¡Que te vaya bien!
Estrella Amaranto
septiembre 09, 2019
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Fotografía de Karolina Bazydlo |
Escondido detrás de su barba, repantigado en un lujoso y mullido sillón de piel en una amplia sala bien amueblada, estaba sentado un hombre corpulento llamativamente vestido y con facciones bastante rudas y vulgares. Se hallaba completamente ajeno a la presencia de un agente de policía situado justo a sus espaldas, por lo que le fue muy fácil proceder a su arresto.
Apuntándole en la cabeza con su arma reglamentaria lo dejó inmovilizado mientras los demás agentes se dedicaban a inspeccionar el resto de la ostentosa mansión con el fin de detener a su mujer, cómplice y encubridora de un considerable número de presuntos delitos.
Virginia y él habían mantenido hasta ese día una relación sentimental encubierta, pues ella estaba casada con un afamado empresario de aquella ciudad de provincias, por lo que la mayoría de la gente, jamás había sospechado que estuviera involucrada en aquellos turbios negocios del hampa, que manejaba a su antojo su actual pareja, el famoso narcotraficante El Horca.
Cuando el narco se percató de la pistola que tenía sobre la cabeza, tuvo la destreza suficiente y sangre fría, como para realizar un acrobático movimiento, que le situó frente al agente arrebatándole el arma, en cuestión de milésimas de segundo. Luego, le amordazó con cinta americana y lo arrojó al suelo de un fuerte puñetazo dejándolo inconsciente.
Apuntándole en la cabeza con su arma reglamentaria lo dejó inmovilizado mientras los demás agentes se dedicaban a inspeccionar el resto de la ostentosa mansión con el fin de detener a su mujer, cómplice y encubridora de un considerable número de presuntos delitos.
Virginia y él habían mantenido hasta ese día una relación sentimental encubierta, pues ella estaba casada con un afamado empresario de aquella ciudad de provincias, por lo que la mayoría de la gente, jamás había sospechado que estuviera involucrada en aquellos turbios negocios del hampa, que manejaba a su antojo su actual pareja, el famoso narcotraficante El Horca.
Cuando el narco se percató de la pistola que tenía sobre la cabeza, tuvo la destreza suficiente y sangre fría, como para realizar un acrobático movimiento, que le situó frente al agente arrebatándole el arma, en cuestión de milésimas de segundo. Luego, le amordazó con cinta americana y lo arrojó al suelo de un fuerte puñetazo dejándolo inconsciente.
También, pudo ver desde un ventanal de la habitación la silueta de Virginia corriendo por el jardín, como una liebre salvaje embutida en un extraño vestido blanco de novia y unas botas negras.
— ¡Eh! ¿Te has vuelto loca?… Con esa pinta seguro que te van a detener —le gritó enfurecido y desconcertado.
—No, mi amor, con esta pinta me confundirán con una novia despistada y loca de remate —le respondió ella con una sonrisa burlona, haciéndole un gesto obsceno con la mano y el dedo medio, levantado.
—Si, gatita, pero déjate de jueguecitos estúpidos. Regresa y espérame en el garaje, no tardo nada - volvió a insistirle él con la cara desencajada y maldiciéndola entre dientes.
—No, mi cuchifrito querido, estoy decidida a salir de aquí cuanto antes. ¡Que te vaya bien! —le replicó ella con una fuerte carcajada.
—Pero mi ratoncita chiflada no hagas más tonterías y escóndete en el coche. ¡Ahora bajo! —seguía insistiendo él, mientras la veía alejarse sin poder evitar aquella separación.
—No, mi gordi peludo, quédate ahí porque yo me abro. ¡Que tengas suerte! ¡Chao! —acabó diciéndole, mientras sus labios perfilaban una sonrisa burlona.
— ¡Eh! ¿Te has vuelto loca?… Con esa pinta seguro que te van a detener —le gritó enfurecido y desconcertado.
—No, mi amor, con esta pinta me confundirán con una novia despistada y loca de remate —le respondió ella con una sonrisa burlona, haciéndole un gesto obsceno con la mano y el dedo medio, levantado.
—Si, gatita, pero déjate de jueguecitos estúpidos. Regresa y espérame en el garaje, no tardo nada - volvió a insistirle él con la cara desencajada y maldiciéndola entre dientes.
—No, mi cuchifrito querido, estoy decidida a salir de aquí cuanto antes. ¡Que te vaya bien! —le replicó ella con una fuerte carcajada.
—Pero mi ratoncita chiflada no hagas más tonterías y escóndete en el coche. ¡Ahora bajo! —seguía insistiendo él, mientras la veía alejarse sin poder evitar aquella separación.
—No, mi gordi peludo, quédate ahí porque yo me abro. ¡Que tengas suerte! ¡Chao! —acabó diciéndole, mientras sus labios perfilaban una sonrisa burlona.