diciembre 03, 2017

Pura coincidencia (primera parte)

diciembre 03, 2017 50 Comments
El aire bailaba condensandose en las miradas de humo que se deslizaban, a medida que se iba adentrando entre aquella contínua corriente de transeúntes, como macizas columnas humanas que se desplazaban a un lado y otro de las avenidas,  formando una curiosa amalgama de pisadas, que resonaban tenuemente amortiguadas por el aullido contínuo de los motores, por los frenazos, por la constante fricción de los neumáticos sobre el asfalto, por los gritos de los niños en los patios de los colegios, por la sirena de algunos coches de policía o de ambulancias... En pleno bullicio urbano, Vera caminaba resuelta a realizar las compras que tenía previstas antes de la ceremonia. Los escaparates lucían sus novedades de temporada con sus decoraciones sumamente heterogéneas, maniquíes sin rostro, pantallas con imágenes intermitentes, frascos de perfumes, relojes suizos, deliciosos dulces, material escolar, cientos de trajes y vestidos, zapatos, ropa de hogar, libros, objetos decorativos y entre tantas cristaleras, diferentes establecimientos públicos, como cafeterías, restaurantes, alguna sala de juegos, tascas y bares... Las puertas giraban, se deslizaban a un lado u otro, nada más que alguien se aproximaba y otras se abrían y cerraban al hacer presión sobre ellas, como cuando todavía no existían las automáticas.

Después de visitar varios locales comerciales, se desplazaba por las losetas del pavimento de la acera al compás del repiquetear de los tacones y el elegante bamboleo de sus caderas, con un espléndido abrigo de algodón floreado. Su figura alta y esbelta acentuaba aún más su natural sex appeal, cubriéndose la cabeza con un sombrero negro de ala corta, que hacía juego con sus guantes de piel. Llevaba un montón de bolsas de papel, repartidas en ambas manos, lo que le dificultaba el paso, esquivando aquellas figuras que pasaban fugazmente a su alrededor. Decidió tomarse un descanso, antes de pasar por la modista para hacerse otra prueba del vestido, "¡Ojalá sea la última!", pensó harta de tantas idas y venidas a lo largo de más de siete meses.


Se fijó en una cafetería acristalada que hacía esquina a dos calles laterales y una amplia avenida en el centro, además se podía disfrutar de una magnífica visibilidad desde su interior, contemplando aquella parte tan turística de la ciudad y el bullicio de sus gentes. La decoración recordaba a un salón imperial del siglo XIX con motivos clásicos como esfinges, ninfas, águilas...Espejos, lámparas, muebles de nogal y caoba estilo rococó. Columnas adornadas con bronces y rematadas por motivos frutales como piñas y limones. También se hallaban encendidas algunas chimeneas de mármol adornadas con floreros, velas, relojes y trofeos. Sobre las paredes empapeladas en un tono verde azulado, se exhibía una variada colección de cuadros, con alegorías mitológicas y algunas escenas guerreras. Le pareció viajar en el tiempo hasta aquella época napoleónica, anticipo de la evolución de la Europa contemporánea con grandes descubrimientos tecnológicos.

Buscó una mesa próxima a uno de los múltiples ventanales que rodeaban toda la fachada de la planta baja, donde se hallaba dicho establecimiento e hizo un gesto para llamar la atención del camarero, que en aquel instante pasaba muy cerca para servir a otros clientes. Al poco se aproximó a ella para preguntarle qué deseaba y Vera le respondió: "Un capuchino,  por favor".


Más tarde, notó un pequeño y suave toquecito en la espalda, que la sacó de su ensimismamiento y la hizo girar la cabeza hacia un lado, volteando lévemente su cintura. Su rostro de extrañeza en un primer minuto, dió paso a una gran sonrisa, pues no podía imaginar siquiera, que podía volver a encontrarse con Niko, después de haberle perdido la pista durante tantos años. Él, su amigo íntimo del instituto, vecino también del mismo edificio donde residía por aquella época junto a sus padres y hermanos. ¡Qué ilusión le hacía tener de nuevo la oportunidad de contemplar de cerca aquella mirada inolvidable! 
Aquel imprevisto le provocó un gran hormigueo en la espalda, que le producía cierta conmoción gratificante, así como la subida de temperatura corporal y un estado de atontamiento mental, al que intentó sobreponerse, ya que no deseaba que se notase demasiado aquella fuerte impresión que le había causado su presencia. Se quitó el abrigo, el sombrero y los guantes, dejando su larga melena al aire, exhibiendo un jersey blanco liso que llevaba debajo, junto con una minifalda azul marino.

Niko había sido su primer amor con experiencia íntima, de manera que al perderle de vista pensó que también había dejado de desearle o quizás ese fue su último deseo después de romper con él y lanzarse al vació pasando por múltiples ligues, como moneda de cambio u objeto fácil de obtener.  Sus años de juventud fueron una auténtica locura, borracheras, viajes, habitaciones de hotel o apartamentos en la playa, todo un bagaje amoroso que la desembocó a algún intento de suicidio. Después en la universidad, recuperó la ilusión, lo que la motivó a dar un cambio radical a sus objetivos, quería ser una mujer independiente y vivir para defender los derechos de los más desfavorecidos, aunque sabía que en el fondo siempre había sido una idealista y no estaba muy segura de si aquel corrupto sistema, la permitiría o no, ejercer libremente su futura abogacía.

Él se había sentado a su lado y no paraba de hacerle sonreir con sus ocurrencias. Se le notaba pletórico de alegría y aturdido cada vez que se cruzaban sus miradas. Vera notaba como su piel estaba completamente sensibilizada por la proximidad de su cuerpo que le producía un deseo ardiente difícil de soportar.  Comenzaron a repasar por encima el trayecto que habían tomado sus vidas, hasta que de forma espontánea se rozaron las manos y ella comenzó a temblar, lo que a él le animó a aproximarse, casi en contacto con su rostro, hasta que sin darse cuenta se dieron un beso en los labios.


Fue ese gesto el que vió tras el cristal, Marga, la esposa de Niko, que hacía algunos minutos contemplaba absorta la escena desde la calle y ahora se disponía a entrar para preguntarles qué clase de confianza tenían o qué la estaban ocultando.

Tranquila mujer, sosiégate, es una antigua amiga del instituto, además hacía muchos años que no nos veíamos y ha sido la emoción del encuentro.  Ahora tengamos la fiesta en paz, siéntate y no pienses tonterías. ¿Acaso, te he fallado alguna vez en estos seis años de matrimonio?... ¡Venga, no me mires así, que parece que nunca nos hubiésemos visto! ¡Y deja de montar una escenita de celos! Voy a pedirte una tila para que te serenes un poco.

Mientras Niko se ausentó buscando al camarero y refrescarse en el baño de caballeros, ellas iniciaron una "guerra" de reproches,  que si yo no me creo nada de lo que ha dicho mi marido, que mira mis bolsas repletas de complementos para mi próxima boda, que si tú eres una abusadora aprovechándote de mi marido, que déjame decirte lo equivocada que estás, que no te voy a permitir que "me lo robes",  que me voy a ir y así te quedas con él para ti solita...

¡Bruja, lagarta...! ¡Lárgate si eres tan valiente y que no te vuelva a encontrar nunca con él!  —le reprochaba,  Marga,  con descaro.
Pues si, me voy ahora mismo. ¡No te soporto! —exclamó levantando la voz,  mientras bajaba sus cejas, hinchando la nariz con un gesto iracundo.

Presa de la ansiedad, Vera cogió algunas bolsas mientras otras se le caían por el camino, abandonando bruscamente el local. Marga la miraba con desprecio y se juraba a si misma que aquella escena no volvería nunca a repetirse,  no podía soportar la idea de que aquellos dos volvieran a tener algún encuentro,  si ella aún permanecía con vida.

¿Qué ha ocurrido, dónde está Vera? ¿Acaso la has hecho perder la paciencia? le interrogaba Niko,  mientras fruncía el ceño en un tono de reproche.

¡Qué estúpida!, se largó porque no podía soportar que la descubriera.  Seguro que tiene la vida resuelta y no le importa perder sus bolsas. ¡Míralas, están tiradas por el suelo! ¿No estarás tú manteniendo a esa fulana? ¡Te juro que si os vuelvo a encontrar juntos,  os mato a los dos!


¡Por favor, serénate y no me hagas perder los nervios o pido el divorcio! Parece mentira, nunca te he dado motivos de infidelidad y hoy porque me encuentro con esta antigua amiga, me empiezas a tratar como un completo extraño.  Llevo mucho tiempo preguntándome qué estoy haciendo al lado de alguien tan celosa y posesiva como tú.  Mira, déjame salir a darle estas bolsas, porque como empieces otra vez con tus reproches, te vas a arrepentir. ¿Me has oído?... Venga, tómate mientras la tila que ahora vuelvo.

Saliendo a toda prisa de la cafetería con las bolsas,  Niko escudriñaba cada ángulo de la avenida y cada extremo de las calles colindantes, pero no la encontraba. Tenía muy claro que aún no se había despedido de ella y cuando ya estaba a punto de regresar con su mujer, decidió que solamente le faltaba mirar en el interior de las bolsas.  La suerte parecía estar de su lado al descubrir una tarjeta, donde había una dirección con un teléfono,  se trataba del despacho de abogados en el cual trabajaba el padre de Vera.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 26, 2017

En noches de vigilia

noviembre 26, 2017 56 Comments
(Fotografía digital de Josephine Cardin)
En noches de vigilia, es cuando las letras surgen como las amapolas en primavera, que por algún conjuro imposible de descifrar, se tornan sonrisas con sabor a pastel de cumpleaños, uniéndose en un punto concéntrico, donde el aire que se llevó tus recuerdos, ya no podrá cruzar este umbral.

Quisiera quedarme atrapada en los lugares que nunca recorrí contigo, donde todavía no estabas presente, donde permanecías al pie de la montaña con tu gran equipaje de silencio y soledad.

