Pura coincidencia (primera parte)
Estrella Amaranto
diciembre 03, 2017
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El aire bailaba condensandose en las miradas de humo que se deslizaban, a medida que se iba adentrando entre aquella contínua corriente de transeúntes, como macizas columnas humanas que se desplazaban a un lado y otro de las avenidas, formando una curiosa amalgama de pisadas, que resonaban tenuemente amortiguadas por el aullido contínuo de los motores, por los frenazos, por la constante fricción de los neumáticos sobre el asfalto, por los gritos de los niños en los patios de los colegios, por la sirena de algunos coches de policía o de ambulancias... En pleno bullicio urbano, Vera caminaba resuelta a realizar las compras que tenía previstas antes de la ceremonia. Los escaparates lucían sus novedades de temporada con sus decoraciones sumamente heterogéneas, maniquíes sin rostro, pantallas con imágenes intermitentes, frascos de perfumes, relojes suizos, deliciosos dulces, material escolar, cientos de trajes y vestidos, zapatos, ropa de hogar, libros, objetos decorativos y entre tantas cristaleras, diferentes establecimientos públicos, como cafeterías, restaurantes, alguna sala de juegos, tascas y bares... Las puertas giraban, se deslizaban a un lado u otro, nada más que alguien se aproximaba y otras se abrían y cerraban al hacer presión sobre ellas, como cuando todavía no existían las automáticas.
Después de visitar varios locales comerciales, se desplazaba por las losetas del pavimento de la acera al compás del repiquetear de los tacones y el elegante bamboleo de sus caderas, con un espléndido abrigo de algodón floreado. Su figura alta y esbelta acentuaba aún más su natural sex appeal, cubriéndose la cabeza con un sombrero negro de ala corta, que hacía juego con sus guantes de piel. Llevaba un montón de bolsas de papel, repartidas en ambas manos, lo que le dificultaba el paso, esquivando aquellas figuras que pasaban fugazmente a su alrededor. Decidió tomarse un descanso, antes de pasar por la modista para hacerse otra prueba del vestido, "¡Ojalá sea la última!", pensó harta de tantas idas y venidas a lo largo de más de siete meses.
Se fijó en una cafetería acristalada que hacía esquina a dos calles laterales y una amplia avenida en el centro, además se podía disfrutar de una magnífica visibilidad desde su interior, contemplando aquella parte tan turística de la ciudad y el bullicio de sus gentes. La decoración recordaba a un salón imperial del siglo XIX con motivos clásicos como esfinges, ninfas, águilas...Espejos, lámparas, muebles de nogal y caoba estilo rococó. Columnas adornadas con bronces y rematadas por motivos frutales como piñas y limones. También se hallaban encendidas algunas chimeneas de mármol adornadas con floreros, velas, relojes y trofeos. Sobre las paredes empapeladas en un tono verde azulado, se exhibía una variada colección de cuadros, con alegorías mitológicas y algunas escenas guerreras. Le pareció viajar en el tiempo hasta aquella época napoleónica, anticipo de la evolución de la Europa contemporánea con grandes descubrimientos tecnológicos.
Buscó una mesa próxima a uno de los múltiples ventanales que rodeaban toda la fachada de la planta baja, donde se hallaba dicho establecimiento e hizo un gesto para llamar la atención del camarero, que en aquel instante pasaba muy cerca para servir a otros clientes. Al poco se aproximó a ella para preguntarle qué deseaba y Vera le respondió: "Un capuchino, por favor".
Más tarde, notó un pequeño y suave toquecito en la espalda, que la sacó de su ensimismamiento y la hizo girar la cabeza hacia un lado, volteando lévemente su cintura. Su rostro de extrañeza en un primer minuto, dió paso a una gran sonrisa, pues no podía imaginar siquiera, que podía volver a encontrarse con Niko, después de haberle perdido la pista durante tantos años. Él, su amigo íntimo del instituto, vecino también del mismo edificio donde residía por aquella época junto a sus padres y hermanos. ¡Qué ilusión le hacía tener de nuevo la oportunidad de contemplar de cerca aquella mirada inolvidable!
Aquel imprevisto le provocó un gran hormigueo en la espalda, que le producía cierta conmoción gratificante, así como la subida de temperatura corporal y un estado de atontamiento mental, al que intentó sobreponerse, ya que no deseaba que se notase demasiado aquella fuerte impresión que le había causado su presencia. Se quitó el abrigo, el sombrero y los guantes, dejando su larga melena al aire, exhibiendo un jersey blanco liso que llevaba debajo, junto con una minifalda azul marino.
Niko había sido su primer amor con experiencia íntima, de manera que al perderle de vista pensó que también había dejado de desearle o quizás ese fue su último deseo después de romper con él y lanzarse al vació pasando por múltiples ligues, como moneda de cambio u objeto fácil de obtener. Sus años de juventud fueron una auténtica locura, borracheras, viajes, habitaciones de hotel o apartamentos en la playa, todo un bagaje amoroso que la desembocó a algún intento de suicidio. Después en la universidad, recuperó la ilusión, lo que la motivó a dar un cambio radical a sus objetivos, quería ser una mujer independiente y vivir para defender los derechos de los más desfavorecidos, aunque sabía que en el fondo siempre había sido una idealista y no estaba muy segura de si aquel corrupto sistema, la permitiría o no, ejercer libremente su futura abogacía.
Él se había sentado a su lado y no paraba de hacerle sonreir con sus ocurrencias. Se le notaba pletórico de alegría y aturdido cada vez que se cruzaban sus miradas. Vera notaba como su piel estaba completamente sensibilizada por la proximidad de su cuerpo que le producía un deseo ardiente difícil de soportar. Comenzaron a repasar por encima el trayecto que habían tomado sus vidas, hasta que de forma espontánea se rozaron las manos y ella comenzó a temblar, lo que a él le animó a aproximarse, casi en contacto con su rostro, hasta que sin darse cuenta se dieron un beso en los labios.
Fue ese gesto el que vió tras el cristal, Marga, la esposa de Niko, que hacía algunos minutos contemplaba absorta la escena desde la calle y ahora se disponía a entrar para preguntarles qué clase de confianza tenían o qué la estaban ocultando.
—Tranquila mujer, sosiégate, es una antigua amiga del instituto, además hacía muchos años que no nos veíamos y ha sido la emoción del encuentro. Ahora tengamos la fiesta en paz, siéntate y no pienses tonterías. ¿Acaso, te he fallado alguna vez en estos seis años de matrimonio?... ¡Venga, no me mires así, que parece que nunca nos hubiésemos visto! ¡Y deja de montar una escenita de celos! Voy a pedirte una tila para que te serenes un poco.
Mientras Niko se ausentó buscando al camarero y refrescarse en el baño de caballeros, ellas iniciaron una "guerra" de reproches, que si yo no me creo nada de lo que ha dicho mi marido, que mira mis bolsas repletas de complementos para mi próxima boda, que si tú eres una abusadora aprovechándote de mi marido, que déjame decirte lo equivocada que estás, que no te voy a permitir que "me lo robes", que me voy a ir y así te quedas con él para ti solita...
—¡Bruja, lagarta...! ¡Lárgate si eres tan valiente y que no te vuelva a encontrar nunca con él! —le reprochaba, Marga, con descaro.
—¡Bruja, lagarta...! ¡Lárgate si eres tan valiente y que no te vuelva a encontrar nunca con él! —le reprochaba, Marga, con descaro.
—Pues si, me voy ahora mismo. ¡No te soporto! —exclamó levantando la voz, mientras bajaba sus cejas, hinchando la nariz con un gesto iracundo.
Presa de la ansiedad, Vera cogió algunas bolsas mientras otras se le caían por el camino, abandonando bruscamente el local. Marga la miraba con desprecio y se juraba a si misma que aquella escena no volvería nunca a repetirse, no podía soportar la idea de que aquellos dos volvieran a tener algún encuentro, si ella aún permanecía con vida.
—¿Qué ha ocurrido, dónde está Vera? ¿Acaso la has hecho perder la paciencia? —le interrogaba Niko, mientras fruncía el ceño en un tono de reproche.
—¡Qué estúpida!, se largó porque no podía soportar que la descubriera. Seguro que tiene la vida resuelta y no le importa perder sus bolsas. ¡Míralas, están tiradas por el suelo! ¿No estarás tú manteniendo a esa fulana? ¡Te juro que si os vuelvo a encontrar juntos, os mato a los dos!
—¡Por favor, serénate y no me hagas perder los nervios o pido el divorcio! Parece mentira, nunca te he dado motivos de infidelidad y hoy porque me encuentro con esta antigua amiga, me empiezas a tratar como un completo extraño. Llevo mucho tiempo preguntándome qué estoy haciendo al lado de alguien tan celosa y posesiva como tú. Mira, déjame salir a darle estas bolsas, porque como empieces otra vez con tus reproches, te vas a arrepentir. ¿Me has oído?... Venga, tómate mientras la tila que ahora vuelvo.
Saliendo a toda prisa de la cafetería con las bolsas, Niko escudriñaba cada ángulo de la avenida y cada extremo de las calles colindantes, pero no la encontraba. Tenía muy claro que aún no se había despedido de ella y cuando ya estaba a punto de regresar con su mujer, decidió que solamente le faltaba mirar en el interior de las bolsas. La suerte parecía estar de su lado al descubrir una tarjeta, donde había una dirección con un teléfono, se trataba del despacho de abogados en el cual trabajaba el padre de Vera.
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