La única heredera (cap. I)
Estrella Amaranto
agosto 05, 2019
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Estimados compañeros, os presento un relato novelado o una novela corta (como prefiráis), distribuida en cuatro capítulos de más de seiscientas palabras, que iré publicando semanalmente a lo largo de este mes de agosto, para que no perdáis el hilo de la historia, inspirada en el género policíaco y de suspense.
Aunque casi al principio de crear este blog, empecé otra novela «La inesperada compañía», decidí dejarla porque prefería compartir otro tipo de publicaciones más variadas y que me permitiesen salir de esa zona de confort en la que probablemente me hubiera mantenido, sin arriesgarme a probar con otro tipo de géneros, pero ahora llega este mes de agosto, tan caluroso y donde no me dan ganas de escribir nada nuevo, por lo que me he decidido a compartiros este nuevo relato largo, pues será una forma de mantener el contacto con vosotros, mis fieles lectores, y ofreceros un poco de diversión para amenizar el descanso.
A pesar de que no os conteste directamente, si leo con mucho detenimiento cada uno de vuestros comentarios y luego si os habéis fijado ya, suelo responderos al final en un comentario amplio, donde resumo también las impresiones que me llegaron de vuestras palabras.
Espero que seáis buenos críticos y me vayáis comentando qué tal os parece la trama y si de verdad la encontráis amena e interesante.
Muchas gracias a todos, feliz mes de agosto y estupendas vacaciones.
Sin más preámbulos os dejo ya con «La única heredera».
Cap. I
—¡Cuelga ese puto teléfono!
—¡Vete a tu cuarto, pringada!
—¡Te estás pasando tres pueblos! ¡Llevas una hora hablando con mi móvil!
—¡Jódete zorra!
Su madre los había dejado solos en casa, mientras se ocupaba de los clientes que de vez en cuando asomaban por el callejón del suburbio tratando de acordar el precio del servicio. Apenas se cubría los pechos con un brasier descolorido y de encaje transparente; llevaba puesta una minifalda negra muy ceñida, que le marcaba la redondez perfecta de sus nalgas y unas botas de imitación de cuero por encima de las rodillas, con unos tacones de vértigo. Del hombro le colgaba en bandolera un bolso holgado y repleto de objetos de los que nunca se separaba, como lubricantes, condones, juguetes sexuales, toallitas desinfectantes, pañuelos de papel, billetero y documentación, móviles de prepago, bolsa de cosméticos y una navaja siempre afilada con la que defenderse de posibles agresiones. También solía guardar en su interior una medalla milagrosa, que le habían regalado en el orfanato y que según pensaba la protegía, por lo cual, antes de iniciar cualquier actuación mentalmente se encomendaba a ella.
. . . . . . . . .
La inagotable sarta de mutuos reproches iba caldeando el ambiente, ya de por si asfixiante debido a la ola de calor que padecían en aquella semana de principios de agosto. La vivienda, en aquellos momentos, alojaba a dos de sus cinco moradores habituales. Ellos eran hermanos por parte de madre, pero se llevaban a matar, ambos tenían un carácter fuerte y algo violento, muy obsesivos y tozudos, sin dar nunca el brazo a torcer y reprochándose cualquier tontería. Bien es verdad, que desde muy pequeños se habían acostumbrado a la ausencia de sus progenitores, por lo que tuvieron que ingeniárselas solos para salir adelante, aprendiendo a sobrevivir dentro de la pobreza, la desigualdad y la marginación.
—¡Cuelga tontolaba! ¡Te lo advierto, si no me haces caso, se lo digo a tu novia!
—¡Eres una gilipollas! ¡Cógelo, imbécil! ja,ja,ja.. ¿A que no lo pillas?
—¡Un día te juro que te corto esa lengua de mierda y de paso también el colgajo entre tus piernas, que solo te sirve de adorno! ¡Soplapollas!
—ja,ja,ja... ¡Vaya, ya saltó la culopollo! «Un día te juro que te corto esa lengua de mierda...» —la imitaba en un tono sarcástico y con los brazos moviéndose tal y como ella gesticulaba cuando le amenazaba. Después le arrojó el móvil a la otra punta del salón, quedando oculto bajo el sofá.
. . . . . . . . .
Nely, así la llamaban sus clientes, trataba de animarse fumando un cigarrillo distraídamente, sentada casi en cuclillas encima de un bote de pintura y con la ansiedad comiéndole las entrañas, pues a pesar de los años el miedo a no ganar lo suficiente y la desgana, continuaban minándola como alimañas enquistadas por dentro.
Escuchó unos pasos que le resultaban familiares, debía tratarse de algún conocido que volvía a solicitarle ayuda —pensó sin dejar de observar cada milímetro del tipo que iba asomando por el callejón. Acertó de pleno, era uno de sus habituales que la buscaba para desahogar su instinto de sexo sin amor, lo cual no le requería demasiado esfuerzo y en escasos minutos, tras fingir el orgasmo, se vería libre y con algunos billetes con los que sobrellevar mejor su miseria.
No le estaba resultando lucrativa la jornada por lo que pasó un buen rato estirando las piernas y regresando a su provisional asiento. Tampoco le habían importunado, como en otras ocasiones, sus compañeras de oficio. Se aproximaba ya la hora de comer y se sacó un bocadillo envuelto en una hoja de plástico. No había pegado dos bocados, cuando se le aproximó un vehículo. El joven conductor acordó el precio y ambos se alejaron hacia un descampado no muy lejos de allí.
CONTINUARÁ ...
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