¿Para qué regresas si yo ya no te espero?... ¿Por qué desperdicias tu vida si ya pasé la página?... La inercia de tu obsesión te encierra en tu cárcel de códigos binarios e insomnios dependientes, mientras la lluvia dispersa los sonidos y deshace las letras arrugadas en tu imaginación.
No hay marcha atrás, ni salida de emergencia. No quedan rastros en mi memoria que me permitan incorporarte a mi vida, al contrario, ella se ha encargado de expulsarte como si de un virus se tratase y no te puedes imaginar lo importante que fue descubrir aquella nueva mirada.
Sé muy bien lo que quiero, continuar en este acogedor andén, donde al bajarme del tren, dejé en mi asiento los complejos, para que siguieran solos a otra parte, para que se perdieran de mi vista como el paisaje zigzagueante, de la ventanilla.
Como un iceberg en el abismo vas perdiéndote en la niebla, ahora me toca cerrar la puerta, bajar las escaleras y decirte que no soy la misma que conociste, porque el tiempo se encargó de limpiar las calles donde caminaban mis preguntas, donde transitaban tus dudas, donde la rutina exhalaba el último aliento de esperanza.

Alcé mi copa de cristal repleta de lágrimas y la estampé contra tu frente, contra aquel hormigón de indiferencia con el que solías someterme al más puro ostracismo, para asegurarme con tu mueca de ironía, que nadie sería capaz de descifrar mi singular locura, porque únicamente tú tenías el manual de instrucciones para acompasar el tic tac de mi existencia. Luego me dije a mi misma: "Je pense qu'il est temps que le monde ne juge pas les gens, à cause de la personne que le hasard voulait leur faire aimer. L'amour ne discrimine jamais, bien que les préjugés toujours le fassent."

En noches de vigilia, doblo los folios en blanco y los lanzo como aviones por las ventanas de la ciudad, donde saltan Los Niños Perdidos, El Barco de Ulises, El Viejo Avaro o Madame Bovary... Quizás reboten en el cielo y luego se cuelen por las chimeneas de las miles de viviendas, que pueblan esta ciudad durmiente, mientras tanto voy recogiendo mis cosas y vaciando este apartamento, sin dejar rastro ni rostros que escudriñen la fotografía en blanco y negro de nuestra despedida.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



Publicado también por la revista Vestigium

noviembre 19, 2017

La familia Confite

noviembre 19, 2017 51 Comments
Queridos compañeros de letras y seguidores de este blog, llegó el momento de haceros olvidar los problemas cotidianos y sumergiros en este mundo del humor, donde únicamente las risas o las sonrisas son las protagonistas. ¡Que lo disfruteis!



La familia Confite, gozaba de un gran renombre en aquella ciudad de provincias situada en un entorno privilegiado por la bonanza de su clima templado y el majestuoso paisaje de su bosque tropical. Sus vecinos llevaban una vida sosegada dedicándose a la agricultura y a otros menesteres. 

Situada en una céntrica calle, se encontraba un gran edificio de tres plantas con vistas a dos calles, realizado en piedra maciza con revestimiento de mármol rosa jaspe en su fachada. Dicho inmueble era propiedad de la familia Confite, quien a su vez regentaba una pastelería que gozaba de gran reputación no sólo de los vecinos de Tropilandia, que así se llamaba esta ciudad, sino también de otras ciudades lindantes, cuyos habitantes solían desplazarse para adquirir todo tipo de productos artesanos en ocasiones especiales y festejos populares.
El establecimiento de los Confite, como popularmente se les apodaba, se hallaba en la primera planta a ras de suelo, constaba de dos amplios escaparates y una puerta de madera acristalada, enmarcada entre ambos, con dos largos tiradores verticales de metal. Su interior era muy coqueto y acogedor, con un mostrador de madera de roble y cristal antiguo, así como numerosas estanterías repletas de cajas de bombones, muñecos de felpa rellenos de golosinas, jarrones de flores, tarros de cristal con caramelos y cestos de mimbre para regalo. También había varios expositores de cristal donde los clientes podían recrear su vista y paladar con las mejores creaciones pasteleras de la casa.
Cándido, que así se llamaba el dueño o el pastelero, tenía un carácter dócil y apacible, mientras que su mujer, Leoncia, hacía honor al nombre, por lo que tenía muy mal genio y además autoritaria. Con el matrimonio vivía también su madre, doña Gertrudis, una anciana que no aparentaba la edad, con un carácter entremezclado de jovialidad y tozudez, a la que le gustaba incordiar y meterse en medio de la pareja, pues aunque habían pasado muchos años desde que su "niña" se había casado, para ella no contaba nada más que su afán por protegerla.



A eso de las 7 de la mañana comenzaba su jornada laboral en el obrador situado a espaldas de la tienda y donde estaba toda la maquinaria industrial necesaria para aquellas labores que tan primorosamente efectuaba la familia al completo: Cándido como supervisor y artista de los suculentos manjares, Leoncia ordenando a diestro y siniestro cada acción, cada pedido, cada pauta y Doña Gertrudis poniendo peros y echando leña al fuego del horno y al de la pareja. 
Un rato más tarde de prisa y corriendo, van desayunando de pie, con las magdalenas a medio tragar y mascullando los primeros improperios como habituales saludos matutinos.

—¡Cagüen en Dios, estoy hasta los cojo...de ti! Hay que contratar a una chica para que me eche una mano, porque contigo Leoncia y con la bruja de tu madre, no puedo trabajar y mira que te lo he advertido mil veces, pero nada, tú a lo tuyo y tu madre a darte siempre la razón. 

—Mira gandul, Leoncia, te quiere más de lo que te imaginas, lo que ocurre es que eres un pendón y ahora se te ha metido en la cabeza buscar a una moza que nos hunda el negocio, porque vaya a saber con qué intenciones puede venir. ¡Ay Santa Rita bonita, líbranos del mal! ¡Ay Señora de los desamparados! ¡Ay San Judas no me falles esta vez!...¡Ayyy...qué mala me estoy poniendo! ¡Traime las pastillas, hija mía, que me da el vahído!

—¡Eres un desgraciado, no ves lo pálida que se me ha puesto mi madre! ¡Anda tunante, vete a su cuarto y trae el bote de pastillas que está encima de la mesita! ¡No me hagas perder más los nervios, que no respondo de mis actos! ¡Granujaaa...!

—¡Ya voy, Leona! Y a ver si te metes la lengua por donde te salen esos ventorros que un día van a derrumbar el edificio.

Tras unos minutos de confusión y pérdida de tiempo, volvieron como si nada hubiera ocurrido a proseguir la faena, continuando el ritual de rigor ya mencionado antes y que conocía, mejor que nadie, el vecindario, por las voces que traspasaban los muros y estremecían los oídos de los viandantes.
Pasaron algunas semanas, hasta que el hombre de la familia, pegó un puñetazo en la mesa y dijo secamente: "O contratamos a alguien o me voy de casa y te quedas con la urraca de tu madre." Ante semejante prueba de valor y desplante, con el que no contaban ellas, no les quedó más remedio que achantarse y morderse los labios antes de hablar.
No tardó mucho tiempo en incorporarse al grupo de trabajo, una chica pizpireta y descarada, a la que se le conocía con el sobrenombre de Sabrina, por sus prominentes senos y figura escultural. Sobra decir el malestar y disputas que tal decisión les ocasionó.


—No podías haber buscado otra operaria y no a esta guarra, porque ya me dirás tú a mi, pánfilo, si no hay chicas en esta ciudad dispuestas a trabajar con nosotros, pero nada, tú a lo tuyo, a hacernos la vida imposible a mi madre y a mi. ¡Menudo zorro estás hecho! ¡Nos vas a matar a disgustos!

—Venga, no te hagas la mártir, que para una vez que elijo, ni siquiera me dejas tranquilo. Sabrina, se queda y punto, o ya sabes lo que te toca.

—Sabrina se queda, pero con una condición, a esa pájara le voy a poner un uniforme. Si, uno que usaba mi madre cuando era joven.

—Ya estamos otra vez con tus chifladuras. Seguro que la quieres convertir en una momia como tú. 

—Esta vez te toca aguantar la vela, porque como te pongas farruco, vas a comer cebollinos y dormir en el sofá de mi madre, porque lo que es conmigo olvídate. Asi que ándate con cuidado besugo y no me seas tarugo.

De nuevo los reproches se alojaron como testigos mudos en aquella estancia, hasta que Gertrudis intervino: "Ya está bien, pareceis dos críos a la greña. Se acabó la fiesta, ahora mismo haceis las paces y aquí paz y mañana gloria." 

La clientela aguardaba impaciente la apertura de la tienda a eso de las 8 de la mañana, deseando abastecerse de la bollería para el desayuno y algunos otros caprichos para los más golosos. El aroma característico de los bizcochos, croissants, magdalenas, ensaimadas, napolitanas, palmeras, bollos suizos, etc. atraía como abejas al panal, a un buen número de parroquianos, a los que incluso les divertía observar las trifulcas que armaban detrás del mostrador, pues tampoco se ponían de acuerdo a la hora de cobrar, mientras Cándido sumaba el total, Leoncia y Gertrudis lo distraían queriendo repasar la cuenta, hasta que el hombre perdía los nervios y salía de la tienda dando un portazo o tropezando con el paragüero que estaba allí delante de la puerta.


Algunos asiduos hacían apuestas para ver si aquel día tropezaba o no, pero lo peor era cuando se quedaba atascado entre el marco y la alfombrilla de la entrada, dando bandazos en el aire antes de desplomarse al suelo, en ese caso las apuestas subían de precio y los más avispados ayudaban levantando la alfombra con disimulo, para que Cándido resbalase con más facilidad.

Lo que nadie sospechaba y era el mejor secreto guardado por Cándido, es que cada vez que pegaba portazos y se marchaba como alma que lleva el diablo, se acercaba a una carnicería que regentaba otro vecino, Gregorio, con el que siempre había mantenido un trato especial, incluso cuando iban juntos al colegio. Algo ocurría allí en la trastienda, porque al poco rato de su llegada, entre aquellas paredes se escapaban por las resquicios de la ventana, constantes gemidos, murmullos y gritos desenfrenados. 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 11, 2017

EL INSÓLITO CASO DEL PARQUE DE LAS GÓNDOLAS (segunda parte y fin del relato)

noviembre 11, 2017 66 Comments

Me vi de repente transportado al interior de aquella juguetería, donde todavía estaba Makane, quien nada más abrir la puerta corrió a mis brazos y tirándome con ternura de las manos, me intentaba guiar hasta una casa de muñecas que intuí era su foco de atención. No me costó nada avanzar unos pasos y ponerme justo delante de aquella preciosa residencia para muñecas, que atónito vi como se abría la puerta principal y desde su interior alguien nos llamaba por nuestros respectivos nombres:



—¡Hizar!... ¡Makane!...No os quedéis ahí fuera, pasar y sentaros en el sofá del salón. ¡Ya era hora de que regresarais! Estábamos muy preocupados por vosotros desde que os fuisteis al colegio... Me ha llamado vuestra profesora para avisarme de que habéis hecho novillos, saltándoos las clases y eso merece un castigo.

—Me puse a rascarme la piel de los brazos, como en un vano intento por saber si estaba despierto o no. Todo aquello me resultaba demasiado perturbador, siendo incapaz de poner en orden mis pensamientos que no paraban de hacerme entender que lo que vivía era completamente real.

Si, estaba sentado en aquel sofá de piel marrón desgastada por el uso, leyendo un libro que no recordaba su portada, pero que por otra parte me parecía familiar. También tenía al lado un ventanal, cerca de un viejo aparador con algunos trofeos y una caja de música de madera con técnica de taracea y fondo de terciopelo rojo, que me llamó mucho la atención. La tomé en las manos y le di cuerda, entonces sonó aquella melodía que me ponía tan triste y melancólico sin saber el motivo. 

—¡Deja esa caja ahora mismo y ponte de rodillas! ¡No me lo hagas repetir más veces! —aquel tono de voz grave y autoritario gravitó entre las paredes y acabó rebotando en mis tímpanos, hasta que preso del pánico me hinqué de rodillas sobre la alfombra persa y le supliqué que no me diera con la hebilla de su cinturón en mi espalda, algo que se lo pasó por alto mientras me quitaba la ropa para propinarme unos buenos latigazos. Sabía de sobra, que siempre podía doblegarme con su despótico método educativo.

—¡Ahora te toca a ti, Makane! ¿Me has oído o quieres que te pegue más fuerte que a él?... ¡Acércate y ponte de rodillas, mocosa! —exclamaba fuera de si aquel implacable individuo, cuyo espíritu paternal nunca había desarrollado, pues más bien se asemejaba a un perverso granuja acostumbrado a atemorizar a sus pequeños vástagos.

Al acabar aquella humillante zurra de correazos los dejó solos llorando desconsolados y emitiendo raros hipidos, que interrumpían su respiración como si fueran a ahogarse. 

Después volvieron a sentarse en el sofá con las manitas juntas y en completo silencio... La luna asomaba ya por la ventana y pronto tendrían que irse a dormir... 



Mi cabeza empezó a darme vueltas y más vueltas, estaba otra vez sentado en aquel banco de madera del parque, sin comprender del todo qué era realmente lo que me sucedía, quizás me había dormido sin darme cuenta y todo aquello no era más que un sueño, o como había leído en alguna parte me había desplazado a un mundo paralelo... ¿Quién sabe a ciencia cierta si lo que experimentamos como realidad no lo es y estamos dentro de un sueño o de una mente que nos piensa?...
Entretenido en mis elucubraciones distinguí a una pequeña figura infantil que se iba aproximando hasta mi presencia. Se trataba de Makane y me alegré tanto de volver a verla que sentí un fuerte estremecimiento que me subía por las piernas hasta la cabeza. Sin embargo, la niña caminaba muy despacio, tenía el impermeable destrozado y los ojitos llenos de lágrimas. Cuando la inspeccioné me quedé sobresaltado, tenía moretones en el cuello y en la espalda, lo mismo que la supuesta hermanita con la que había tenido aquella insólita vivencia minutos antes. Consideré conveniente preguntarle su nombre y ella me contestó: "Makane"
Desconcertado ante tantas coincidencias, pues se juraba a si mismo que ella era una perfecta desconocida hasta ese instante y lo mismo pasaba con él, respecto a la niña desde el minuto en que se conocieron, no acababa de asimilar tantas circunstancias contradictorias. No obstante se dejó llevar por aquel inmenso cariño que sentía hacia ella y la sentó con cuidado a su lado, tal y como estaban en la otra realidad... Instantes después notó que Makane se caía desplomada al suelo agarrada de su mano, por lo que estiró de ella para alzarla, hasta notar un intenso dolor en el pecho que le hizo perder la consciencia e inclinar su cuerpo hacia un lado.

El jardinero municipal fue quien los encontró e intentó reanimarlos sin ningún éxito. Después llegó el forense para inspeccionar los cuerpos:

—¡Qué extraño! Ambos presentan moretones en la espalda y cuello, aunque la niña además tiene una profunda hemorragia interna. Esto parece tener toda la pinta de haber sido víctimas de algún desalmado que vagaba por los alrededores.

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¿Qué os parecido este final?... ¿Sospechabais que podía ocurrir algo así o qué desenlace pensasteis que iba a tener cuando leísteis la primera parte?...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

noviembre 04, 2017

EL INSÓLITO CASO DEL PARQUE DE LAS GÓNDOLAS (primera parte)

noviembre 04, 2017 70 Comments


Aquella mañana los visillos celestes se habían teñido de espesa humareda grisácea, haciendo imposible que ni siquiera se filtrara un diminuto rayo solar, lo que suponía todo un despropósito para motivar el habitual inicio de jornada y un lastre emocional con el que cargar hasta que llegase por fin a despejarse el horizonte, porque aunque nos acostumbremos a todo, es difícil prescindir de esa irradiante calidez del sol.

En esas estaba, cuando la vi deambular por las estrechas aceras, marcando con sus pequeños pies, una forma indolente e insegura de caminar. Me pareció una niña traviesa que se había escapado de los brazos de algún adulto o tal vez de un grupo de colegiales, que a esas tempranas horas, pudiera estar de camino del centro escolar más próximo. Tuve la corazonada de que si la seguía podía ayudarla en caso de peligro, pues no era muy aconsejable abandonar a su suerte a una criatura tan pequeña e indefensa, pero tampoco quería asustarla si me acercaba a ella y dado que no me conocía pues podría salir huyendo o echarse a llorar.

Ella llevaba un impermeable amarillo con un amplio paraguas a juego, que le cubría buena parte del cuerpo, también ocultaba su cabeza con un sombrero floreado y por último tenía puestas unas botas rosa chicle con lunares blancos hasta las rodillas, por donde le asomaban unos calcetines. Iba saltando los charcos que encontraba en su trayecto matutino, sin poner atención alguna en lo que sucedía a su alrededor, aquella actividad le debía gustar tanto que la escuché cantar alguna de esas famosas canciones con estrofa pegadiza. Más tarde la contemplé sentada al borde de la acera con el brazo extendido y la mano abierta reteniendo el agua de la lluvia en sus dedos. Al incorporarse se alejó hasta una plaza, donde haciendo esquina, había una enorme tienda de juguetes. Se paró nada más verla y corrió hasta sus enormes escaparates, poniendo la nariz fija en los cristales y dejando escapar su aliento que por la diferencia de temperatura con aquellas lunas, las empañó completamente con su cálida respiración, aún así permanecía embelesada sin poder apartarse. En ese instante pensé que podía acercarme hasta allí y permanecer a su lado observándola más de cerca. 

—¿Te gustaría entrar a esta tienda y poder tocarlos?... —le insinué con mi mejor predisposición de ánimo y en un tono muy cariñoso.

—Bueno, si, si me gustaría, pero yo no le conozco señor y mis padres me reñirían si lo acompañase —replicó la niña.

—Te prometo que no te voy a hacer ningún daño. Además yo solamente te abriré la puerta y luego le diré al dependiente que te muestre los juguetes, pero si me tienes miedo prefiero irme ahora mismo y dejarte sola —volví a insistir, tratando de transmitirle confianza.

—No se enfade señor, no me gustan los extraños. Prefiero que se vaya. ¡Entraré yo sola! —continuaba excusándose y exclamando, decidida a cruzar la puerta.

Preferí alejarme de ella, prosiguiendo aquel agradable callejear que me llevó hasta "El Parque de las Góndolas" donde encontré un lago con góndolas que lo recorrían de un extremo a otro. También había un estanque con muchos patos y cisnes chapoteando y luego secando sus plumas en el mullido césped de alrededor. Busqué un banco en una zona apartada y solitaria, poblada de castaños de indias, falsos plátanos y abedules esparcidos por todo el extenso recinto rodeado de sólidas verjas de acero acabadas en punta.
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No tuve constancia del tiempo, pues me envolvió una inusual sensación de paz y felicidad demasiado extraña...  (Continúa en la segunda y última parte).

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 27, 2017

La agonía del condenado

octubre 27, 2017 63 Comments
Olivier de Sagazan ("Tranfiguration" - de su serie performativa)
Posiblemente te parezca un loco o una mente que deshilacha pedazos de razones, estirando de esos finísimos hilos invisibles hasta la saciedad, hasta converger en un oscuro corredor por donde la muerte va y viene, con la misma expresión afilada de acero incombustible y me grita: ¡El siguiente! Más, permanezco ausente y no la contesto. Mi hierático talante me protege de tantos inexpresivos rostros ordenando una nueva ejecución, pero conozco al general y no voy a ceder un palmo de este tablero donde se juega la partida, aunque las espadas se mantengan en alto y me recuerdes que ya no hay tiempo que pueda variar los eslabones del destino.

Veo pasar instantáneas ráfagas, realidades fragmentadas de mi vida, donde distingo como fue mi infancia y de que forma crecí, con esa arrogancia de los niños adultos, con ese desdén frunciendo el ceño y mirando cual águila rapaz, al resto de los posibles candidatos a mis obsesivos juegos de soldados romanos contra guerreros vikingos, siempre cortándolos la cabeza, porque ya entonces intuía que la mía no iba del todo bien, de eso ya se encargó mi padre, cuando lo vi en las pocilgas asestándoles palizas a los infelices lechones recién nacidos, esos eran precisamente sus favoritos, para levantarlos al vuelo y lanzarlos contra las rugosas paredes de adobe donde rebotaban y caían heridos al suelo. Luego cuidando los detalles, inspeccionaba la "pieza" como un experto cirujano, para finalmente sacar su navaja afilada del bolsillo y rematarlos con saña, hundiendo aquel afilado instrumento en su delicado cuerpecito, como quien corta un fino pastel, para relamerse de gusto y sentir el placer de las hormonas inundándole las órbitas de los ojos, que le centelleaban como un poseso.

¡Cuántas noches me levantaba de la cama escuchando los gruñidos y estertores de aquellas inocentes criaturas! ¡Cuántas veces mi padre me cogió por las orejas y me llamó cobarde! ¡Cuántos castigos recibí con la espalda cosida a latigazos! ¡Cuántos gritos de mi madre suplicándole que me dejase tranquilo, que sólo era un niño! ¡Cuántas palizas recibía mi madre cada vez que yo no cumplía las órdenes de mi padre! ¡Cuántos, cuantos....cuántos un día y otro también! Sería imposible de enumerarlos, porque mi padre no atendía a razones de ningún tipo y eso mismo heredé yo por desgracia. Como un virus contaminado de odio y venganza, que nunca me abandonó hasta aquel otoño cuando tu débil mirada me heló la sangre y paralizado no supe conjurar mi maleficio, para extinguir aquella hiel que me habían inoculado.

Me llegaban murmullos de la gente hablando, apenas audibles, apenas rozándoles la superficie de los labios, temerosos de emitir juicios imprudentes. Corrillos de avestruces pusilánimes, repartidas entre templos de buitres y nubes de hojalata oxidada por el miedo. Mientras tanto, presentía tu mirada con aquella piedad de las doncellas vírgenes, cuando aguardan en el lecho nupcial su crucial misión de entrega total de sus dones más íntimos. Sin embargo, mis ojos vidriosos permanecían ausentes, desdeñosos y clavados en un ángulo de noventa grados a la sombra gélida del precipicio de mi locura.

Aunque las neuronas se descolgasen por los oscuros andamios de mis lúgubres pensamientos, supe que la firme mano del tribunal superior de los desterrados a ese mundo de las almas perdidas, ya me había sentenciado y solo era una triste sombra entre las sombras del cautiverio en el que mi alma se hallaba condenada, mientras mi cuerpo se debatía en agonía sofocante.

Casi al término de exhalar mi último aliento distingo tu luz, señalándome con tu mirada angelical sin mediar palabra alguna, la habitación azul donde tantas noches danzamos cabalgando entre gemidos y sábanas de lino perfumadas de jazmín... ¡Oh! ¡Siempre me pareciste la diosa del deseo! Fuiste mi redentora de soledades y castigos, de pecados inconfesables que poco a poco me llevaron a esta locura y ahora te vuelvo a encontrar para redimir mi culpa y salvarme de nuevo... ¡Acércate y ten piedad de este ladrón que también te robó la inocencia y tu favor más preciado... tu vida...!

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 21, 2017

Solo me importas tú

octubre 21, 2017 98 Comments

El estallido de los cerezos en flor indicaba el preámbulo de la primavera, así como aquel espectacular colorido perfumado de esencias, trenzaba una inmensa alfombra floral, que alegraba los corazones de aquel país insular del este asiático, popularmente conocido como "La tierra del sol naciente".

Me había desplazado desde Okayama hasta Kioto, en una incansable búsqueda, que gracias a aquel año sabático, me permitía viajar por todo el territorio. 
Después de comer, había quedado en una exclusiva y popular casa de té, en el corazón de Gion, punto neurálgico de uno de los barrios de geishas más populares de la ciudad, situado en la calle Hanamikoji (Hanamikoji-dori en japonés). Era un sitio que solo trabajaba con reservas y donde se restringía la entrada para aquellos clientes que tuvieran una larga tradición familiar, como ocurría con la antigua conocida con la que me iba a entrevistar y que me hizo señas nada más pasar al jardín, que daba acceso al interior. Sin muchos rodeos, le propuse que me explicara detenidamente la historia de su allegado, cuyo apellido Nakayama era demasiado importante en mis averiguaciones.

Barrio de Gion (Kioto)
Sorprendida por mi insistencia, trató por todos los medios de enterarse de cual era el motivo real que subyacía bajo aquel enredo, algo que evité, pues podía poner en peligro mis investigaciones. De manera que opté por contarle una falsa historia, que pudiera calmar su curiosidad, pero que al mismo tiempo me ofreciera la posibilidad de recabar los datos que necesitaba. Naturalmente no llegó a enterarse de mis artimañas y logré mi propósito.

A la mañana siguiente me dirigí en mi automóvil a Magome, un pueblecito cerca de Nagoya, donde me esperaba un investigador privado, con el que me había puesto en contacto telefónico, nada más regresar a mi apartamento el día anterior, para comunicarle mis pesquisas. Debía encontrarla, era lo único importante para mi, aunque estaba seguro de que la búsqueda no me resultaría fácil.
Fui directamente hasta el mirador, recorriendo a pie sus calles empedradas y empinadas escaleras, en medio de un precioso paisaje montañoso, rodeado de una vegetación exuberante, ese era el sitio acordado por Naoko, quien me puso al corriente de las últimas noticias.

—Acabo de visitar a esa familia Nakayama, guarde la dirección. Se trata de una humilde vivienda de madera donde debe preguntar por Shinju, ella conoce la historia y por una buena recompensa está dispuesta a ayudarle.

—¿Cómo es ella físicamente?... ¿Tiene una foto o algo que la identifique?... No quisiera sufrir otro nuevo desengaño, ya sabe.

—Tenga, coja este collar con el guardapelo. ¡Ábralo y verá la foto que me pide! También contiene un rizo perfumado de su cabello.

—Si todo va bien nos despedimos aquí, de lo contrario llámeme a mi despacho.

Magome (pueblo congelado en el tiempo)
Volví a descender aquellos peldaños y me encaminé hasta aquella dirección, preguntando a la gente con la que me iba encontrando por el camino. Hasta que descubrí la casa. Sus ocupantes ya estaban al tanto de mi visita y al tocar la puerta, Shinju me invitó a pasar.

—Siéntese cerca de la estufa o se va a quedar helado de frío —me dijo acercándome una silla algo desvencijada por el uso, en un tono muy afable.

—Estoy dispuesto a pagarle lo que haga falta, pero por favor no me mienta o de lo contrario le demandaré civil y penalmente. ¿De acuerdo?

—No se preocupe, no le voy a engañar, ella está retenida contra su voluntad en una "Casa de Masajes" de Nagoya. 

—¿Cómo ha podido llegar hasta allí si residía con ustedes según mis informes?... ¡Les voy a enviar a la cárcel por cómplices de un secuestro!

—No, nosotros no tenemos nada que ver. Ella se fue libremente a Nagoya con su novio, querían prosperar y tener una vida más confortable. Un vecino nos contó que la había visto en ese local y que no tenía muy buen aspecto, quizás estaba embarazada, nos aclaró después de aconsejarle que nos debía decir la verdad. Luego fuimos a la policía para tratar de encontrarla, pero todo resultó en vano.

—En vista de que no está aquí con ustedes, solo les compensaré económicamente si me facilitan la dirección de esa "casa de masajes".

El hombre que hasta ese momento había permanecido callado, se levantó de la silla y anotó la dirección en la cara opuesta de un paquete vacío de cigarrillos, que estiró por la mitad, después me lo entregó esperando la gratificación pactada, que le di al instante.

Dejando atrás aquel antiguo pueblo recorrí los 90 kilómetros de vuelta en automóvil y perdido en aquella inmensa urbe de Nagoya, fui a parar al puerto, donde debía encontrar por fin su paradero.

Nagoya (cuarta ciudad más grande de Japón)

El local estaba muy iluminado y lleno de letreros, donde aparecían en una larga lista todos los distintos servicios, que podían adquirir los clientes que lo visitaran. La música era atronadora y las chicas se movían como robots, siguiendo aquella música pegadiza, una de ellas me preguntó qué tipo de servicio quería, le respondí que ninguno, que solamente quería hablar con la persona de la foto, que aparecía en un álbum que me había mostrado y que también estaba en mi teléfono, como pudo comprobarlo.

—Espere un momento por favor. ¡Voy a avisarla!

No tardé demasiado en verla asomar por un pasillo lateral, corriendo hacia mi encuentro y abalanzándose para darme un fuerte abrazo. Reconozco que aún no podía creer que aquello me estaba pasando, pero así era. Después de permanecer profundamente unidos y con las lágrimas cubriéndonos los ojos, en una especie de eternidad donde la felicidad colmaba nuestros corazones, la miré emocionado a los ojos y ella me dijo:

—Papá... ¿Cómo me has encontrado?... ¡Perdóname!... Ya hablaremos más despacio de todo lo que me ha pasado en este tiempo.

—Tranquila, hija mía, solo me importas tú  ¡Por fin volvemos a estar juntos! Ahora entrégale a tu jefe este dinero, como rescate. ¡Regresamos a casa!

—Espera un momento, papá, quiero darte una sorpresa.

Ella desapareció de nuevo por aquel estrecho pasillo lateral y al cabo de un buen rato, apareció con un niño en brazos y un bolso en el hombro.

—¡Míralo! ¡Es igualito a ti! ... ¡Papá, es tu nieto! ...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados