noviembre 04, 2017

EL INSÓLITO CASO DEL PARQUE DE LAS GÓNDOLAS (primera parte)

noviembre 04, 2017 70 Comments


Aquella mañana los visillos celestes se habían teñido de espesa humareda grisácea, haciendo imposible que ni siquiera se filtrara un diminuto rayo solar, lo que suponía todo un despropósito para motivar el habitual inicio de jornada y un lastre emocional con el que cargar hasta que llegase por fin a despejarse el horizonte, porque aunque nos acostumbremos a todo, es difícil prescindir de esa irradiante calidez del sol.

En esas estaba, cuando la vi deambular por las estrechas aceras, marcando con sus pequeños pies, una forma indolente e insegura de caminar. Me pareció una niña traviesa que se había escapado de los brazos de algún adulto o tal vez de un grupo de colegiales, que a esas tempranas horas, pudiera estar de camino del centro escolar más próximo. Tuve la corazonada de que si la seguía podía ayudarla en caso de peligro, pues no era muy aconsejable abandonar a su suerte a una criatura tan pequeña e indefensa, pero tampoco quería asustarla si me acercaba a ella y dado que no me conocía pues podría salir huyendo o echarse a llorar.

Ella llevaba un impermeable amarillo con un amplio paraguas a juego, que le cubría buena parte del cuerpo, también ocultaba su cabeza con un sombrero floreado y por último tenía puestas unas botas rosa chicle con lunares blancos hasta las rodillas, por donde le asomaban unos calcetines. Iba saltando los charcos que encontraba en su trayecto matutino, sin poner atención alguna en lo que sucedía a su alrededor, aquella actividad le debía gustar tanto que la escuché cantar alguna de esas famosas canciones con estrofa pegadiza. Más tarde la contemplé sentada al borde de la acera con el brazo extendido y la mano abierta reteniendo el agua de la lluvia en sus dedos. Al incorporarse se alejó hasta una plaza, donde haciendo esquina, había una enorme tienda de juguetes. Se paró nada más verla y corrió hasta sus enormes escaparates, poniendo la nariz fija en los cristales y dejando escapar su aliento que por la diferencia de temperatura con aquellas lunas, las empañó completamente con su cálida respiración, aún así permanecía embelesada sin poder apartarse. En ese instante pensé que podía acercarme hasta allí y permanecer a su lado observándola más de cerca. 

—¿Te gustaría entrar a esta tienda y poder tocarlos?... —le insinué con mi mejor predisposición de ánimo y en un tono muy cariñoso.

—Bueno, si, si me gustaría, pero yo no le conozco señor y mis padres me reñirían si lo acompañase —replicó la niña.

—Te prometo que no te voy a hacer ningún daño. Además yo solamente te abriré la puerta y luego le diré al dependiente que te muestre los juguetes, pero si me tienes miedo prefiero irme ahora mismo y dejarte sola —volví a insistir, tratando de transmitirle confianza.

—No se enfade señor, no me gustan los extraños. Prefiero que se vaya. ¡Entraré yo sola! —continuaba excusándose y exclamando, decidida a cruzar la puerta.

Preferí alejarme de ella, prosiguiendo aquel agradable callejear que me llevó hasta "El Parque de las Góndolas" donde encontré un lago con góndolas que lo recorrían de un extremo a otro. También había un estanque con muchos patos y cisnes chapoteando y luego secando sus plumas en el mullido césped de alrededor. Busqué un banco en una zona apartada y solitaria, poblada de castaños de indias, falsos plátanos y abedules esparcidos por todo el extenso recinto rodeado de sólidas verjas de acero acabadas en punta.
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No tuve constancia del tiempo, pues me envolvió una inusual sensación de paz y felicidad demasiado extraña...  (Continúa en la segunda y última parte).

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 27, 2017

La agonía del condenado

octubre 27, 2017 63 Comments
Olivier de Sagazan ("Tranfiguration" - de su serie performativa)
Posiblemente te parezca un loco o una mente que deshilacha pedazos de razones, estirando de esos finísimos hilos invisibles hasta la saciedad, hasta converger en un oscuro corredor por donde la muerte va y viene, con la misma expresión afilada de acero incombustible y me grita: ¡El siguiente! Más, permanezco ausente y no la contesto. Mi hierático talante me protege de tantos inexpresivos rostros ordenando una nueva ejecución, pero conozco al general y no voy a ceder un palmo de este tablero donde se juega la partida, aunque las espadas se mantengan en alto y me recuerdes que ya no hay tiempo que pueda variar los eslabones del destino.

Veo pasar instantáneas ráfagas, realidades fragmentadas de mi vida, donde distingo como fue mi infancia y de que forma crecí, con esa arrogancia de los niños adultos, con ese desdén frunciendo el ceño y mirando cual águila rapaz, al resto de los posibles candidatos a mis obsesivos juegos de soldados romanos contra guerreros vikingos, siempre cortándolos la cabeza, porque ya entonces intuía que la mía no iba del todo bien, de eso ya se encargó mi padre, cuando lo vi en las pocilgas asestándoles palizas a los infelices lechones recién nacidos, esos eran precisamente sus favoritos, para levantarlos al vuelo y lanzarlos contra las rugosas paredes de adobe donde rebotaban y caían heridos al suelo. Luego cuidando los detalles, inspeccionaba la "pieza" como un experto cirujano, para finalmente sacar su navaja afilada del bolsillo y rematarlos con saña, hundiendo aquel afilado instrumento en su delicado cuerpecito, como quien corta un fino pastel, para relamerse de gusto y sentir el placer de las hormonas inundándole las órbitas de los ojos, que le centelleaban como un poseso.

¡Cuántas noches me levantaba de la cama escuchando los gruñidos y estertores de aquellas inocentes criaturas! ¡Cuántas veces mi padre me cogió por las orejas y me llamó cobarde! ¡Cuántos castigos recibí con la espalda cosida a latigazos! ¡Cuántos gritos de mi madre suplicándole que me dejase tranquilo, que sólo era un niño! ¡Cuántas palizas recibía mi madre cada vez que yo no cumplía las órdenes de mi padre! ¡Cuántos, cuantos....cuántos un día y otro también! Sería imposible de enumerarlos, porque mi padre no atendía a razones de ningún tipo y eso mismo heredé yo por desgracia. Como un virus contaminado de odio y venganza, que nunca me abandonó hasta aquel otoño cuando tu débil mirada me heló la sangre y paralizado no supe conjurar mi maleficio, para extinguir aquella hiel que me habían inoculado.

Me llegaban murmullos de la gente hablando, apenas audibles, apenas rozándoles la superficie de los labios, temerosos de emitir juicios imprudentes. Corrillos de avestruces pusilánimes, repartidas entre templos de buitres y nubes de hojalata oxidada por el miedo. Mientras tanto, presentía tu mirada con aquella piedad de las doncellas vírgenes, cuando aguardan en el lecho nupcial su crucial misión de entrega total de sus dones más íntimos. Sin embargo, mis ojos vidriosos permanecían ausentes, desdeñosos y clavados en un ángulo de noventa grados a la sombra gélida del precipicio de mi locura.

Aunque las neuronas se descolgasen por los oscuros andamios de mis lúgubres pensamientos, supe que la firme mano del tribunal superior de los desterrados a ese mundo de las almas perdidas, ya me había sentenciado y solo era una triste sombra entre las sombras del cautiverio en el que mi alma se hallaba condenada, mientras mi cuerpo se debatía en agonía sofocante.

Casi al término de exhalar mi último aliento distingo tu luz, señalándome con tu mirada angelical sin mediar palabra alguna, la habitación azul donde tantas noches danzamos cabalgando entre gemidos y sábanas de lino perfumadas de jazmín... ¡Oh! ¡Siempre me pareciste la diosa del deseo! Fuiste mi redentora de soledades y castigos, de pecados inconfesables que poco a poco me llevaron a esta locura y ahora te vuelvo a encontrar para redimir mi culpa y salvarme de nuevo... ¡Acércate y ten piedad de este ladrón que también te robó la inocencia y tu favor más preciado... tu vida...!

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 21, 2017

Solo me importas tú

octubre 21, 2017 98 Comments

El estallido de los cerezos en flor indicaba el preámbulo de la primavera, así como aquel espectacular colorido perfumado de esencias, trenzaba una inmensa alfombra floral, que alegraba los corazones de aquel país insular del este asiático, popularmente conocido como "La tierra del sol naciente".

Me había desplazado desde Okayama hasta Kioto, en una incansable búsqueda, que gracias a aquel año sabático, me permitía viajar por todo el territorio. 
Después de comer, había quedado en una exclusiva y popular casa de té, en el corazón de Gion, punto neurálgico de uno de los barrios de geishas más populares de la ciudad, situado en la calle Hanamikoji (Hanamikoji-dori en japonés). Era un sitio que solo trabajaba con reservas y donde se restringía la entrada para aquellos clientes que tuvieran una larga tradición familiar, como ocurría con la antigua conocida con la que me iba a entrevistar y que me hizo señas nada más pasar al jardín, que daba acceso al interior. Sin muchos rodeos, le propuse que me explicara detenidamente la historia de su allegado, cuyo apellido Nakayama era demasiado importante en mis averiguaciones.

Barrio de Gion (Kioto)
Sorprendida por mi insistencia, trató por todos los medios de enterarse de cual era el motivo real que subyacía bajo aquel enredo, algo que evité, pues podía poner en peligro mis investigaciones. De manera que opté por contarle una falsa historia, que pudiera calmar su curiosidad, pero que al mismo tiempo me ofreciera la posibilidad de recabar los datos que necesitaba. Naturalmente no llegó a enterarse de mis artimañas y logré mi propósito.

A la mañana siguiente me dirigí en mi automóvil a Magome, un pueblecito cerca de Nagoya, donde me esperaba un investigador privado, con el que me había puesto en contacto telefónico, nada más regresar a mi apartamento el día anterior, para comunicarle mis pesquisas. Debía encontrarla, era lo único importante para mi, aunque estaba seguro de que la búsqueda no me resultaría fácil.
Fui directamente hasta el mirador, recorriendo a pie sus calles empedradas y empinadas escaleras, en medio de un precioso paisaje montañoso, rodeado de una vegetación exuberante, ese era el sitio acordado por Naoko, quien me puso al corriente de las últimas noticias.

—Acabo de visitar a esa familia Nakayama, guarde la dirección. Se trata de una humilde vivienda de madera donde debe preguntar por Shinju, ella conoce la historia y por una buena recompensa está dispuesta a ayudarle.

—¿Cómo es ella físicamente?... ¿Tiene una foto o algo que la identifique?... No quisiera sufrir otro nuevo desengaño, ya sabe.

—Tenga, coja este collar con el guardapelo. ¡Ábralo y verá la foto que me pide! También contiene un rizo perfumado de su cabello.

—Si todo va bien nos despedimos aquí, de lo contrario llámeme a mi despacho.

Magome (pueblo congelado en el tiempo)
Volví a descender aquellos peldaños y me encaminé hasta aquella dirección, preguntando a la gente con la que me iba encontrando por el camino. Hasta que descubrí la casa. Sus ocupantes ya estaban al tanto de mi visita y al tocar la puerta, Shinju me invitó a pasar.

—Siéntese cerca de la estufa o se va a quedar helado de frío —me dijo acercándome una silla algo desvencijada por el uso, en un tono muy afable.

—Estoy dispuesto a pagarle lo que haga falta, pero por favor no me mienta o de lo contrario le demandaré civil y penalmente. ¿De acuerdo?

—No se preocupe, no le voy a engañar, ella está retenida contra su voluntad en una "Casa de Masajes" de Nagoya. 

—¿Cómo ha podido llegar hasta allí si residía con ustedes según mis informes?... ¡Les voy a enviar a la cárcel por cómplices de un secuestro!

—No, nosotros no tenemos nada que ver. Ella se fue libremente a Nagoya con su novio, querían prosperar y tener una vida más confortable. Un vecino nos contó que la había visto en ese local y que no tenía muy buen aspecto, quizás estaba embarazada, nos aclaró después de aconsejarle que nos debía decir la verdad. Luego fuimos a la policía para tratar de encontrarla, pero todo resultó en vano.

—En vista de que no está aquí con ustedes, solo les compensaré económicamente si me facilitan la dirección de esa "casa de masajes".

El hombre que hasta ese momento había permanecido callado, se levantó de la silla y anotó la dirección en la cara opuesta de un paquete vacío de cigarrillos, que estiró por la mitad, después me lo entregó esperando la gratificación pactada, que le di al instante.

Dejando atrás aquel antiguo pueblo recorrí los 90 kilómetros de vuelta en automóvil y perdido en aquella inmensa urbe de Nagoya, fui a parar al puerto, donde debía encontrar por fin su paradero.

Nagoya (cuarta ciudad más grande de Japón)

El local estaba muy iluminado y lleno de letreros, donde aparecían en una larga lista todos los distintos servicios, que podían adquirir los clientes que lo visitaran. La música era atronadora y las chicas se movían como robots, siguiendo aquella música pegadiza, una de ellas me preguntó qué tipo de servicio quería, le respondí que ninguno, que solamente quería hablar con la persona de la foto, que aparecía en un álbum que me había mostrado y que también estaba en mi teléfono, como pudo comprobarlo.

—Espere un momento por favor. ¡Voy a avisarla!

No tardé demasiado en verla asomar por un pasillo lateral, corriendo hacia mi encuentro y abalanzándose para darme un fuerte abrazo. Reconozco que aún no podía creer que aquello me estaba pasando, pero así era. Después de permanecer profundamente unidos y con las lágrimas cubriéndonos los ojos, en una especie de eternidad donde la felicidad colmaba nuestros corazones, la miré emocionado a los ojos y ella me dijo:

—Papá... ¿Cómo me has encontrado?... ¡Perdóname!... Ya hablaremos más despacio de todo lo que me ha pasado en este tiempo.

—Tranquila, hija mía, solo me importas tú  ¡Por fin volvemos a estar juntos! Ahora entrégale a tu jefe este dinero, como rescate. ¡Regresamos a casa!

—Espera un momento, papá, quiero darte una sorpresa.

Ella desapareció de nuevo por aquel estrecho pasillo lateral y al cabo de un buen rato, apareció con un niño en brazos y un bolso en el hombro.

—¡Míralo! ¡Es igualito a ti! ... ¡Papá, es tu nieto! ...

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enero 09, 2017

Fuego para abatir la nostalgia...

enero 09, 2017 45 Comments

Tengo el gusto de presentaros a continuación el microrrelato premiado en el 


Miró distraídamente por la ventana. El paisaje urbano ya empezaba a vestirse de Navidad. Se repetía a si misma que esta sería otra nochebuena como las celebradas después del fallecimiento de sus padres, con la soledad al hombro y la indiferencia en la mirada.
Año tras año las calles repletas de esperanzas servidas en escaparates, cantos de gorriones infantiles y familias al borde de un ataque de nervios caminando en las aceras o sobrepasando los límites de una alegría alquilada para esas fechas.

¿Cuántos años permanecía viviendo en esa ciudad?, más de cincuenta y más de media vida pensó. Según decían "nadie muere del todo mientras perduren sus recuerdos" y así le ocurría a los suyos, guardados no solo en la memoria, sino también en una vieja caja con adornos de taracea, que había recuperado de la casa de sus padres, donde precisamente estaba una fotografía amarillenta con una escena familiar, propia de esas mismas fechas. La miró emocionada mientras se calentaba frente a la chimenea del salón, decidida a poner fin a tantas lágrimas de nostalgia acumuladas en las agujas del tiempo.

Solo transcurrieron unos minutos hasta que los vecinos descubrieran la escena. Las llamas de la chimenea fueron avanzando hasta alcanzar el techo. Cuando los bomberos entraron al domicilio, solo encontraron los restos de un cuerpo calcinado y una fotografía que extrañamente se había salvado del fuego, donde una familia estaba reunida celebrando una fiesta de Navidad.

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diciembre 11, 2016

El mago Augurur y el rey Zafir "El Magnánimo"

diciembre 11, 2016 32 Comments
Ilustración de Jonatan Cantero (Barcelona) - Assasins
Había una vez un reino lejano donde vivía un monarca de nombre Fladeo I, apodado "El Enclenque", debido a su delicada salud y la excesiva delgadez similar a la de un fideo, decían las "sucias lenguas" de esparto que se debía a un gen heredado de su egregio linaje, que gozó de un gran reconocimiento y poder incalculable, aunque en honor a la verdad, dicho origen estaba rodeado de posesión y venganza.

Contaban también las leyendas que Fladeo I, nunca había conocido doncella capaz de desposarle para fundar un sólido reinado, a causa de su pérfido genio y las ordinarias costumbres de las que hacía gala también en público, como eructar después de sus copiosos banquetes, pues aunque devoraba los alimentos en pocos segundos, su cuerpo no detectaba semejante cantidad de ingesta y continuaba estando delgado. También escupía todo el tiempo, lanzando a las paredes ingentes toneladas de saliva y otras sustancias más viscosas, por lo que sus ayudantes o súbditos debía taparse el rostro o esquivar hábilmente aquellos "ataques" fortuitos. Aunque llegado el caso y la necesidad, tampoco le incomodaba ventosear en público, lo que le había causado mas de una desagradable velada y ni hablar ya de los acuerdos que trataba en otras ocasiones con otros reyes o reinas que habían sido testigos de semejantes despropósitos durante su audiencia con el rey.

Más en un frío invierno, acertó a pasar por allí un anciano hechicero que vio a lo lejos aquel castillo y no dudó en ofrecer sus poderes al monarca a cambio de llevarse a la boca algunos manjares con los que aliviar su desfallecimiento, tras largas jornadas de camino en su negro rocín "Desafiante". Cuando estuvo a las puertas de la fortaleza convenció a los guardias que la custodiaban para hablar con el rey, no tuvo más que lanzar al aire unas diminutas piedras que había recogido por el camino y luego entregárselas convertidas en onzas de oro, lo que desconocían ellos es que también había pronunciado en voz baja unas extrañas palabras haciendo un determinado gesto con las manos. 

"El Enclenque" pensó que si recibía al mago era una señal inequívoca de suerte, pues le podría exigir lo que quisiera y si no se lo concedía, ordenaría empalarle como solía hacer con sus condenados enemigos. Mandó a sus fieles criados que lo alojaran en la mejor alcoba y le dieran exquisitas viandas y cualquier otro capricho que solicitase también debían otorgárselo. 
Augurur, que así se llamaba dicho adivino, supo enseguida las mezquinas intenciones con las que Fladeo I le había acogido tan "calurosamente" en su fortaleza, por lo que también ideó otro plan con objeto de salir ileso de semejante encerrona.
Extrajo de su vieja bolsa de piel de cabra, una varita mágica de fresno y un pequeño frasco metálico, cuyo contenido esparció por el suelo de aquella sala medio en penumbra y en escasos segundos logró que se materializase su bella y coqueta abubilla transformada en una sensual doncella envuelta en una túnica casi transparente ribeteada y cubierta de fascinantes adornos con piedras preciosas en el cuello, orejas, manos y brazos, desprendía también aromas de sándalo, rosa y jazmín, por lo que su presencia solía perturbar todos los sentidos de quien la contemplaba. Escuchó atentamente todas las órdenes que su amo, el gran Augurur, le estuvo indicando antes de bajar al salón del trono, en el cual el rey impaciente ya les esperaba.

—¡Qué ven mis ojos! —profirió exaltado Fladeo I

—Su majestad, discúlpeme que no le hablara de mi querida sobrina Bellalázuli, quien me ha acompañado en este último viaje y a quien tuve la precaución de esconder en la caballeriza mientras los guardias se distrajeron cogiendo unas pequeñas dádivas que les entregué antes de que me permitieran el acceso al palacio. Comprendo que no le guste que les haya sobornado, pero tenga presente que de no hacerlo ahora no tendría el privilegio de conocer al mejor adivino en muchas leguas, el gran Augurur y por supuesto a su bellísima sobrina que causa la admiración allá donde voy —fue comentándole en un tono pausado, servil y extremadamente amable.

—¡Está bien, Augurur, no tengo ninguna objeción al respecto! ¡Me ha resultado muy alentadora su visita y naturalmente la de su maravillosa acompañante! Celebremos como se merece este encuentro tan extraordinario, pero antes quiero pedirle algo y espero que no se niegue a concedérmelo. Debe liberarme del hechizo que sufro desde la infancia y que me mantiene en esta extrema delgadez —le fue explicando en un tono ceremonial, alzando la voz al mismo tiempo que escupía sus habituales salivazos.

—¡No se preocupe, mi Señor, para eso he venido hasta aquí! Conocía sus males y he atravesado bosques, ascendido por abruptas montañas, sorteando profundas mareas, padeciendo la inclemencia del frío invierno o la oscuridad más aterradora en las colinas de Los Endemoniados que bordean este castillo, pero heme aquí majestad, hincado de rodillas ante su venerada presencia y dispuesto a sanarlo. También tengo que advertirle que necesito la colaboración de mi sobrina para que la protección contra semejante hechizo pueda surtir efecto, confío que ponga también empeño por su parte y entre los tres podamos salvarlo. ¿Entonces está su majestad...de acuerdo? —intentó irle persuadiendo con su exquisita labia, para finalizar con aquella pregunta inevitable.

El rey accedió encantado, puesto que además también intervendría aquella dama que le había impactado con su deslumbrante prestancia y aquel rítmico balanceo de caderas al andar que le había robado la razón nada más verla asomar en aquel inmenso salón.

—¡Deben yacer juntos y mantener una íntima relación de amantes o de lo contrario no podrá recuperarse del todo, mi querida majestad! —le rogó suplicante el adivino.

Fladeo I no quiso ni consultárselo a su primer ministro, de manera que aceptó encantado su súplica y ordenó a sus sirvientes que preparasen el tálamo con sumo cuidado y rodeado de adornos, perfumes, velas, manjares, licores y ropa de cama con bordados de oro y perlas...
Cumplidas al fin dichas exigencias y habiendo dispuesto el lecho real para ambos "amantes", estos desaparecieron de la vista del mago, quien rápidamente inspeccionó el entorno y supo como llegar vestido con su capa invisible hasta la alcoba donde el rey estaba ya empezando a desnudarse. Avanzando hacia él le clavó una pequeña daga envenenada que lo dejó muerto en el acto desplomándose desnudo en el suelo, luego le ordenó con su varita mágica a Bellalázuli que se asomase al balcón transformada de nuevo en una linda abubilla y que emitiera los trinos que él mismo la había enseñado antes de llegar hasta allí, cosa que ella realizó inmediatamente. Aquel canto fue transformándose poco a poco en toda una preciosa melodía, cuyo mensaje comprendieron las aves que lo iban percibiendo en su vuelo y se fueron también sumando hasta que todo el bosque se iluminó con el sol más radiante y bello que jamás habían conocido los lugareños de aquel reino. Ocurrió entonces que los sirvientes y soldados del castillo sufrieron un repentino encantamiento por parte del anciano hechicero, que los convirtió para siempre en diminutas hormigas, lo que le sirvió para salir sin dificultad alguna del castillo. 
"Desafiante" le estaba aguardando a las puertas, tras aquel poderoso silbido que lo había advertido de su presencia, ágilmente se montó de un salto en su lomo y dando brincos por las empinadas cuestas por fin llegó a las colinas de Los Endemoniados, una vez allí se bajó del rocín y ataviado con su capa invisible se aproximó hasta la caverna infernal del horripilante monstruo, quien también era víctima de otro maleficio, por el cual aquel bellísimo paraje en otro tiempo, sufría el malvado influjo de un encantamiento por los ancestros del fenecido rey Fladeo I, lo mismo que el malogrado príncipe Zafir, legítimo heredero al trono de aquellas tierras y que ahora se mostraba como una criatura espantosa e infesta a la que todos temían.

—¡Ha llegado la hora de hacer justicia y devolverte a tu original aspecto físico! —pensó en completo silencio el mago, sacando su varita mágica para realizar el conjuro capaz de restituirle su naturaleza humana. Después alzó su brazo con aquel virtuoso instrumento apuntando al cielo y pronunció una invocación en una extraña lengua, lo que ocasionó una fuerte ventisca que apagó las llamas de la caverna e hizo posible que el monstruo se desfigurase y apareciera de nuevo el príncipe Zafir, lo que le conmocionó de alegría llenándole los ojos de lágrimas. 

—¡De ahora en adelante te nombraré mi consejero y primer ministro de este reino! —expresó con vehemencia y admiración el nuevo y flamante rey de Helioland, Zafir "El Magnánimo".

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 29, 2016

El misterioso caso de las chicas del ascensor

noviembre 29, 2016 32 Comments

Rinia le invitó a pasar una semana de vacaciones en su apartamento. Se conocían desde hacía un par de años cuando coincidieron en un viaje de placer por los Alpes suizos. Cornelia no conocía la ciudad y estaba muy ilusionada con aquella oportunidad de volver a verla, de modo que preparó su equipaje en pocos minutos, ojeando también su billete de avión comprobando que todo se había hecho correctamente y que se acercaba el momento para la hora límite de embarque y facturación.
 

El viaje le resultó cómodo y demasiado rápido, pues al poco de acomodarse en el avión ya se había dormido y tuvo que desperezarse con dificultad cuando una azafata le tocó suavemente en el hombro para indicarla que se abrochase el cinturón porque pronto iban a aterrizar en el aeropuerto.
Ya en la planta baja de la terminal, que era donde se hallaba el vestíbulo de llegada de pasajeros, la estaba esperando impaciente Rinia, observando a derecha e izquierda aquel incesante flujo de viajeros que con pasmosa lentitud iban asomándose por la puerta automática.
Ambas se cruzaron la mirada frunciendo alegremente la nariz y sin poder contener las ganas de gritar sus nombres y aquellas típicas frases de ¡eh, qué ilusión me hace volver a verte! o aquella otra ¡no me lo puedo creer que estés aquí! Luego un abrazo de oso y un gran salto juntas celebrando aquel encuentro.

—Y ahora tomaremos un taxi para que nos lleve hasta mi apartamento que está bastante lejos de aquí. ¿De acuerdo?...
—Me parece estupendo, además así podré sacar unas fotos durante la carrera. Quiero publicarlas en mis redes sociales lo antes posible, pues mi grupo de amigos estará impaciente para verlas...
—Claro, no hay problema. El desplazamiento nos va a llevar más de una hora, puesto que suele haber mucho atasco a esta hora de la tarde.

Cuando por fin llegaron al edificio, Cornelia le preguntó extrañada si allí era donde vivía, asomando su cabeza fuera de la ventanilla del taxi, mientras pagaban a medias la carrera. Rinia le respondió afirmativamente animándola a bajarse del coche y que no se olvidara de recoger su maleta de ruedas que llevaban en el maletero.

—¡Ayúdame, Rinia!
—¡Qué barbaridad, lo que pesa si te vas a quedar solo una semana!
—Si, ya lo sé, pero también traigo algunas sorpresitas para ti.
—¡Qué tonta, no tenías que haberte molestado!

Y así empujando entre las dos aquel pesado bulto, finalmente accedieron al portal del edificio.

—¡Eh! ¿Qué estás haciendo? ... ¡Ven acá, ya he tocado el botón del ascensor! ¿No pretenderás que subamos a pie las escaleras? —le sugería muy nerviosa, Cornelia.
—¡Venga, no seas tan cómoda! ¡Podemos subir entre las dos esta maleta! —alzó la voz Rinia en tono autoritario.
—¡Ni hablar! ¡Yo no subo andando y menos con estos tacones! Además la maleta pesa bastante y no hace falta hacer tanto ejercicio. ¡No seas loca! —le respondió su amiga convencida de que no iba a ceder a sus órdenes.
—¡Espera, no sigas apretando ese botón! No te expliqué antes que ha habido demasiados accidentes en este ascensor. Subamos andando las escaleras —insistió su interlocutora bastante preocupada.
—Venga, tranquilízate, que te has quedado muy pálida mirándome apretar ese botón. Seguro que son tonterías para asustar a la gente. Además, si no recuerdo mal tu vives en la planta trece... ¿Cómo no vamos a utilizar el ascensor? —le aconsejó amigablemente, Cornelia, intentando hacerla entrar en razones.
—Según dicen los vecinos este ascensor comunica con otra dimensión y mucha gente que se ha subido no ha vuelto a salir de aquí. Te aseguro que no mienten, porque mi vecino del piso de arriba al cual vi usándolo un día, luego desapareció —contestó Rinia en un tono circunspecto.
—¿Estás segura de que no salió?... ¿No será que te lo imaginaste?... Venga no empieces con esas tonterías... ¡Es un simple ascensor! Además ya lo habrían quitado de aquí si ocasionase esos extraños problemas. Lo mejor será que me acompañes y así te libras de esos miedos tan estúpidos —continuó insistiendo su amiga.

Después de un rato de discusión, Cornelia terminó convenciendo a su anfitriona para que la acompañase en el ascensor, algo que a regañadientes aceptó, pues en ese instante un joven muy atractivo, bello y de buen aspecto, también se coló dentro, lo que acabó por persuadirla del todo, accediendo al interior.

—¡Esperen! —exclamó otra señora al entrar al vestíbulo.
—¡Vaya, no parece que sea tan peligroso, como me acabas de asegurar! De lo contrario nadie querría utilizarlo —le susurró al oído Cornelia.
—¿A qué piso van? —les preguntó Cornelia a ambos pasajeros que parecían distraídos. El joven no dejaba de consultar su móvil y la mujer no le hizo tampoco ningún caso.

Antes de que se cerrasen las puertas, aquel joven ya había apretado el botón 18, "obsequiándoles" con una sonrisa bastante irónica, que le produjo un fuerte estremecimiento a Rinia, mientras la mujer permanecía inalterable. Su invitada, en todo momento, observaba en silencio sin dejarse atemorizar por nada, siendo ya consciente del instante en que se quitó el abrigo, lo cual le permitió atisbar que debajo llevaba un vestido negro de doncella y un delantal blanco con puntillas. Luego sacó de su bolso una cofia blanca para ponérsela en la cabeza. Su amiga le cuchicheaba al oído, que dicha extraña le recordaba a una criada que trabajó en otro piso de aquella vivienda y que según los rumores la habían encontrado muerta en la calle después de haberse tirado desde la terraza de la última planta, pero Cornelia intentó calmarla, comentándola que estaba demasiado alterada y que lo más probable era que se tratase de otra persona.

—¡Bueno, parece que vamos a pasarlo muy bien los cuatro juntos! —profirió el joven frotando su cuerpo contra Rinia, que no acertaba a moverse ni un ápice. Entonces Cornelia le pegó un empujón que lo lanzó directamente a la puerta, quedándose atascado el ascensor en medio de dos plantas.
—ja,ja,ja,ja. —se reía burlonamente aquella estrafalaria doncella, que comenzó a mover arriba y abajo su abultado abdomen por el que apareció otro ser con alas en forma de tijeras y unas extremidades cónicas rellenas de una espesa capa granulosa del estilo de un pulpo y con un color azulado, mientras Cornelia se había quedado inmóvil sin poder articular palabra.
—¡Tranquilas, no les va a pasar nada si se portan bien! porque voy a apretar un nuevo botón que no han visto y que está en este otro lado del ascensor, pero antes deben quitarse toda la ropa y quedarse completamente desnudas.

Semejante visión les había dejado sobresaltadas, por lo que no opusieron ninguna resistencia. También aquella espeluznante criatura las mantenía en vilo sin comprender siquiera si era real o no. El joven empezó a sufrir una transformación y lentamente comenzó a cambiarse su aspecto, alargándose sus extremidades mientras se iba haciendo un anciano. Después empujó una de las paredes del ascensor que se iba estirando con una flexibilidad increíble, hasta que hizo un boquete por donde las obligó a salir hacia el lado opuesto.


Habían perdido la noción del tiempo y el espacio, ya no sabían si estaban soñando o aquello que divisaban a lo lejos era real. Una ciudad flotante repleta de edificios acristalados y luminosos formaba una especie de islote en medio de una gran nebulosa.

—Ahora poneros estos trajes y dejaros flotar, no hace falta que hagáis ningún esfuerzo físico, solo concentrar la atención en esa ciudad y seréis transportadas de inmediato hasta allí.
—Pero, ¡qué nos sucederá ahora! ¿ya no volveremos a casa?... ¿Estamos muertas o es solo una pesadilla?... ¿Qué nos está pasando?... ¿Dónde nos encontramos?...

Al cabo de unos días, cuando otra vecina se atrevió a asomarse a las puertas del ascensor dudando si entrar o no, descubrió las ropas abandonadas en el suelo de unas jóvenes que la policía estaba buscando desde que sus respectivas familias habían denunciado su desaparición. El caso acabó cerrándose al carecer de testigos y nuevas pistas para dicha investigación.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 22, 2016

El hombre libro y el enigma

noviembre 22, 2016 37 Comments
Como presentación os quiero decir que esta historia formará parte de una serie de relatos inconexos en su contenido, pero creados todos ellos a partir de un cuadro o una ilustración surrealista (como en este caso) diferente, como motivo de inspiración a la hora de escribirlos. Doy paso a continuación a la ilustración de Jonathan Wolstenholme, nacido en 1950 en Londres, se trata de un ilustrador independiente que ha trabajado para algunas de las principales agencias de publicidad, editoriales y una amplia gama de revistas. También es especialmente conocido por sus obras increíblemente detalladas que se derivan de un amor por los libros antiguos y de la parafernalia asociada a los objetos antiguos.

Jonathan Wolstenholme - La vida secreta y surrealista de los libros.
Mi historia: El hombre libro y el enigma

Era un hombre de papel, que había nacido una tarde de invierno en una imprenta alemana, donde fue diseñado, recortado, encolado y encuadernado por las hábiles manos de Guten Bergum, quien puso el mejor empeño en que pronto pudiera salir a recorrer mundo y que sus letras brillaran por las estanterías de monasterios, bibliotecas, iglesias, universidades...Hasta que se cansó de permanecer viviendo apartado del resto de aquellos mortales que solían frecuentar el espacio de su habitual residencia, interrogándole constantemente y explicándole su necesidad de conocimientos, por lo que se planteó seriamente su evasión de aquellas cuatro muros que durante tantos años lo habían acogido en su morada. Reconocía su temor a semejante decisión tan alocada, puesto que durante su residencia en aquellas sólidas estanterías de madera, nunca le había faltado diversión ni saludos matutinos, todo a su alrededor le facilitaba una holgada vida de ilustre vecino y habitante de la Gran Biblioteca germana, de modo que llegado a la madurez, un buen día tuvo la feliz idea de comentárselo a otro conocido suyo, con quien alternaba distendidamente cada tarde que pasaba a saludarle y naturalmente le confesó su ilusión por ir a descubrir nuevos lugares y lectores con quien departir nuevas inquietudes que revitalizasen la tinta que corría por sus venas.

— Comprendo D. Ilustrado, que ya quiera salir a conocer lo que hay tras estos muros de piedra, pues lleva demasiado tiempo encerrado y no es bueno ver como se van ajando las hojas que le sustentan y empiezan a amarillear sus miembros, desde los pies a la cabeza, de modo que le ayudaré amigo mío a cruzar el umbral que le separa del largo camino hasta poder alcanzar su propósito. Dispongo además de un ingenioso artilugio que le propulsará al espacio para viajar en el tiempo y llegar hasta lugares insospechados. ¡Le aseguro que será toda una experiencia inolvidable!

— Le estaré eternamente agradecido D. Inventory. Sepa también que me hará un hombre libro feliz y libre de esta atávica vida sedentaria que ya empieza a hacerme prisionero de sus caprichos, a los que renuncio de buen grado.

— No se agobie, amigo mío, porque ya sabe que le tengo en gran estima por sus múltiples saberes que me ha transmitido y en deuda estoy con usted.

— ¡No se hable más y rescáteme cuanto antes! Aquí le esperaré mañana mismo para que me ayude en esta larga travesía. No se olvide de conseguir esa llave maestra con la que accederá cuando ya el bibliotecario se vaya a sus aposentos a descansar y la luz de la luna le acompañe y le ayude a encontrarme en este mismo lugar. 

Acabada la conversación ambos estuvieron de acuerdo para fijar la hora exacta del "rescate" y con esas mismas esperar pacientemente que todo conspirase a su favor.

La luna brillaba a través de los estrechos ventanales de aquel enorme edificio, mientras afuera D. Inventory cabalgaba en su blanco corcel de nácar, por la espesura del bosque de los robledales, entre alfombras de silencios y musgos de tupida esperanza, que lo impulsaban a cruzar el puente de Las Lavanderas que conducía hasta aquel valle encantado en el que se erigía aquella biblioteca solitaria y apartada del mundo. El viaje resultó bastante afortunado, de modo que en cuestión de horas ya se había consumado dicha evasión y ambos jinetes cruzaban de nuevo el puente de regreso hasta la buhardilla donde se hallaba la máquina espacial.

Ya en los nuevos aposentos, D. Ilustrado comenzaba a experimentar una gran recuperación anímica que también fue acompañada de otra mejoría en su aspecto físico, luciendo una espléndida sonrisa que vio reflejarse en el espejo de bronce situado junto a un enorme artilugio que andaba manipulando con mucha atención su buen amigo el inventor. No fue complicada la maniobra del despegue, una vez que se abrieron los portones corredizos situados en el techo y el dispositivo logró salir impulsado al espacio traspasando la estratosfera y alcanzando una velocidad vertiginosa que lo llevó hasta una ciudad del futuro, donde por fin aterrizó sin contratiempos. 
Al contacto con la tierra, se abrió una especie de puerta automática por donde salió al exterior un tanto mareado por el viaje. El viento soplaba en todas direcciones y cuando miró atrás su vehículo espacial ya se había desintegrado por completo, lo cual le produjo un fuerte estremecimiento pues le atemorizaba la idea de no poder regresar de nuevo a su antigua residencia o a aquella buhardilla de D. Inventory, en caso de no ser bien recibido en dicho lugar. Pero ¡ya no había vuelta atrás y encima su amigo no le había advertido de semejante imprevisto!

— Bueno, debo recobrar mi entereza y seguir adelante con esta decisión tomada. Ya veremos a ver lo que ocurre y si la fortuna de nuevo me sonríe o por el contrario me hace víctima de una encerrona y puedo sufrir cualquier adversidad. No debo anticiparme a la desgracia ni tampoco pensar tan negativamente, ya que en una ocasión obré de esta manera y se confabularon los hados para convocar todas las desgracias juntas y acabar hundiéndome en un pozo profundo de sufrimiento y soledad —se decía a sí mismo para animarse y alejar su desconfianza ante esta nueva realidad.

El entorno que alcanzó a divisar estaba rodeado de una armoniosa floresta y bancos de colores donde contempló asombrado que se sentaban aquella gente tan extraña que vestían de otra forma distinta a la que estaba acostumbrado a ver. También tenían objetos que manejaban con sus dedos insistentemente, unas pequeñas piedras rectangulares que se iluminaban y apagaban mágicamente, también tenían unos desconocidos alambres que acababan en unos botones y que los llevaban incrustados dentro de las orejas, pero lo que le desconcertó completamente fue que hablaban solos... No comprendía nada de lo que tenía a unos escasos metros de distancia, pero la curiosidad le venció de lleno y no tuvo más remedio que aproximarse hasta allí. Alzó la vista para contemplar aquella cúpula acorazada de acero oxidado que cubría toda la Plaza de Torquemada, daba la impresión que la humareda de aquellas piras mortuorias hubieran regresado de pronto acorralando aquel espacio aparentemente tranquilo, excepto cuando el sonido infernal de unos horribles objetos en movimiento cruzaban el recinto en todas direcciones. Continuaba viviendo en una horrible pesadilla de la que ya no podía escapar, de manera que optó por acomodarse lo mejor posible en uno de aquellos asientos de colores dispersos entre los árboles con algunas fuentes y unos palos de acero con unas urnas acristaladas en su extremo más elevado que se distribuían en distintas hileras. 

No hacía mucho rato que permanecía sentado cuando un joven se le aproximó y no dudó en acomodarse a su lado. Aquella compañía le tranquilizó pues seguramente vendría en ayuda suya, lo mismo que tantos otros jóvenes también lo habían hecho en su anterior alojamiento.

— ¿De verdad es usted ese hombre libro que anuncian en las redes sociales?... ¿No sabía que bajo sus ropas de cuero podía albergar toda una biblioteca?... ¿Cómo es que se ha podido suscitar semejante prodigio en un ser tan enclenque como usted? ... 

— ¡Eh, ya está bien de hacerme semejante interrogatorio!... ¡No le consiento que me infravalore, ni que se mofe de mi con semejante descaro, jovencito deslenguado!

— Disculpe señor, pero me ha producido tal asombro que no he podido reprimir mis impulsos, le pido disculpas y me gustaría consultar alguna de sus páginas... ¿Me lo permite?...

— No sin antes decirme qué tema le interesa o qué es lo que busca exactamente.

En una especie de lucha contenida, ambos desconocidos se fueron internando, cuando sin percatarse de ello fueron acudiendo otros nuevos viandantes quienes llevados por la curiosidad y el chismorreo, fueron formando un corrillo sin perderse ni un ápice de la animada discusión entre el famoso hombre libro, anunciado a bombo y platillo en los medios de comunicación después de recorrer las plataformas virtuales donde ya era todo un personaje y su interlocutor, un joven periodista que se había hecho también famoso al difundir en directo lo que estaba aconteciendo.

— Hagan cola para solicitar su página sin molestar a nuestro amable invitado, que acaba de llegar del pasado y aún sufre esa distorsión temporal — ordenó un agente del orden que trataba de organizar el evento cultural.

Una niña le pidió una página que decía así en su comienzo: "En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad".

Un hombre con gabardina gris se acercó para llevarse otra página que decía así en su comienzo: "Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así".

Una mujer con buen aspecto y de edad ya madura también quiso llevarse otra página que decía así en su comienzo: "Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona".

Otro señor con traje de ejecutivo y barba arreglada requirió una nueva página que decía así en su comienzo: "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita".

El siguiente en la cola era un niño regordete que estaba devorando un pastelito de chocolate y no hacía más que molestar pegando patadas en las espinillas de los pacientes transeúntes que estaban esperando su turno hasta que por fin se alejó con su página que decía así en su comienzo: "El squire Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo bajo nuestro techo".

La siguiente era una joven distraída que casi estuvo a punto de dejar colarse a otro joven, pero alguien la avisó para recoger cuanto antes su página que decía así en su comienzo: "Soy un hombre invisible. No, no soy uno de aquellos trasgos que atormentaban a Edgar Allan Poe, ni tampoco uno de esos ectoplasmas de las películas de Hollywood. Soy un hombre real, de carne y hueso, con músculos y humores, e incluso cabe afirmar que poseo una mente. Sabed que si soy invisible ello se debe, tan solo, a que la gente se niega a verme. Soy como las cabezas separadas del tronco que a veces veis en las barracas de feria, soy como un reflejo de crueles espejos con duros cristales deformantes. Cuantos se acercan a mí únicamente ven lo que me rodea, o inventos de su imaginación. Lo ven todo, cualquier cosa, menos mi persona".

Por fin le había llegado el turno al tunante, bueno, a aquel jovenzuelo adolescente que casi estuvo a punto de colarse antes y que tomó también su página que decía así en su comienzo: "Yo no maté a mi padre, pero a veces me he sentido como si hubiera contribuido a ello".

Y por último estaba una anciana bondadosa que había aguantado estoicamente aquella larga espera, por lo que eligió tranquilamente una página que decía así en su comienzo: "Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa".

Después de alejarse de aquella plaza, todos aquellos lectores se dieron cuenta de que si lograban reunirse de nuevo y ordenar convenientemente los títulos de los libros a los que pertenecían cada una de sus páginas descubrirían el enigma que les daría la respuesta a sus preguntas, por lo que los fueron anotando:

"El Hobbit" - "El camino" - "El túnel" - "Lolita" - "La isla del tesoro" - "El hombre invisible" - "El jardín de cemento" - "Orgullo y prejuicio" -

Para finalmente construir ordenadamente la frase del enigma cambiando el orden de estos títulos: 

"Lolita" nunca tuvo "Orgullo y prejuicio" por lo que siguió "El camino" que conducía hasta "El jardín de cemento" donde se encontró con "El hombre invisible" escondido en "El túnel" junto a "La isla del tesoro" que vigilaba "El Hobbit" y cuyo significado más profundo era: Libérate de tu "Orgullo y prejuicio" que aprisiona tu espíritu, porque de esa forma librarás a tu ser invisible oculto en el túnel de la felicidad que custodia un diminuto guardián.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados