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diciembre 07, 2020

Papo

diciembre 07, 2020 60 Comments

Óleo con paisaje de mar - Hernán Cortés Moreno

Dentro de la Cuarta Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro, en su XXIV Edición, correspondiente al mes de Diciembre de 2020 y a modo de homenaje a Daphne du Maurier, autora de la famosísima novela Rebecca, os invito a conocer los requisitos formales para dicha participación, así como el relato con el cual participo en esta nueva ocasión.

REQUISITOS FORMALES:

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor durante el plazo de participación.
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada que dé inicio a la convocatoria.
  • La historia deberá girar en torno a un personaje que no aparezca en el relato.  
Por consiguiente, el tema como exigen los requisitos, gira en torno a un personaje que no aparece en el relato sino que existen referencias a él desde el recuerdo y el punto de vista de otros personajes secundarios. Lo he construído ajustándome a las novecientas palabras máximo y contiene elementos fantásticos además de otras particularidades que apuntan a un cierto tipo de narrativa llamada realismo mágico, aunque nadie mejor que vosotros para juzgarlo, por lo que estaré atenta a vuestras impresiones y espero no defraudaros. 
Muchas gracias compañeros y amigos lectores, como es mi costumbre os devolveré gustosa vuestros comentarios. 

  
      He vuelto al rompeolas. Inquieto lo recorro, tratando de bucear en el piélago de la memoria, para rescatar del olvido fragmentos de mi infancia.
 
      Desvío los ojos al agua y una imagen ondulante me devuelve otra: la barquita de Papo, así le llamaban al abuelo cuando yo me dedicaba a ensanchar el vientre de mi madre.
      Las olas se cruzan con otras lejanas y así, voy cruzándome en esta fría tarde con la melancolía del presente que me transporta a otro tiempo pleno de felicidad.
      Desde esta extensión de rocas que roban espacio al mar me veo adulto, desconfiado y sigiloso, como el cangrejo que agazapado entre las piedras me ha descubierto circundando su territorio, aunque no tengo ninguna intención de atraparlo, pero es evidente, que su código de supervivencia me señala como un eventual peligro.
      Me complace divisar todavía la vivienda de mi abuelo de un blanco reluciente con fornidas rejas para proteger las ventanas repletas de macetas.

      Sigo queriendo vencer al ejército de «saqueadores» que aún se jacta de haberme ganado la partida. Me cuesta aniquilar el rastro de lo que llegué a ser, escoltado por una maleta ahíta de ilusiones con que embalé la cabeza durante la aventura que viví lejos de esta escollera. Fue difícil extinguir el hechizo que me mantuvo cautivo hasta recuperar la llave de la celda de mis locuras y huir.
     Me salvé de los tambores de guerra y del instante cuando expiró la contrarrevolución. Por casualidad, conocí la llegada de los vencedores que me obligaron a ocultarme en las estribaciones de una montaña con lo justo para subsistir y sin renunciar a los principios que mi padre supo imbuirme con esmero y cariño.

   
       He vuelto para quedarme y pisar otra vez la playa que lleva hasta las calles soldadas al trozo de tierra firme por donde rodaron mis pasos calzados de inocencia y liderados por el ímpetu de mi juventud.

       Eliseo, mi padre, decía que de pequeño, Papo solía despertarle con su vozarrón gutural, dispuesto a reventarle el parche ovalado que recubría sus tímpanos, si no daba muestras de alzarse del mullido catre y brincar para seguirle como al adalid que conoce el trayecto hasta los fogones de la cocina. Allí, deleitándose con el bizcocho de limón que mi abuela horneaba; preparando la mesa, eternizando la estampa de Papo cruzando los brazos con las manos sujetando la nuca, dejando que la cabeza caiga despacio para girarla a ambos lados con la sonrisa intensa, mostrando los dientes de arriba, mientras no la perdía de vista alimentando a los polluelos.

       Me dirijo a la vereda de almendros bajo un reguero de magnolias que adornan los balcones en los fragores del verano.
       Noto como los pies me conducen hasta la casa enlucida de yeso y con vigas de madera por dentro. Es sábado y todo es silencio... ¿Qué extraño? ¡Nadie me recibe!
      Una atmósfera de vapores añejos amontona el polvo en los rincones y eclipsa las estancias vacías. Alzo la persiana de mi cuarto y escucho el chirrido del eje que me indica la suciedad acumulada. Debería engrasarlo.
       Todo permanece como cuando padre me envió la foto del último cumpleaños de Papo, solo que las plantas de las ventanas ya fenecieron. 
«¿Dónde están las macetas que veía desde el malecón?», me cuestiono, y al poco, percibo un susurro que me obliga a girarme en redondo...

      —¿Cómo es posible que hayas tardado tantos años? —me pregunta mi padre sin mover los labios, rodeado por un halo de misterio.
      —Padre, estoy confundido. ¡Ahora tiemblo de frío y hace nada,  el cuerpo me ardía en la playa! ¿Por qué no está madre? ¿Qué le ha pasado?
      —Hijo mío, estoy dentro del armario —intercede la madre—. Ya lo entenderás. Abre la puerta, pronto estaremos todos juntos. Me quedé esperándote.
      —¿Y Papo, también está ahí?
      —¡No, él se ha tenido que marchar! Nos dijo que te felicitásemos tu cumpleaños.
      —Pero, mamá, ¿qué estás diciendo? Eso ya pasó. Hoy no es mi cumpleaños.
      —No contradigas a tu madre, ya conoces sus poderes y ha estado todo el día preparando la fiesta. Sabía que hoy vendrías.
      —¡Venga, hijo mío, métete en el armario y saldrás al jardín!
      —De acuerdo, lo voy a intentar.

      Abro la puerta y el interior del armario se ilumina, dispersándose los estantes y la ropa enmohecida. Me introduzco despacio, pensando que ha sido fácil hacerlo. Al fondo distingo el jardin inundado de sol, con el parterre repleto de peonías y verbenas.
      La mesa de madera tropical sigue en el centro rodeada de sillas donde mis padres y la abuela permanecen estáticos, con la misma vestimenta de antaño. Un escalofrío me sobresalta cuando me fijo que se elevan por encima del suelo, yendo de un lado a otro.

      —¡Se acabó la fiesta! ¡Quiero salirrr... ¡Ahoraaa!
    —¡Eso es imposible! —vocearon a coro aquellos títeres—. Comprendí que ya no estaban dispuestos a continuar sin mi presencia.
      —Aquí todo es posible ¡quédate con nosotros! —prosiguió mi abuela, tal y como la vi en una foto de cuando era joven.
      —Pues si todo es posible ¡quiero abrazar a Papo! No tuve ocasión de que me sujetara en sus brazos y todo lo que sé de él me lo habéis contado.   

      He vuelto a cerrar los párpados mientras duraba la siesta. Voy a frotármelos como si se trataran de lámparas maravillosas dispuestas a concederme el deseo: ¿Papo, estás ahí?...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

junio 01, 2020

La lavandería

junio 01, 2020 29 Comments
Fotografía de Sara Shakeel
Queridos amigos y seguidores: 
Me gustaría veros recuperar la confianza para retomar el pulso de vuestras vidas y que evitéis en lo posible no dejaros engañar por tanta propaganda alarmista. De ahí que os propongo una pequeña reflexión: 
Teniendo en cuenta que según la OMS el covid19 se contagia solamente cuando alguien estornuda o tose enfrente de nosotros a menos de un metro de distancia y no estamos protegidos con mascarillas y guantes, entonces esto no justifica los confinamientos, ni el cierre de empresas o que la economía mundial se paralice. 
No es conveniente que nos atemoricen con el uso obligatorio de mascarillas en lugares públicos al aire libre y respetando la distancia obligatoria.
Si en casa no nos ponemos la mascarilla ¿por qué debemos llevarla cuando conducimos nuestros vehículos privados o cuando estamos solos o en familia en mitad de la naturaleza o en parques y calles medio vacías?... Evitemos caer en alarmismos absurdos o en restricciones que nos privan de nuestras propias libertades.
                                                                     -    -    -    -    -    -    -    -    -
Seguidamente os invito a la lectura de esta historia que me inspiró la imagen que encabeza la entrada y que además la he construído con pinceladas de realismo mágico.
Muchas gracias un día más por llegar hasta aquí para dejarme vuestras interesantes impresiones. ¡Nos seguimos leyendo!

     Tomás había dejado de beber hacía tiempo, pero aún así cogió una botella de whisky sin abrir que alguien puso sobre la mesa. Aquel ademán resultaba considerablemente familiar: rompió el sello con la uña del pulgar, desenroscó el tapón y cuando iba a llevársela a la boca se quedó pensativo durante unos segundos... ¡No, ya basta!
 
      Ya no era el joven adolescente rubio cuya vida revoloteaba entre hacer pellas en las clases de la mañana del instituto o colocarse de alcohol y drogas cada fin de semana. Se había hecho mayor, como le ocurría a todo el mundo, pero estaba claro que ahora se había vuelto más responsable y quería cambiar el rumbo del pasado.
     En la actualidad, como estudiante universitario, apenas disponía de espacio en aquel reducido apartamento, que compartía con otro joven, por lo que enseguida comprendió que algunas de sus necesidades debía solucionarlas fuera, por ejemplo dedicar una tarde a la semana, para realizar su colada en una de las lavanderías más próximas del barrio.

    Por la mañana había tenido que asistir a varias clases presenciales obligatorias en la universidad, todavía no era mas que un pobre novato demasiado joven e inexperto dentro de aquel ambiente tan bullicioso, rodeado de una ingente cantidad de personas deambulando constantemente por todo el campus, un territorio «comanche» imposible de abarcar y donde las relaciones sociales entre alumnos y profesores requiere de paciencia, observación y mucha perspicacia.

    Existían casos de estudiantes, que después de mucho esfuerzo por demostrar su talento intelectual, apenas lograban obtener unas calificaciones que hicieran justicia con su buen rendimiento en las aulas, en cambio, otros más afortunados, conseguían el mayor éxito del mundo, aunque su valía era bastante dudosa.

       La obligación de saber administrar el tiempo era algo crucial; ser puntual, planificar las tareas para obtener buenas calificaciones en los exámenes o llevar una vida social agradable, eran otros requisitos indispensables para mantener a flote la moral de cualquier estudiante.
      A Tomás le gustaba experimentar la novedad de estar fuera de casa por primera vez, lo que estimulaba su imaginación y le hacía sentirse libre, aunque tenía demasiado claro que no debía recaer en los vicios del pasado, por lo que ahora pensaba que lo más conveniente era tratar de aprovechar al máximo el tiempo para aprobar la carrera. Luego, ya vería cómo resolver su vacío existencial.

      Recostado en el sofá leyendo una novela de terror sintió agarrotarse los músculos y entumecerse el pensamiento... Las horas pasaban y el libro acabó cayendo al suelo...


     Cogió una bolsa de deporte con la ropa sucia y se dirigió hasta la lavandería. No obstante, aquella vez le pareció demasiado extraño la gran agilidad de sus movimientos al desplazarse, sin apenas notar cansancio físico. El paisaje parecía mantenerse en una extraña coloración y los viandantes con los que se cruzaba tenían una inexpresiva mirada en sus rostros.
     Cuando accedió al establecimiento algo le hizo retroceder el paso. De forma instintiva se frotó los ojos y trató de enfocar la mirada hacia lo que le pareció estar fuera de lugar, pues no halló normal aquella extraña visión, unas piernas de mujer colgando en el borde del tambor de una de las lavadoras... 

      —¿Qué era aquello? —se preguntó desconcertado, pensando si debía o no llamar a la policía.
   La máquina aún estaba repleta de detergente y líquido, por lo que debido al inusual encajonamiento de aquel «cuerpo extraño» se había parado. Tan siniestra escena mostrando las extremidades que asomaban por la escotilla de la lavadora, le hicieron pensar en un final espeluznante.
     —¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —escuchó aterrado aquellos gritos de socorro. Sin embargo, el miedo le mantenía paralizado completamente.
     —¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —repetía aquella voz femenina, mientras otra voz mucho más cercana le decía al oído: «¡Tomás, despierta, ya es hora de irnos a la lavandería!».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

mayo 25, 2020

Juanjo en El Reino de Piedra

mayo 25, 2020 45 Comments


Queridos amigos y seguidores:
Deseo que poco a poco os animéis a retomar la rutina habitual que teníamos antes de la pandemia. Os confieso que echo de menos el poder abrazar, besar o saludar como siempre lo hacía, de modo que espero que no se pierdan esas sanas costumbres tan humanas como necesarias para una buena salud mental.
Personalmente, como le ha pasado a mucha gente y también a vosotros, ya necesitaba salir del "encierro" domiciliario para ir recuperando muchas de las actividades que antes realizaba fuera de casa, como el contacto con la naturaleza ahora que ya ha llegado el buen tiempo, charlar cara a cara tranquilamente con mis amistades o vecinos, disfrutar de las terrazas de bares y restaurantes y comprar en las tiendas de barrio, que lentamente van levantando los cierres de sus establecimientos. Por supuesto que respetando la distancia, las medidas de higiene y protección, no hay razón alguna para temer retrocesos o entrar en pánico, teniendo en cuenta que el peor de todos los virus, sin duda alguna es el del hambre y la miseria.
Muchas gracias a todos por vuestras atentas huellas y nos seguimos leyendo.

Pasando a otro asunto, os comento que vuelvo a concursar en la XVI EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (MAYO 2020): ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS de Lewis Carroll, con un original relato que cumple el primer requisito del concurso y tiene una extensión de 900 palabras.
  • Escribir una historia de Fantasía en la que realidad e irrealidad se entremezclen.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Alicia en el pais de las maravillas o al autor, Lewis Carroll.
  • Un relato en el que el protagonista sea uno de los personajes de esta novela visitando nuestro mundo real.
  • Extensión: Máximo 900 palabras.
Deseo que la lectura sea de vuestro agrado. En fin, ya me contaréis vuestras impresiones y sugerencias al respecto.
Muchas gracias a todos.


     A partir de entonces, se le ocurrió permanecer sentado en los escalones de la entrada a casa, con la cara entre las manos, los codos aprisionados contra las rodillas, y una idea fija en su pensamiento: "cualquier día volverá y tengo que saberlo. Probablemente, llegará con las manos marcadas por las redes y podré acurrucarme en su regazo para escuchar tantas historias asombrosas".

     Parapetado entre dos embarcaciones de la playa, miraba a través de la lente del catalejo cuando algo despertó su atención: la presencia de un barquero con capa y embozado con un antifaz de superhéroe, surgiendo del interior de una gruta submarina, que avanzaba hacia la costa.
    A sus espaldas, no tardó en percibir la presencia de un intruso junto a una hoguera. El crepitar de las llamas desvió su atención, parecía que cobraban vida cuando exhalaba extraños sonidos parecidos a las cantinelas de hechiceras, como las de los cuentos que su madre, Olaya, le relataba, haciendo hincapié en el respeto a las fuerzas misteriosas de la naturaleza, así las llamaba.

     Sin poder evitarlo, unas briznas le alcanzaron... Notó que un halo de luz le envolvía por completo, trasladándole al interior de una galería sinuosa de colosales dimensiones, que confluía en una especie de pórtico de alabastro, en cuya cimbra central se apoyaba un nido gigantesco y debajo dos paladines de piedra custodiando la entrada al palacio de Chupiristrán.
     Absorto contempló a dos guardianes alzando sus brazos y sacudiendo las manos como partisanos.
       —¡Te esperábamos! —gritaron a la vez.
      —Eres nuestro invitado, acomódate sobre el almohadón de nube que flota a tu lado —proclamó el paladín panzudo, cobijado con su escudo de rombos de arenisca parda y fondo de cuarzo vidrioso situado a su derecha. Luego, sacó de un bolsillo invisible un tulipán nacarado y lo alargó hasta donde él se hallaba, para entrevistarle—: ¿Cómo te llamas?, ¿quién te ha traído?; ¿te gusta este sitio?...
       —No es nuestro invitado, botarate gordinflón. ¡Es nuestro prisionero! —objetó el otro paladín de la izquierda, con escudo de rombos de arenisca blanca y fondo de cuarzo ahumado, mirándole cejijunto. Desprotegido, estiró las manos apartándole el micrófono, para aherrojar las del chaval con mariposas metálicas en las muñecas. —¡Despéñale al pozo de las lágrimas negras! ¿a qué esperas terco zampón o prefieres que te raje por la mitad?
       —No me porté mal señor paladín, ¡quiero irme a casa! —balbuceó adelantando el labio inferior, a punto de llorar.
      —Llevémosle ante el juez Halcón —sostuvo el paladín de la derecha, girando sobre sí mismo para retumbar los cascabeles prendidos en sus tobillos, lo que atrajo a la Emperatriz de la tormenta y al propio magistrado.
       —Mi trono permanece en el Averno y vengo a buscarte, renacuajo indefenso.
      —¡Ehhh, gaznápira, desaparece o decretaré cortarte la cabeza! Como juez del Reino de Piedra dispongo que el prisionero sea liberado. "No hay nada malo ni bueno en sí mismo, es nuestro pensamiento el que lo transforma", decía el gran Shakespeare en voz de Hamlet.
      —Su señoría, Paniculata Enana y Guisante Vacilón discrepan. ¡Abran paso a los payasos! —enfatizó el paladín con escudo de rombos de arenisca parda y fondo de cuarzo vidrioso, alzando los ojos, revolando los brazos y emitiendo grotescos graznidos de águila, lo que incentivó las risas del jurado.
      —¡Que pasen a declarar! —enfatizó el juez, elevando las dos manos a la vez para calmar los ánimos.
       —Este niño es un angelito ¡echémosle a volar! —testimonió Paniculata Enana, esbozando una sonrisa pizpireta.
       —Es mejor esperar a que venga un huracán —ponderó Guisante Vacilón con descaro y sin pestañear.
     —No escucharé más simplezas. ¡Es mi presa! —refunfuñó la Emperatriz tabaleando su cetro infernal contra el suelo.
      —¡Que le corten la cabeza a la vieja pelleja! —intervino su padre en una súbita aparición, ataviado con un manto real de armiño rojo con una corona y cetro de oro.
       —¡Subidle al gran nido volador y llevadle a casa! —medió un tercer paladín rosado de medio lado y verde botella del otro.
                                                                                   
                                                                             *  *  *
                                                                                  
     Como sucede en los cuentos de hadas inmaculadas, la noche se tornó día y él seguía tumbado en la arena de la playa, mientras su madre le tiraba de las orejas, regañándole por escaparse sin su permiso.
     Entretanto, giraba el cuello procurando localizar al hombre de la barca que vio alejarse de la costa, aunque no dejó rastro. Pensaba, si quizás tampoco existía El Reino de Piedra.

     —¡Oiga! ¡¿Señora?! Un hombre me ha dicho que le entregue este catalejo que Juanjo olvidó anoche.
      —¡Es de mi difunto marido! —articuló Olaya con los ojos abiertos y los dientes castañeteándole.
     —Se fue mar adentro y me suplicó que nadie lo buscase. Es feliz en otro lugar y su hijo sabe dónde encontrarle.
      —¡Es papá!
      —¡Cállate Juanjo, no digas tonterías!
    —No miente, ¡créale! Ahora, tengo que irme —apostilló temblándole los labios y haciendo ademán de secarse las lágrimas que empañaban sus ojos.
     —¡Pe... ro... espere...! ¿Qué sabe usted?
     —Mamá, anoche cuando me saltaron las chispitas de la hoguera, él me llevó en la barca a su reino maravilloso.
     —¡Déjate de cuentos!—. La madre volteó la cabeza para buscar al barquero del antifaz, pero ya había desaparecido y Juanjo se sentía el chico más afortunado de la tierra.

     Cuando la luna llena planeaba en el cielo, regresaba a la orilla de la playa para escrutar el horizonte con el catalejo, hasta divisar al barquero y regresar juntos al Reino de Piedra.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


enero 29, 2020

La magia de la naturaleza

enero 29, 2020 34 Comments
Fotomontaje de Estrella Amaranto
¡Hola a todos!
En esta ocasión os presento un nuevo relato donde el título tiene mucho que ver con el mensaje y parte de la historia, en la que hay algo de distorsión de la realidad o de estilo surrealista, dentro de la realidad en la que transcurren los hechos.
Con el propósito de que os resulte una lectura fluida e interesante en todo momento, no me ha quedado otra solución que además de la parte descriptiva haya osado incluir  diálogos con verbos discendi y no discendi, que por la dificultad que supone escribir correctamente los incisos, pues ya me diréis si he cometido o no algún fallo.
Sé que a simple vista también os pueda parecer algo extenso, pero estoy convencida de que si os lo hubiese sintetizado o escrito en dos partes, perdería completamente su encanto y fácil lectura. Otra solución es que cuando dispongáis de tiempo suficiente lo leáis tranquilamente para su mejor aprovechamiento y comprensión.
¡Ojalá su creatividad os sorprenda gratamente!
Muchas gracias por vuestros amables, además de valorados comentarios y observaciones.

Entró en su despacho, vio los documentos que estaban sobre la mesa, pero desvió la vista y antes de sentarse prefirió mirar el cielo desde el amplio ventanal que cubría una sección de la pared chapada en madera de roble, en aquel impresionante espacio donde la luz natural entraba a borbotones expandiéndose por todas partes.
El móvil de la oficina sonaba con insistencia; le buscaban de todos lados para requerir su ayuda. Dejó que continuase llamando hasta que lo descolgó por fin sin disculparse por la demora. Saludando con descortesía, gruñó un par de órdenes, aguijoneando a su interlocutor y colgó inclemente.
—¡No hay manera de encargarles nada! —rugió encolerizado frunciendo el ceño y apretando los puños con fuerza.
Anabela entró en el despacho, situado en la trigésima segunda planta de un imponente rascacielos en la zona empresarial de una importante metrópoli. Allí estaba situada la sede de la compañía que él dirigía.
—Don Gregorio ¿ya ha firmado los contratos que le dejé encima de su escritorio? —indagó la mujer con voz apenas audible.
—¡Ah! Los papeles de los arrendamientos de los terrenos rurales —se percató mientras sujetaba nerviosamente entre sus dedos el bolígrafo, para estampar su firma en cada documento y se los devolvió—. ¡Aquí los tiene! Envíe una copia a Dionisio Blanes lo antes posible.
Doblando el cuello y agachando la cabeza, Anabela salió sin emitir palabra alguna. El tal Dionisio no era más que un perro guardián, ex jefe de la policía nacional expulsado del cuerpo por ilícitos negocios y el mejor espécimen para amenazar a los agricultores y obligarles a vender sus tierras o cultivar aquello que el dueño les ordenase.
Gregorio Malpaseda creyó que ya le había llegado el momento de terminar la jornada, por lo que como era su costumbre salió sin despedirse de nadie. Se montó en el ascensor para los directivos y apretó el botón del garaje.
En el camino de vuelta a casa, los transeúntes parecían distraídos sin apreciar el valor del tiempo. Con las nuevas cosechas que pensaba implantar en los terrenos de su propiedad aumentaría el riego al doble, con lo que el consumo del suministro del agua sería mucho mayor y los accionistas estarían más satisfechos. Naturalmente, su jefe también lo estaría.
Sus depósitos de valores aumentarían vertiginosamente y podría adquirir el jet privado y el personal de vuelo necesario.
Al llegar a su domicilio, estacionó en el camino de gravilla blanca junto al jardín de su parcela. Descendió del auto y tropezó con el jardinero, que ya se marchaba.
—Oiga —le abordó. He terminado de podar los rosales, los hibiscos y los claveles y he trasplantado las begonias que estaban al otro lado del jardín. Es el lugar perfecto para que reciban más horas de luz solar y se protejan del viento.
—Sí.  De acuerdo, usted es el experto. —Sentenció Malpaseda, elevando una esquina de la boca y la otra formando una medio sonrisa, apretando los labios—. ¡Vaya tocapelotas! —masculló luego, cuando se cercioró de que no le oía. Sin embargo, el jardinero le había escuchado el insulto.
—La naturaleza es sabia. No hay que enfrentarse a ella —farfulló el afable individuo.
Entonces abriendo la mano, dejó escapar al aire una minúscula semilla que la brisa empujó a través del hueco de una ventana, quedando enganchada en el gabán que dejó sobre el alféizar.
Pasó el resto del día con su esposa e hija, cenando con ellas y acostando después a la pequeña. Leyendo los correos y mensajes del móvil; conversando unos minutos con su mujer hasta que se fueron a dormir. Hacía años que ya habían perdido su interés por el sexo, de manera que enseguida cayeron en brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente Gregorio llegó el primero a la oficina. Solo tres o cuatro empleados se hallaban en sus puestos y le saludaron afablemente. Él girando para otro lado la cabeza los ignoró por completo y se metió en su despacho.
Se dirigió al perchero para colgar su gabán, acomodándose en su escritorio, desplazando el sillón hasta quedar centrado y luego revisó el móvil, realizando algunas llamadas rutinarias. Entre ellas, a su hombre de confianza, Dionisio Blanes.
—¡Procura que las tierras queden hoy repobladas y listas para la siembra! —ordenó, mientras una diminuta espora se escapaba del paño azul oscuro de su gabán.
—¡Perooo... dame tiempo! ¡Aún no he reunido a todos!. —Se excusaba tratando de mitigar la tensión con su interlocutor y pensando en las consecuencias si no le complacía.
—¡No me cuentes chorradas! —vociferó Malpaseda —. Ya sabes de otras veces lo que debes hacer. ¡Nada de contemplaciones! —exigió, con una inflexión en el timbre de voz. Lo cual provocó, que saliera de la manga del gabán un diminuto tallo verde con algunas hojitas.
—¿Me vas a contar que no puedes desafiar a unos simples campesinos? ¡Venga tío! ¿para qué te pago? ¡Cada día que pasa me estás haciendo perder dinero! ¿Todavía no te has dado cuenta? ¡Espabílate, mamarracho! —rugía Gregorio, importándole un bledo el aprieto de Dionisio, quien continuaba sudando la gota gorda sin hallar solución.
Aquel diminuto brote que comenzó asomando en la manga del gabán ya alcanzaba el suelo y se había ramificado en poco tiempo.
—Me da igual tu método para cumplir mis órdenes, pero te aviso ¡debes hacerlo pronto! —Procura que mañana entren las máquinas a despejar el terreno y quitar las malas hierbas.
Junto a las ruedas del sillón, las ramitas se había enrollado creando una maraña de hilos y hojas que se habían originado a través del paño azul del gabán. Aquel extraño vegetal no paraba de crecer y las ramas se volvían cada vez más gruesas trepando hacia el asiento. Increíblemente la velocidad de crecimiento era alucinante. Malpaseda en su ofuscación por coaccionar al excomisario permanecía ausente de semejante prodigio. En tanto él chillaba y amenazaba a su perro guardián, la planta embrujada, que surgió de tan diminuta semilla, lanzada al aire por el jardinero, y que había ido a parar a su abrigo, ahora ya cubría el respaldo del sillón. Al darse cuenta de su presencia era muy tarde. Sus piernas se veían atadas por aquellos tallos, que no paraban de aferrarse con más fuerza a su cuerpo. No pasó mucho tiempo cuando ya era preso y ramaje seguía subiendo por la espalda.
—¡Socorrooo! ¡Que alguien me ayude! ¡Diablos, todavía no ha llegado Anabela! —atisbó a decir en el instante de que la planta le aprisionaba el brazo que trató de estirar para tocar el timbre de alarma que tenía instalado debajo de la mesa. Tampoco le valió intentarlo con el otro, su ramaje también lo sujetaba implacable.
Anheló gritar y empezó a desgañitarse, pero cuando abrió la boca, otra planta se hundió en ella y la tapó con sus hojas hasta que su voz se apagó, ahogada en el silencio. El pánico se apoderaba de aquel miserable, sus ojos abiertos, igual que sus labios, mostraban el terror que se adueñaba de su espíritu. Las robustas ramas le comprimían el cuello casi estrangulándolo. Sus frondas ya le envolvían el rostro, tan solo una pequeña porción de su cabellera despuntaba en lo alto. Todo el sillón se había atestado de extraño verdor. Gregorio Malpaseda estaba completamente inmovilizado y tenía dificultad para respirar, no oía ni veía nada, tampoco podía hablar.
Preso de la desesperación realizó un ímprobo esfuerzo logrando magullar con un dedo una de las ramas de la planta, lo que suscitó que la fuerza que atenazaba su mano se volviera aún más consistente, lo que aumentó su desasosiego.
Ensalivando la boca para expulsar las hojas que la embozaban y con un ímpetu sobrehumano sopló, consiguió desprenderse del ramaje que le rodeaba. Gritó con todas sus fuerzas hasta que su esposa le preguntó: «¿Qué te sucede? ¿Has tenido una pesadilla?». Él se quedó mudo. No acababa de salir del sueño y le costaba pasar de aquel estado de modorra, al de vigilia. Lentamente tomaba conciencia de que muy probablemente las sábanas se le habían enrollado al cuerpo y era esto lo que le impedía moverse y respirar.
—Tranquila florecita, no me pasa nada. Sigue durmiendo, todavía es temprano —balbuceó tratando de sosegarla.
Ella le obedeció, aunque sorprendida. ¿Florecita? Hacía tanto que su marido se había olvidado de llamarla así, que fuera lo que fuera el motivo de la pesadilla, a ella le empezó a gustar. Estirando los brazos se giró para el otro lado y volvió a dormirse.
Al amanecer ya estaba levantado, pero antes de ducharse, vestirse y tomar el desayuno, rodeó a su mujer en sus brazos y le dio un cariñoso beso en la frente. Ella, medio dormida, le sonrió sin emitir palabra. No le importó preparar él solo el café y las tostadas, se sentía tan distinto al Gregorio que conocía, que después de tantos años atragantándose por las prisas, ahora, de manera diferente, saboreaba cada sorbo de aquella amarronada bebida.
Al salir al jardín encontró al jardinero, inmerso en sus tareas cotidianas. Sonriendo le dio los buenos días y se dispuso a subirse al coche. El hombrecillo se giró desde el seto para contestarle.
—No se preocupe Don Gregorio, cuidaré de su jardín. Sin duda, le veo diferente a otros días y me parece magnífico —pensando que hasta ese momento nunca le prestó la más mínima atención. —Tampoco se había inmutado, lo que le hizo recordar sus palabras del día anterior cuando ambos se tropezaron:
«La naturaleza es sabia. No hay que enfrentarse a ella».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

enero 08, 2020

La fábrica de pasteles artesanos

enero 08, 2020 30 Comments

¡Hola a todos! 
Espero que las pasadas fiestas os hayan servido para desconectaros unos días de esta actividad bloguera a la que estamos acostumbrados y permitiros cambiar el chip con otro tipo de actividades y naturalmente regresar con nuevos proyectos para este año 2020 que ya hemos inaugurado, ¡ojalá que esta vez se hagan realidad o al menos la mayoría!
Bueno, en mi caso el descanso no ha sido completo, ya que estas fiestas no suelo celebrarlas siguiendo las pautas comerciales o incluso tradicionales, más bien aprovecho para rodearme de esas escasas personas que ya no me caben en los dedos de una mano y disfrutar el instante como si fuera la última oportunidad.
Centrándome en el relato que os voy a compartir esta vez, quisiera comentaros que se trata de mi primera participación en la web "Café Literautas", para el 2º Reto de escritura creativa. Diciembre 2019, de 750 palabras máximo y en esta ocasión las palabras obligatorias eran: viento, caracol y bebé. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no, es que todo el relato se desarrolle en una fábrica de pasteles artesanos.
Bien, pues mi opción fue precisamente aceptar esta sugerencia y desarrollar mi historia en una fábrica de pasteles artesanos, de ahí que eligiera este título.
Otro detalle importante, es la reedición que he hecho del texto inicial con el que participé antes de Navidad, pues gracias a las opiniones y advertencias de los atentos compañeros que participamos en este reto, comprendí la necesidad de corregirlo y volverlo a publicar. 
Sin otro particular, os invito a su lectura y opinión al respecto.
Muchas gracias a los compis de "Café Literautas" y a vosotros por dejarme vuestra valiosa huella.

 La fábrica de pasteles artesanos
 
Hace mucho tiempo en la ciudad donde nací, vivió un humilde artesano dedicado a crear auténticas obras de arte, se trataba de un alfarero bastante diestro a la hora de modelar con sus manos el barro. Aprendió a extraerlo, limpiándolo y sobándolo a fin de obtener las pellas apropiadas para el rotativo trabajo en un torno de uso artesanal de la mano de su padre y antes de su abuelo. La alfarería se hizo famosa, pues muchas de sus piezas se habían convertido en artículos decorativos anhelados por los coleccionistas.
Sin embargo, murió consternado por el sufrimiento que le produjo el rechazo de su hijo a continuar con la tradición familiar. Sus esfuerzos por mantener a flote la prestigiosa calidad de sus creaciones, lo mismo que la leyenda que sus ancestros se encargaron de instaurar a lo largo de más de un siglo, se desintegraron como una enorme pompa de jabón al calentarse.
Miguel, el hijo del finado, prefirió vender el negocio y con las ganancias obtenidas montar una fábrica, donde mi azucarada familia de pasteles artesanos alcanzó un espléndido renombre, con el que ni siquiera habíamos soñado y nosotros sus fieles productos se lo agradecíamos sacrificando nuestras vidas en pro de la calidad y el prestigio de la factoría.
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Continuaré mi historia trasladándome al presente, pues quiero invitarte a descubrir la cotidianidad de nuestra jornada laboral en manos de los empleados que nos amasan, hornean, trocean y hacen de nosotros deliciosas elaboraciones de la repostería.

Cada mañana, una vez engrasadas las máquinas, los trabajadores mezclan nuestros ingredientes siguiendo un diligente proceso de elaboración, tratando en lo posible de emular las recetas que preparaban sus abuelas, incorporándoles modernas fórmulas, generalmente atractivas para los paladares más exigentes.
Finalizada la actividad suelen dejarnos a solas encima de enormes bandejas metálicas, porque acabamos padeciendo un síndrome de fiebre alta, lo cual tienen en cuenta los empleados de la fábrica dejándonos enfriar, pero te confieso que a mi familia le ha costado sudor y lágrimas inmunizarse de esos insistentes cambios de temperatura.

Pensarás que todo es demasiado idílico para ser verdad y no te equivocas, puesto que omití contarte el maremoto que asoló nuestro arrecife de la tranquilidad, hace unos meses, con la visita de un grupo de escolares.

El fuerte portazo de los postigos de las ventanas seguido de una algarabía infantil, fue el presagio de la tragedia que estaba por llegar...
Un niño pecoso y mofletudo de cabello cobrizo se nos aproximó, tenía las pupilas chispeantes, su mirada irradiaba luz y una alegría exagerada, por lo que nada más pegar su nariz en nuestras frágiles cabezas, nos sentimos presos del pánico. 

Levantándonos con sus manitas en el aire nos lanzó disparados hasta el rostro paliducho de otro crío enclenque y tímido, al que le llamó "nenaza". Este, a su vez, comenzó a llorar desconsoladamente y un grupo de niños repitió la misma hazaña soltándonos a merced del viento, para acabar estrellándonos en distintas caritas infantiles o aterrizando contra las baldosas del suelo, a donde fue también a parar nuestro propio regimiento de defensa, así pues el encuentro escolar se transformó en una desgraciada carnicería con centenares de víctimas esparcidas por aquel improvisado campo de batalla, dejando un reguero de muertos, que ni siquiera pudieron recibir un honroso funeral.

Quizás te cueste imaginarlo, pero te aseguro que sucedió  tan rápido, que ni yo mismo, que me parapeté detrás de una batidora, daba crédito a lo ocurrido.

Una de las madres de aquella jauría infantil, apareció por una de las puertas del habitáculo donde permanecían los niños, sosteniendo en sus brazos a su  sonrosado bebé. Abriendo excesivamente la boca, les gritó: "¡Ya basta... estáos quietos de una vez!" Sus ojos parecían salirse de sus órbitas, mientras las venas del cuello se le dilataron en exceso.
Enseguida acudieron los profesores frunciendo el ceño y arqueando las cejas hasta dejarlos paralizados. Sus miradas les escudriñaban advirtiéndoles con el rostro malhumorado que todos serían sometidos a un riguroso castigo, se quedarían sin recreo durante una buena temporada.
Luego algunos trabajadores pararon la cinta transportadora por la que patinábamos cayendo en los envases que otros empleados rellenaban con nuestra suculenta presencia.

Un pequeño caracol, que casualmente había presenciado la catástrofe, se colocó debajo de la suela del perverso agitador mofletudo, pecoso y de cabello cobrizo, de tal manera que lo obligó a dar un traspié, cayendo de bruces y partiéndose varios dientes, lo que le provocó un fuerte sangrado en la boca y la risa de sus compañeros.
 
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

noviembre 08, 2016

Andrés y Valeria

noviembre 08, 2016 29 Comments
Jesús Villar - Pareja de viejos

La leve brisa primaveral entró de golpe al abrir la ventana de la cocina en esas primeras horas del amanecer junto al bramido del mar en la lejanía cuando la aldea comenzaba a desperezarse del letargo del sueño, reuniendo a la escasa población, en esa crucial hora en torno a la mesa del comedor o de la cocina, dispuestos a reanudar la disciplina diaria. Andrés contemplaba ensimismado las fotografías enmarcadas, una al lado de la otra sobre la repisa de la ventana. De esta forma ella le miraba con aquellos ojos pizpiretos de los que se enamoró cuando apenas era un adolescente y le iba contando sus cuitas y cuánto la echaba de menos...

—Martín ya ha tenido otra niña y tiene tus mismos ojos. Dice que la pondrá de nombre Valeria, en tu honor, porque ya le conoces siempre estuvo bajo tus faldas, no era capaz de hacer algo por si mismo, siempre recurría a ti cuando tenía algún problema. Ya sé que también era tu niño preferido, pero eso no te daba derecho a hacerle tan dependiente. Siempre te critiqué que fuera tan blando de carácter porque de esa manera nunca podría hacerle frente a las vicisitudes de la vida, como cuando tuvo que alistarse en el ejército. ¡Menos mal que allí le enseñaron a hacerse un hombre!

Ella le escuchaba paciente desde la repisa y esto le gustaba, porque en vida, solían acabar sus pláticas enfadados y reprochándose mutuamente la falta de interés en poner remedio a todo aquello que les acontecía.

La visión de aquella familia: cuatro hijos y el matrimonio viviendo en una humilde casa próxima a la playa que nunca había sido reformada y que por tanto conservaba intacta cada habitación, cada mueble, cada ventana, su aroma a pino viejo, sal marina, café tostado, espliego, manzanas asadas... Las risas de los niños rebotaban aún en las paredes junto a los gritos de Valeria intentando sofocar las travesuras de aquellos enanos.
Ensimismado en sus recuerdos no había escuchado unos golpes en la puerta que insistentemente alguien desde afuera llevaba ya un buen rato tratando de avisarle de su presencia. Los ruidos subieron lentamente de volumen hasta convertirse en un molesto y pesado aporreo que terminó por escuchar.
Abrió la puerta principal y se sobrecogió ante la visión, le pareció distinguir la presencia de Liborio, el joven que murió de una pulmonía mal curada el mismo día que nació Enzo, el tercero de sus vástagos, aquella defunción se le quedó en la memoria grabada para el resto. Bien es verdad, que ya padecía de dificultades con la vista, mas tal aparición estaba envuelta en un halo luminoso que le dificultaba aún más enfocar la mirada. Creyó que podría tratarse de alguna alucinación, sin embargo tenía un ramo de flores en las manos que dicho muchacho se lo acababa de entregar. Intentó hablarle pero en aquel instante desapareció sin conseguir su propósito.

¿Quién seguía acordándose de él si se había convertido un vejestorio? ¿Por qué elegir a Liborio para traérmelas si ya estaba muerto?... Ninguna de las preguntas tenía una respuesta razonable.

—Liborio me acaba de entregar este ramo de flores y no acabo de entender por qué a mi y quien se lo ha dado. No te pongas celosa Valeria, que ya no estoy para esos trotes y todas mis amantes ya han fallecido, tú bien lo conoces. Voy a buscar el búcaro de cristal donde solías poner esas criaturas silvestres, tan parecidas a estas (¡vaya casualidad!, pensó) cuando llegaba nuestro aniversario de bodas o era domingo. Ya sé que hoy coincide también con idéntico día de la semana, no obstante tú ya no estás y Liborio tampoco. ¿No será que he perdido el juicio y vuelvo a tener alucinaciones como la de hace algunas semanas, contemplándote sentada en la cama acariciándome la frente?... Las pondré en la mesa del comedor y que las descubran los chicos en el momento que vuelvan a visitarme. Bueno, deja que te de el beso de buenos días que ya me voy a acabar el desayuno y no quiero que me mires con malos ojos, ya sabes que siempre te quise a ti, aunque tú me reprocharas que tuviera algún lío con otras. ¡Era tan joven y tan guapo, que las tenía comiendo de mi mano y eso ya sé que te desesperaba hasta rechazarme en el lecho! Pero mujer, tú fuiste la única que amaba y de eso te aprovechabas cada vez que me retirabas la palabra o me dejabas solo meses enteros marchándote a casa de tu hermana.

Por la tarde comenzó a caer un buen aguacero que no acababa de cesar, mientras un viento huracanado levantó las tejas arrastrando parte del tejado e inundando la vivienda hasta tal punto que el bueno de Andrés temió por su integridad física, un tabique le cayó encima cuando estaba fumándose un pitillo en el comedor. Su cuerpo inerte se había quedado incrustado bajo los escombros y el agua que ya inundaba la casa.

Asombrado de la levedad que le envolvía logró incorporarse sin ninguna dificultad, liberándose de los cascotes de cemento y piedra que le aprisionaban, sin esfuerzo alguno los apartó a un lado y manteniéndose erguido se fue derecho hasta el dormitorio a llamar por teléfono. Todo fue inútil, no daba señal. La lluvia afuera continuaba ininterrumpidamente y dentro de la vivienda el agua cubría cerca de cincuenta centímetros. Le extrañó que no notase tampoco aquella humedad en sus pantalones manchados con una mezcla de barro y sangre, pero algo le impulsaba a marcharse, a dejar indefinidamente aquel lugar. Tenía la mente demasiado lúcida y un inmenso bienestar se iba adueñando de él. Miró alrededor y se fue directo a la repisa de la cocina para llevarse el retrato de Valeria, que se había salvado milagrosamente, ya que la mayoría de los enseres domésticos se hallaban cubiertos de fango y estaban destrozados.

Al salir a la calle se extrañó de encontrarse con mucha gente que hacía años había perdido de vista, aparentemente más jóvenes y felices que cuando se relacionaba con ellos. Algunos lucían ropas demasiado antiguas o que ya no las usaba nadie. Otros parecían ausentes sin observar el paisaje desolador: todas las viviendas en ruinas y llenas de barro, inundadas por aquel torbellino enmarañado que arrastraba montones de cadáveres, ramas y escombros.

Subió la cuesta sin atisbo de aquellas molestias en las rodillas debido a la artritis y en medio de la penumbra apareció ella, Valeria, quien se fue aproximando sonriente dispuesta a fundirse en un abrazo.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados