abril 28, 2021

El mito del escritor aviador

abril 28, 2021 31 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto
fotomontaje de Estrella Amaranto

Queridos amigos y compañeros: 

Vuelvo a compartir con vosotros un nuevo relato con el que participé en el reto de Café Literautas de Escritura Creativa #15 de marzo de 2021 «El camino».

Requisitos:

  • Escribe una historia inspirada en la frase elegida del mes: «Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos». El Principito
  • Como título: el que tú elijas.
  • La frase con la cita de El Principito debe ser la que encabece el relato.  
  • El texto no puede exceder de las 750 palabras.

Y como reto opcional, basa tu historia como una "aventura".

Al final me decanté por estructurarlo en dos partes, incluyendo una introducción con unas notas biográgicas de Saint-Exupéry, así como el misterio que rodea su fallecimiento durante una misión de reconocimiento en plena Segunda Guerra Mundial, partiendo la mañana del 31 de julio de 1944 en un avión Lightning P38 pero sin regresar a la base... y dejando una nota en su escritorio bastante enigmática. Y para la segunda parte entro de lleno con el protagonista y narrador en primera persona, es decir, el propio Antoine de Saint-Exupéry, que interpreta su propio papel de escritor alternándolo con su famoso personaje: El Principito y sus reflexivas enseñanzas.

Agradezco públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.
Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.


           «Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos». El Principito

     Hola, me llamo Antoine de Saint-Exupéry, no hace mucho que soy un escritor famoso, pero antes os contaré cómo me he convertido en un mito.

    Volaba con un avión Lightning P-38, con el que había despegado aquella mañana del aeródromo de Bastia, en la isla de Córcega, para efectuar un servicio que conllevaba el reconocimiento y fotografías de las defensas alemanas, como una fase previa al desembarco aliado en la región de La Provenza.
     Teniendo en cuenta que me gustaba escribir, tanto como pilotar aviones, he logrado que mi efímera existencia sea una enigmática leyenda, una vez que ha sido divulgada a través de la historia de la literatura.
     Mi vida ha sido una gran aventura, como también lo podéis deducir de mis obras y de la forma en que se agotó la arena del reloj de mis días.
     ¿Qué sucedió aquel 31 de julio de 1944, a las 13.30, cuando el P38 desapareció de los radares del cuartel general norteamericano? ¿Algún avión nazi localizó mi vuelo y logró precipitarme al vacío?, ¿sufrí una avería mecánica?, ¿tuve un accidente o algo en mi vida iba mal y lo disimulé con un suicidio?, porque ¿qué sentido tuvo, dejar antes de salir hacia mi última misión una nota que decía: «Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica. Nací para jardinero. Me despido, Antoine de Saint-Exupéry»?
     Tampoco revelaré si fingí mi muerte y me trasladé a vivir a un lugar desconocido, donde nadie podía localizarme. Estoy al corriente de que en 1998 un pescador encontró una pulsera con mi nombre y una pieza con la inscripción de cuatro cifras, 2734, que corresponden a la matrícula militar del avión con el que supuestamente me estrellé.

     Ahora os explicaré lo que sucedió cuando una mañana de abril me encontré con André Gide, un colega al que a partir de ahora llamaré cariñosamente el Turco. Le propuse realizar juntos una extraordinaria e ignota aventura aérea, de ahí que no figure en ninguna de mis biografías, pero a vosotros, apreciados lectores, no deseo privaros de conocer lo sucedido...

     Semejante proposición fue la de viajar en mi avión en una de mis travesías aéreas, algo que aceptó de inmediato, pues estaba ansioso por mantenerse, durante un tiempo, alejado de Paris.
Tomé rumbo hacia un archipiélago situado en el golfo de Panamá, concretamente a la Isla del Rey.
     Al descender del avión nos topamos con un lugareño, decía llamarse El hombre de las estrellas, un individuo serio y de negocios dedicado a realizar el cómputo diario de tales cuerpos celestres, de los que se consideraba su dueño y debía administrarlos.
En el ambiente flotaba una vocecita infantil que trataba de imitar al niño interior que se agazapaba entre mis incipientes canas, repitiendo una y otra vez: «Es divertido, incluso bastante poético. Pero no es muy serio».

     —No haga caso al niño insolente. El Principito se aburre y no sabe como imponer su autoridad en la isla.
     —¿Pero, no es un rey quien gobierna la isla? —ironicé en tono enfático.
     —¡Paparruchas! ¡Este tipo es un lunático! —refunfuñó el Turco, tratando de desviar la conversación.
     —Usted es el lunático porque se mira en el espejo y solo ve lo que está en su interior.
     —¡Cojonudo! En realidad, es un filósofo y merece tus disculpas.
     —¡Basta! No soy filósofo, soy un profesional.
     —Por cierto, ¿dónde podemos encontrar al Principito?
     —Sigan el camino del corazón y les conducirá hasta la cima de una montaña donde habita con su padre en un castillo.

    Nos despedimos haciéndole una reverencia y continuamos la senda hacia la montaña, divisando a lo lejos al Principito. Ignorábamos su intensa mirada con la frente fruncida, solo veíamos una larga bufanda, ondeando en el viento como una bandera.
    Sorprendidos por una fuerte tormenta, no desistimos en el empeño, porque «Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer», y con esta decisión afrontamos una implacable batalla de truenos y relámpagos, a través de empinados escalones hacia la cúspide, calándonos hasta los tuétanos.

     —¿Qué os ha traído aquí?
    —Vivir la aventura más impresionante y conoceros sin duda es algo extraordinario —alardeó el Turco.
    —¿Qué significa extraordinario para vosotros?
    —Lo ignorado —respondió mi amigo.
    —Lo esencial —maticé en mi papel de adulto.
    —¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla —aseveró El Principito.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

abril 12, 2021

De vuelta al pasado

abril 12, 2021 50 Comments

 

Comienza la Cuarta Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro, en su XXVI Edición, correspondiente al mes de abril del presente año, homenajeando a Sherley Jackson, autora de la famosa novela de terror La Maldición de Hill House.

Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

 

REQUISITOS FORMALES:

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de abril de 2021 (ambos inclusive).
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: una terrorífica historia de fantasmas. 
  •  

Muchas gracias compañeros y amigos lectores, como es mi costumbre os devolveré gustosa vuestros comentarios. A continuación os invito a leer mi terrorífica historia.

 

          Un sino fatídico le apartó definitivamente del hogar familiar hasta un lugar remoto. Tuvieron que fallecer todos los miembros de la familia para que el encanto persuasivo de su mejor amiga de la infancia le animara a regresar.

     La primera visita fue al cementerio para depositar un ramo de flores sobre la lápida, aunque presintió que nunca se lo perdonaría.

     Después de acomodarse en casa de Nelsa, cenaron en un restaurante. Allí, establecieron una animada charla sobre la rumorología del vecindario. 

     —Supongo que desconoces que hay un nuevo inquilino en tu antigua vivienda familiar.

     —¿Te has tropezado con él? 

     —Varias veces, la última al salir de casa. Quizás se percató de mi presencia y me miró raro. A continuación, se transformó en un banco de niebla surgiendo del mar. Una visión perturbadora, como de alguien fuera del tiempo. 

     —¿Y luego? 

     —Se esfumó y me quedé titubeante. Todavía me pregunto si era joven o viejo, porque no llegué a darme cuenta de su cara, aunque tampoco importa, siempre calculamos la edad de forma relativa, o sin considerar el aquí y ahora del presente continuo.  

     —Hay personas que por su saludable aspecto disimulan el envejecimiento.  

    —Intuyo que él forma parte de la eternidad, por alguna extraña razón, quizás sea más evidente que en nosotros, aunque pertenezcamos también a ella, pero él se halla fuera de la ilusión temporal. 

     —Mi mente está condicionada por lo material y me cuesta asimilar semejante vivencia. 

     —Olvídalo, Rubén, quizás solo sea una estupidez mía.  

     —¿Y la casa? ¿Has observado algo inusual? 

     —Sí, permanece a oscuras cuando se escuchan las notas de un clarinete al que se une otro instrumento para marcar el ritmo; y al iluminarse las ventanas cesa la melodía. 

     Salieron del establecimiento, bajo las luces parpadeantes de las farolas, a la par que sus pasos culminaron en la fachada de la vivienda del hombre vaporoso. Él reparó en el brillo de unas manchas proyectándose sobre la acera que provenían de las ventanas. De pronto, Nelsa alargó la mano para sujetarle por el brazo. 

    —¡¿Oíste eso?! Suena un clarinete y ahora un bombo. Date cuenta, la casa permanece a oscuras...

     —¡No, no he oído nada!  

    Justo después de hablar, comenzó a oír la música socavada por los motores de los coches. La melodía reavivó infantiles recuerdos, hasta que cesó por completo y volvió la iluminación. Aguardaron un instante en frente de la vivienda, pero todo continuó invariable. Él pensó que quizás adolecían de una ingente imaginación. 

     —Mejor nos vamos a casa —murmuró rozándome la cara con sus tersos labios y aturdido me abalancé para abrazarla.

   

     A menudo, el anhelo de querer ver lo que el inconsciente desea, produce una falsa realidad y así Nelsa se instaló en una fantasía alimentada de su propio autoengaño, del cual hizo partícipe a Rubén, ya que la enigmática casa permanecía deshabitada y ninguno de los dos se había dado cuenta de ello. 

 

     No obstante, él decidió indagar más a fondo sobre los insólitos acontecimientos y su escurridizo inquilino.  

     Bajó a la calle en mitad de la noche, dirigiéndose hasta la vivienda.  

    Había recorrido unos metros cuando oyó unos golpecitos, aguzó el oído y escuchó el repiqueteo de un bastón contra el asfalto. Al voltearse no vio a nadie. Siguió andando y cuando estaba delante de la fachada se desplomó al sufrir un impacto en la nuca.  

     Al recuperar la conciencia, estaba echado en la cama. Se llevó la mano a la cabeza por el dolor y comprobó que tenía una hinchazón. Sobre la mesita de noche, inesperadamente, había un Geyperman.

 

    Con la llegada del buen tiempo vio colgado del balcón un cartel de «se alquila», lo que le animó a realizar los trámites. Finalizadas las tareas de limpieza, que supusieron un tiempo extra para erradicar el olor mugriento y pegajoso que impregnaba el interior, procedió a la mudanza de los muebles y enseres que acababa de comprar para la ocasión.  

    La suerte le asistía, pues en cierto modo se notaba satisfecho al resultar vencedor de una desleal contienda, lo que le facilitó el protagonismo que se le había negado.

    Repantingado en un amplio diván de terciopelo rojo situado frente a la chimenea de la biblioteca, repleta de leña abrasadora, presenció algo sobrecogedor cuando sin causa explícita el fuego se apagó y la oscuridad desplegó sus alas de cuervo como un lúgubre sudario, al mismo tiempo que un hedor putrefacto se adueñó del espacio. Los latidos del corazón estremecían su cabeza y una fuerte sacudida le lanzó al suelo. 

   Un escuadrón de criaturas infernales surgidas de la oscuridad hacia los rescoldos enfurecidos inició una danza macabra. No pudo reprimir un grito de espanto al observar al señor niebla emanando una luz amarilla y mortífera que ascendía hasta adoptar un colosal contorno humano: mitad bestia y mitad hombre, del que asomaba una mirada perversa, con la cabeza cornuda y rugosa que se enroscaba abominablemente a través de la chimenea. Entonces, tuvo unos segundos de lucidez para asistir a la fabulosa mutación del ser endemoniado, que no era otro que su hermano muerto, balbuceando palabras inteligibles a la vez que intentaba descuartizarle con su abyecta rabia.                              

    Espantado, suplicó que le perdonara, dado que siempre fue el blanco de sus maldades hasta que se hartó y cometió el fratricidio.

   Cerró los ojos y sintió un terrible crujido en la espalda, los brazos se estrujaban contra el suelo tratando de desaparecer con su agónico suspiro.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 


marzo 24, 2021

Cuchufletas y otras vainas

marzo 24, 2021 27 Comments

 


Queridos amigos y compañeros:

En esta oportunidad comparto con vosotros mi relato en la web de Café Literautas  presentado dentro del Reto de Escritura Creativa #14, 2021 - Febrero «Fabulosa F», siendo obligatorio incluir las palabras: fiero/funesto/facundo (en singular o plural, y el género que mejor se adapte al relato), siendo de una extensión máxima de 750 palabras. También participo dentro del reto opcional que en esta oportunidad nos pedía elaborar un relato que pueda calificar como Literatura de Humor/Comedia. Personalmente lo he transformado en un relato de humor surrealista y disparatado. Deseo que os haga olvidar por un momento la complicada situación que atravesamos a nivel mundial y os haga pasar un rato muy divertido.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.

 

 

       Me llamo Filemón Tijerero, «no me toques el pandero», bueno esto último olvídalo y pelillos a la mar... Mi fenotipo se caracteriza por el color negro: ojos negros, barbinegro y moreno de verde valle; patizambo de nacimiento y larguirucho como un cucurucho.
       Soy un afamado y fecundo diseñador de prendas de lencería fina venusina y corsetería de alta costura, aunque la diferencia es casi inexistente, ya que su función es la misma, aun así su finalidad cambia una de la otra. Por ejemplo, la lencería fina se destina a bailarinas cisne y señoras lechuguinas de buen ver; delicadas golondrinas femeninas que insinúan travesuras de colchón en colchón. En cambio, la corsetería se inclina por la zona de confort, sin grandes estridencias, pero siempre cómoda y fácil de confeccionar, utilizando materiales básicos que escondan los repelentes «molletes» o las inoportunas estrías postparto.

       Mi padre fue un famoso corsetero con facundia, que se encargó de endosarme el oficio y heredar el fornicio, algo que me provoca sueños impúdicos, porque no puedo evitar imaginarme rodeado de ninfas voraces y salvajes restregándose por mis caderas arriba y abajo; propiciando escenas de alto voltaje arrabalero que terminaban dejándome como una piltrafa al tirar del nudo de sábanas por la mañana, emulando a Tarzán deslizándose al suelo y con síndrome diarreico por el mero hecho de iniciarse la jornada laboral.

      Mis empleados siempre cuchichean mientras les doy la espalda, aunque procuro poner cara de póker superestar y evaporarme de su vista como una liebre corriendo hacia la zanahoria de marihuana oculta en el doble fondo de un cajón de mi escritorio, junto a los ligueros que les suelo robar a mis modelos favoritas, cuando las pillo en un requiebro.

      En cambio, en las pasarelas de moda, todo es glamour con perfume de Condesa de Pompadour. Suelo gozar como un poseso travieso acompañado de tanto «bellezón», flanqueado de nubes de fotógrafos empecinados en disparar a tiempo la mejor instantánea. Después, espero impaciente el momento cumbre, surgiendo por un estrecho corredor hasta el centro del salón de moda, donde un cañón de luz persigue los movimientos que describo para despedir la colección con dos «femmes fatales» de cada brazo, atrapado en sus fieras redes, tirándome los tejos con sus miradas siamesas de tigresas y aguardando el instante de morderme los labios, algo que me inquieta con desazón y me vuelve remolón.

        Mi vida no se relega a «fiestongos» y alegrías, no obstante, reconozco que hay de todo como en botica, aunque apenas soy consciente de lo que acontece, porque con tanta jarana y francachela lúbrica de jovencitas famélicas y poca chicha donde agarrarme, termino flipando a base de cogorzas y cantando «El Chiringuito» de Georgie Dann, hasta que me llevan en volandas a dormir la mona y evocar monadas despelotadas.

       Aunque elegir los tonos es lo que peor llevo, ya que suele dejarme medio ciego. Que si blanco sucio, blanco hueso, blanco antiguo, blanco crema; blanco roto, blanco tiza, blanco frío y blanco seda para acabar con el repertorio de matices y hacerme chiribitas los ojos. Con los beiges me dan las doce y la una de tantas variantes, y los negros, otro dolor de cabeza, porque lo que es el negro a secas no convence, hay que ofrecer rompedoras novedades y seducir con la gama completa a las compulsivas compradoras.

       De cualquier modo y siendo sincero, he de decir, que lo más funesto es llegar un día y advertir como las juguetonas «fierecillas» se han transformado en evanescentes sombras de su sombra, esqueléticas siluetas dispuestas a encararse conmigo, exigiéndome un contrato indefinido. Años de profesión tirados por la borda, noches de pasión desapareciendo por las alcantarillas, la diarrea galopante ensañándose con los pantalones, y yo, un capullo arrepentido por haber accedido a los tiránicos ruegos de estas furibundas arpías, demandándome una dieta estricta a base de forraje diario e infusiones de «Lo que el viento se llevó».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

marzo 09, 2021

La reina del océano

marzo 09, 2021 44 Comments


¡Hola! queridos compañeros y seguidores, os deseo un buen comienzo de semana y resto del mes.
Regreso para compartiros un nuevo microrrelato que participa dentro del reto: ¿Nos hacemos una ucronía? del TINTERO DE ORO, que si os apetece conocer las bases no tenéis más que clicar en las mayúsculas para ir directamente al blog de nuestro querido compañero David Rubio.
Lo más importante es escribir un microrrelato de 250 palabras máximo que conste de un argumento coherente e inspirado en un suceso histórico pero que debe ser modificado, lo que se conoce como ucronía. Es conveniente anotar también el «punto jómbar», es decir, lo qué hubiera pasado si un hecho histórico hubiera sucedido de forma distinta

Muchas gracias por vuestra atenta lectura y amables comentarios.
 


       La tarde del domingo, el brusco descenso de la temperatura obligó a suspender las actividades al aire libre. Sobre las «07:30 pm» los ricos y famosos celebraban una cena de gala organizada por el matrimonio de millonarios Widdener, en honor del capitán Edward John Smith.
       John Jacob Astor IV, la persona más rica del Planeta en ese momento, estaba sentado cerca del capitán Smith, advirtiendo en él un pertinaz nerviosismo y una inusitada avidez que le obligaba a engullir una ingente cantidad de alcohol, algo inaudito, comparándolo con su habitual comportamiento. Llegando a desconfiar de él, ya que cada vez que le dirigía la mirada, Edward trataba de esquivarla.

      —Aquí en mi camarote no nos puede oír nadie, de modo que explíqueme por qué si no acostumbra a beber, esta noche está ebrio.
      —No puedo contárselo.
      —Si no me lo dice, no voy a permitirle abandonar mi camarote. Conoce mis influencias para hacerle desaparecer cuando quiera.
      —Noooo, se lo ruego... Obedezco órdenes para provocar un accidente esta misma noche. Debo aumentar la velocidad y llevar la embarcación hasta una zona rodeada de icebergs. Con mis treinta años de experiencia nadie sospechará de mí, así me lo han asegurado.
      —¿Quiénes?
      —¡Una organización secreta que me tiene amenazado de muerte!

     —Avisaré al jefe de oficiales, Henry Wilde, para retroceder hasta el puerto de Queenstown, en Irlanda. Tómese este somnífero y retírese antes de que le vean merodear por el barco. Yo me ocuparé de todo, no se preocupe que no le denunciaré.

 

 
      Punto Jonbar (en honor a su creador, John Barr)

     La noche del 14 de abril de 1912, horas antes del hundimiento del Titanic, una reducida élite celebraba una fiesta privada en honor del capitán Edward John Smith, para quien este viaje resultaría su última travesía antes de retirarse.
          ¿Qué hacía el capitán socializando con los pasajeros de primera clase en una cena organizada por dos de éstos, en lugar de estar en el puente de mando?, cuando durante la mañana había recibido varios avisos de cruceros encontrados en el camino que alertaban de la alta posibilidad de localizar la presencia de hielo en la trayectoria, como lo hizo el informe del Caronia a primera hora de la mañana, confirmando la presencia de algunos icebergs.
     Es sospechoso que no quisiera cambiar el rumbo dirección sur, ni redujera la velocidad del crucero, haciendo la colisión inevitable y los daños más graves.

 


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

 

 

 

febrero 14, 2021

Viaje al averno

febrero 14, 2021 31 Comments


Queridos amigos y compañeros:

Os comparto gustosamente este relato de terror con el que he participado en la web Café Literautas, dentro del Reto de Escritura Creativa #13 - Enero, 2021 - "Palabras raras", donde es obligatorio incluir las palabras: barbián, orate y vagido (en singular o plural, y usar el género que se adapte a tu necesidad) y con temática libre, en mi caso, me he inspirado en el género de terror y ajustándome a las 750 palabras máximo.

Quisiera agradecer públicamente a los compañeros de Café Literautas que me aportaron amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de la web.

 

Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.
 
 

     Al abrir los ojos comprobó con estupor que se hallaba en una cama extraña. Necesitó algunos segundos para habituarse a la penumbra del cuarto. El espacio estaba bien aprovechado, en una de sus paredes colgaban varios carteles con unos eslóganes sobre protocolos sanitarios. El mobiliario era funcional y en tonos claros.
     Cuando metió las manos debajo de las sábanas se cercioró de que estaba desnudo y que un vendaje cubría la totalidad del brazo izquierdo.
    Escudriñó cada uno de los elementos que componían aquella estancia con el fin de reconocer el lugar y supo que era un centro médico. Acto seguido, dejó caer la cabeza sobre la almohada y acabó cerrando los ojos. Minutos más tarde los volvió a abrir y contempló absorto a una joven.

     —¿Qué me ha pasado? —preguntó elevando las cejas y dejando caer la mandíbula.

    —Tranquilo, estás en buenas manos. Me llamo Sara y soy tu enfermera —contestó, estirando las comisuras de los labios para formar unas arrugas debajo de los ojos, alzando los carrillos y mostrando los dientes.
     —Me encanta tu sonrisa tan barbiana.
     —¿Barbi... quéee?
     —Barbiana.
     —¿Y eso qué es?
     —Que eres muy atractiva.
     —ja, ja, ja. Y tú eres un chiflado.
     —No, soy un orate.
     —¡Qué morro tienes!
     —¡De eso nada!... pero si soy un pardillo.
     —¡Menudo chulito que estás hecho!
     —¡Claro! Me dieron una paliza al salir de la discoteca.
     —Exacto.
     —Y los cabrones salieron huyendo...
     —Me han dicho que tuviste una bronca con unos camellos. ¿Recuerdas?

     —¡Ah! Ya entiendo, iba hasta el culo de perico y aquellos matones hicieron el resto.
     —¡Ándate con cuidado que la policía te tiene fichado!
    —¡Ayúdame! Llama a este teléfono y avisa a Carlo para que venga de madrugada con la furgoneta y zafarnos de la poli.
     —Lo siento, Maurizio, no puedo arriesgarme a que me despidan.
     —Ya me las arreglaré con otros compañeros tuyos. Nos volveremos a ver, te lo prometo.

     El viento chocaba contra los contrafuertes de la ventana, estremeciendo las paredes y amortiguando el ruido del motor de la camioneta, donde Carlo escondió a Maurizio, bajo una pila de cajas de fruta, que ocultaba un doble fondo que comunicaba con el maletero repleto de bolsas de alimentos.
     El vehículo avanzaba a través de la noche, mientras la claridad de la luna actuaba de guía por la carretera solitaria. Cuando ya habían recorrido un buen trecho, Carlo frenó en seco al comprobar la repentina aparición de un autobús que les venía de frente, rodando cuesta abajo. Un fuerte volantazo esquivó al autocar que finalmente quedó empotrado contra un árbol en una zona boscosa.
    Sin pensárselo mucho, Carlo dirigió la camioneta hacia donde había quedado el vehículo accidentado, parecía como si alguien le estuviera llamando.
    Entre tanto, Maurizio había perdido la noción del tiempo desde que comenzó el viaje, su respiración era débil y le extrañó la prolongada inmovilidad sin que nadie se interesara por él. Como una rana atrapada en el fondo de la ciénaga así se le manifestó la angustia que lo iba invadiendo, creyéndose parte de un cortejo de ánimas errantes. Pronto, su instinto de supervivencia le impulsó a empujar un botón que accionaba la apertura del portaequipajes. Fuera y aprovisionado de una linterna, caminó hacia el autocar siniestrado.

    Apenas llegó al autobús lo iluminó para cerciorarse de que estaba vacío. Cogió una piedra y rompió el cristal lateral de la puerta. El interior le reveló una lóbrega visión: asientos abatidos con cinturones destrozados; cables eléctricos arrancados y produciendo chispazos... Aunque lo más impactante fue escuchar unos inexplicables vagidos, como el preámbulo de una tragedia dispuesta a resquebrajar el silencio. Ajeno a las pruebas que el vehículo siniestrado le mostraba, deambuló por el pasillo con una actitud de autómata que le hizo limpiar un par de asientos para disponerse a pasar el resto de la noche.
    Misteriosamente notó un impacto en la cabeza seguido de un estruendo. Sin justificación alguna, el motor se había puesto en marcha o tal vez esa fuera la última sensación en que recabó, antes de incorporarse al cortejo de ánimas que él mismo contemplaba: siluetas de viajeros desmembrados formando una lúgubre nebulosa tratando de aprehenderle como en una telaraña.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados 

 

febrero 01, 2021

Los Trópez

febrero 01, 2021 51 Comments

fotomontaje de Estrella Amaranto

Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.

REQUISITOS FORMALES

  • Solo un relato por autor y blog. 
  • El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
  • La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras. 
  • Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
  • Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.  

Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.

 
 
         En el domicilio de los Trópez, sus ocupantes Ágata y Gonzalo, una pareja que ha tropezado con la indolencia de la rutina, representa la copia perfecta de una oficina de «objetos perdidos». Como un pingüino en el desierto, ella se desvanece en la amplitud del salón, mientras él añade dos cucharaditas de azúcar al café y lo remueve con cuatro vueltas.
        Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.

        —Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
        —¿Qué te ocurre?
        —Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
        —Intentemos alcanzar la orilla.
        —¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
        —Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!

       Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
      Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
        A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.

       —¿Dónde está Marlon?
      —¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
      —¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
       —¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
      —¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
       —Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
       —Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
      —El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
       —Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
       —Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
       —Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
       —No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
 
       Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.

       —¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
       —Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
       —Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
      —¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
       —¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
       —Que si eres un mariquita.
       —Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
       —¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
       —Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
       —No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
       —Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
       —Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
      —¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.

      En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.

       —¡Hola! ¿Qué haces?
     —Estoy libre, ven cuando quieras. Todavía me acuerdo del subidón de anoche en el cuarto oscuro de Dark Jockey.
      —
De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.   
      —Oye, tronco, no me gustan los babosos, Hazte una paja. No soy de esos que tú te piensas.
      —Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
      —Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.

      Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.

      —¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
      —¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
      —¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
      —Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.      

 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados



enero 12, 2021

Un mundo feliz

enero 12, 2021 42 Comments

 

¡Hola! queridos compañeros y seguidores, os deseo un buen comienzo de semana y resto del mes.
De nuevo os comparto este microrrelato que participa dentro de otro nuevo reto del TINTERO DE ORO, que si os apetece conocer las bases no tenéis más que clicar en las mayúsculas para ir directamente al blog de nuestro querido compañero David Rubio.
Lo más importante es escribir un microrrelato de 250 palabras máximo y que esté narrado en primera persona por un personaje ciego de nacimiento.

Muchas gracias por vuestra atenta lectura y amables comentarios.
 
 
 
      Todo empezó a sorprenderme cuando comencé a notar cómo mis hermanos cuchicheaban a mi alrededor, creyendo que no me enteraba de nada, pero intuí que algo raro estaba sucediendo.

        Por otro lado a mamá le daba por hablar de cosas increíbles, como ver la televisión o mirarse en el espejo. La verdad es que continuaba sin entender a qué se estaba refiriendo, porque mi mundo era perfecto y no necesitaba semejantes chismes, ya que no había nada que escapase de mi propia burbuja compuesta de una mezcla de sonidos, sabores; palabras, olores y sensaciones táctiles. Tampoco conocía el motivo que le hacía tartamudear, haciendo pausas largas y dejando que su rostro se cubriera de lágrimas que luego me encargaba de secar con mis manitas.

        Un día, ellos me contaron que tenían superpoderes y que cuando jugaban a detectives lo hacían para descubrir el paradero en donde se escondía mi «vista» y de este modo capturarla y devolvérmela. No pude descifrar su mensaje, pero me conformé con dejarlo pasar hasta que me hiciera mayor.

        En otra ocasión, mamá quiso leerme un cuento, recostando la cabeza en mi pecho para abrazarme con fuerza. Comenzó con estas palabras que aún recuerdo: «Había una vez una niña ciega que dibujaba sonrisas en los rostros de los niños tristes. Por consiguiente, comprobó que podía mitigar las penas de sus amigos y se sintió feliz».

        —Es una niña como yo, mamá.
        —Sí, como tú.
        —Entonces aprenderé a dibujar sonrisas en tu cara.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados