febrero 14, 2021

Viaje al averno

febrero 14, 2021 31 Comments


Queridos amigos y compañeros:

Os comparto gustosamente este relato de terror con el que he participado en la web Café Literautas, dentro del Reto de Escritura Creativa #13 - Enero, 2021 - "Palabras raras", donde es obligatorio incluir las palabras: barbián, orate y vagido (en singular o plural, y usar el género que se adapte a tu necesidad) y con temática libre, en mi caso, me he inspirado en el género de terror y ajustándome a las 750 palabras máximo.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de Café Literautas que me aportaron amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de la web.

 

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.
 
 

     Al abrir los ojos comprobó con estupor que se hallaba en una cama extraña. Necesitó algunos segundos para habituarse a la penumbra del cuarto. El espacio estaba bien aprovechado, en una de sus paredes colgaban varios carteles con unos eslóganes sobre protocolos sanitarios. El mobiliario era funcional y en tonos claros.
     Cuando metió las manos debajo de las sábanas se cercioró de que estaba desnudo y que un vendaje cubría la totalidad del brazo izquierdo.
    Escudriñó cada uno de los elementos que componían aquella estancia con el fin de reconocer el lugar y supo que era un centro médico. Acto seguido, dejó caer la cabeza sobre la almohada y acabó cerrando los ojos. Minutos más tarde los volvió a abrir y contempló absorto a una joven.

     —¿Qué me ha pasado? —preguntó elevando las cejas y dejando caer la mandíbula.

    —Tranquilo, estás en buenas manos. Me llamo Sara y soy tu enfermera —contestó, estirando las comisuras de los labios para formar unas arrugas debajo de los ojos, alzando los carrillos y mostrando los dientes.
     —Me encanta tu sonrisa tan barbiana.
     —¿Barbi... quéee?
     —Barbiana.
     —¿Y eso qué es?
     —Que eres muy atractiva.
     —ja, ja, ja. Y tú eres un chiflado.
     —No, soy un orate.
     —¡Qué morro tienes!
     —¡De eso nada!... pero si soy un pardillo.
     —¡Menudo chulito que estás hecho!
     —¡Claro! Me dieron una paliza al salir de la discoteca.
     —Exacto.
     —Y los cabrones salieron huyendo...
     —Me han dicho que tuviste una bronca con unos camellos. ¿Recuerdas?

     —¡Ah! Ya entiendo, iba hasta el culo de perico y aquellos matones hicieron el resto.
     —¡Ándate con cuidado que la policía te tiene fichado!
    —¡Ayúdame! Llama a este teléfono y avisa a Carlo para que venga de madrugada con la furgoneta y zafarnos de la poli.
     —Lo siento, Maurizio, no puedo arriesgarme a que me despidan.
     —Ya me las arreglaré con otros compañeros tuyos. Nos volveremos a ver, te lo prometo.

     El viento chocaba contra los contrafuertes de la ventana, estremeciendo las paredes y amortiguando el ruido del motor de la camioneta, donde Carlo escondió a Maurizio, bajo una pila de cajas de fruta, que ocultaba un doble fondo que comunicaba con el maletero repleto de bolsas de alimentos.
     El vehículo avanzaba a través de la noche, mientras la claridad de la luna actuaba de guía por la carretera solitaria. Cuando ya habían recorrido un buen trecho, Carlo frenó en seco al comprobar la repentina aparición de un autobús que les venía de frente, rodando cuesta abajo. Un fuerte volantazo esquivó al autocar que finalmente quedó empotrado contra un árbol en una zona boscosa.
    Sin pensárselo mucho, Carlo dirigió la camioneta hacia donde había quedado el vehículo accidentado, parecía como si alguien le estuviera llamando.
    Entre tanto, Maurizio había perdido la noción del tiempo desde que comenzó el viaje, su respiración era débil y le extrañó la prolongada inmovilidad sin que nadie se interesara por él. Como una rana atrapada en el fondo de la ciénaga así se le manifestó la angustia que lo iba invadiendo, creyéndose parte de un cortejo de ánimas errantes. Pronto, su instinto de supervivencia le impulsó a empujar un botón que accionaba la apertura del portaequipajes. Fuera y aprovisionado de una linterna, caminó hacia el autocar siniestrado.

    Apenas llegó al autobús lo iluminó para cerciorarse de que estaba vacío. Cogió una piedra y rompió el cristal lateral de la puerta. El interior le reveló una lóbrega visión: asientos abatidos con cinturones destrozados; cables eléctricos arrancados y produciendo chispazos... Aunque lo más impactante fue escuchar unos inexplicables vagidos, como el preámbulo de una tragedia dispuesta a resquebrajar el silencio. Ajeno a las pruebas que el vehículo siniestrado le mostraba, deambuló por el pasillo con una actitud de autómata que le hizo limpiar un par de asientos para disponerse a pasar el resto de la noche.
    Misteriosamente notó un impacto en la cabeza seguido de un estruendo. Sin justificación alguna, el motor se había puesto en marcha o tal vez esa fuera la última sensación en que recabó, antes de incorporarse al cortejo de ánimas que él mismo contemplaba: siluetas de viajeros desmembrados formando una lúgubre nebulosa tratando de aprehenderle como en una telaraña.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

febrero 01, 2021

Los Trópez

febrero 01, 2021 51 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto

Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

REQUISITOS FORMALES

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.  

Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.

 
 
         En el domicilio de los Trópez, sus ocupantes Ágata y Gonzalo, una pareja que ha tropezado con la indolencia de la rutina, representa la copia perfecta de una oficina de «objetos perdidos». Como un pingüino en el desierto, ella se desvanece en la amplitud del salón, mientras él añade dos cucharaditas de azúcar al café y lo remueve con cuatro vueltas.
        Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.

        —Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
        —¿Qué te ocurre?
        —Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
        —Intentemos alcanzar la orilla.
        —¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
        —Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!

       Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
      Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
        A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.

       —¿Dónde está Marlon?
      —¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
      —¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
       —¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
      —¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
       —Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
       —Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
      —El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
       —Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
       —Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
       —Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
       —No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
 
       Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.

       —¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
       —Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
       —Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
      —¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
       —¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
       —Que si eres un mariquita.
       —Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
       —¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
       —Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
       —No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
       —Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
       —Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
      —¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.

      En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.

       —¡Hola! ¿Qué haces?
     —Estoy libre, ven cuando quieras. Todavía me acuerdo del subidón de anoche en el cuarto oscuro de Dark Jockey.
      —
De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.   
      —Oye, tronco, no me gustan los babosos, Hazte una paja. No soy de esos que tú te piensas.
      —Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
      —Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.

      Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.

      —¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
      —¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
      —¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
      —Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.      

 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados