El mito del escritor aviador
fotomontaje de Estrella Amaranto |
Queridos amigos y compañeros:
Vuelvo a compartir con vosotros un nuevo relato con el que participé en el reto de Café Literautas de Escritura Creativa #15 de marzo de 2021 «El camino».
Requisitos:
- Escribe una historia inspirada en la frase elegida del mes: «Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos». El Principito
- Como título: el que tú elijas.
- La frase con la cita de El Principito debe ser la que encabece el relato.
- El texto no puede exceder de las 750 palabras.
Y como reto opcional, basa tu historia como una "aventura".
Al final me decanté por estructurarlo en dos partes, incluyendo una introducción con unas notas biográgicas de Saint-Exupéry, así como el misterio que rodea su fallecimiento durante una misión de reconocimiento en plena Segunda Guerra Mundial, partiendo la mañana del 31 de julio de 1944 en un avión Lightning P38 pero sin regresar a la base... y dejando una nota en su escritorio bastante enigmática. Y para la segunda parte entro de lleno con el protagonista y narrador en primera persona, es decir, el propio Antoine de Saint-Exupéry, que interpreta su propio papel de escritor alternándolo con su famoso personaje: El Principito y sus reflexivas enseñanzas.
Agradezco públicamente a los compañeros de C. L. por su desinteresada ayuda a la hora de ofrecerme amablemente sus interesantes observaciones, como Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isán, habituales contertulios de este blog, junto a otros habituales de dicha web.
Deseo que disfrutéis de la lectura y muchas gracias por vuestras atentas visitas y comentarios.
«Caminando en línea recta, no puede uno llegar muy lejos». El Principito
Hola, me llamo Antoine de Saint-Exupéry, no hace mucho que soy un escritor famoso, pero antes os contaré cómo me he convertido en un mito.
Volaba con un avión Lightning P-38, con el que había despegado aquella mañana del aeródromo de Bastia, en la isla de Córcega, para efectuar un servicio que conllevaba el reconocimiento y fotografías de las defensas alemanas, como una fase previa al desembarco aliado en la región de La Provenza.
Teniendo en cuenta que me gustaba escribir, tanto como pilotar aviones, he logrado que mi efímera existencia sea una enigmática leyenda, una vez que ha sido divulgada a través de la historia de la literatura.
Mi vida ha sido una gran aventura, como también lo podéis deducir de mis obras y de la forma en que se agotó la arena del reloj de mis días.
¿Qué sucedió aquel 31 de julio de 1944, a las 13.30, cuando el P38 desapareció de los radares del cuartel general norteamericano? ¿Algún avión nazi localizó mi vuelo y logró precipitarme al vacío?, ¿sufrí una avería mecánica?, ¿tuve un accidente o algo en mi vida iba mal y lo disimulé con un suicidio?, porque ¿qué sentido tuvo, dejar antes de salir hacia mi última misión una nota que decía: «Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica. Nací para jardinero. Me despido, Antoine de Saint-Exupéry»?
Tampoco revelaré si fingí mi muerte y me trasladé a vivir a un lugar desconocido, donde nadie podía localizarme. Estoy al corriente de que en 1998 un pescador encontró una pulsera con mi nombre y una pieza con la inscripción de cuatro cifras, 2734, que corresponden a la matrícula militar del avión con el que supuestamente me estrellé.
Ahora os explicaré lo que sucedió cuando una mañana de abril me encontré con André Gide, un colega al que a partir de ahora llamaré cariñosamente el Turco. Le propuse realizar juntos una extraordinaria e ignota aventura aérea, de ahí que no figure en ninguna de mis biografías, pero a vosotros, apreciados lectores, no deseo privaros de conocer lo sucedido...
Semejante proposición fue la de viajar en mi avión en una de mis travesías aéreas, algo que aceptó de inmediato, pues estaba ansioso por mantenerse, durante un tiempo, alejado de Paris.
Tomé rumbo hacia un archipiélago situado en el golfo de Panamá, concretamente a la Isla del Rey.
Al descender del avión nos topamos con un lugareño, decía llamarse El hombre de las estrellas, un individuo serio y de negocios dedicado a realizar el cómputo diario de tales cuerpos celestres, de los que se consideraba su dueño y debía administrarlos.
En el ambiente flotaba una vocecita infantil que trataba de imitar al niño interior que se agazapaba entre mis incipientes canas, repitiendo una y otra vez: «Es divertido, incluso bastante poético. Pero no es muy serio».
—No haga caso al niño insolente. El Principito se aburre y no sabe como imponer su autoridad en la isla.
—¿Pero, no es un rey quien gobierna la isla? —ironicé en tono enfático.
—¡Paparruchas! ¡Este tipo es un lunático! —refunfuñó el Turco, tratando de desviar la conversación.
—Usted es el lunático porque se mira en el espejo y solo ve lo que está en su interior.
—¡Cojonudo! En realidad, es un filósofo y merece tus disculpas.
—¡Basta! No soy filósofo, soy un profesional.
—Por cierto, ¿dónde podemos encontrar al Principito?
—Sigan el camino del corazón y les conducirá hasta la cima de una montaña donde habita con su padre en un castillo.
Nos despedimos haciéndole una reverencia y continuamos la senda hacia la montaña, divisando a lo lejos al Principito. Ignorábamos su intensa mirada con la frente fruncida, solo veíamos una larga bufanda, ondeando en el viento como una bandera.
Sorprendidos por una fuerte tormenta, no desistimos en el empeño, porque «Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer», y con esta decisión afrontamos una implacable batalla de truenos y relámpagos, a través de empinados escalones hacia la cúspide, calándonos hasta los tuétanos.
—¿Qué os ha traído aquí?
—Vivir la aventura más impresionante y conoceros sin duda es algo extraordinario —alardeó el Turco.
—¿Qué significa extraordinario para vosotros?
—Lo ignorado —respondió mi amigo.
—Lo esencial —maticé en mi papel de adulto.
—¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla —aseveró El Principito.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados