abril 18, 2020

Posesión diabólica

abril 18, 2020 43 Comments
Queridos amigos y compañeros:
Dedico esta publicación a todos nuestros héroes anónimos que en primera línea de fuego están exponiendo diariamente sus vidas para que el resto podamos sobrevivir y poder salir de este difícil situación que nos ha tocado vivir. Me refiero al personal sanitario, unidades de emergencia, farmacéuticos, policías, basureros, taxistas, voluntarios de cruz roja y cáritas, empleados de supermercados, transportistas, bomberos, unidad militar de emergencia, personal de correos, repartidores, conductores de metro y autobuses y a quienes me haya olvidado de mencionar.
¡Brindo por un mundo más justo y más humano, consciente y considerado con el sufrimiento ajeno!
Me gustaría añadir mi apoyo a todos los compañeros, amigos y familiares que lo estáis pasando mal. ¡Mucho ánimo, que saldremos de esta!

Pasando a otro asunto, os comento que vuelvo a concursar en la XVI EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (ABRIL 2020): EL EXORCISTA de William Peter Blatty, con un original relato que cumple los dos primeros requisitos del concurso y tiene una extensión de 896 palabras.
  • Escribir una historia de Terror sobrenatural: Posesiones, fantasmas, sucesos paranormales... 
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela El exorcista o al autor William Peter Blatyy. 
  • Un relato en el que la acción transcurra en un cine mientras proyectan El exorcista.
  • Extensión máxima de 900 palabras. 
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno ya me contaréis vuestras impresiones y sugerencias al respecto.
Muchas gracias a todos.

        Apurando con avidez la última calada del cigarrillo, leía con fruición la novela de William Peter Blatty, El exorcista, que le había regalado una amiga vidente, con la que mantenía una incipiente amistad. 
     La delgadez extrema de sus dedos le facilitaba pasar las páginas con más rapidez... Inesperadamente creyó notar la presencia de alguien detrás de su espalda. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, temía encontrarse con un ente extraño si giraba el cuello. Instintivamente dejó caer el libro, como si una voz le ordenase que se deshiciera de la lectura. 
       Sus párpados le pesaban, por lo que se vio envuelta en un estado de somnolencia. Ante su extrañeza visualizó la imagen de sus padres el día de su nacimiento. 
       —¡Está maldita! ¡Llévatela, Octavio! Nos traerá la desgracia —bramaba santiguándose, corroída por la inquina.
        —Tranquilízate, es una niña muy guapa —alardeó el padre.
      El hecho de ser la causa de semejante oprobio, contribuyó a hacerla sentirse culpable e incapaz de vencer el rencor hacia su propia madre, lo que la obligó a recurrir a terapias de choque y tratamientos psiquiátricos tras su fracasado intento de suicidio.

       Su compañero se percató de su incapacidad para sobreponerse al estado de ansiedad que le producía aquel sueño recurrente, incrustado como un hongo infecto y dispuesto a destruirle las neuronas.
      —¿Cómo estás? —Guido intentó despertarla con sumo cuidado, mientras le acariciaba las mejillas un tanto sonrosadas. 
        —He vuelto a tener ese maldito sueño donde mi madre me repudia. Pienso que la medicación ya no me hace efecto y tengo miedo de no poder escapar de esa pesadilla. 
         —¡Tranquila, mi amor! Para mí, siempre serás preciosa. ¡Olvídalo, no te obsesiones! 
        —Pero ya sabes que mi madre antes de exhalar su último aliento juró que se vengaría de mí, más allá de la muerte y no dejan de pasarme cosas extrañas desde que falleció. 
       —Bueno, no te empeñes en recordarlo. Tu psiquiatra te ha aconsejado que la apartes de tu mente si quieres recuperarte. 
       —¡No puedo y tú lo sabes bien! 
      —Consultaré a tu neurólogo para internarte en su clínica y que te dé el tratamiento más adecuado al estado mental en el que te encuentras.

     Pasada una semana, Guido y Marilia viajaron hasta la clínica más acreditada en Europa, regentada por el famoso neurocirujano doctor Goodmind
     El equipo de médicos dirigido por el reconocido cirujano sometió a la paciente a una complicada intervención en su corteza cerebral, con el propósito de librarla de continuos ataques de epilepsia y alucinaciones que últimamente se habían ido agravando. 
       Finalizado el periodo del postoperatorio, fue dada de alta y regresaron de nuevo a su residencia.

       Coral y Willy les recibieron con toda su parsimonia y atenciones, llevándoles el equipaje hasta el dormitorio y preparándoles la cena. 
    La pareja paladeaba el fino néctar de un Château Margaux, cosecha del 55, cuando inesperadamente la botella se elevó en el aire para estrellarse en el rostro de Guido, cubriéndole la frente de hilos de sangre que se le deslizaban por los ojos hasta las mejillas. 

       En mitad de la noche unos gritos de ultratumba provenientes del piso de arriba, despertaron a los criados, que subieron las escaleras hasta el rellano superior. 
      Vencido por el agotamiento, en su intento por vigilar el descanso de su amada, Guido cayó en un profundo sueño.
      Marilia estaba de pie sobre la cama vomitando algo espeso y repugnante. Tenía los ojos en blanco y se había desnudado completamente. Coral se acercó para asearla y cambiarle el camisón. 
      —¡Señora, échese en la cama! Voy a llamar al doctor. —La temperatura en la habitación bajó de repente impregnándose de un pútrido olor. 
      —¡Puta, sal de aquí ahora mismo o acabaré contigo! ¡¿A qué esperas, gilipollas de mierda?! ¡Zorra embustera que mataste a tu propio hijo! Vete y ten cuidado al cruzar, porque te aplastará un coche si se te ocurre ir a la policía.
      Los cajones de la cómoda salieron disparados; una plaga de cucarachas apareció de la nada, persiguiendo a la sirvienta que huyó despavorida escaleras abajo. 
      Con el ruido, Guido se despertó sobresaltado, tardando unos instantes en darse cuenta de lo ocurrido. Al momento de acercarse a ella, advirtió que su cuerpo no respondía y una fuerza inaudita lo empujaba contra la pared. Completamente aterrorizado, bajó hasta el primer piso para llamar al padre Muniago, con el que mantenía una férrea amistad. 

       Seis alaridos atronaron la mansión cuando el exorcista atravesó el umbral, sacando un crucifijo, al verla surgir de la nada y con el rostro de su anciana madre, recitando unos versos satánicos de Carducci

       ¡Salud, oh, Satanás, o rebelión, 
       Oh, fuerza vengadora de la Razón, 
       El incienso y los votos son sagrados 
       ¡Has vencido al Jehová de los sacerdotes! 

      Alzó la mano e hizo tres veces la señal de la cruz, sobre la lívida frente de aquel maligno espíritu. Quitó el tapón del frasco de agua bendita, rociándola con el hisopo. La entidad diabólica se puso furiosa y dio un salto hacia delante, arrancándole de cuajo el lóbulo de la oreja. 
     —¡Suéltame, bestia inmunda! —le suplicó el sacerdote apenas sin voz, mientras intentaba zafarse inútilmente de sus manos, cuyos dedos se le clavaban en el cuello, como dos garras, hasta morir estrangulado. 
     —¡Dios Todopoderoso, sálvala del maligno! —deprecó Guido en su desesperación, temblándole los labios y añadió—: Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


abril 04, 2020

El hotel Arcano

abril 04, 2020 40 Comments
Queridos amigos y fieles seguidores:
De entrada quiero manifestaros mi solidaridad y apoyo en estas circunstancias tan delicadas que atravesamos. Deseo también que no bajéis la guardia ni el ánimo para superar esta cruda realidad, que nos trae de cabeza a todos y como ya os comentaba en mi anterior entrada, confío en que la humanidad tome consciencia de la responsabilidad en evitar los contagios y que esta experiencia nos sirva para reforzar la unidad de las personas para crear otro mundo más solidario y que tenga en cuenta las carencias y valores humanos.
Intentemos unirnos todos para superar esta pesadilla en la que estamos sumidos desde hace tres semanas y tratemos de mentalizarnos siempre en positivo.

Confieso que todo este asunto ha cambiado también mis rutinas. No me encuentro del todo relajada como para abarcar la lectura de vuestros blogs y por otro lado no me gusta comentar sin saber lo que habéis escrito, por lo que os dejo a vuestra elección comentar en mi blog o dejarlo para más adelante, cuando todo vuelva a la normalidad.
De modo que para seguir dando vida a mi blog, he pensado que os vuelvo a compartir un nuevo relato y sois libres de comentar o no. 
Lamento mucho no encontrarme lúcida para seguir comentando en vuestros interesantes blogs.

Bueno, no quiero abusar de vuestra paciencia y paso a comentaros que mi relato participó en la convocatoria del Reto de Escritura Creativa #5: Marzo 2020 - Letra M, con una extensión máxima de 750 palabras y esta vez con las palabras obligatorias: manos, masa y mujeres. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, hay que incluir dentro de la escena este orientado en UNO de estos dos géneros: Misterio  o  Melodrama.
Mi opción se ha declinado por incluir el género de Misterio dentro de la escena.
Y sin más preámbulos, os invito a su lectura.

Muchas gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isan, que me ayudaron mucho a mejorarlo.

      Cada año, un grupo de amigos se reunía en un hotel enclavado en una zona montañosa, junto a una importante estación de esquí, dotada de inmejorables pistas con remontes de última generación.
    Esta vez, los tres amigos se encontraron con un inesperado revés del destino: una avalancha de turistas fue la culpable de tomar al asalto aquel hotel, por lo que faltaban plazas para acomodarles. Dicha eventualidad acabó por conducirles hasta otro establecimiento próximo.
      Las duras condiciones ambientales que rodearon la jornada de búsqueda fue el principal motivo para hospedarse en un sórdido hotel, cuya fachada presentaba un estado deplorable de conservación, con numerosas grietas y manchas de verdín. La entrada exhibía un cartel que debió ser luminoso en el pasado y donde aún podía leerse "Hostal Arcano". Era evidente que no reunía las condiciones idóneas para su descanso, pero la rápida incursión del atardecer en la espesura del horizonte terminó convenciéndoles, ya que era el único lugar con suficientes habitaciones libres para acomodar al grupo durante toda la semana.

      La primera noche no pudieron dormir tranquilos. Unos incesantes ruidos de pisadas, de estallidos de corchos de botellas de champán propulsados como ligeras balas contra las paredes, de notas e instrumentos musicales recorriendo de madrugada los pasillos, fueron lo bastante molestos como para impedirles conciliar el sueño. Al día siguiente acudieron al mostrador de recepción para hablar con el responsable, al que le expusieron sus quejas.
    —Dénos una explicación o le pediremos el libro de reclamaciones. ¿Cómo justifica semejante escándalo a esas altas horas de la madrugada, cuándo se supone que los clientes debemos descansar?
     —Discúlpenme señores, pero están en un error, el hotel permaneció silencioso toda la noche. —Les intentó tranquilizar el jefe de aspecto huraño, tez pálida y voz enigmática.

      Transcurrieron varias horas y algo extraño en el entorno les puso en alerta, sospechando que no todo transcurría con normalidad tal y como les atestiguó el encargado de manos huesudas; el resto de empleados no los perdían de vista murmurando extraños sonidos que más parecían conjuros. Sus pérfidas miradas les taladraban el alma, aunque decidieron ignorarlos y seguir con sus prácticas deportivas.

      La segunda noche se repitió idéntica algarabía, incorporándose otros sonidos de carácter alarmante como portazos y algún disparo. Entonces escucharon un grito de mujer que en un primer momento los dejó paralizados. Después, Samu decidió salir para pedir explicaciones al recepcionista. En el camino se fijó en un pasillo lateral que daba a una escalera. Desde allí se escuchaba con claridad el jolgorio, por lo que se encaminó con paso cauteloso subiendo los peldaños. Sus ojos desorbitados miraban en todas direcciones. Un golpe seco en la espalda le hizo rodar escalera abajo hasta caer desnucado.
      

      A la mañana siguiente los dos amigos de Samuel se presentaron en recepción exigiendo hablar de nuevo con el jefe. Este les volvió a asegurar que no tenía constancia de ningún incidente a lo largo de la pasada noche y que lo más probable es que su amigo se hubiera ausentado del hotel. Aquella excusa no les convenció por lo que optaron por investigar por su cuenta durante la próxima noche.
     —Manu, antes de salir de la habitación, llévate los bastones de esquí. No hagas tonterías y cúbreme la espalda.
     —De acuerdo, Quique, iré detrás de ti. Toma esta linterna por si acaso, yo llevo otra en el bolsillo.
     —Ponte calzado deportivo para no hacer ruído y no te olvides de la sudadera con capucha.
     —¡Date prisa! Ya han dejado las luces de emergencia. ¿Has escuchado esos gritos?... Tenemos que ser cautos y muy silenciosos ¡Recuérdalo!
      Pisando de puntillas se dirigieron al pasillo lateral del ala del edificio, justo hasta el mismo lugar donde la noche anterior, el amigo desaparecido había recibido aquel contundente puñetazo en la espalda.
     —¡Cuidado, Manu! —balbuceó titubeante Quique—. En un intento de avisarle de la presencia de una sombra cerca del descansillo de la escalera.
     Al girarse, Manu se dio cuenta de que estaba solo. Todo parecía haberse quedado en silencio. Únicamente se fijó en unas pisadas que conducían hasta las cocinas. Dichas huellas presentaban restos de una pegajosa masa de hojaldre.
    —¡De nada sirve que me claves la punta de tus bastones! Te estábamos esperando. Tus amigos estaban deliciosos y tú serás el postre —afirmó en una voz gangosa una espeluznante presencia con el rostro desfigurado y colgándole los globos oculares por las mejillas...
     Manu trató de huir corriendo a toda velocidad hasta la salida, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas herméticamente y una fila de clientes se fue abalanzando para devorarlo. 

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marzo 18, 2020

El marciano y el terrícola

marzo 18, 2020 64 Comments
Queridos amigos y compañeros:
En primer lugar y dada la inusual circunstancia que rodea nuestra vida cotidiana, que está paralizando al país y de alguna manera al mundo entero, ante este reciente desafío al que nos enfrentamos a nivel global y que parece presentar signos de pandemia, confío en que la humanidad tome consciencia de la responsabilidad en evitar los contagios y que esta experiencia nos sirva para reforzar la unidad de las personas para crear otro mundo más solidario y que tenga en cuenta las carencias y valores humanos.
Me gustaría añadir mi apoyo a todos los compañeros, amigos y familiares que atravesáis por esta complicada situación tanto a nivel físico como psíquico. Deseo de corazón que no se produzcan desgracias y cuando toda esta pesadilla acabe, celebrarlo.
¡Ojalá que las cosas no deriven en algo catastrófico, mentalicémonos positivamente para evitarlo!

Nuevamente me he decidido a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (MARZO 2020): CRÓNICAS MARCIANAS de Ray Bradbury, con un original relato que cumple con los tres requisitos del concurso:
  • Escribir una historia de ciencia ficción, ya sea viajes espaciales, colonización planetaria, robots, encuentros con extraterrestres...
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Crónicas Marcianas o al autor, Ray Bradbury.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un planeta inventado.
  •  Extensión: Máximo 900 palabras.  
El que que os comparto, cumple con los dos primeros requisitos y su extensión es de 899 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
  
      Cerca del mar gris ceniza marciano se divisaban restos de una ciudad antigua. Todo a su alrededor permanecía despoblado, plácido y cubierto de una ligera neblina azul. Recorrí sus calles solitarias, las farolas apenas permitían distinguir los edificios deshabitados. Las puertas de las casas permanecían abiertas completamente, tal vez sus habitantes escaparon a última hora con lo puesto y sin posibilidad de cerrarlas.
     Mi curiosidad fue tan acuciante que no tuve reparos en entrar al interior de algunas viviendas. Dispersos por los estantes, vi folletos de viajes procedentes de la Tierra, libros metálicos con jeroglíficos en relieve; monedas antiguas con figuras mitológicas; pétalos marchitos y objetos de cristal cuya simbología me resultaba ignota.
     Reparé en una mesa de fuego en la cual un pozo de lava basáltica chisporroteaba como un manojo de bengalas. Aquello me provocó una espontánea visión que me mostraba a los dueños de la casa echando trozos de carne en aquella lumbre chispeante, como lo había visto en las películas del Tíades Cinema marciano, donde aparecían terrícolas preparando deliciosas barbacoas al aire libre.
     Los dormitorios presentaban un aspecto decadente con las camas vacías, y en los cuartos de baño el agua rebosaba en lavabos y bañeras, discurriendo por los suelos y llegando al jardín manteniendo el aroma de las flores.
     Fuera de aquel poblado fantasma todavía podía verse una pista, donde seguramente aterrizaron las naves terrícolas, cuyas misiones coincidieron en la exploración y colonización de los territorios marcianos. Ahora, todo estaba desolado; apenas, los zumbidos de las líneas eléctricas irrumpían como moscardones en la hora de la siesta.
     Tanta calamidad me persuadió del posible fracaso en mi búsqueda de supervivientes. Ni siquiera los de mi especie se hacían notar. Por tanto, estaba destinado a ocupar la última tumba del cementerio local.  Acabé adaptándome a la destrucción y al desamparo. No era más que una criatura marciana de ojos rasgados, tez morena, piel rugosa y unas antenas sobre mi cabeza, algo que tampoco me apetecía comprobar mirándome en un espejo. Preferí olvidarme de todo y continuar mi peregrinación en busca de algo sorprendente...

     Era una templada noche de primavera en el hemisferio norte de Marte. Las robustas y estables embarcaciones se me antojaron bloques de hielo flotando sobre los canales iridiscentes, entrecruzándose entre sí en un constante ajetreo. ¿Quién podía tripularlas si ya no quedaban marcianos y los terrícolas se habían marchado? La espesa oscuridad en la lejanía me impidió ver con claridad quienes iban a bordo.


      Inesperadamente vislumbré a lo lejos una inaudita silueta de alguien que se me aproximaba. Consideré que era mi día de suerte, porque al fin encontraba a alguien rondando aquellas avenidas.
     —¡Eh, tú! ¡¿Quién eres?! —me preguntó aquel gordinflón frunciendo el ceño con mirada inquietante y apuntándome con un revólver.
       —...
      —¿No hablas mi idioma? ¡Debes ser marciano! ¡Claro! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?!
      Mis sensores telepáticos me indicaron la ira y el rencor que dominaban el pensamiento de aquel extraño, debido a la inquina que le provocaba mi presencia, por lo que intenté transmitirle calma, sumiéndole en un estado permanente de bienestar con el propósito de librarme de las fatales consecuencias de su viejo colt 44.
     —Me llamo Ray Bradbury y llevo semanas dando puntapiés a esta lata vacía que me recuerda al balón con el que solía jugar de pequeño en mi poblado de chabolas del planeta Tierra. Ahora tengo los bolsillos repletos de monedas de oro, pero no sé qué hacer con ellas. Aquí no hay tiendas, ni cines, ni casinos...
      —...
      —Me da igual si no me contestas. Hace tantos meses que llevo vagando por estas tierras inhóspitas, que necesito desahogarme con alguien, soltándole todas las palabras que se me han quedado atrapadas en la jaula oxidada de mi mente.
      —¡Hola! —balbuceé imitando a los actores de las películas proyectadas en las grandes pantallas de las salas de cine que tuve la ocasión de visionar. Alzando ambas manos para agitarlas en medio de la infinitud del espacio nocturno.
      —¡Ah! ¡Me alegro de que conozcas mi idioma!
      Seguía sin entender qué me estaba diciendo. Solamente podía responderle con las pocas palabras que conocía. Por otra parte, no quería que desconfiara de mis intenciones pacíficas e intranquilizarle sin razón alguna y verme amenazado de nuevo apuntándome con su revólver.
     —No te entiendo —pronuncié sin saber qué estaba diciendo.
     —El que no te entiende soy yo —me replicó.
     La comunicación era insostenible. Entonces, el terrícola pasó su mano por mi espalda haciéndome cosquillas, lo que me hizo prorrumpir unas sonoras carcajadas. Él a su vez, también se reía con todas sus ganas. De forma paulatina, la tensión empezaba a desaparecer y me animé a juntar mis manos con las suyas. No recordaba con quien lo había hecho antes, pero lo más importante es que siempre funcionaba. Aquel insignificante gesto fue suficiente para iniciar una auténtica complicidad entre criaturas tan atípicas entre sí.
   —Aproxímate a esta farola, quiero verte mejor —le pedí a mi acompañante.
   —¡Eres transparente! —exclamó Ray, asombrado.
   —¡Y tú también! —le contesté.
   —¡Soy real! —pensó, tocándose el brazo para notar el calor.
   —¡Estoy vivo! —murmuré, palpándome el rostro y apreciando mi habitual rugosidad.
   —¡Si soy real, tú debes estar muerto! —dijimos al mismo tiempo sin apartar la mirada.

   —¿Te has preguntado si eres tú el terrícola que rescaté de mis recuerdos
   —Y si no eres real, ¿quién me ha ayudado a crear el recuerdo de alguien que conocí?
  
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


marzo 11, 2020

Emma y Cosme

marzo 11, 2020 35 Comments

      «No existe la casualidad ni las coincidencias —pensé—, asombrándome al verme reflejado en el ámbar de tus ojos, aunque me limité a seguir tu juego.»
      Meses después acordamos mis honorarios de detective privado. Luego, te volteaste al cerrar la puerta de mi despacho, como si se fuera la de una cafetería, de la que ni siquiera observaste su mobiliario o al camarero que gentilmente te sirvió un refresco. Me quedé embobado, con el contorno de tu cuerpo flotando en mi cabeza; tu costumbre de hablarme moviendo las manos, el tono nasal de tu voz, las pausas, tu elegante vestido y una inmensa tristeza con la que forzaste una sonrisa para despedirte.
       Al poco tomé la cámara Réflex y salí a la calle. Tenía tiempo de deambular por el casco urbano, de desaparecer entre el paisaje y la multitud que me rodeaba. Un insignificante hombrecillo de mirada gris y zapatos grises haciendo juego con la gabardina. Sí, un auténtico hombre invisible, esfumándose dentro del halo ceniciento que me perseguía como una maldición.
     Sumergido en el frío de la noche miraba los escaparates opacados por el vaho de la helada. Me parecieron pequeños decorados de un escenario que se esfumaba en medio de la niebla. Las casas en penumbra con sus lúgubres contornos, se arrimaban unas a otras buscando protección contra algo impreciso, algo que podría aparecer deslizándose entre la bruma.
     «Te vi aparecer en la puerta del hotel despidiéndote de un desconocido, besándole en los labios, autómatas dentro de un juego macabro —pensé malhumorado—, mientras os enfocaba con el objetivo de mi cámara para obtener las instantáneas.»
     Las calles empapadas de vapor atenuaban el destello de las farolas, dulcificando las esquinas envueltas en una capa blanca de polvo húmedo y rancio, consumidas por el vacío del silencio.
   Vuestros contornos se desdibujaban en dirección opuesta, él ascendiendo la cuesta y tú descendiéndola hasta el aparcamiento.
     Tomé un taxi y le pedí al conductor que siguiera a tu vehículo. Transcurrieron unos minutos en silencio mientras mi corazón se aceleraba a medida que el taxi avanzaba en la persecución.
     Me apeé cubierto de bocanadas de la niebla disipando mi figura casi invisible y me desplacé con sigilo hasta tu domicilio.
    Caminaba sobre la acera, cuando unas voces me indujeron a girarme. Entonces, os volví a ver, discutiendo delante de la casa.
    —Espera, perdóname, no debí dejarte marchar sola del hotel.
    —Pe...ro... ¡¿Estás colocado o te volviste majareta?!
    —¡Qué tontería! ¡Estoy limpio!
   —Me estás vacilando, te conozco. Quieres dormir en mi casa, pero esta vez no te saldrás con la tuya.
    —Te equivocas, churri.
    —¡Seguro que te metiste en otro follón y buscas refugio!
    —¿De qué película me hablas? ¡A las mujeres os sale humo por la cabeza de tanto pensar! Venga, vámonos que con esta rasca se me congela hasta el nabo.
    —Como siempre, pensando en tu nabo y no en mí. ¡Lárgate, no me apetece!
    —En fin, como mi cuchi diga.


    

Afuera se iba disipando la niebla, lo mismo que en mi cabeza... Me acerqué al portal y antes de que se cerrase la puerta me colé dentro.
   —¿No pudiste sacar las fotos que te pedí? ¿Por qué vienes a estas horas a mi casa? —me bombardeaste con tus preguntas, levantando las cejas y examinándome con la mirada.
    —No es eso, Emma, déjame que te lo explique.
    —Es algo tarde, pero sube.
     Cuando abriste la puerta del apartamento sentí un fuerte pinchazo en el estómago y mi arruga en el entrecejo se acentuó.
     Me aconsejaste pasar al salón mientras te cambiabas de ropa. Durante esos minutos curioseé por el pasillo hasta toparme con una chica que me recordó a mi madre de joven. Me quedé ensimismado.
    —¿Le ocurre algo? Se ha puesto muy blanco. Ahora, le traigo un vaso de agua. ¡No se vaya! —me advirtió la muchacha levantando una mano y llevándosela a la boca para taparla con los ojos muy abiertos.
   —¿No tenías que estar con tu padre? ¿Por qué viniste sin avisarme? —interpeló Emma, desquiciada por completo.
    —Mamá, no entiendo por qué de repente te desquicia mi presencia. Hay un hombre que necesita ayuda y encima es más atento que papá. ¡Ojalá, él fuera mi padre!
    —¿Qué insinúas? ¡Sal de casa inmediatamente! ! ¡No pintas aquí nada!
    —¡Tranquilízate Emma y no trates así a mi hija!
    —¡Qué chorradas dices! ¿Para qué has venido?
    —De nada te valen las excusas, ella es el vivo retrato de mi madre y lo sabes muy bien. ¿Quieres que vaya a la policía? Conozco los turbios negocios que manejas con el sinvergüenza de tu marido.
    —Discúlpame pero solo sé que te llamas Cosme y trabajas como detective privado.
    —Emma, deja de fingir, te reconocí el primer día que pisaste mi despacho.
    —No sé concretamente a qué te refieres con eso.
    —¿Qué me dices de aquel chico tímido que se te declaró antes de irse de vacaciones y luego no volviste a ver porque te cambiaste de domicilio?
    —Si así fuera ¿por qué no me lo dijiste el primer día que fui a tu despacho? ¿Por qué ahora?
    —No es tan fácil como piensas. Cuando apareciste, me dio un vuelco el corazón y noté la misma sensación que al despedirnos aquel verano. Con el mismo nudo en la garganta temiendo otra nueva despedida, quizás la última. Pensé que preferías pasar página y de algún modo lo estuve intentando, aunque ya no logro aguantarme.
     —¿El qué, Cosme?... Siempre tan retraído. Ha pasado mucho tiempo y no soy la misma.
    —¡Claro, te has vuelto impasible! Supones que voy a quitarte a tu hija... En realidad, nuestra hija, Emma y acaba de decirte que me prefiere como padre. Eso te ha jodido. ¿De qué vas ahora rodeándote de carroña para obedecer al golfo de tu marido?
     —¡¿Qué dices?! ¡Te has vuelto loco! Ernesto es mi marido y el padre de Vane.
    —¡No, mientes! ¡Mi madre y ella son como dos gotas de agua! ¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo? Con una prueba de ADN se soluciona rápido.
    —Sí, mamá, yo también quiero hacérmela.
    —¡Está bien! ¡Él es tu padre!
    —¿Por qué me lo has estado ocultando, Emma?
    —Porque cuando me quedé embarazada tú no tenías oficio ni beneficio. Por eso, mis padres decidieron cambiar de barrio y evitar que nos viésemos.
     —Tuviste tiempo de sobra para explicármelo y no lo hiciste. Solo volviste para aprovecharte de mi experiencia laboral, convencida de que seguía siendo el chico cándido, incapaz de remover el pasado. ¡Te equivocaste!
     —No te enfades, Cosme, no quería llegar a esto. Rehice mi vida gracias a Ernesto, él siempre me ha apoyado, incluso le ha puesto a Vane su apellido. Es un buen hombre y no admito que le insultes.
    —Ese mal nacido te ha obligado a prostituirte y ser su compinche. ¡Sepárate de él y formalicemos nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, soy el auténtico padre de Vane y eso nos ayudará.
    —No es así de fácil, Cosme, mi marido también es un sicario y puede acabar con los dos. Evitemos más desgracias.
    —Aunque ya no confíes en el amor, yo sí y quiero hacerte feliz. No sabes el esfuerzo que me ha costado ser testigo mudo de tu desesperación. Demasiado tiempo sin poder evitar el encanto que me produce tu belleza y el deseo de tenerte en mis brazos para siempre. No puedo dejar de amarte ni tengo miedo a Ernesto. Lucharé por vosotras, porque desde que te presentaste en mi despacho con la mirada vacía, supe que no existe la casualidad ni las coincidencias, estamos predestinados el uno al otro.


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marzo 04, 2020

Un par de pájaros de mucho cuidado

marzo 04, 2020 33 Comments
¡Hola compañeros y seguidores!
Dado que la semana pasada os compartí una entrada bastante complicada para comentar, pues esta vez os voy a compensar con la alegre lectura de un relato cómico o una parodia policiaca, donde algunos de sus personajes son muy divertidos al utilizar una forma de hablar muy peculiar, es decir con un dialecto mixto de clara influencia gitana y andaluza.
Confío que pueda robaros más de una carcajada, ya que esa ha sido mi intención al escribirlo.
Que paséis un buen rato y ya me contaréis vuestras impresiones que valoro muchísimo.
Nos seguimos leyendo...

     Hace escasas semanas atracaron a punta de pistola a don Ricardo Borriquero. Los hechos tuvieron lugar en la plaza de las Cañas rodeada de tabernas y bares regentados, en su mayoría, por una rancia familia de renombrados hosteleros.     
     Dicho emplazamiento se halla próximo a un local de juegos y apuestas llamado Joker, donde la víctima acababa de ganar una cuantiosa suma de dinero en efectivo, algo que no pasó desapercibido para el ladrón que le siguió a corta distancia después de abandonar el espacio y luego darse a la fuga tras conseguir el botín.
     Una pareja de borrachos que aún se mantenían en pie, apodados el Cubata y el Chivas afirmaron a los agentes de la policía, haber sido testigos del robo, por lo que les invitaron a acompañarles hasta la comisaría más próxima, donde les esperaba el incólume inspector Argimiro Rufián, con un característico tono de voz atiplado y bolsas debajo de sus ojos negros.

     —Siéntense y traten de recordar los detalles que acaban de presenciar en la plaza de las Cañas.
     —zeñor comizario, usté perdone zi le azeguro que no he visto ni un billete ensima de su mesa p'a que empiese a largar —respondió el Chivas con sorprendente desparpajo y autoridad, pues conocía el trapicheo que se gastaba la pasma.
     —¡Mu sierto! —apostilló el Cubata.
     —¡Silencio! Aquí no existen sobornos. O hablan o les meto un paquete por el culo y se van derechos al calabozo ¡por mis muertos!
    —¡Joer, qué dezaborío es usté! ¡Ande, comizario, deme argo p'a que coman mis niños que están mu flacos! —intervino de nuevo el Chivas extendiéndole la mano y guiñándole un ojo para convencerle.
     —Es verdá lo que dise mi cuñao, pazamos muchas fatigas porque naide nos da curro y estamos más tiezos que la mojama. ¡Ande, ispectó, denos argo p'a los chiquillos, si a usté le zobran los dineros!
     —Bueno, ya se verá más adelante, ahora confiesen lo que han visto y dejen de marear la perdiz. ¡Aquí el que corta el bacalao soy yo!
     —Un billete no es n'a p'a usté y a mi me quita de fatigas —interrumpió el Cubata mirando al don Argimiro con ojos de cordero degollao.
     —Si insisten ¡no me bajaré los pantalones! O hablan o les juro por mi santa madre que les chapo en la chabola, par de sinvergüenzas.
     —¡Mú bien, usté manda! Le juro por mis niños, que zon lo más zagrao que tengo, que el choro que ze llevó el parné fue el Napias y en luego aligeró por el túnel de Los Alfanjes, ya conose usté... —confesó por fin el Cubata algo asustado.
     —¿Está usted, también de acuerdo con su cuñado? —le preguntó el comisario al Chivas sin pestañear y con un gesto despótico elevando los brazos y las manos al mismo tiempo.
     —Zí hombre, zí —le contestó en un susurro temblándole los labios.

     —Enga don Argimiro, denos argo de parné que ya l'emos rajao to lo que quería zaber —interrumpió el Cubata
    —¡Fuera de aquí par de julandones! ¡Sois una escoria social!

    En un descuido, el Chivas le sisa al inspector su cartera, quedándose con unos billetes sin que se de cuenta y luego con pericia se la devuelve al bolsillo trasero del pantalón.
     Seguidamente el inspector hace pasar a su despacho a don Ricardo Borriquero que acude secándose la frente con un pañuelo y algo confuso de ideas todavía en su actual estado de estrés postraumático.
     —¡Tranquilícese hombre, que ya sabemos de quien se trata! —exclamó el comisario. Al tiempo que le propinaba un golpe en el hombro y con tanta vehemencia que le obligó a chocar contra una pila de carpetas, las cuales salieron despedidas por el aire, hasta que desgraciadamente una de ellas le impactó de frente y directa al rostro. Obligándole a trastabillarse contra el armario metálico y darse un buen porrazo en la cabeza, desplomándose, a continuación, al suelo. 

     El inspector Rufián, completamente atónito se quedó paralizado en su sillón, hasta que otros agentes acceden al despacho para auxiliarles.
     Transcurrido un tiempo y recobrados los ánimos de los perjudicados, el comisario ordena a los agentes trasladar a don Ricardo hasta el hospital, mientras él actualiza los informes y da aviso a otros policías de paisano para que localicen cuanto antes al posible delincuente. 

     Cuando apenas revisa los ficheros policiales, estupefacto comprende el engaño, pues el Napias está cumpliendo pena por asesinato y no ha tenido ocasión de salir de la prisión.         
     Los dos manguis le han hecho un buen paripé y encima le han robado delante de sus narices. En su aturdimiento suelta un alarido ensordecedor: "¡Gggrrrr...! Sargento Lumbreras vaya inmediatamente a detener a ese par de pájaros, que han volado de la comisaría hace un momento".

 Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 26, 2020

Discurso de la osa

febrero 26, 2020 33 Comments



¡Hola a todos!
Se me ha ocurrido plantear esta entrada con un enfoque distinto al habitual, pienso que resultaría divertido ampliar libremente, distintos textos breves o microrrelatos, de autores famosos de la literatura universal, ya que por una parte os ayudaría a recordarlos o descubrirlos y por otra ser testigos de un original "juego" narrativo que podría resultaros entretenido como lectura. No se trata de parafrasearles sino de responder a su original escrito, siguiendo las mismas pautas literarias del género o subgénero al que pertenece. En esta ocasión Julio Cortázar utiliza el estilo surrealista o el lenguaje del subconsciente y en ese estilo le respondo con mi historia de "La osa".
Ya me contareis si la idea os ha resultado interesante o no. Además si a alguno de vosotr@s os agrada mi propuesta, pues os invito a seguir el ejemplo y hacer nuevas entradas con textos o fragmentos de autores importantes y a continuación, vuestras letras.
Concretamente me he inspirado en Julio Cortázar, un autor quizás para mi gusto el mejor o uno de los que tengo más aprecio. De modo que he elegido una historia incluida dentro de su libro HISTORIAS DE CRONOPIOS Y DE FAMAS, me estoy refiriendo al Discurso del oso, que dice lo siguiente:

Soy  el  oso  de  los  caños  de  la  casa,  subo  por  los  caños en  las  horas  de  silencio,  los  tubos  de  agua  caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.
      Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalan-do  por  los  caños.  A  veces  saco  una  pata  por  la  canilla y  la  muchacha  del  tercero  grita  que  se  ha  quemado,  o gruño  a  la  altura  del  horno  del  segundo  y  la  cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo  por  la  chimenea  para  ver  si  la  luna  baila  arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna pico-teada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
     Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gru-ñendo  contento,  y  los  matrimonios  se  agitan  en  sus  ca-mas  y  deploran  la  instalación  de  las  tuberías.  Algunos encienden  la  luz  y  escriben  un  papelito  para  acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que  siempre  queda  abierta  en  algún  piso,  por  allí  saco la  nariz  y  miro  la  oscuridad  de  las  habitaciones  donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo  algo  de  lástima  al  verlos  tan  torpes  y  grandes,  al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las me-jillas,  les  lamo  la  nariz  y  me  voy,  vagamente  seguro  de haber hecho bien.

Julio Cortázar

Respuesta de la osa:

Soy la osa de los vientos que ascienden entre los vericuetos de las ramas de los árboles, volteando los pasos por donde el aire crece y en el cómplice silencio de la noche, soy como un tambor de cedro despertando a los guardias del abismo, bajo la cúpula del firmamento, en la cual me transformo en la Osa Mayor de la galaxia.
       Supongo que se han acostumbrado a convivir con mi sonora presencia, porque les mantengo limpio el ambiente, fresca la estancia cuando el calor arrecia, despiertos en su noctámbula vigilia. En ocasiones les muestro los dientes, entonces atrueno y se asustan, especialmente los niños, o lanzo huracanes como quien envía bofetadas con malas intenciones y la gente me mira con recelo o también con pánico. Adoro subirme en las frondas azules de las olas y convertirme en brisa para acariciar la arena de las playas o resbalar por los toboganes de las rocas. Me gusta bailar con mi traje evanescente de Cenicienta que cautiva al príncipe encantado y me devuelve a casa por la chimenea mientras la oscuridad me acompaña. Y en otoño soy jardinera rastrillando las hojas desmayándose en su postrer viaje a la nada.
      Al llegar el invierno me gusta aullar igual que los lobos dejándome empapar por la escarcha que gotea en los tejados, ondulando mi gélido aliento como un tenue velo en los cristales ataviados de penumbra. Cuando, la humedad se vuelve inexistente, agito mi tocado de plumas, lo mismo que esas vedettes del Moulin Rouge contoneando sus caderas al ritmo de la pegajosa canción, mientras los haces de luz les acarician sus hombros y la clientela se deshace en aplausos ensordecedores.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 19, 2020

El juego de la seducción

febrero 19, 2020 64 Comments

Queridos lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (FEBRERO 2020): LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ de Margaret Mitchell
Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
  • Escribir una historia de amor, dejo al gusto del autor el nivel de romanticismo.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Lo que el viento se llevó o a la autora, Margaret Mitchell.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un contexto de guerra, desde el punto de vista de un personaje femenino.
  •  Extensión: Máximo 900 palabras.  
El que que os comparto, cumple con los dos primeros requisitos y su extensión es de 894 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.

      No podía hacerse a la idea de lo que sus ojos estaban viendo. Una casa completamente reformada y decorada con mucho estilo.
    —¿Todo esto es tuyo o se trata de un alquiler? —interrogó aturdida por el lujo y ostentación que mostraban las habitaciones.
     —Vivo de alquiler y el dueño es un buen amigo de la infancia —le confirmó Thomas subyugado por su amplia y delicada sonrisa.
     Observándola durante unos instantes, se esforzó por sosegar sus nervios. No obstante, Emerald alzó la vista e inesperadamente ambos se encontraron en el mismo punto. Luego, él se dejó llevar y al mirarla de nuevo, sus ojos recorrieron cada minúscula parte de tan singular belleza que lo mantenía obnubilado.  
     Cierto que debió liberarse del molesto pensamiento que lo acusaba de infidelidad, al continuar manteniendo aquella relación a escondidas de su esposa, a quien solía engañarla con excusas de viajes de negocios, cuando en realidad lo único que le importaba era urdir un buen plan que le dejara libre de sospechas.
    —Mi gatita, voy a llevarte hasta nuestro dormitorio, supongo que querrás cambiarte de ropa. Solo tienes que buscar en los cajones de la cómoda. ¡Sígueme por este corredor!
     —¿Es tu madre? —interrogó la joven, levantando la mano y señalando con el índice el retrato que vio dentro de una vitrina.
      Sin prestarle demasiada atención al estar convencido de a quién estaba haciendo referencia con la imagen de la fotografía, dudó qué responderla, por lo que optó por replicarla cambiando de tema.
      —Llevas un vestido muy elegante, combina perfectamente con tu tez sonrosada y el tono castaño de tu pelo.
      —¿Cómo se llamaba?
      —Margaret Mitchell
      —¿Inglesa?
      —No, nació en la ciudad sureña de Atlanta, en Estados Unidos.
       —Su cara, me suena de algo... ¿Es famosa?
       —Sí, mucho.
       —Disculpa mi curiosidad, pero me gustaría saber a qué se dedicaba.
       —Era periodista y luego se hizo muy famosa.
       —Sin duda, una mujer muy interesante, ¿verdad?
      —Por supuesto. Fue quien compró esta casa hasta que sus herederos decidieron venderla y por casualidades de la vida, Robert me la ha alquilado en tanto que decida si quiere o no hacer uso de ella.
       —¿Y qué fue de Margaret?
      —Trabajó para The Atlanta Journal y The Sunday Magazine. Se casó en varias ocasiones y no tuvo hijos. Desgraciadamente, murió atropellada por el exceso de velocidad de un taxista, cinco días después del accidente.
       —Morir así debe ser terrible ¿verdad?
       —Y además con cuarenta y nueve años... ¡No llegó ni a la mitad de la vida!
    —¡Qué lástima! ¡Me hubiera encantado conocerla! Supongo que su vida debió ser apasionante.
      Thomas se mantuvo en silencio, con la vista perdida al fondo del pasillo. Entre tanto, ella le observaba con descaro preguntándose quien estaba realmente detrás de aquella nariz respingona, casi femenina, el cabello peinado con flequillo, la amplia frente y los ojos de mirada melancólica. Él, esbozó una sonrisa mientras la contemplaba sin perder un ápice de sus movimientos.
      Continuaron hasta llegar al umbral del dormitorio. Le indicó que podía cambiarse de ropa, mientras iba a buscar unas copas de champán. Sabía que ella no tenía a nadie a quien acudir si le ocurriese aquella noche alguna desgracia. Su familia la había echado de casa y sus compañeras del burdel tampoco podían auxiliarla.
     Al regresar con la botella y las copas, se quedó fulminado con una punzada en el estómago y una avidez por desnudarla. Llevaba puesto un negligé negro satén muy ajustado y transparente, lo que dejaba casi al descubierto sus prominentes pechos, así como los globos gemelos de sus nalgas.
      Dejando ambos recipientes y el
Chardonnay sobre la mesita de noche, se despojó de la ropa que llevaba puesta y dejándose emborrachar por la agitación que le provocaba su exuberante belleza adelantó los brazos para colgárselos del cuello y atraerla contra su pecho. La besó entreabriendo sus labios suaves y húmedos, cediendo al vértigo del deseo y sintiendo la asfixia que la presión y velocidad de otra lengua diligente, poco a poco, le vaciaba las entrañas hasta estremecerse de gozo.       
     Las medusas de sus lenguas se devoraban en infinitas bocas hambrientas como cuevas subterráneas de perfidia y carne húmeda tan acogedora resbalando entre desfiladeros de marfil y piel volcánica.
      Colocándose a los pies de la cama, le abrió las piernas y con sus manos le alzó las caderas para luego dedicarse a libar con suavidad su sexo hasta verla retorcerse de placer. Más tarde se desplazó a su vientre dándole besos húmedos. Por último, se incorporó dejándose caer encima de ella decidido a penetrarla en una sucesión de miradas, susurros, gemidos, cuerpos entrelazados y
sicalípticos besos.

     Al día siguiente, se personó Robert, el supuesto propietario de la vivienda. Thomas se encargó de presentarlos y después los dejó a solas en el salón, mientras él se dedicaba a realizar unas gestiones en su despacho.
      —Emerald ¡qué nombre tan fascinante!
     —Si, en la antigüedad se decía que era una gema sagrada relacionada con la victoria y el poder.
      —¿Formas parte de un sueño o eres real?
      —ja, ja, ja... ¡Qué cosas dices!
      —Me encantaría invitarte al cine esta noche.
      —No hay problema, Thomas no es celoso.

    Sentados delante de una gran pantalla, Robert y Emerald contemplaron juntos la película Gone with the Wind, cuyo guion era una adaptación de la novela homónima con la que la madre adoptiva de Thomas obtuvo el premio Pulitzer.



Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados