El desafío en la granja
Estrella Amaranto
enero 21, 2020
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Queridos
lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato
con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (ENERO 2020): REBELIÓN EN LA GRANJA de George Orwell.
Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
- Escribir una fábula o que los personajes sean animales, con su moraleja o con una crítica social de fondo.
- Un relato en el que se mencione con sentido la novela Rebelión en la granja o al autor, George Orwell.
- Un relato en el que la acción transcurra en una granja.
Como decía el gran poeta Antonio Machado: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar..." y así dejando huella me limito a concursar, no para ganar sino simplemente para participar.
Os dejo con su lectura, que deseo os haga pasar un buen rato y ya me contaréis cuales son vuestras impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
La avaricia es un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje, repleto de miles de matices...
Cuando el sol declinaba, predominando el rojo anaranjado, mientras una mágica luz recorría el suave contorno de las nubes, haciendo ostensible la belleza de la bóveda celeste, era el instante en que el dueño de la granja, ubicada en plena campiña, procedía a revisar sus instalaciones.
Se trataba de un rechoncho y palurdo campesino de ojos saltones, que acompañado de sus hijos, altos y desgarbados, procuraba controlar que todas las ventanillas de ventilación, así como las puertas de los distintos cubículos de la hacienda quedasen herméticamente cerradas. Aunque, acabó fracasando, ya que ellos se ocupaban de abrirlas después que él las cerrase. Últimamente, vulneraban su férrea disciplina, pues pensaban que no era justo el cautiverio al que sometía al conjunto de las bestias.
Luego, ayudados por la luz de una lámpara de gas, se alejaban hasta la puerta de su vivienda, separada del resto de los cuchitriles del recinto, para disfrutar de un sueño reparador.
El aire se mantenía furioso y glacial, especialmente de noche, cuando la nevisca cubría suelo y tejados, con palmo y medio de espesor. La luna llena brillaba encima de la montaña. Una luna helada y furibunda reverberando sobre la nieve sorda y apática que acolchaba los caminos que bordeaban decenas de pinares y abetos.
Un ruidoso crujido en mitad de la noche despertó de súbito a los animales, que sin dejar de asomar sus hocicos, picos, fauces y morros por las ventanas y dinteles de las puertas de madera, permanecieron expectantes, sin evitar mirar a todos lados, tratando de encontrar al ladrón o al temido lobo, con el que en más de una ocasión tuvieron que enfrentarse. Sin embargo, esta vez, era un samoyedo, al menos eso fue lo que dijeron los perros de la granja, quienes se fijaron en su típica cola en forma de gancho.
—¡Hermanos, vengo en son de paz, no os alarméis! —exclamó resoplando y sacudiendo la cabeza mientras el temor se filtraba lentamente a través de sus ojos vidriosos.
—Oink... oink, oink, oink, —dijo el cerdo gordinflón llamando al resto de los animales para que acudieran a la pocilga.
—Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii... Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... —respondieron el resto de las bestias, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india.
—¡Escuchadme con atención, porque os traigo una noticia muy importante! —profirió el extraño visitante, sosteniendo la mirada de todos los presentes.
—¿Qué noticia?... ¿De qué se trata?... —preguntaron al unísono sin poder pestañear y rascándose el lomo o la cabeza.
—Como algunos habéis adivinado, soy el perro guardián de la granja que dista una legua de aquí. Ayer un hombre adinerado le entregó a mi amo un fajo de billetes para comprársela. Le escuché decir que vendría pronto por esta hacienda a fin de hablar con vuestro granjero.
—¿Por qué quiere adueñarse de las granjas? —articuló abriendo el hocico el caballo, con las cejas levantadas.
—Según escuché decirle a mi amo, quiere demoler las granjas y edificar un parque de atracciones y espectáculos para niños, familias y adultos. Le explicó que ya tenía los planos del terreno y que sería el más grande del país.
—Entonces ¿qué harán con nosotros? —interpeló uno de los patos.
—¡Eso es lo que os quería decir! Os llevarán en el camión directos al matadero para sacrificaros y que el amo obtenga pingües beneficios.
Se produjo tal tumulto a partir de aquella amenaza, que fue imposible poner orden a la reunión. Todos los convocados se retorcían de espanto emitiendo alaridos y gruñidos interminables, por lo que le pidieron al forastero que les ayudase a difundir la noticia por otras granjas vecinas, que muy probablemente estarían amenazadas por la codicia del rico empresario. Debían vengarse de semejante infortunio.
—Amigo samoyedo, debemos defendernos y nada mejor que provocar incendios en nuestras granjas para que no resulten rentables a los ojos de semejante rufián y se olvide de sus execrables negocios.
—Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii... Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... —prorrumpieron el resto de los animales, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india de regreso a sus habitáculos.
Al amanecer, subida a una loma, la numerosa colonia animal divisó unas espesas humaredas cubriendo el cielo de una lluvia de cenizas que se extendió por todo el valle, llegando incluso hasta la ciudad, lo cual sobresaltó a los habitantes, que solicitaron ayuda a las autoridades.
Frente a aquella insólita contingencia, el pícaro especulador inmobiliario paralizó las negociaciones con los granjeros, atribuyéndoles un despreciable complot con objeto de hundir sus planes y llevarle a la bancarrota. Atónitos no daban crédito a lo que estaba sucediendo, por lo que insistieron que no eran los más indicados para cometer semejante despropósito, teniendo en cuenta su ambición por hacerse ricos con la venta de sus granjas.
Entonces el gran estafador les miró tan fijamente que parecía tener dos puntiagudas dagas en lugar de pupilas, pronunciando con rotundidad una terrible sentencia: «Serán detenidos y acusados de pirómanos. Se les expropiarán sus propiedades, de las que pronto seré su propietario. La avaricia es un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje...»
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