Las Gemelas Rojas
Estrella Amaranto
octubre 04, 2016
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Como presentación os quiero decir que esta historia formará parte de una serie de relatos inconexos en su contenido, pero creados todos ellos a partir de un cuadro o pintura surrealista diferente, como motivo de inspiración a la hora de escribirlos. Doy paso a continuación al cuadro de Vladimir Kush, nacido en Moscú (1965), se trata de un pintor surrealista que define su arte como surrealismo metafórico.
Mi historia: Las Gemelas Rojas
Nacimos de un mismo parto, en una fábrica de calzado a varias manzanas de los arrabales de la ciudad, cuando la industria, en general, sufrió un importante esplendor consolidando sus ganancias y expandiendo sus productos internacionalmente.
Si te apetece adentrarte en los detalles de nuestra familia, te puedo contar que nuestros abuelos nacieron en una humilde dependencia a manos de un famoso alpargatero local, que tenía una gran habilidad con el trenzado del cáñamo y el punzón. Con los años el ingenioso artesano tuvo varios hijos, que a su vez, crearon toda una afamada estirpe de zapateros, que se dispersaron por la comarca, hasta que a finales del XIX empezaron a establecer sus primeras fábricas y con ellas llegaron nuestros lustrosos padres: mi madre Tacón de aguja y mi padre Bota de cuero, que al poco tiempo de casados se fueron a vivir a un moderno establecimiento de calzado regentado por un matrimonio muy alegre y dicharachero, bastante popular por cierto, debido a su buen criterio profesional, que les hacía merecedores de la más selecta y fiel clientela del lugar, ya que todo aquel que iba a comprar solía repetir y además se dejaba siempre aconsejar por las sugerencias de los dos propietarios.
Transcurrieron algunos años, cuando por fin nos manufacturaron en un parto sin dolor, algo parecido a un alumbramiento automático y de gestación en serie, de ahí que no provocásemos ningún tipo de trauma postparto a quienes nos trajeron al mundo y directamente pegáramos el "estirón" hasta alcanzar nuestra talla habitual de un 6 y medio en nuestro país de origen y un 37 en Europa y Latinoamérica. Al poco tiempo fuimos cuidadosamente embaladas y enviadas a la misma tienda que habían exhibido su fina estampa nuestros antecesores, en aquel luminoso escaparate frente a una de las más concurridas avenidas comerciales. Los propietarios rápidamente se dieron cuenta de que podríamos ser el centro de atención y proporcionarles pingües beneficios, por lo que de forma estratégica nos situaron en el punto de mira del extenso ventanal, justo a la altura ideal desde donde producir el mejor impacto visual al posible comprador.
Sin ánimo de ser presuntuosas, la verdad es que se nos fue desarrollando el ego de manera progresiva al comprobar que las damas mayores o maduritas competían entre ellas por adoptarnos y llevarnos de paseo, pero al final las más jóvenes lograron cautivarnos con sus risas y aspavientos, cada vez que trataban de colocarnos bajo sus pies procurando convencernos para servirlas de acomodo. Sin embargo, la economía no les alcanzaba, ya que les resultábamos excesivamente caras.
Por fin una tarde llegó nuestra benefactora dispuesta a dejarse el sueldo de toda una gira artística internacional, con tal de lucirnos en sus múltiples actuaciones, pues se trataba de una afamada soprano con una prodigiosa tesitura y un delicado timbre de voz, además de ostentar un imponente atractivo físico sin mácula artificial que pudiera delatar algún tipo de cirugía estética.
No hizo falta que nos matriculásemos en ningún centro escolar para aprender a dar los primeros pasos, ya que precozmente logramos adaptarnos a cualquier superficie, tanto de piedra, asfalto o barro, donde incluso no pasó mucho tiempo cuando ya fuimos capaces de desplazarnos con gran donaire por salones, salitas, alcobas e inventar nuestras piruetas sobre las tablas de importantes escenarios a nivel mundial y de esta forma sin acudir tampoco a ninguna universidad obtuvimos la matrícula de honor de "Caminante no hay camino, se hace camino al andar... "
Gozábamos de un gran prestigio cuando nuestro plácido devenir sufrió un imprevisible revés, un fatídico incidente que tuvo lugar en el transcurso de la actuación de nuestra propietaria en el teatro de la Scala de Milán interpretando a la Carmen de Bizet, justo en el instante de cometer un grave desliz: desafinar varias notas por culpa de un nódulo mal curado, lo cual produjo el enojo del público que la abucheó el resto de su representación y ella, incapaz de quedar bien, montó en cólera y nos lanzó al rostro del director de orquesta, quien la miró aterrorizado tratando de esquivar el golpe. Perdimos el equilibrio volando por los aires y quedando arrinconadas en el foso del escenario, una vez que pudimos aterrizar sin necesidad de paracaídas y sin que ese hombre que movía las manos con su batuta hubiera sufrido algún daño causado por nosotras. Mas tuvieron que pasar bastantes horas, hasta que el personal de limpieza nos descubriera y fuésemos llevadas al almacén de objetos perdidos.
Perdimos la noción del tiempo en aquel escondrijo donde nos depositó un hombre que fruncía sus pobladas cejas, al tiempo que mascullaba entre dientes su extrañeza de que nos hubieran apartado definitivamente del mundanal ruido. Luego nos colocaron un número en la espalda y a esperar que alguien se apiadase de "pagar semejante rescate" como condena al ostracismo social.
Finalmente salimos de allí gracias a la gentileza de un talentoso ojeador, que conociendo nuestro "linaje" nos llevó hasta el salón principal de una de las casas de subastas más ilustre y cosmopolita.
Tras ser adquiridas por una dama cortesana, es decir, una escort de lujo, para la cual suponíamos un amor a primera vista, comenzó toda una aventura que nos llevó por infinidad de tórridos "paisajes" concupiscentes, donde adquirimos un papel primordial a la hora de realizar sensuales malabarismos, por los tersos aposentos íntimos de algunos clientes dispuestos a dejarse seducir por la pericia de esta experta fetichista, que nos sabía mover como un titiritero maneja sus marionetas. Nuestros tacones de aguja solían enloquecer de placer a quienes los probaban y de forma especial a nuestra ama y señora, también del látigo, en ciertas fiestas privadas o con asidua clientela muy dependiente del sadomasoquismo, porque lo que presenciamos dejaría sin conocimiento a más de uno.
Dormíamos a plena luz del día y "trabajábamos" de noche, esto nos llegó a ocasionar insomnio, en consecuencia tuvimos que idear una estrategia para reducir la jornada laboral al viernes, sábado y domingo, que era cuando no teníamos ocasión de mantener impecable el reluciente look y limpiarnos de tantas humedades que nos "llovían" encima. Dicho plan evasivo consistió en dejarnos caer por el suelo en cuanto notábamos que empezaba "la juerga" y así ella cedió a nuestra exigencia de descanso, intercambiándonos entre semana por otros pares de jovencitas de negro acharoladas y otras de Christian Louboutin, que solían mirarnos con desprecio, creyéndose las "amas del armario", aunque a nosotras nadie nos podía eclipsar, ya que nuestro curriculum superaba con creces el de aquellas "polichinelas".
Sin embargo, nuestro sino debía estar marcado por algún extraño maleficio, dado que llegó el aciago día en que nuestra ama perdió el control en su momento apoteósico y le clavó nuestros afilados tacones a un viejo verde, que se empeñó en exigirla que lo castigase y le infligiera el mayor daño posible, por lo que acabó en el suelo con nuestras agujas clavadas en sus testículos y retorciéndose de placer, algo que nos dejó con churretes sanguinolentos colgándonos por los costados y en estado de shock emocional.
Cuando por fin nos liberamos de tan terrible trauma descubrimos aterrorizadas que nos habían arrojado dentro de un asqueroso contenedor de basura, lo que mermó todavía más nuestra autoestima, porque después de aquel suceso la excelente reputación que nos acompañaba, comenzaría a enturbiarse de tal forma que nos relegaría a un destierro forzoso.
De este modo una mañana decidimos escaparnos del mugriento vertedero donde nos iban a incinerar, de forma que sin pensarlo dos veces saltamos a la superficie y nos fugamos de allí con la firme decisión de no permitir que nadie más nos volviera a poner en otro apuro o siendo víctimas de tan insensatas propietarias.
No teníamos mapa ni ruta a seguir, por lo que nos dejamos llevar por la intuición, hasta que nos dimos de bruces (inesperadamente) con un inmenso lago alpino, donde nos bañamos para quitarnos tan nauseabundo olor que se nos había pegado a las suelas y tacones desde aquel traumático percance, que nos llevó al exilio definitivo de nuestra común actividad y de aquella vida que antes sustentaba los pasos de nuestras bellas damas. ¡Al fin eramos libres, renaciendo por encima del caudal del agua!
Y en un acto de agradecimiento al lugar que nos ofrecía cobijo y bienestar decidimos sentar la cabeza, ofreciéndonos a ser el puente ideal que permitiera el acceso entre ambas orillas a todos los viajeros, caminantes o carruajes que habitaban por aquellos alrededores, con lo que nos situamos mirando cada una para otro lado, como haciéndonos las despistadas, ya que nuestra intención era pasar desapercibidas después de nuestro angustioso pasado.
Rápidamente comprendimos que habíamos iniciado un intercambio emocionante, pues por un lado nosotras contribuíamos a auxiliarles en aquel trasiego contínuo atravesando el caudaloso lago y ellos a cambio, nos regalaban cosquillas, emociones y mucha algarabía que nos ayudaba a sonreir por las mañanas cuando las brumas empiezaban a peinar las aguas y algunas barcas, que de tanto en tanto, tropezaban con los "tacones de aguja" heredados de nuestra querida abuela.
Si te apetece adentrarte en los detalles de nuestra familia, te puedo contar que nuestros abuelos nacieron en una humilde dependencia a manos de un famoso alpargatero local, que tenía una gran habilidad con el trenzado del cáñamo y el punzón. Con los años el ingenioso artesano tuvo varios hijos, que a su vez, crearon toda una afamada estirpe de zapateros, que se dispersaron por la comarca, hasta que a finales del XIX empezaron a establecer sus primeras fábricas y con ellas llegaron nuestros lustrosos padres: mi madre Tacón de aguja y mi padre Bota de cuero, que al poco tiempo de casados se fueron a vivir a un moderno establecimiento de calzado regentado por un matrimonio muy alegre y dicharachero, bastante popular por cierto, debido a su buen criterio profesional, que les hacía merecedores de la más selecta y fiel clientela del lugar, ya que todo aquel que iba a comprar solía repetir y además se dejaba siempre aconsejar por las sugerencias de los dos propietarios.
Transcurrieron algunos años, cuando por fin nos manufacturaron en un parto sin dolor, algo parecido a un alumbramiento automático y de gestación en serie, de ahí que no provocásemos ningún tipo de trauma postparto a quienes nos trajeron al mundo y directamente pegáramos el "estirón" hasta alcanzar nuestra talla habitual de un 6 y medio en nuestro país de origen y un 37 en Europa y Latinoamérica. Al poco tiempo fuimos cuidadosamente embaladas y enviadas a la misma tienda que habían exhibido su fina estampa nuestros antecesores, en aquel luminoso escaparate frente a una de las más concurridas avenidas comerciales. Los propietarios rápidamente se dieron cuenta de que podríamos ser el centro de atención y proporcionarles pingües beneficios, por lo que de forma estratégica nos situaron en el punto de mira del extenso ventanal, justo a la altura ideal desde donde producir el mejor impacto visual al posible comprador.
Sin ánimo de ser presuntuosas, la verdad es que se nos fue desarrollando el ego de manera progresiva al comprobar que las damas mayores o maduritas competían entre ellas por adoptarnos y llevarnos de paseo, pero al final las más jóvenes lograron cautivarnos con sus risas y aspavientos, cada vez que trataban de colocarnos bajo sus pies procurando convencernos para servirlas de acomodo. Sin embargo, la economía no les alcanzaba, ya que les resultábamos excesivamente caras.
Por fin una tarde llegó nuestra benefactora dispuesta a dejarse el sueldo de toda una gira artística internacional, con tal de lucirnos en sus múltiples actuaciones, pues se trataba de una afamada soprano con una prodigiosa tesitura y un delicado timbre de voz, además de ostentar un imponente atractivo físico sin mácula artificial que pudiera delatar algún tipo de cirugía estética.
No hizo falta que nos matriculásemos en ningún centro escolar para aprender a dar los primeros pasos, ya que precozmente logramos adaptarnos a cualquier superficie, tanto de piedra, asfalto o barro, donde incluso no pasó mucho tiempo cuando ya fuimos capaces de desplazarnos con gran donaire por salones, salitas, alcobas e inventar nuestras piruetas sobre las tablas de importantes escenarios a nivel mundial y de esta forma sin acudir tampoco a ninguna universidad obtuvimos la matrícula de honor de "Caminante no hay camino, se hace camino al andar... "
Gozábamos de un gran prestigio cuando nuestro plácido devenir sufrió un imprevisible revés, un fatídico incidente que tuvo lugar en el transcurso de la actuación de nuestra propietaria en el teatro de la Scala de Milán interpretando a la Carmen de Bizet, justo en el instante de cometer un grave desliz: desafinar varias notas por culpa de un nódulo mal curado, lo cual produjo el enojo del público que la abucheó el resto de su representación y ella, incapaz de quedar bien, montó en cólera y nos lanzó al rostro del director de orquesta, quien la miró aterrorizado tratando de esquivar el golpe. Perdimos el equilibrio volando por los aires y quedando arrinconadas en el foso del escenario, una vez que pudimos aterrizar sin necesidad de paracaídas y sin que ese hombre que movía las manos con su batuta hubiera sufrido algún daño causado por nosotras. Mas tuvieron que pasar bastantes horas, hasta que el personal de limpieza nos descubriera y fuésemos llevadas al almacén de objetos perdidos.
Perdimos la noción del tiempo en aquel escondrijo donde nos depositó un hombre que fruncía sus pobladas cejas, al tiempo que mascullaba entre dientes su extrañeza de que nos hubieran apartado definitivamente del mundanal ruido. Luego nos colocaron un número en la espalda y a esperar que alguien se apiadase de "pagar semejante rescate" como condena al ostracismo social.
Finalmente salimos de allí gracias a la gentileza de un talentoso ojeador, que conociendo nuestro "linaje" nos llevó hasta el salón principal de una de las casas de subastas más ilustre y cosmopolita.
Tras ser adquiridas por una dama cortesana, es decir, una escort de lujo, para la cual suponíamos un amor a primera vista, comenzó toda una aventura que nos llevó por infinidad de tórridos "paisajes" concupiscentes, donde adquirimos un papel primordial a la hora de realizar sensuales malabarismos, por los tersos aposentos íntimos de algunos clientes dispuestos a dejarse seducir por la pericia de esta experta fetichista, que nos sabía mover como un titiritero maneja sus marionetas. Nuestros tacones de aguja solían enloquecer de placer a quienes los probaban y de forma especial a nuestra ama y señora, también del látigo, en ciertas fiestas privadas o con asidua clientela muy dependiente del sadomasoquismo, porque lo que presenciamos dejaría sin conocimiento a más de uno.
Dormíamos a plena luz del día y "trabajábamos" de noche, esto nos llegó a ocasionar insomnio, en consecuencia tuvimos que idear una estrategia para reducir la jornada laboral al viernes, sábado y domingo, que era cuando no teníamos ocasión de mantener impecable el reluciente look y limpiarnos de tantas humedades que nos "llovían" encima. Dicho plan evasivo consistió en dejarnos caer por el suelo en cuanto notábamos que empezaba "la juerga" y así ella cedió a nuestra exigencia de descanso, intercambiándonos entre semana por otros pares de jovencitas de negro acharoladas y otras de Christian Louboutin, que solían mirarnos con desprecio, creyéndose las "amas del armario", aunque a nosotras nadie nos podía eclipsar, ya que nuestro curriculum superaba con creces el de aquellas "polichinelas".
Sin embargo, nuestro sino debía estar marcado por algún extraño maleficio, dado que llegó el aciago día en que nuestra ama perdió el control en su momento apoteósico y le clavó nuestros afilados tacones a un viejo verde, que se empeñó en exigirla que lo castigase y le infligiera el mayor daño posible, por lo que acabó en el suelo con nuestras agujas clavadas en sus testículos y retorciéndose de placer, algo que nos dejó con churretes sanguinolentos colgándonos por los costados y en estado de shock emocional.
Cuando por fin nos liberamos de tan terrible trauma descubrimos aterrorizadas que nos habían arrojado dentro de un asqueroso contenedor de basura, lo que mermó todavía más nuestra autoestima, porque después de aquel suceso la excelente reputación que nos acompañaba, comenzaría a enturbiarse de tal forma que nos relegaría a un destierro forzoso.
De este modo una mañana decidimos escaparnos del mugriento vertedero donde nos iban a incinerar, de forma que sin pensarlo dos veces saltamos a la superficie y nos fugamos de allí con la firme decisión de no permitir que nadie más nos volviera a poner en otro apuro o siendo víctimas de tan insensatas propietarias.
No teníamos mapa ni ruta a seguir, por lo que nos dejamos llevar por la intuición, hasta que nos dimos de bruces (inesperadamente) con un inmenso lago alpino, donde nos bañamos para quitarnos tan nauseabundo olor que se nos había pegado a las suelas y tacones desde aquel traumático percance, que nos llevó al exilio definitivo de nuestra común actividad y de aquella vida que antes sustentaba los pasos de nuestras bellas damas. ¡Al fin eramos libres, renaciendo por encima del caudal del agua!
Y en un acto de agradecimiento al lugar que nos ofrecía cobijo y bienestar decidimos sentar la cabeza, ofreciéndonos a ser el puente ideal que permitiera el acceso entre ambas orillas a todos los viajeros, caminantes o carruajes que habitaban por aquellos alrededores, con lo que nos situamos mirando cada una para otro lado, como haciéndonos las despistadas, ya que nuestra intención era pasar desapercibidas después de nuestro angustioso pasado.
Rápidamente comprendimos que habíamos iniciado un intercambio emocionante, pues por un lado nosotras contribuíamos a auxiliarles en aquel trasiego contínuo atravesando el caudaloso lago y ellos a cambio, nos regalaban cosquillas, emociones y mucha algarabía que nos ayudaba a sonreir por las mañanas cuando las brumas empiezaban a peinar las aguas y algunas barcas, que de tanto en tanto, tropezaban con los "tacones de aguja" heredados de nuestra querida abuela.
Tal vez esta historia os haya sorprendido,
quizás pueda haberos divertido,
o lamentablemente aburrido,
pero queridos lectores,
nosotras, Las Rojas Gemelas,
solo somos centinelas
de este bello lugar,
que ahora con vuestra licencia,
ya nos toca descansar,
después de tanto camino andado.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados