos a la barra, mientras un caballero corpulento recogió del suelo un pañuelo bordado con las iniciales N. W. que Edward dejó caer disimuladamente de su bolsillo; luego se dirigió al vagón donde permanecía el mafioso Giacomo Laporta, haciéndole una señal para seguirle.

     Inmediatamente, las luces comenzaron a parpadear hasta quedar sumidos en una tenue oscuridad, sobresaltando a los ocupantes. Al poco se escuchó el chirrido insoportable de los frenos, después, las ventanillas quedaron sepultadas por la nieve.
     Los gritos del revisor no se hicieron esperar: «Por favor, abríguense y salgan con cuidado. Hemos sufrido una avería y procederemos a la evacuación. Les esperaré en la puerta...».

      Aquello derivó en un gran alboroto con los vagones invadidos por una agravante semioscuridad, obligando a los viajeros a tropezar entre sí, dirigiéndose hacia la salida. El revisor se las ingeniaba ayudándoles a descender los peldaños hasta la espesa capa de nieve que cubría la tierra y doblaba las ramas de los árboles.
      Unos gritos irrumpieron provenientes del interior: «¡Ayúdenme, alguien acaba de asesinar a mi marido!». La multitud, más pendiente de la evacuación que de auxiliar a Irina Lenocov, colapsaba la puerta, por lo que el revisor solo pudo enviarle ánimos y promesas de ayuda hasta concluir el desalojo. No obstante, algunos curiosos comentaban haber visto a dos hombres amenazando y pateando al matrimonio, aunque la insuficiente luz apenas les permitió identificarlos, por otra parte, no actuaron en su defensa porque temieron ser agredidos.
      Mientras la multitud fue trasladada por helicópteros hasta el hotel más próximo, un médico y el revisor subieron y encontraron en el pasillo dos cadáveres que luego, al registrar sus pasaportes, identificarían como los condes de San Petersburgo: Nikolái Wrangel e Irina Lenocov.

      El caso quedó archivado por falta de pruebas, hasta que un buen dia, Patricia acudió a su cita con el odontólogo. Allí una foto de una revista captó su atención: «¡No es posible, pero si es Gloria!, ¿qué hace vestida de novia junto a ese joven chiflado del tren?».
     El titular decía: «Después de la muerte en extrañas circunstancias del matrimonio, y tras la celebración nupcial entre Alexey Wrangel (heredero al título legado por su padre) y Gloria Lawless, ambos se convertirán en los nuevos condes de San Petersburgo».


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


noviembre 01, 2016

Escenas encadenadas de un terrible suceso

noviembre 01, 2016 28 Comments
Hsin-Yao Tseng - Paisaje urbano

- Primera escena -

Llegó a la parada de autobuses de aquella enmarañada glorieta de Las Ánimas envuelta en una espesa humareda blanquecina y con la intención de coger el bus que iba directo hasta la explanada de Galileo. Se trataba de la misma línea que durante su época de estudiante le trasladaba a la facultad, pero que luego con la planificación urbanística había quedado absorbida por la gran expansión de los alrededores y ahora ya formaba parte del centro de la ciudad.
Aquella tarde por fin tenía una nueva oportunidad de encontrarse con ella y entregarle aquel abrigo azul que dejó olvidado en su automóvil desde hacía más de tres meses. Una prenda de la que no había querido desprenderse, porque al fin y al cabo era cuanto le quedaba de ella, su intenso olor a jazmín, orquídea, heliotropo y algún otro componente desconocido, le hacían recordar aquellas entrañables vivencias durante su época de noviazgo. No era gran cosa, pero se  conformó con ello y hoy por fin estaba dispuesto a quitársela definitivamente de la cabeza.

La semana pasada ella le volvió a llamar para zanjar algunas cosas que aún tenían pendientes desde su definitiva ruptura, le animó a volver a verse en su nuevo apartamento, por lo que ya habían acordado la cita a las siete de la tarde. Rony estaba expectante por aquel encuentro y descubrir si todavía le despertaba esa atracción fatal de la que él se aprovechó en el pasado.
Se había puesto su gabardina gris marengo que le llegaba casi hasta los pies y la cabeza cubierta con un sombrero de fieltro negro con anchas alas porque quería llamar su atención, sabía que a ella le encantaban los hombres con semejante prenda de vestir.

En pocos minutos descendía ya del autobús para dirigirse a una de las calles adyacentes, concretamente a la travesía Abedul, que era donde vivía Espe. Llevaba el abrigo guardado en una bolsa de grandes almacenes que movía nerviosamente al aproximarse al apartamento, hasta que sin querer se le cayó al suelo cuando cruzaba tranquilamente la calle, de repente apareció un coche que pasó encima aplastándole. 
Su cuerpo ensangrentado permanecía a un lado de la calzada mientras algunos transeúntes se pararon horrorizados y curiosos a observarlo, sin que nadie se atreviera a tocarlo hasta que llegara la policía.


- Segunda escena - 

Una mujer de unos treinta años estaba mirando por la ventana del segundo piso que daba a la calle donde había tenido lugar el incidente, observaba atentamente todo lo que sucedía afuera incluido aquel accidente mortal, no parecía inmutarse, pero nada más contemplar la llegada de un par de agentes de policía, que trataban de comprobar el estado de la víctima, puso atención y fue cuando notó un escalofrío que le recorría la espalda. La presencia de aquella bolsa, que permanecía tirada a escasa distancia del cadáver, la tenía desconcertada desde el instante en que se fijó que contenía un abrigo de señora azul, el mismo que dejó olvidado en el asiento de atrás la noche en que regresaron juntos de aquellas vacaciones.
Intentó realizar una llamada, pero su interlocutor no le respondió, por lo que prefirió tomárselo con calma y relajarse en el sofá durante un rato, hasta que sonó el timbre de la puerta. Eran dos agentes que le estaban mostrando su abrigo azul encontrado junto al cadáver de la calle y un móvil donde aparecía su número de teléfono y las llamadas realizadas al joven difunto, así como otras charlas en el wasap.

Se cambió de calzado, dejando las zapatillas en casa y se puso un anorak para bajar a la calle. Reconocía que no le hacía ninguna gracia, pero no le quedó otra opción que subir al coche policial y acompañar a dichos agentes, puesto que debían tomarla declaración en la comisaría. La víctima no tenía familia y vivía solo, de modo que aquel caso requería ciertas diligencias e indagaciones a las que no podía renunciar.


- Tercera escena -

En el vestíbulo principal de las dependencias policiales se hallaba un joven, que al verla pasar junto a los dos agentes, torció el cuello intentando seguirla con la mirada, aunque ella ni siquiera se inmutó, tenía el gesto ausente y no le prestó la más mínima atención.
Empezaba a oscurecer, cuando un policía le preguntó la razón de permanecer allí tanto tiempo, pues tenía órdenes de sus superiores para que les informase acerca del motivo que lo retenía, ya que podría estar esperando a alguien con antecedentes. Gabi, que así se llamaba el muchacho, intentó despistarle, comentándole que esperaba a un familiar con el que había quedado en aquellas dependencias.
Las horas iban transcurriendo hasta que un oficial de policía le conminó a marcharse, amenazándole que de seguir en aquella actitud tan testaruda le interrogaría porque le empezaba a resultar sospechoso, y no le beneficiaría en nada si le obligaba a tomar medidas de seguridad en su contra, que le podrían poner en algún apuro.


- Cuarta escena -

Desde las cristaleras de un bar de copas que estaba próximo a la comisaría, una pareja de delincuentes seguían mirando obsesivamente al muchacho a partir de haber salido precipitadamente y no dejaba de mirar alrededor como si estuviera preocupado por alguien. Quizás lo estaban esperando, o tal vez lo confundieron con otro peligroso delincuente y decidieron salir a hacerle frente, asimismo tenían un viejo asunto pendiente que liquidar con "él". Muy sigilosamente lo siguieron hasta que en un desliz tropezó con un socavón en la calzada y valiéndose de su superioridad física lo maniataron con unas bridas, tapándole la boca con cinta americana y desaparecieron llevándoselo en un pickup negro que habían aparcado en esa zona.


- Quinta escena -

Una vecina que sufría de insomnio había bajado a tirar la basura de madrugada cuando se percató de un pickup negro, que hacía eses por la avenida y que dando un volantazo estacionó en la entrada de un viejo almacén. Luego dos corpulentos matones sujetaban por los hombros a un tercer desconocido, que tenía dificultades para andar. Incluso los vio introducirse en aquel edificio abandonado. Esperó un rato más hasta que muerta de frío optó por darse la vuelta y marcharse a su casa.


-Epílogo-

En los informativos de la mañana siguiente, aparecieron unas imágenes en las cuales se reflejaba un accidente de automóvil, ocurrido el día anterior a primeras horas de la tarde en la travesía Abedul, próxima a la explanada de Galileo. También se daba por hecho que existía una muchacha, Espe, de unos treinta años implicada en el suceso y que vivía en la misma calle, en frente de donde ocurrió el deceso. En otro fotograma del reportaje se podía ver a dos matones, que habían huido la madrugada pasada en un pickup negro transportando una abultada carga ilegal de droga y a un sospechoso, Gabi, implicado igualmente en dicho caso. A continuación salían las fotografías de dichos delincuentes, junto a la del vehículo. Parecía que se trataba de un ajuste de cuentas, en el que se afirmaba que la chica era novia del fallecido, del cual quería deshacerse cuanto antes, porque estaba a punto de casarse con el joven heredero del mayor holding empresarial de una famosa marca de automóviles, que se había compinchado con ella para asesinarlo.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados