junio 15, 2020

PasiónFusión

junio 15, 2020 32 Comments
Queridos amigos y seguidores:
Deseo que hayáis disfrutado lo mejor posible de este fin de semana, por mi parte he seguido frecuentando tiendas y establecimientos comerciales a lo largo de la semana, dejando para el finde a los relacionados con el ocio y el gremio de la hostelería, pues intento aportar siempre mi grano de arena para contribuir a mejorar la economía de tantas familias que lo necesitan.
Sin más preámbulos esta semana no os robaré mucho tiempo para la lectura de esta entrada, ya que esta vez os presento mi nuevo microrrelato, donde dos peculiares personajes tratarán de sorprenderos y haceros pasar un rato ameno y divertido. Bueno, ya me contaréis si al final cumplí o no con mi propósito al redactarlo.
¡Ah! la semana próxima quedáis invitados a mi fiesta de cumpleaños. Os espero para el 24 día de San Juan.
Muchas gracias nuevamente por tomaros la molestia de hacerme sugerencias para mejorar mi historia o sencillamente por acompañarme otra semana más. ¡Nos seguimos leyendo!




     Ella acostumbraba a pelar cebollas sin que le llorasen los ojos, lo cual intenté infinidad de veces pero sin éxito. Llegué a pensar que tal vez mi madre, a la que se le retiró la leche de los pechos al poco de nacer mi quinto hermano, tras recibir la noticia del naufragio del barco donde trabajó mi padre, quizás también hubiera dejado sucumbir su llanto en el mismo océano.

     Cuando ella entraba en la cocina los aromas por la casa se expandían como perfumes de Oriente, pues le encantaba utilizar plantas aromáticas: cilantro, sésamo, albahaca, cominos, orégano o laurel... Sabía combinarlas con tal virtuosismo, que aunque guisara unas patatas a lo pobre, el resultado podía satisfacer las exigencias más extravagantes de un rey.

     El calor sofocante del verano fundió la escarcha de la soledad en la que habitualmente horneaba sus desdichas. Fue tal el sentimiento de abandono que la mantenía secuestrada, que sin pensárselo mucho, preparó unos vistosos pasteles de chocolate con un componente especial para deleite del barrio.

     No tuvo necesidad de multiplicar esfuerzos, porque al cabo de unos días la encontré con el vecino del tercero tumbada en su mismo colchón, después con el del cuarto cuando su mujer salía a pasear con el perro; más tarde con un joven apuesto que resultó ser mi novio y por último despachó a todos al regresar de un crucero por el Adriático del brazo de un solista de trombón.

     Se dejó el pelo largo, la ropa muy ajustada con excesivos accesorios y viendo por donde se derivaban los hechos, un día me decidí a enviar a un concurso una de sus deliciosas recetas y para mi sorpresa se llevó el premio. Luego, con aquel dinero y un préstamo, abrió una casa de comidas.

     Los platos se servían acompañados de fragmentos de jazz, salsa, bossa nova... Lo esencial era el ritmo con el que mi madre movía las caderas en los fogones, mientras Kevin no dejaba de inflar los carrillos, alargando o encogiendo las varas del trombón.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 08, 2020

Hay cosas que no tienen explicación

junio 08, 2020 27 Comments

Queridos amigos y seguidores: 
     Con mis mejores deseos de que sigáis despiertos ante tanta desinformación y vuestras vidas logren superar las difíciles circunstancias en las que estamos, como resultado de la pésima gestión política de la pandemia y la económica que está arruinando España, debido a que nuestros gobernantes están empeñados en hacernos partícipes de tan convulso destino y al que personalmente renuncio, puesto que no participo de sus corruptelas ni de sus puertas giratorias para imponernos una república bolivariana, donde nuestras libertades y valores humanos quieren destruir los que obedecen las órdenes del Nuevo Orden Mundial, algo que debemos evitar a toda costa. Por lo que aprovecho esta oportunidad para informaros de que ya se ha programado una manifestación en Madrid para el próximo 13 de junio a las 20:20 en La Plaza de Callao


    Espero que hayáis disfrutado de un tranquilo y agradable fin de semana, tal vez en la playa o rodeados de la belleza natural de vuestros entornos. Yo preferí frecuentar las terrazas de algunos restaurantes y cafeterías para compartir un rato de ocio y compañía con amigos para contribuir a mejorar la economía de tantas familias del gremio de la hostelería.

     Seguidamente os invito a la lectura de esta misteriosa historia, que he escrito explorando esos territorios de lo menos conocido y asombroso o de lo que habitualmente no tiene ninguna explicación.
Muchas gracias nuevamente por tomaros la molestia de hacerme sugerencias para mejorar mi historia o sencillamente por acompañarme otra semana más. ¡Nos seguimos leyendo!


     Durante el transcurso de la mañana cuando estaba un poco ida entre pensamientos, sonó varias veces el tono del móvil, al descolgar escuché la voz de una mujer que en un principio no me recordaba a ninguno de mis contactos, por lo que la pregunté de qué me conocía o si quizás se había equivocado de número. 
     Ella insistió en que ya nos habíamos relacionado, era la madre de Álvaro, mi colega de los tiempos de la universidad y amigo del novio de mi hermana. Enseguida caí en la cuenta de que era Mavi quien me hacía la llamada, hablaba muy deprisa como si los nervios la impidieran explicarse. Su lenguaje era todo un despropósito, por lo que no me hizo falta poner a prueba mi profesión de psicoterapeuta para deducir que sufría de un repentino ataque de ansiedad. Le prometí que me pasaría por su casa lo antes posible.

     Cuando acudí a su domicilio, Mavi me dijo que se hallaba bastante preocupada a consecuencia del último episodio de sobredosis por parte de su hijo Álvaro, después de la fuerte depresión tras el fallecimiento de su esposa e hijos en un grave accidente aéreo ocurrido dos años atrás.
     Me vino a la memoria la imagen de la boda de Álvaro y Julia, con los ojos brillantes y amplias sonrisas contagiosas tras el primer brindis, cuando ya habíamos pasado al salón. No me cabía duda del lacerante impacto que le produjo ver desmoronarse su futuro al lado de la única chica que le había fascinado en el primer cruce de miradas. ¡Infinidad de veces me lo contó!... Él era como el hermano que nunca tuve, el mejor amigo y al que siempre le confesaba mis secretos.                
     Tan pronto me enteré de lo del accidente corrí a consolarle, a pesar de tener la convicción de que no le sería nada sencillo evitar hundirse en el fango. A partir de ahí, se cargó un pesado baúl a la espalda que le impedía avanzar sin tropezarse a cada paso, aunque su cuerpo se volvía más delgado. 
     Enseguida le despidieron del trabajo, no obstante, su madre se empeñaba en hacerle volver con ella, pero jamás aceptó, dado que prefería sobrevivir en su propio domicilio coqueteando con la adicción a las drogas.

     Mavi constreñida por las zarpas del miedo y arrastrada a través del contínuo torrente de la ansiedad que la corroía las entrañas, me pidió de rodillas, que intentase hacerle entrar en razón para que regresara con ella. Noté como me temblaban las piernas mientras la escuchaba y una bocanada de calor me subió hasta la cabeza, preguntándome «¿qué podía hacer a fin de convencerla de lo lejos que estaba de la realidad?». No obstante, le aseguré que lo iba a intentar.

     Dejé pasar unos días hasta encontrarme más animada para afrontar aquella visita, que sin duda me había empezado a inquietar, por lo que no podía concentrarme en la rutina laboral, temiendo que aquel encuentro pudiera interferir en la quietud de mi vida.
     Pulsé varias veces en el botón del videoportero sin obtener respuesta, mas al girarme sobre mis pasos escuché el sistema de apertura y empujé el portón para acceder al interior. Subí en el ascensor hasta el duodécimo piso y en el rellano de la escalera vi abierta la puerta del apartamento.

     Al adentrarme en el pasillo, me llamó la atención que tuviera todas las ventanas despejadas y las persianas alzadas por completo, con lo que las habitaciones lucían radiantes. Me chocó que en el cuarto de los niños siguieran tirados los juguetes por el suelo, las puertas del armario entornadas y un cuento abierto sobre la cama...
     Entonces escuché la voz de Álvaro que me estaba llamando desde el salón e iniciamos la charla.

     —¡No has cambiado, Débora! Hacía tiempo que no nos veíamos ¿verdad? Lo entiendo... No me esperabas así, seguro que mi madre te alarmaría con sus pesadumbres, pero ya me ves, estoy perfectamente —me insinuó abordándome con un abrazo que me estremeció de frío sintiendo como me hundía en su cuerpo, que parecía romperse entre mis brazos. Observé que miraba de reojo hacia ambos lados de la estancia, aunque no contemplé nada raro.
     —Tu madre me dijo que sufriste hace poco una sobredosis, pero te encuentro muy recuperado y me alegro mucho.
     —Ya lo ves, estoy mejor que nunca y me agrada mucho que estés ahora aquí conmigo. ¿Cuánto hace que nos vimos por última vez? ¿quince años? Te encuentro algo cambiada, pero tu timidez sigue intacta —añadió a su discurso sin inmutarse.
      —Me conoces, no puedo ser de otra manera. Tú, en cambio, eres un descarado. No sabes la alegría que me hace estar de nuevo juntos y viéndote tan feliz, me parece mentira que hayas tenido esa racaída o ¿no será que intentas ocultarme algo con la intención de evitar que tu madre se preocupe y desista en convencerte para que vuelvas a vivir con ella? —Mi pregunta no le gustó demasiado, por lo que traté de cambiar el tono de la charla, interesándome por las novedades en su vida.
     —¿Te apetece tomar algo? —cortó de repente el hilo de la conversación.
     —Un té con limón y miel —contesté sin titubear.
     —¡Ven, sígueme hasta la cocina!

       En el fregadero había tres tazas ovaladas con dibujos de personajes de Disney y restos de chocolate en sus bordes; sobre la mesa vi otras dos medio llenas, que a simple vista me pareció café, al lado de cada una se encontraba un plato no muy grande con sendas tostadas con mermelada cortadas al bies. No hallaba sentido a todo aquello, «la gente hace cosas muy raras para no sufrir y a él le ha dado por montarse su película», me dije a mí misma.
     —¿Cómo sigue tu vida sentimental? ¿Continúas trabajando como psicoterapeuta? —me interpeló sirviéndome la taza de té.
     —Ahora vivo con un colega de mi profesión y trabajamos juntos en un centro psicoterapéutico —respondí tomando pequeños sorbos.
     —Seguro que no te habrás olvidado de aquella tarde cuando en lugar de asistir a la anodina conferencia del rector, nos fuimos al cine a ver Seven. Me convenciste para contemplar a tu ídolo Morgan Freeman y al guaperas de Brad Pitt. ¡Ja, ja, ja! —argumentó separando la barbilla y los labios ladeados esbozando su inconfundible sonrisa de pícaro, que me hizo retroceder años atrás.
     —¿Y tú no tomas nada?
     —¡No, discúlpame!

     Regresamos al salón y me quedé con la vista fija observándole. Estaba relajado, como si todo aquello que me había contado su madre jamás hubiese ocurrido, por lo que me veía fuera de lugar, pero me dejé llevar por la paz que me transmitía su presencia.
    Alargamos el tiempo enfrascados en una conversación interminable desde lo más transcendental hasta lo más trivial. A pesar de mi insistente empeño en mencionarle a Julia y a los peques, me fue imposible satisfacer mi curiosidad, puesto que él con gran habilidad me conducía a otra cuestión, eludiendo contestarme, por lo que no me atreví a resultarle impertinente.

     Consulté el móvil y me incorporé para despedirme, pero algo me decía que no era normal lo que estaba ocurriendo, aunque no terminada de comprender el motivo.
     Vislumbré una pelota que tropezó con mis pies. Luego, a mi espalda creí escuchar un murmullo que se diluía, como risitas infantiles, que hasta ese instante no había dado crédito, pero que tras el desplazamiento espontáneo de la bola de cuero sintético comencé a atar cabos sin hallar explicación.
     Álvaro parecía estar dentro de mi mente, por lo que me aclaró que al permanecer abierta la ventana cualquier entrada de aire era la causante del movimiento del esférico.
     —Tranquilo, no pasa nada. Debo irme, ha sido una gozada esta reunión, ojalá no dejemos pasar tanto tiempo para la próxima vez. ¿Qué te parece si comemos juntos este fin de semana? mi pareja tiene previsto un viaje y estaré sola —concluí con la ilusión de un nuevo encuentro.
     —Este finde no podrá ser, mejor te llamo yo y quedamos otro día. ¡Te he echado mucho de menos! ¡Ha sido un placer! —acentuó su tono de voz, acompañado de un eco ensombrecido por una mirada vidriosa.
     —De acuerdo, ¡cuídate y llámame cuando me necesites!
     —¡Y tú igual! —me fijé en sus ojos de caramelo de menta completamente enturbiados, al mismo tiempo que notaba mi alma fragmentarse en diminutos cristales impidiéndome respirar.
     —No te preocupes. Todo está en orden y dentro de muy poco estaré mucho mejor. Por fin, he superado mi prueba y ya no tengo nada pendiente.

     Por la noche llamé a Mavi para ponerla al corriente de mi reunión con Álvaro. Procuré transmitirle mi extrañeza, pues no coincidía mi experiencia con la que ella me había trasladado cuando hablamos por teléfono. La tranquilicé en cuanto a su estado anímico, aunque por otra parte le hablé también de los extraños pormenores que percibí en la casa. Finalicé aconsejándola que fuera a visitarle al día siguiente.

      No me sentía capaz de dar ningún crédito a la nueva llamada de Mavi pretendiendo informarme de que había encontrado el cuerpo de su hijo tirado en el sofá y el forense le acaba de comunicar que llevaba varios días fallecido.
     Permanecí escéptica varios minutos, aunque trataba de mantener la atención al otro lado de la línea. Me pedía que fuera a hablar con el agente de policía para explicarle los detalles del encuentro con Álvaro, de modo que fui hasta allí.

     Al concluir mi testimonio y dado que era psicoterapeuta, confesé que me había sorprendido su inmejorable estado de ánimo; también relaté los extraños detalles que rodearon mi visita con la intervención de aquellos objetos que me resultaron sospechosos: las tazas infantiles en el fregadero o el desorden en el dormitorio de los niños. ¡Ah y la pelota que surgió de la nada para ir a parar a los pies!
     —¿Está segura de su declaración? señora Canales Gumar. ¡El dormitorio infantil no sufre ningún desbarajuste! Tampoco hemos encontrado ninguna pelota. Me parece que se encuentra en estado de shock emocional y sufre algún tipo de alucinación. Será mejor que se vaya a su casa y descanse.
    
     Al abrir la puerta de casa, noté un ruído en mi dormitorio. Alarmada quise llamar a la policía, pero algo en mi interior me tranquilizó e hizo que avanzase hacia mi habitación. 
     Miré a todos lados sin advertir nada extraño, hasta que sin explicación alguna advertí como la misteriosa pelota volvía a tropezar con mis pies.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

junio 01, 2020

La lavandería

junio 01, 2020 29 Comments
Fotografía de Sara Shakeel
Queridos amigos y seguidores: 
Me gustaría veros recuperar la confianza para retomar el pulso de vuestras vidas y que evitéis en lo posible no dejaros engañar por tanta propaganda alarmista. De ahí que os propongo una pequeña reflexión: 
Teniendo en cuenta que según la OMS el covid19 se contagia solamente cuando alguien estornuda o tose enfrente de nosotros a menos de un metro de distancia y no estamos protegidos con mascarillas y guantes, entonces esto no justifica los confinamientos, ni el cierre de empresas o que la economía mundial se paralice. 
No es conveniente que nos atemoricen con el uso obligatorio de mascarillas en lugares públicos al aire libre y respetando la distancia obligatoria.
Si en casa no nos ponemos la mascarilla ¿por qué debemos llevarla cuando conducimos nuestros vehículos privados o cuando estamos solos o en familia en mitad de la naturaleza o en parques y calles medio vacías?... Evitemos caer en alarmismos absurdos o en restricciones que nos privan de nuestras propias libertades.
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Seguidamente os invito a la lectura de esta historia que me inspiró la imagen que encabeza la entrada y que además la he construído con pinceladas de realismo mágico.
Muchas gracias un día más por llegar hasta aquí para dejarme vuestras interesantes impresiones. ¡Nos seguimos leyendo!

     Tomás había dejado de beber hacía tiempo, pero aún así cogió una botella de whisky sin abrir que alguien puso sobre la mesa. Aquel ademán resultaba considerablemente familiar: rompió el sello con la uña del pulgar, desenroscó el tapón y cuando iba a llevársela a la boca se quedó pensativo durante unos segundos... ¡No, ya basta!
 
      Ya no era el joven adolescente rubio cuya vida revoloteaba entre hacer pellas en las clases de la mañana del instituto o colocarse de alcohol y drogas cada fin de semana. Se había hecho mayor, como le ocurría a todo el mundo, pero estaba claro que ahora se había vuelto más responsable y quería cambiar el rumbo del pasado.
     En la actualidad, como estudiante universitario, apenas disponía de espacio en aquel reducido apartamento, que compartía con otro joven, por lo que enseguida comprendió que algunas de sus necesidades debía solucionarlas fuera, por ejemplo dedicar una tarde a la semana, para realizar su colada en una de las lavanderías más próximas del barrio.

    Por la mañana había tenido que asistir a varias clases presenciales obligatorias en la universidad, todavía no era mas que un pobre novato demasiado joven e inexperto dentro de aquel ambiente tan bullicioso, rodeado de una ingente cantidad de personas deambulando constantemente por todo el campus, un territorio «comanche» imposible de abarcar y donde las relaciones sociales entre alumnos y profesores requiere de paciencia, observación y mucha perspicacia.

    Existían casos de estudiantes, que después de mucho esfuerzo por demostrar su talento intelectual, apenas lograban obtener unas calificaciones que hicieran justicia con su buen rendimiento en las aulas, en cambio, otros más afortunados, conseguían el mayor éxito del mundo, aunque su valía era bastante dudosa.

       La obligación de saber administrar el tiempo era algo crucial; ser puntual, planificar las tareas para obtener buenas calificaciones en los exámenes o llevar una vida social agradable, eran otros requisitos indispensables para mantener a flote la moral de cualquier estudiante.
      A Tomás le gustaba experimentar la novedad de estar fuera de casa por primera vez, lo que estimulaba su imaginación y le hacía sentirse libre, aunque tenía demasiado claro que no debía recaer en los vicios del pasado, por lo que ahora pensaba que lo más conveniente era tratar de aprovechar al máximo el tiempo para aprobar la carrera. Luego, ya vería cómo resolver su vacío existencial.

      Recostado en el sofá leyendo una novela de terror sintió agarrotarse los músculos y entumecerse el pensamiento... Las horas pasaban y el libro acabó cayendo al suelo...


     Cogió una bolsa de deporte con la ropa sucia y se dirigió hasta la lavandería. No obstante, aquella vez le pareció demasiado extraño la gran agilidad de sus movimientos al desplazarse, sin apenas notar cansancio físico. El paisaje parecía mantenerse en una extraña coloración y los viandantes con los que se cruzaba tenían una inexpresiva mirada en sus rostros.
     Cuando accedió al establecimiento algo le hizo retroceder el paso. De forma instintiva se frotó los ojos y trató de enfocar la mirada hacia lo que le pareció estar fuera de lugar, pues no halló normal aquella extraña visión, unas piernas de mujer colgando en el borde del tambor de una de las lavadoras... 

      —¿Qué era aquello? —se preguntó desconcertado, pensando si debía o no llamar a la policía.
   La máquina aún estaba repleta de detergente y líquido, por lo que debido al inusual encajonamiento de aquel «cuerpo extraño» se había parado. Tan siniestra escena mostrando las extremidades que asomaban por la escotilla de la lavadora, le hicieron pensar en un final espeluznante.
     —¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —escuchó aterrado aquellos gritos de socorro. Sin embargo, el miedo le mantenía paralizado completamente.
     —¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —repetía aquella voz femenina, mientras otra voz mucho más cercana le decía al oído: «¡Tomás, despierta, ya es hora de irnos a la lavandería!».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

mayo 25, 2020

Juanjo en El Reino de Piedra

mayo 25, 2020 45 Comments


Queridos amigos y seguidores:
Deseo que poco a poco os animéis a retomar la rutina habitual que teníamos antes de la pandemia. Os confieso que echo de menos el poder abrazar, besar o saludar como siempre lo hacía, de modo que espero que no se pierdan esas sanas costumbres tan humanas como necesarias para una buena salud mental.
Personalmente, como le ha pasado a mucha gente y también a vosotros, ya necesitaba salir del "encierro" domiciliario para ir recuperando muchas de las actividades que antes realizaba fuera de casa, como el contacto con la naturaleza ahora que ya ha llegado el buen tiempo, charlar cara a cara tranquilamente con mis amistades o vecinos, disfrutar de las terrazas de bares y restaurantes y comprar en las tiendas de barrio, que lentamente van levantando los cierres de sus establecimientos. Por supuesto que respetando la distancia, las medidas de higiene y protección, no hay razón alguna para temer retrocesos o entrar en pánico, teniendo en cuenta que el peor de todos los virus, sin duda alguna es el del hambre y la miseria.
Muchas gracias a todos por vuestras atentas huellas y nos seguimos leyendo.

Pasando a otro asunto, os comento que vuelvo a concursar en la XVI EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (MAYO 2020): ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS de Lewis Carroll, con un original relato que cumple el primer requisito del concurso y tiene una extensión de 900 palabras.
  • Escribir una historia de Fantasía en la que realidad e irrealidad se entremezclen.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Alicia en el pais de las maravillas o al autor, Lewis Carroll.
  • Un relato en el que el protagonista sea uno de los personajes de esta novela visitando nuestro mundo real.
  • Extensión: Máximo 900 palabras.
Deseo que la lectura sea de vuestro agrado. En fin, ya me contaréis vuestras impresiones y sugerencias al respecto.
Muchas gracias a todos.


     A partir de entonces, se le ocurrió permanecer sentado en los escalones de la entrada a casa, con la cara entre las manos, los codos aprisionados contra las rodillas, y una idea fija en su pensamiento: "cualquier día volverá y tengo que saberlo. Probablemente, llegará con las manos marcadas por las redes y podré acurrucarme en su regazo para escuchar tantas historias asombrosas".

     Parapetado entre dos embarcaciones de la playa, miraba a través de la lente del catalejo cuando algo despertó su atención: la presencia de un barquero con capa y embozado con un antifaz de superhéroe, surgiendo del interior de una gruta submarina, que avanzaba hacia la costa.
    A sus espaldas, no tardó en percibir la presencia de un intruso junto a una hoguera. El crepitar de las llamas desvió su atención, parecía que cobraban vida cuando exhalaba extraños sonidos parecidos a las cantinelas de hechiceras, como las de los cuentos que su madre, Olaya, le relataba, haciendo hincapié en el respeto a las fuerzas misteriosas de la naturaleza, así las llamaba.

     Sin poder evitarlo, unas briznas le alcanzaron... Notó que un halo de luz le envolvía por completo, trasladándole al interior de una galería sinuosa de colosales dimensiones, que confluía en una especie de pórtico de alabastro, en cuya cimbra central se apoyaba un nido gigantesco y debajo dos paladines de piedra custodiando la entrada al palacio de Chupiristrán.
     Absorto contempló a dos guardianes alzando sus brazos y sacudiendo las manos como partisanos.
       —¡Te esperábamos! —gritaron a la vez.
      —Eres nuestro invitado, acomódate sobre el almohadón de nube que flota a tu lado —proclamó el paladín panzudo, cobijado con su escudo de rombos de arenisca parda y fondo de cuarzo vidrioso situado a su derecha. Luego, sacó de un bolsillo invisible un tulipán nacarado y lo alargó hasta donde él se hallaba, para entrevistarle—: ¿Cómo te llamas?, ¿quién te ha traído?; ¿te gusta este sitio?...
       —No es nuestro invitado, botarate gordinflón. ¡Es nuestro prisionero! —objetó el otro paladín de la izquierda, con escudo de rombos de arenisca blanca y fondo de cuarzo ahumado, mirándole cejijunto. Desprotegido, estiró las manos apartándole el micrófono, para aherrojar las del chaval con mariposas metálicas en las muñecas. —¡Despéñale al pozo de las lágrimas negras! ¿a qué esperas terco zampón o prefieres que te raje por la mitad?
       —No me porté mal señor paladín, ¡quiero irme a casa! —balbuceó adelantando el labio inferior, a punto de llorar.
      —Llevémosle ante el juez Halcón —sostuvo el paladín de la derecha, girando sobre sí mismo para retumbar los cascabeles prendidos en sus tobillos, lo que atrajo a la Emperatriz de la tormenta y al propio magistrado.
       —Mi trono permanece en el Averno y vengo a buscarte, renacuajo indefenso.
      —¡Ehhh, gaznápira, desaparece o decretaré cortarte la cabeza! Como juez del Reino de Piedra dispongo que el prisionero sea liberado. "No hay nada malo ni bueno en sí mismo, es nuestro pensamiento el que lo transforma", decía el gran Shakespeare en voz de Hamlet.
      —Su señoría, Paniculata Enana y Guisante Vacilón discrepan. ¡Abran paso a los payasos! —enfatizó el paladín con escudo de rombos de arenisca parda y fondo de cuarzo vidrioso, alzando los ojos, revolando los brazos y emitiendo grotescos graznidos de águila, lo que incentivó las risas del jurado.
      —¡Que pasen a declarar! —enfatizó el juez, elevando las dos manos a la vez para calmar los ánimos.
       —Este niño es un angelito ¡echémosle a volar! —testimonió Paniculata Enana, esbozando una sonrisa pizpireta.
       —Es mejor esperar a que venga un huracán —ponderó Guisante Vacilón con descaro y sin pestañear.
     —No escucharé más simplezas. ¡Es mi presa! —refunfuñó la Emperatriz tabaleando su cetro infernal contra el suelo.
      —¡Que le corten la cabeza a la vieja pelleja! —intervino su padre en una súbita aparición, ataviado con un manto real de armiño rojo con una corona y cetro de oro.
       —¡Subidle al gran nido volador y llevadle a casa! —medió un tercer paladín rosado de medio lado y verde botella del otro.
                                                                                   
                                                                             *  *  *
                                                                                  
     Como sucede en los cuentos de hadas inmaculadas, la noche se tornó día y él seguía tumbado en la arena de la playa, mientras su madre le tiraba de las orejas, regañándole por escaparse sin su permiso.
     Entretanto, giraba el cuello procurando localizar al hombre de la barca que vio alejarse de la costa, aunque no dejó rastro. Pensaba, si quizás tampoco existía El Reino de Piedra.

     —¡Oiga! ¡¿Señora?! Un hombre me ha dicho que le entregue este catalejo que Juanjo olvidó anoche.
      —¡Es de mi difunto marido! —articuló Olaya con los ojos abiertos y los dientes castañeteándole.
     —Se fue mar adentro y me suplicó que nadie lo buscase. Es feliz en otro lugar y su hijo sabe dónde encontrarle.
      —¡Es papá!
      —¡Cállate Juanjo, no digas tonterías!
    —No miente, ¡créale! Ahora, tengo que irme —apostilló temblándole los labios y haciendo ademán de secarse las lágrimas que empañaban sus ojos.
     —¡Pe... ro... espere...! ¿Qué sabe usted?
     —Mamá, anoche cuando me saltaron las chispitas de la hoguera, él me llevó en la barca a su reino maravilloso.
     —¡Déjate de cuentos!—. La madre volteó la cabeza para buscar al barquero del antifaz, pero ya había desaparecido y Juanjo se sentía el chico más afortunado de la tierra.

     Cuando la luna llena planeaba en el cielo, regresaba a la orilla de la playa para escrutar el horizonte con el catalejo, hasta divisar al barquero y regresar juntos al Reino de Piedra.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


mayo 17, 2020

Acordes para un sueño

mayo 17, 2020 27 Comments

Queridos amigos y compañeros:
Continúo bastante pesimista respecto a la situación económica y social en la que ha derivado nuestro país a raiz del covid19, con la aparición de miles de familias en extrema pobreza, esto no lo digo yo sino la Cruz Roja y Cáritas, que aquí en Andalucía están triplicando su ayuda. Y viendo la lentitud e incapacidad de los políticos, jueces y otras instituciones, para resolver esta crítica situación, sin un futuro viable para los pequeños y medianos empresarios, así como para cientos de miles de trabajadores que muy probablemente irán al paro, lo que creará una grieta insalvable de deuda pública, pues francamente me parece bochornoso que no se tomen ya cartas en el asunto para expulsar del gobierno a quienes han demostrado su total ineptitud e improvisación para solucionar de una vez por todas los problemas sanitarios y económicos, que estamos viviendo. 
Ojalá hubieran parlamentarios, como la diputada Sara Cuina que ha denunciado a Bill Gates en una sesión del parlamento italiano, como podéis comprobarlo en este enlace: https://gloria.tv/post/ZbfbMQZYsoLu6TrPSX9vF2CHT

A continuación paso a presentaros mi relato para el reto de este mes en la web de Café Literautas: Reto de escritura creativa #7 Mayo 2020 - Música para mis letras, donde es obligatorio incluir la frase: «Mañana será mejor... » y como reto opcional crear una historia inspirada en una de estas tres canciones propuestas:
1) AVENTURA -  Eyes of Glory -Aakash Ghandi
2) DRAMÁTICO - Inmortality - Aakash Gandhi
3) SENTIMENTAL - Touching moments - Wayne Jones

Confieso que me encanta vencer las dificultades, por lo que participo en ambos retos.
De modo que he elegido la tercera canción para inspirarme, ya que a través de mi historia intento reflejar la sucesión de emociones o sentimientos que experimenta este aprendiz de músico o protagonista.
Os deseo una feliz lectura. Muchas gracias por tener la atención de comentar y nos seguimos leyendo.

      Siempre fue un chico especial, pues según contaban sus padres, estuvo a punto de malograrse a los pocos minutos de venir al mundo. Uno de esos niños llorones que martirizaban los tímpanos de sus progenitores a cualquier hora de la noche o del día. Tal vez, fue a consecuencia de nacer una noche de tormenta y participar con su llanto en la orquesta sinfónica de Truenos y Relámpagos.
     Después aprendió a soñar de día y despertarse a media noche para acariciar las teclas de un piano, que dibujaba en su almohada, mientras las estrellas fugaces, exhalaban un suspiro de emoción en su postrer embeleso, contemplando el constante vaivén de sus dedos columpiados por las manos.
     En su pensamiento adolescente se fue fraguando una frase que le repetía con frecuencia su adorable padre: «Mañana será mejor porque lo bueno requiere de esfuerzo y mucha paciencia».

     Se aficionó a hacer ruido a la hora de la comida, en el instante de sorber la sopa. Roncaba en la siesta a pierna suelta, y para completar su repertorio sonoro, eructaba cuando se hacía el silencio en el ascensor. Aprendió a saltar los escalones a un ritmo diferente según las inclemencias del tiempo. Si hacía sol, aumentaba el salto con más escalones de una vez, o si la lluvia empapaba los cristales, disminuía notablemente el número de peldaños.

     Tenía la boca grande, nariz respingona y una legión de granos en el rostro, con el que le acomplejaba el acné juvenil. Le encantaba llevar la contraria a sus padres, que no le quitaban el ojo de encima o le mandaban directo al cuarto para tomarse en serio las matemáticas.

     Unos le llamaban el Canijo y otros el Pirata, pero él decía que ni lo uno ni lo otro. Aprendió a ser mentiroso y se emocionaba cada vez que una chica le miraba a los ojos.
     Aunque no llegaba al metro y medio de estatura, lo disimulaba subido al guindo de don Galindo, un árbol milenario cuyas ramas tocaban en clave de sol, arpegios en La bemol, acompañando cada mañana los trinos de un alegre ruiseñor.
     Otra de sus rarezas es que tenía un ojo vago y llevó un parche de pirata durante un tiempo hasta corregírsele la visión.

     Pero una noche de luna llena, su padre ya nunca más despertó y su madre desde entonces poco a poco fue perdiendo el color, como el abril que nos robaron confinados en el temor.
     Solía ser muy reservado con sus emociones, hasta que de otro se enamoró. Tenía el Otro su misma cara y también idéntico mal humor, pues ambos habían crecido dentro de una análoga condición: el reflejo del espejo que la soledad unió.
     A estas alturas, ríen al unísono en acordes de emoción, ahora cantan melodías y suspiran por el mismo amor. El de dentro del espejo tiene los ojos más grandes y sonríe cuando le mira con ilusión. Hasta le escucha decirle: "Estudia y serás un campeón".

     Con el discurrir del tiempo, llegó a su vida el amor y de este modo, en sus viajes por el mundo, aparte de la vieja maleta, ahora también le acompaña una preciosa muchacha, que organiza sus conciertos y con quien evoca los recuerdos de un niño que podía  hacer sonar un piano, que solo él veía pintado sobre su mullido almohadón.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

Como os comentaba al principio me he inspirado para escribir el relato en la siguiente canción:
 3) SENTIMENTAL - Touching moments - Wayne Jones

mayo 10, 2020

La carrera

mayo 10, 2020 30 Comments
vibskov & emenius.
Queridos compañeros y amigos seguidores:
Después de las continuas desescaladas que van permitiendo la transición para retomar el pulso de nuestro país asolado por la pandemia y como en otras ocasiones he comentado, por la incompetencia de los políticos, que es evidente, nos llevarán a padecer la mayor crisis económica como si la cápsula del tiempo nos hubiera hecho retroceder a las penalidades de la posguerra en España de la mitad del siglo pasado, sin que ninguna voz se interponga para denunciarlo y detener a quienes siguen su hoja de ruta sin inmutarse lo más mínimo. Ya sé, que a muchos os pueda parecer que soy pesimista en mis suposiciones, pero a partir de septiembre ya me contareis al respecto. 
La parte positiva es que muchos dejareis de preocuparos por los madrugones para desplazaros a vuestros lugares de trabajo, que ya han dejado de existir porque trabajareis dentro de casa y tendréis una convivencia con el resto de la familia mucho más directa y con mayor dedicación. También supongo que podréis dedicar más horas a la lectura y a otras aficiones que no requieren un espacio más amplio y al aire libre. De igual modo, espero que no dejéis escapar la vida esclavizados por el trabajo y administréis bien el tiempo. Seguro que me habré olvidado de muchas otras cosas importantes y que forman parte de vuestras vidas, pero no conviene que me exceda y acabe distrayendo vuestra atención.
Deseo de corazón que tantas familias que están a punto de pasar hambre, no sean olvidadas ni se vean arrojadas al abismo de la desesperación. ¡Ojalá me equivoque!

Quiero también compartiros este nuevo y original relato de estilo surrealista y con lenguaje poético, espero que con la imaginación acompañéis a estos dos protagonistas hasta una meta inalcanzable: la que solo describen las palabras con traje de emoción.
                                                                          
     Asomados al balcón de los confines del mundo y entre una multitud abatida por las sombras de un pasado, os divisamos enfundados en vuestros monos lunares y cascos cúbicos, partiendo en solitario desde la línea de salida en una veloz carrera de obstáculos con rumbo a una meta insospechada: el laberinto de Teseo, bajo la mirada iracunda del Minotauro…
     Se trataba de un biplaza amarillo con flecos de papel de seda, una auténtica liebre con botas de caucho agazapada para dar el salto definitivo y sorprender a los incautos pilotos con monos ignífugos, fusionados al cuero del volante, desafiando los peraltes de las curvas a velocidades máximas.

     Desde la polvareda del recuerdo, alumbrado de cadencias sostenidas sobre pancartas anunciando vuestra presencia y talento insólito, os vimos pasar de largo, en la nada más absoluta de un circuito extraordinario, como dos polichinelas de cartón piedra sin rostro definido ni guión teatral.

     El espectro de lo invisible cierne banderas de aventura en rojo sobre vuestras cabezas, quizás forméis parte de otro universo paralelo, que recorre el mismo circuito con idéntico vehículo de cuatro ruedas sin motor y directo al abismo de las abejas que cosieron vuestros trajes de pergamino amarillo y dianas negras.

     No podremos afirmar que fueseis Juan Manuel Fangio y Ayrton Senna enfundados con trajes siglo veinte e inmortalizados con haluros de plata, calentando motores en la parrilla de salida, después de ser sancionados durante los entrenamientos. Quizás solo fuerais testigos de alguna de sus tardes de gloria escuchando el frémito de la maquinaria, disfrutando de la mejor carrera del mundo bajo el paraguas abierto de un paraíso de meteoritos gigantes.
     Nunca estuvisteis tan cerca de la victoria, ni tampoco hubo sospechas del sabor agridulce de vuestra experiencia, al derrapar en la última curva, que os levantó del suelo para lanzaros a cientos de kilómetros antes de la colisión y propulsados directamente al firmamento.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

mayo 03, 2020

Preludio de un amor

mayo 03, 2020 29 Comments
Queridos amigos y fieles seguidores:
Ayer se nos permitió salir a pasear o practicar deporte a una buena parte de la población de nuestro país, después de cerca de dos meses de encierro domiciliario. 
Necesitábamos disfrutar de esta luz primaveral que nos anticipa mayo, para recuperar de algún modo, la normalidad y la libertad que nos han sido robadas por la pandemia y la ineptitud de nuestros políticos.
Es evidente, que nuestra vida social ha cambiado, puesto que será imposible borrar de nuestra memoria la muerte de tantos centenares de miles de conciudadanos y la hospitalización de otra buena parte de la población, ya que está más que demostrado por si alguien dudaba de ello, que para nuestros dirigentes políticos el estado está por encima de la vida de las personas.

Existe también gran preocupación dentro del sector económico debido a las pérdidas a corto y medio plazo y el enorme esfuerzo dentro del gasto público que está soportando reforzar la sanidad pública; lo que  supone el evitar un derrumbe total de la ya debilitada economía española.
Os dejo con estas reflexiones y deseo de corazón que no retrocedamos en todo lo que nos costó conseguir con tantos años de esfuerzo, ni tampoco os dejéis llevar por el desánimo y el alarmismo.

Muchas gracias a todos y poco a poco nos vamos leyendo.

A continuación os comparto mi relato, con el que participé en la convocatoria del Taller de Escritura Creativa "Café Literautas" en el Reto de escritura creativa #6 Abril 2020 - Sé Creativo con esperanza  (19.-El mejor regalo de mi vida (B) - Amaranto - (R), pero que como podéis comprobar, lo he cambiado de título y extensión a la hora de publicarlo aquí en el blog, pues este tipo de concursos con limitación de palabras, en este caso 750 máximo, no me facilitan disponer de suficiente margen de palabras como para desarrollar con más coherencia y riqueza expresiva el relato completo. También doy las gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isan, que me ayudaron mucho a mejorarlo.


     El lugar elegido para mi desplazamiento marítimo era una isla de un archipiélago volcánico del Pacífico central, afamada por sus danza Hula originaria del pueblo polinesio que llegó a sus costas, como ahora yo también arribaba al mismo destino mediante un crucero del Atlántico al Pacífico por el canal de Panamá.
     Anhelaba conocer aquellas ancestrales danzas, que según me habían contado se acompañaban con cantos e instrumentos de percusión, siendo un gran espectáculo artístico.
Estaba impaciente por conocer mundo y regresar a casa después de vivir aventuras que me hicieran madurar...
     Observé un plano situado a la salida del embarcadero, pensando que no estaría mal consultarlo para adentrarme con más pericia en la jungla que separaba la costa del centro del pueblo. No paré de andar por aquellos vericuetos de hojarasca y sendas frondosas a ambos lados de un lago navegable. Por fortuna, fui topándome con algún que otro cartel indicador del pueblo más cercano que podía visitar.
    Con la mochila roja a cuestas, la cámara de fotos y los auriculares para escuchar mi música favorita, caminaba despacio mientras ascendía por una pendiente que me permitía ir disfrutando de las vistas y sacar muchas fotos del majestuoso paisaje.
     La temperatura era agradable, pero la humedad contribuía a sofocarme ante cualquier esfuerzo. El frenesí ante la revelación de lo desconocido zarandeaba mi corazón, que simulaba una bomba de relojería a punto de hacerme volar por los aires.

     El grupo de bailarines nativo que iba a conocer, mantenía ancestrales tradiciones como aquella danza tribal, majestuosa y lasciva que despertaba la curiosidad de oleadas de turistas, entre los que me encontraba.
Deambulé entre las cabañas de barro con paja secada al sol, bajo un cielo nacarado, hasta que alguien me avisó del comienzo de la danza autóctona.

     Tras un intervalo de silencio, escuché el clamor de unos tambores, anunciando la aparición de una hermosa fémina ataviada con una especie de falda con hojas y flores de hibisco. Sus senos estaban cubiertos con medios cocos pintados de negro y sujetos al cuello con unas finas ramas trenzadas. Sobre la cabeza tenía una corona floreada y hojas verdes acentuando su belleza. La gracia de sus movimientos acabó atrapándome extrañamente.
     Después, un grupo de seis danzarinas engalanadas de indumentaria tradicional bailaron al ritmo de instrumentos de viento hechos con cañas huecas de bambú y tambores de pieles de animales.

     Mi pensamiento, como un rayo fugaz, no cesaba de evocar a la primera bailarina, que felizmente tornó a aparecer, bamboleándose de una forma aún más atractiva, lo que me despertó un interés especial por conversar con ella cuando finalizase su intervención.
     —¡Me ha encantado verte bailar! —la abordé aturdido, en un idioma con el que pude hacerme entender, al aproximarme para felicitarla.
     —No te esfuerces, entiendo tu idioma —me contestó mirando unos apuntes que llevaba en la mano—, lo suficiente para adivinar tu procedencia española.
      —¡Qué sorpresa! ¿Cómo aprendiste mi lengua?
     —Tengo unos familiares que residieron en España y acabaron aprendiéndolo. Después les pedí que me lo enseñaran.
     Creyéndome el dueño del boleto premiado, me ofrecí para seguir ayudándola a perfeccionar el idioma e intercambiarnos información sobre nuestros países.
     Escabulléndonos en la orilla de un arroyo a las afueras del pueblo, acondicionado como si fuera una playa, continuamos charlando hasta el atardecer. Instante en que me invitó a albergarme en una choza deshabitada próxima a la suya para seguir hablando al otro día.

      Cuando amaneció, me incorporé en la cama frotándome los ojos al escuchar el ruido de unos pies descalzos accediendo a mi cabaña. Seguidamente una voz femenina me abordó.
    —Te llevaré hasta un sitio de nuestra isla que muy pocos conocen —me bisbiseó al oído, tirándome a la vez de un brazo.
     —¡Espera que me vista! —contesté entusiasmado por su presencia—. ¡Todavía no me he aseado!
     —No hace falta que te peines ni te laves. Donde vamos hay mucha agua.
     Descendimos unas escaleras donde nos esperaba una canoa de dos plazas a la que subimos, perdiéndonos río arriba.
     A unos setecientos metros contemplamos una cascada. Era el paraje que mi adorable acompañante quería mostrarme. Pasamos el día charlando, bañándonos, danzando ella y disfrutando yo de su compañía, hasta el extremo de que mientras lavaba unas frutas fui corriendo hacia ella para darle un empujoncito hasta lanzarla al agua y sacarla después en brazos. Ella presionó mi pecho contra el suyo, regalándome un beso en los labios.
     —Sé que te gusto y tú a mí también. Quiero regalarte mi amuleto de la esperanza. Así, colgado en tu cuello te recordará nuestro pacto de amor —me habló con suma dulzura acariciándome la cara.
      —¡Conocerte, ha sido lo más bello que me ha pasado en la vida! —le contesté fascinado por su encanto natural.
      Sentía un insaciable apetito y una pasión voraz que me abrasaba por dentro. Volví de nuevo a besarla recorriendo con mis manos su delicado cuerpo, envuelto en un torbellino de emociones que hasta entonces ignoraba, lo que me acució a realizar cosas que jamás me había atrevido a hacer, como pedirla que tomara en sus manos mi órgano erecto y lo introdujera en su vagina.
      Movió las caderas acomodándose a mis deseos, mientras sus pezones se le iban endureciendo lo que avivaba el fuego que nos fue manteniendo ahogados en intensos gemidos entrelazando nuestras lenguas y estallando nuestra pasión como sensuales volcanes en erupción.
      El juego se prolongó durante varios minutos hasta separarnos de golpe para recuperar el aliento, mientras empezaba  a disolverse el brillo solar y decidimos retornar a la canoa, pero esta vez ya íbamos tomados de la mano, sin dejar de mirarnos a los ojos como dos enamorados.
      —¡Que no se entere mi padre o me mata! —balbuceó a mi oído mi atractiva bailarina y siguió hablando.
      —Debía de haber acudido hace más de tres horas al espectáculo de danza que hoy también se celebraba. ¡Corre, vámonos allí!
      El anciano, que nos había visto llegar desde lejos, salió de aquel improvisado teatro de danza con un garrote en la mano y un cuchillo en la otra, gritando desaforado en su lengua nativa. Al poco su hija junto al resto de los bailarines se abalanzaron sobre su padre intentando apartarlo de mí.

     Observando que el padre no estaba solo, al ver que familiares y amigos venían en su ayuda, decidí escaparme a toda prisa hacia la cabaña donde dormí. Ya de madrugada cogí mi mochila roja con todas mis pertenencias dentro y me fui de allí temiendo ser descubierto.
     Crucé al otro lado del puente para no ser visto por mis perseguidores. No era prudente regresar andando hasta el pueblo donde había desembarcado, por lo que alquilé una canoa muy ligera y remando río abajo salí a toda prisa.
      Como no estaba muy seguro de si mis perseguidores sabrían o no dar con mis huesos, después de cavilar a lo largo del recorrido, se me ocurrió esconderme en una choza que estaba situada cerca de un acantilado de difícil acceso. Esperé hasta que se hizo de noche y colocándome un sombrero que tenía en la mochila me fui bordeando un sendero paralelo al río que me dejaba en la entrada del pueblo.
       Caminando hasta la estación de autobuses, tomé el primer autocar para el aeropuerto.
      Al instante de ocupar mi plaza en el avión sujeté el amuleto con mis manos y mirando por la ventanilla un escalofrío me recorrió la espalda.


       Con el transcurso de los años comprendí que aquella aventura fue el preludio de un amor, imposible de olvidar.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados