Un día inolvidable
Estrella Amaranto
junio 10, 2016
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Este relato participa en el concurso de Relatos "LOL I" de El Círculo de Escritores.
El día que Argimiro se quedó por fin solo en casa, debido al viaje que su mujer tuvo que realizar por motivos laborales, se frotó las manos pensando:
"Me libraré unos días de las cantinelas y reproches que mi caricuchi me endilga durante el desayuno, para que llegue al trabajo hecho un basilisco; que si el peque tiene un sarpullido por comer las galletas del dálmata o la niña ya ha empezado a menstruar, que mi nuera se ha vuelto a quedar embarazada y no tiene subsidio o que su madre le dice que soy infiel. ¡Qué manía me tiene esa tunanta ! ¡Y qué decir de doña Gertrudis apostada en el balcón inspeccionando con unos prismáticos a los vecinos que entran y salen del edificio".
Quería celebrarlo descorchando un exquisito caldo de Cabernet Sauvignon St. Helena 2007, fumarse un habano, irse con su mejor amigo de juerga y andar desnudo en casa, que le subía el nivel de endorfinas y otras cosas. También podría encestar la ropa al desvestirse en el sillón, dejar escapar los pedos que le viniera en gana o ver películas porno.
En esas estaba y como dios le trajo al mundo, cuando llamaron al timbre de la puerta. Dudó si abrir o no, aunque al escuchar la voz de doña Gertrudis notó que le temblaban las piernas y solo acertó a decirle que esperase un momento, pero la mujer parecía agobiada e insistió llamando de nuevo, lo cual aumentó sus pulsaciones por minuto:
—Argimiro, ayúdeme por favor, siento como una punzada en el pecho.
—Argimiro, ayúdeme por favor, siento como una punzada en el pecho.
Escuchó un golpe seco y la voz de la mujer pareció extinguirse por completo.
—¿Qué puedo hacer? —pensó, si estoy desnudo y ella padece del corazón.
—¡Abra la puerta don Argimiro! ¡Soy el vecino del tercero! ¡Necesito ayuda para levantarla y llevarla a urgencias!.
—Si, claro, espere un momento.
—¿Cómo se le ocurre tener esa cachaza? con lo atenta que es doña Gertrudis. Déjese de chuflas y abra inmediatamente, se lo ordeno como agente de la autoridad. —le dijo el subteniente Ramírez, que impaciente ante su demora pegó una fuerte patada a la puerta hasta lograr abrirla.
—¿Qué puedo hacer? —pensó, si estoy desnudo y ella padece del corazón.
—¡Abra la puerta don Argimiro! ¡Soy el vecino del tercero! ¡Necesito ayuda para levantarla y llevarla a urgencias!.
—Si, claro, espere un momento.
—¿Cómo se le ocurre tener esa cachaza? con lo atenta que es doña Gertrudis. Déjese de chuflas y abra inmediatamente, se lo ordeno como agente de la autoridad. —le dijo el subteniente Ramírez, que impaciente ante su demora pegó una fuerte patada a la puerta hasta lograr abrirla.
El cuadro era patético, doña Gertrudis estaba en el suelo completamente pálida. Ramírez sujetaba un abanico que le dio otra vecina recostada en el suelo tratando de auxiliarla. Cuatro vecinas que acudieron con una jarra con agua y un vaso a rebosar, por si hacía falta. Otras tres personas más, que aparecieron cuando nadie las llamaba, pero que casualmente pasaban por el rellano y escucharon el estruendo de la puerta; don Argimiro exhibiendo sus vergüenzas, atónito y sin emitir palabra, lo cual desconcertó a la vecina que tenía la jarra y acabó derramando su contenido encima de las tres personas que estaban delante sin perderse nada de lo que pasaba, debido a lo cual empezaron a emitir tal griterío que el subteniente se vio obligado a sacar un pañuelo que llevaba en el bolsillo y secarles la cara, suficiente excusa para que "distraídamente" resbalase las manos por el contorno de sus senos disimulándolo luego entre carraspeos, como si nada hubiera pasado. Ellas emocionadas por su "galantería" no le dieron importancia, al contrario, les había estimulado cierta necesidad física que tenían anestesiada desde hacía tiempo.
—¡Tápese que hay señoras delante! —exclamó el subteniente exaltado— lo que motivó que la mujer con el abanico en la mano le diera en los ojos a la que estaba de rodillas junto a doña Gertrudis, cayéndose encima de ella, circunstancia propicia para reanimarla.
—¡Qué bien armado anda usted, menudo instrumento! ¡Hágame suya, don Argimiro! —suplicó doña Gertrudis, fuera de si.
Medalla de BRONCE en este concurso |