marzo 11, 2020

Emma y Cosme

marzo 11, 2020 35 Comments

      «No existe la casualidad ni las coincidencias —pensé—, asombrándome al verme reflejado en el ámbar de tus ojos, aunque me limité a seguir tu juego.»
      Meses después acordamos mis honorarios de detective privado. Luego, te volteaste al cerrar la puerta de mi despacho, como si se fuera la de una cafetería, de la que ni siquiera observaste su mobiliario o al camarero que gentilmente te sirvió un refresco. Me quedé embobado, con el contorno de tu cuerpo flotando en mi cabeza; tu costumbre de hablarme moviendo las manos, el tono nasal de tu voz, las pausas, tu elegante vestido y una inmensa tristeza con la que forzaste una sonrisa para despedirte.
       Al poco tomé la cámara Réflex y salí a la calle. Tenía tiempo de deambular por el casco urbano, de desaparecer entre el paisaje y la multitud que me rodeaba. Un insignificante hombrecillo de mirada gris y zapatos grises haciendo juego con la gabardina. Sí, un auténtico hombre invisible, esfumándose dentro del halo ceniciento que me perseguía como una maldición.
     Sumergido en el frío de la noche miraba los escaparates opacados por el vaho de la helada. Me parecieron pequeños decorados de un escenario que se esfumaba en medio de la niebla. Las casas en penumbra con sus lúgubres contornos, se arrimaban unas a otras buscando protección contra algo impreciso, algo que podría aparecer deslizándose entre la bruma.
     «Te vi aparecer en la puerta del hotel despidiéndote de un desconocido, besándole en los labios, autómatas dentro de un juego macabro —pensé malhumorado—, mientras os enfocaba con el objetivo de mi cámara para obtener las instantáneas.»
     Las calles empapadas de vapor atenuaban el destello de las farolas, dulcificando las esquinas envueltas en una capa blanca de polvo húmedo y rancio, consumidas por el vacío del silencio.
   Vuestros contornos se desdibujaban en dirección opuesta, él ascendiendo la cuesta y tú descendiéndola hasta el aparcamiento.
     Tomé un taxi y le pedí al conductor que siguiera a tu vehículo. Transcurrieron unos minutos en silencio mientras mi corazón se aceleraba a medida que el taxi avanzaba en la persecución.
     Me apeé cubierto de bocanadas de la niebla disipando mi figura casi invisible y me desplacé con sigilo hasta tu domicilio.
    Caminaba sobre la acera, cuando unas voces me indujeron a girarme. Entonces, os volví a ver, discutiendo delante de la casa.
    —Espera, perdóname, no debí dejarte marchar sola del hotel.
    —Pe...ro... ¡¿Estás colocado o te volviste majareta?!
    —¡Qué tontería! ¡Estoy limpio!
   —Me estás vacilando, te conozco. Quieres dormir en mi casa, pero esta vez no te saldrás con la tuya.
    —Te equivocas, churri.
    —¡Seguro que te metiste en otro follón y buscas refugio!
    —¿De qué película me hablas? ¡A las mujeres os sale humo por la cabeza de tanto pensar! Venga, vámonos que con esta rasca se me congela hasta el nabo.
    —Como siempre, pensando en tu nabo y no en mí. ¡Lárgate, no me apetece!
    —En fin, como mi cuchi diga.


    

Afuera se iba disipando la niebla, lo mismo que en mi cabeza... Me acerqué al portal y antes de que se cerrase la puerta me colé dentro.
   —¿No pudiste sacar las fotos que te pedí? ¿Por qué vienes a estas horas a mi casa? —me bombardeaste con tus preguntas, levantando las cejas y examinándome con la mirada.
    —No es eso, Emma, déjame que te lo explique.
    —Es algo tarde, pero sube.
     Cuando abriste la puerta del apartamento sentí un fuerte pinchazo en el estómago y mi arruga en el entrecejo se acentuó.
     Me aconsejaste pasar al salón mientras te cambiabas de ropa. Durante esos minutos curioseé por el pasillo hasta toparme con una chica que me recordó a mi madre de joven. Me quedé ensimismado.
    —¿Le ocurre algo? Se ha puesto muy blanco. Ahora, le traigo un vaso de agua. ¡No se vaya! —me advirtió la muchacha levantando una mano y llevándosela a la boca para taparla con los ojos muy abiertos.
   —¿No tenías que estar con tu padre? ¿Por qué viniste sin avisarme? —interpeló Emma, desquiciada por completo.
    —Mamá, no entiendo por qué de repente te desquicia mi presencia. Hay un hombre que necesita ayuda y encima es más atento que papá. ¡Ojalá, él fuera mi padre!
    —¿Qué insinúas? ¡Sal de casa inmediatamente! ! ¡No pintas aquí nada!
    —¡Tranquilízate Emma y no trates así a mi hija!
    —¡Qué chorradas dices! ¿Para qué has venido?
    —De nada te valen las excusas, ella es el vivo retrato de mi madre y lo sabes muy bien. ¿Quieres que vaya a la policía? Conozco los turbios negocios que manejas con el sinvergüenza de tu marido.
    —Discúlpame pero solo sé que te llamas Cosme y trabajas como detective privado.
    —Emma, deja de fingir, te reconocí el primer día que pisaste mi despacho.
    —No sé concretamente a qué te refieres con eso.
    —¿Qué me dices de aquel chico tímido que se te declaró antes de irse de vacaciones y luego no volviste a ver porque te cambiaste de domicilio?
    —Si así fuera ¿por qué no me lo dijiste el primer día que fui a tu despacho? ¿Por qué ahora?
    —No es tan fácil como piensas. Cuando apareciste, me dio un vuelco el corazón y noté la misma sensación que al despedirnos aquel verano. Con el mismo nudo en la garganta temiendo otra nueva despedida, quizás la última. Pensé que preferías pasar página y de algún modo lo estuve intentando, aunque ya no logro aguantarme.
     —¿El qué, Cosme?... Siempre tan retraído. Ha pasado mucho tiempo y no soy la misma.
    —¡Claro, te has vuelto impasible! Supones que voy a quitarte a tu hija... En realidad, nuestra hija, Emma y acaba de decirte que me prefiere como padre. Eso te ha jodido. ¿De qué vas ahora rodeándote de carroña para obedecer al golfo de tu marido?
     —¡¿Qué dices?! ¡Te has vuelto loco! Ernesto es mi marido y el padre de Vane.
    —¡No, mientes! ¡Mi madre y ella son como dos gotas de agua! ¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo? Con una prueba de ADN se soluciona rápido.
    —Sí, mamá, yo también quiero hacérmela.
    —¡Está bien! ¡Él es tu padre!
    —¿Por qué me lo has estado ocultando, Emma?
    —Porque cuando me quedé embarazada tú no tenías oficio ni beneficio. Por eso, mis padres decidieron cambiar de barrio y evitar que nos viésemos.
     —Tuviste tiempo de sobra para explicármelo y no lo hiciste. Solo volviste para aprovecharte de mi experiencia laboral, convencida de que seguía siendo el chico cándido, incapaz de remover el pasado. ¡Te equivocaste!
     —No te enfades, Cosme, no quería llegar a esto. Rehice mi vida gracias a Ernesto, él siempre me ha apoyado, incluso le ha puesto a Vane su apellido. Es un buen hombre y no admito que le insultes.
    —Ese mal nacido te ha obligado a prostituirte y ser su compinche. ¡Sepárate de él y formalicemos nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, soy el auténtico padre de Vane y eso nos ayudará.
    —No es así de fácil, Cosme, mi marido también es un sicario y puede acabar con los dos. Evitemos más desgracias.
    —Aunque ya no confíes en el amor, yo sí y quiero hacerte feliz. No sabes el esfuerzo que me ha costado ser testigo mudo de tu desesperación. Demasiado tiempo sin poder evitar el encanto que me produce tu belleza y el deseo de tenerte en mis brazos para siempre. No puedo dejar de amarte ni tengo miedo a Ernesto. Lucharé por vosotras, porque desde que te presentaste en mi despacho con la mirada vacía, supe que no existe la casualidad ni las coincidencias, estamos predestinados el uno al otro.


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marzo 04, 2020

Un par de pájaros de mucho cuidado

marzo 04, 2020 33 Comments
¡Hola compañeros y seguidores!
Dado que la semana pasada os compartí una entrada bastante complicada para comentar, pues esta vez os voy a compensar con la alegre lectura de un relato cómico o una parodia policiaca, donde algunos de sus personajes son muy divertidos al utilizar una forma de hablar muy peculiar, es decir con un dialecto mixto de clara influencia gitana y andaluza.
Confío que pueda robaros más de una carcajada, ya que esa ha sido mi intención al escribirlo.
Que paséis un buen rato y ya me contaréis vuestras impresiones que valoro muchísimo.
Nos seguimos leyendo...

     Hace escasas semanas atracaron a punta de pistola a don Ricardo Borriquero. Los hechos tuvieron lugar en la plaza de las Cañas rodeada de tabernas y bares regentados, en su mayoría, por una rancia familia de renombrados hosteleros.     
     Dicho emplazamiento se halla próximo a un local de juegos y apuestas llamado Joker, donde la víctima acababa de ganar una cuantiosa suma de dinero en efectivo, algo que no pasó desapercibido para el ladrón que le siguió a corta distancia después de abandonar el espacio y luego darse a la fuga tras conseguir el botín.
     Una pareja de borrachos que aún se mantenían en pie, apodados el Cubata y el Chivas afirmaron a los agentes de la policía, haber sido testigos del robo, por lo que les invitaron a acompañarles hasta la comisaría más próxima, donde les esperaba el incólume inspector Argimiro Rufián, con un característico tono de voz atiplado y bolsas debajo de sus ojos negros.

     —Siéntense y traten de recordar los detalles que acaban de presenciar en la plaza de las Cañas.
     —zeñor comizario, usté perdone zi le azeguro que no he visto ni un billete ensima de su mesa p'a que empiese a largar —respondió el Chivas con sorprendente desparpajo y autoridad, pues conocía el trapicheo que se gastaba la pasma.
     —¡Mu sierto! —apostilló el Cubata.
     —¡Silencio! Aquí no existen sobornos. O hablan o les meto un paquete por el culo y se van derechos al calabozo ¡por mis muertos!
    —¡Joer, qué dezaborío es usté! ¡Ande, comizario, deme argo p'a que coman mis niños que están mu flacos! —intervino de nuevo el Chivas extendiéndole la mano y guiñándole un ojo para convencerle.
     —Es verdá lo que dise mi cuñao, pazamos muchas fatigas porque naide nos da curro y estamos más tiezos que la mojama. ¡Ande, ispectó, denos argo p'a los chiquillos, si a usté le zobran los dineros!
     —Bueno, ya se verá más adelante, ahora confiesen lo que han visto y dejen de marear la perdiz. ¡Aquí el que corta el bacalao soy yo!
     —Un billete no es n'a p'a usté y a mi me quita de fatigas —interrumpió el Cubata mirando al don Argimiro con ojos de cordero degollao.
     —Si insisten ¡no me bajaré los pantalones! O hablan o les juro por mi santa madre que les chapo en la chabola, par de sinvergüenzas.
     —¡Mú bien, usté manda! Le juro por mis niños, que zon lo más zagrao que tengo, que el choro que ze llevó el parné fue el Napias y en luego aligeró por el túnel de Los Alfanjes, ya conose usté... —confesó por fin el Cubata algo asustado.
     —¿Está usted, también de acuerdo con su cuñado? —le preguntó el comisario al Chivas sin pestañear y con un gesto despótico elevando los brazos y las manos al mismo tiempo.
     —Zí hombre, zí —le contestó en un susurro temblándole los labios.

     —Enga don Argimiro, denos argo de parné que ya l'emos rajao to lo que quería zaber —interrumpió el Cubata
    —¡Fuera de aquí par de julandones! ¡Sois una escoria social!

    En un descuido, el Chivas le sisa al inspector su cartera, quedándose con unos billetes sin que se de cuenta y luego con pericia se la devuelve al bolsillo trasero del pantalón.
     Seguidamente el inspector hace pasar a su despacho a don Ricardo Borriquero que acude secándose la frente con un pañuelo y algo confuso de ideas todavía en su actual estado de estrés postraumático.
     —¡Tranquilícese hombre, que ya sabemos de quien se trata! —exclamó el comisario. Al tiempo que le propinaba un golpe en el hombro y con tanta vehemencia que le obligó a chocar contra una pila de carpetas, las cuales salieron despedidas por el aire, hasta que desgraciadamente una de ellas le impactó de frente y directa al rostro. Obligándole a trastabillarse contra el armario metálico y darse un buen porrazo en la cabeza, desplomándose, a continuación, al suelo. 

     El inspector Rufián, completamente atónito se quedó paralizado en su sillón, hasta que otros agentes acceden al despacho para auxiliarles.
     Transcurrido un tiempo y recobrados los ánimos de los perjudicados, el comisario ordena a los agentes trasladar a don Ricardo hasta el hospital, mientras él actualiza los informes y da aviso a otros policías de paisano para que localicen cuanto antes al posible delincuente. 

     Cuando apenas revisa los ficheros policiales, estupefacto comprende el engaño, pues el Napias está cumpliendo pena por asesinato y no ha tenido ocasión de salir de la prisión.         
     Los dos manguis le han hecho un buen paripé y encima le han robado delante de sus narices. En su aturdimiento suelta un alarido ensordecedor: "¡Gggrrrr...! Sargento Lumbreras vaya inmediatamente a detener a ese par de pájaros, que han volado de la comisaría hace un momento".

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febrero 26, 2020

Discurso de la osa

febrero 26, 2020 33 Comments



¡Hola a todos!
Se me ha ocurrido plantear esta entrada con un enfoque distinto al habitual, pienso que resultaría divertido ampliar libremente, distintos textos breves o microrrelatos, de autores famosos de la literatura universal, ya que por una parte os ayudaría a recordarlos o descubrirlos y por otra ser testigos de un original "juego" narrativo que podría resultaros entretenido como lectura. No se trata de parafrasearles sino de responder a su original escrito, siguiendo las mismas pautas literarias del género o subgénero al que pertenece. En esta ocasión Julio Cortázar utiliza el estilo surrealista o el lenguaje del subconsciente y en ese estilo le respondo con mi historia de "La osa".
Ya me contareis si la idea os ha resultado interesante o no. Además si a alguno de vosotr@s os agrada mi propuesta, pues os invito a seguir el ejemplo y hacer nuevas entradas con textos o fragmentos de autores importantes y a continuación, vuestras letras.
Concretamente me he inspirado en Julio Cortázar, un autor quizás para mi gusto el mejor o uno de los que tengo más aprecio. De modo que he elegido una historia incluida dentro de su libro HISTORIAS DE CRONOPIOS Y DE FAMAS, me estoy refiriendo al Discurso del oso, que dice lo siguiente:

Soy  el  oso  de  los  caños  de  la  casa,  subo  por  los  caños en  las  horas  de  silencio,  los  tubos  de  agua  caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.
      Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalan-do  por  los  caños.  A  veces  saco  una  pata  por  la  canilla y  la  muchacha  del  tercero  grita  que  se  ha  quemado,  o gruño  a  la  altura  del  horno  del  segundo  y  la  cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo  por  la  chimenea  para  ver  si  la  luna  baila  arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna pico-teada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
     Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gru-ñendo  contento,  y  los  matrimonios  se  agitan  en  sus  ca-mas  y  deploran  la  instalación  de  las  tuberías.  Algunos encienden  la  luz  y  escriben  un  papelito  para  acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que  siempre  queda  abierta  en  algún  piso,  por  allí  saco la  nariz  y  miro  la  oscuridad  de  las  habitaciones  donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo  algo  de  lástima  al  verlos  tan  torpes  y  grandes,  al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las me-jillas,  les  lamo  la  nariz  y  me  voy,  vagamente  seguro  de haber hecho bien.

Julio Cortázar

Respuesta de la osa:

Soy la osa de los vientos que ascienden entre los vericuetos de las ramas de los árboles, volteando los pasos por donde el aire crece y en el cómplice silencio de la noche, soy como un tambor de cedro despertando a los guardias del abismo, bajo la cúpula del firmamento, en la cual me transformo en la Osa Mayor de la galaxia.
       Supongo que se han acostumbrado a convivir con mi sonora presencia, porque les mantengo limpio el ambiente, fresca la estancia cuando el calor arrecia, despiertos en su noctámbula vigilia. En ocasiones les muestro los dientes, entonces atrueno y se asustan, especialmente los niños, o lanzo huracanes como quien envía bofetadas con malas intenciones y la gente me mira con recelo o también con pánico. Adoro subirme en las frondas azules de las olas y convertirme en brisa para acariciar la arena de las playas o resbalar por los toboganes de las rocas. Me gusta bailar con mi traje evanescente de Cenicienta que cautiva al príncipe encantado y me devuelve a casa por la chimenea mientras la oscuridad me acompaña. Y en otoño soy jardinera rastrillando las hojas desmayándose en su postrer viaje a la nada.
      Al llegar el invierno me gusta aullar igual que los lobos dejándome empapar por la escarcha que gotea en los tejados, ondulando mi gélido aliento como un tenue velo en los cristales ataviados de penumbra. Cuando, la humedad se vuelve inexistente, agito mi tocado de plumas, lo mismo que esas vedettes del Moulin Rouge contoneando sus caderas al ritmo de la pegajosa canción, mientras los haces de luz les acarician sus hombros y la clientela se deshace en aplausos ensordecedores.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 19, 2020

El juego de la seducción

febrero 19, 2020 64 Comments

Queridos lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (FEBRERO 2020): LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ de Margaret Mitchell
Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
  • Escribir una historia de amor, dejo al gusto del autor el nivel de romanticismo.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Lo que el viento se llevó o a la autora, Margaret Mitchell.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un contexto de guerra, desde el punto de vista de un personaje femenino.
  •  Extensión: Máximo 900 palabras.  
El que que os comparto, cumple con los dos primeros requisitos y su extensión es de 894 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.

      No podía hacerse a la idea de lo que sus ojos estaban viendo. Una casa completamente reformada y decorada con mucho estilo.
    —¿Todo esto es tuyo o se trata de un alquiler? —interrogó aturdida por el lujo y ostentación que mostraban las habitaciones.
     —Vivo de alquiler y el dueño es un buen amigo de la infancia —le confirmó Thomas subyugado por su amplia y delicada sonrisa.
     Observándola durante unos instantes, se esforzó por sosegar sus nervios. No obstante, Emerald alzó la vista e inesperadamente ambos se encontraron en el mismo punto. Luego, él se dejó llevar y al mirarla de nuevo, sus ojos recorrieron cada minúscula parte de tan singular belleza que lo mantenía obnubilado.  
     Cierto que debió liberarse del molesto pensamiento que lo acusaba de infidelidad, al continuar manteniendo aquella relación a escondidas de su esposa, a quien solía engañarla con excusas de viajes de negocios, cuando en realidad lo único que le importaba era urdir un buen plan que le dejara libre de sospechas.
    —Mi gatita, voy a llevarte hasta nuestro dormitorio, supongo que querrás cambiarte de ropa. Solo tienes que buscar en los cajones de la cómoda. ¡Sígueme por este corredor!
     —¿Es tu madre? —interrogó la joven, levantando la mano y señalando con el índice el retrato que vio dentro de una vitrina.
      Sin prestarle demasiada atención al estar convencido de a quién estaba haciendo referencia con la imagen de la fotografía, dudó qué responderla, por lo que optó por replicarla cambiando de tema.
      —Llevas un vestido muy elegante, combina perfectamente con tu tez sonrosada y el tono castaño de tu pelo.
      —¿Cómo se llamaba?
      —Margaret Mitchell
      —¿Inglesa?
      —No, nació en la ciudad sureña de Atlanta, en Estados Unidos.
       —Su cara, me suena de algo... ¿Es famosa?
       —Sí, mucho.
       —Disculpa mi curiosidad, pero me gustaría saber a qué se dedicaba.
       —Era periodista y luego se hizo muy famosa.
       —Sin duda, una mujer muy interesante, ¿verdad?
      —Por supuesto. Fue quien compró esta casa hasta que sus herederos decidieron venderla y por casualidades de la vida, Robert me la ha alquilado en tanto que decida si quiere o no hacer uso de ella.
       —¿Y qué fue de Margaret?
      —Trabajó para The Atlanta Journal y The Sunday Magazine. Se casó en varias ocasiones y no tuvo hijos. Desgraciadamente, murió atropellada por el exceso de velocidad de un taxista, cinco días después del accidente.
       —Morir así debe ser terrible ¿verdad?
       —Y además con cuarenta y nueve años... ¡No llegó ni a la mitad de la vida!
    —¡Qué lástima! ¡Me hubiera encantado conocerla! Supongo que su vida debió ser apasionante.
      Thomas se mantuvo en silencio, con la vista perdida al fondo del pasillo. Entre tanto, ella le observaba con descaro preguntándose quien estaba realmente detrás de aquella nariz respingona, casi femenina, el cabello peinado con flequillo, la amplia frente y los ojos de mirada melancólica. Él, esbozó una sonrisa mientras la contemplaba sin perder un ápice de sus movimientos.
      Continuaron hasta llegar al umbral del dormitorio. Le indicó que podía cambiarse de ropa, mientras iba a buscar unas copas de champán. Sabía que ella no tenía a nadie a quien acudir si le ocurriese aquella noche alguna desgracia. Su familia la había echado de casa y sus compañeras del burdel tampoco podían auxiliarla.
     Al regresar con la botella y las copas, se quedó fulminado con una punzada en el estómago y una avidez por desnudarla. Llevaba puesto un negligé negro satén muy ajustado y transparente, lo que dejaba casi al descubierto sus prominentes pechos, así como los globos gemelos de sus nalgas.
      Dejando ambos recipientes y el
Chardonnay sobre la mesita de noche, se despojó de la ropa que llevaba puesta y dejándose emborrachar por la agitación que le provocaba su exuberante belleza adelantó los brazos para colgárselos del cuello y atraerla contra su pecho. La besó entreabriendo sus labios suaves y húmedos, cediendo al vértigo del deseo y sintiendo la asfixia que la presión y velocidad de otra lengua diligente, poco a poco, le vaciaba las entrañas hasta estremecerse de gozo.       
     Las medusas de sus lenguas se devoraban en infinitas bocas hambrientas como cuevas subterráneas de perfidia y carne húmeda tan acogedora resbalando entre desfiladeros de marfil y piel volcánica.
      Colocándose a los pies de la cama, le abrió las piernas y con sus manos le alzó las caderas para luego dedicarse a libar con suavidad su sexo hasta verla retorcerse de placer. Más tarde se desplazó a su vientre dándole besos húmedos. Por último, se incorporó dejándose caer encima de ella decidido a penetrarla en una sucesión de miradas, susurros, gemidos, cuerpos entrelazados y
sicalípticos besos.

     Al día siguiente, se personó Robert, el supuesto propietario de la vivienda. Thomas se encargó de presentarlos y después los dejó a solas en el salón, mientras él se dedicaba a realizar unas gestiones en su despacho.
      —Emerald ¡qué nombre tan fascinante!
     —Si, en la antigüedad se decía que era una gema sagrada relacionada con la victoria y el poder.
      —¿Formas parte de un sueño o eres real?
      —ja, ja, ja... ¡Qué cosas dices!
      —Me encantaría invitarte al cine esta noche.
      —No hay problema, Thomas no es celoso.

    Sentados delante de una gran pantalla, Robert y Emerald contemplaron juntos la película Gone with the Wind, cuyo guion era una adaptación de la novela homónima con la que la madre adoptiva de Thomas obtuvo el premio Pulitzer.



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febrero 12, 2020

Historia de amor en «Fa sostenido»

febrero 12, 2020 35 Comments


¡Hola a todos!
En breve se celebra "el día de los enamorados o de San Valentín", ello no significa, que sea partidaria de elegir fechas determinadas para algo tan natural, como lo es el flechazo o el enamoramiento y que afortunadamente sucede de vez en cuando a lo largo de nuestra vida. No obstante, siguiendo la lógica que suele predominar entre los blogueros, a la hora de ponernos de acuerdo para esa coincidencia de eventos tradicionales con los mensajes de nuestras respectivas entradas, pues he optado por compartiros este escrito, que tenía guardado hace tiempo, pero que lo fui posponiendo, hasta que coincidiera con una fecha de estas características a la hora de publicarlo. Lo he dividido en cuatro escenas y separadas por tres asteriscos, como dictan las normas de redacción y estilo. Dicho relato es completamente surrealista e hilarante, por lo que espero robaros mas de una sonrisa. 
Sin más preámbulos os dejo con su lectura, espero paséis un buen rato y gracias, como siempre por acompañarme.

Nerila metió la mano en el cajón con la torpeza de un hipopótamo, creyendo que encontraría el elixir del amor que guardó el día anterior, cuando, después de su última aventura lo dejó en el joyero de ébano, bajo llave, dentro del armario. De repente, la habitación comenzó a desplazarse, alargando las paredes. Parecía moverse al ritmo de la música, unas veces el techo se combaba como si estuviera encerrado en una esfera luminosa y otras, en cambio, tenía la sensación de abandonarse, cayendo a un profundo precipicio... Victima del delirio se vio a la orilla de un enorme acantilado, desde donde escuchó a una anciana que estaba repasando las redes de los pescadores con agujas de reloj y canutillos de hilo de fideo grueso, a la que le preguntó si había visto pasar a un ladrón de corazones y la mujer moviendo la cabeza adelante y atrás le confirmó sus sospechas.

                                                                * * *
La primera vez que Carambola se juntó con sus compinches decidió ser el cabecilla de la banda municipal de delatores, lo que obviamente le originó una enfermedad que pasaría a ser congénita para el resto de su descendencia, por lo que en aquella pequeña localidad se ganaron a pulso el apodo de «los soplones». No es que tuvieran la boca grande o los dientes afilados, más bien era la lengua la culpable, por llevarla demasiado suelta y sin doblarla al bies.
Le encantaba jugar al billar lanzando las bolas al rostro de sus oponentes, que le criticaban su minucioso trabajo policíaco, no en balde se había criado en el sótano de una comisaría, mientras sus padres se ocupaban de desplumar a los incautos vecinos, que dejaban sus casas desiertas, en el instante de irse a trabajar cada mañana. Luego, cuando se hizo un hombrecito, sus padres le dejaron en la calle, lo mismo que a un desecho orgánico, de esta suerte se ganó a pulso el calificativo del «carambola», matando contínuamente «dos pájaros» de un tiro, es decir primero les delataba y más tarde se llevaba la recompensa por su captura, aunque siendo fieles a la verdad, no siempre eran culpables sino que en ocasiones por fastidiarles, los acababa delatando y como su palabra era ley, pues no podían librarse de su condena. 
                                                               * * *
Forzulio siempre iba presumiendo por ahí, diciendo a la gente que sin su amor ella no podría ser feliz, que no conocería a otro igual porque nadie la trataba como él, ni la amaba en silencio y en voz alta, exclamando asomado a su balcón, que tenía entero el corazón dispuesto a convertir su vida en un sueño, comiendo perdices infelices y brindando en las noches de placer, cautivos del amanecer. El no podía evitar quererla tan solo para él, aunque jamás lo quisiera y menos aún sus padres que no cedieron al chantaje, de manera que él se empeñó que les haría un gran favor si los envenenaba a los dos y después cuando cumpliera veintidós, poder llevarla del brazo al altar consumando por fin la relación. Más nunca contó con que el destino tampoco quería ayudarle en el camino y de esta forma un día inesperado, un nuevo galán de pecho almidonado y con uniforme de soldado se lo llevó esposado hasta la mazmorra del condado. Desde entonces se murmura por doquier que de nada le valió presumir, ya que ella seguía viviendo tan dichosa, sin sentir ni siquiera compasión de un truhán que decía ser señor.
                                                                       
                                                              * * *    
Torpido hizo acto de presencia deslizándose por el lago de aquel lugar igual que un pequeño ruiseñor, unos decían que era un trovador y otros pensaban que se trataba del cuervo del mago Bravicundo. Los primeros lo escuchaban a lo lejos o sentados en su orilla y los demás huían despavoridos percibiendo los graznidos con los pelos como escarpias. Sin embargo, el canto del ruiseñor alado inundaba las alcobas de los enamorados y ya no quedaba ninguna duda, que era el instante adecuado a fin de encontrar el manojo de llaves y librar de los cerrojos las puertas de la ignorancia. Por fin, la suerte estaba echada y el momento era el propicio para nombrarle consejero delegado del amor, algo que le cubrió de gozo con embozo y antifaz. Los clarines y timbales atronaron y la lluvia sentimental se desató por todas partes. Las medias naranjas rodaron en busca de sus otras mitades, pero dieron tal brinco que ni contando «a la de cinco», convinieron en asistir al festejo, total que cuando subió al estrado con el propósito de ser aclamado, no había ni siquiera un alma que lo aplaudiese, por lo que huyó deprisa sin ponerse la camisa dispuesto a cantarle un bolero a la luna del alero.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

febrero 05, 2020

El joven elefante y el escorpión

febrero 05, 2020 35 Comments
Fotomontaje de Estrella Amaranto
¡Hola a todos!
Espero que este loco mes de febrero con una incipiente aparición de la primavera, en pleno invierno, os haya ayudado a mejorar el ánimo y la inspiración. Y sin novedades dignas de mención, voy a compartiros mi relato para la nueva convocatoria del Reto de Escritura Creativa #4: Febrero 2020 - Elefantes, con una extensión máxima de 750 palabras y en esta ocasión las palabras obligatorias: foto, elefante y aguijón. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, hay que incluir dentro de la escena que alguno de los personajes pierda la memoria.
Mi opción se ha declinado por incluir ese reto opcional dentro de la escena.
Y sin más preámbulos, os invito a su lectura y opinión al respecto.
Muchas gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Tirma Tiatula (Isabel Caballero), Jorge García Labajos, Carla Daniela, Pepe Espí Alcaraz, IreneR, Vespasiano y en general a todos y cada uno de quienes me han comentado y corregido.

Naturalmente al término de esta entrada nombro a los compañeros/as que amablemente habéis dejado constancia con vuestra huella y os quedo agradecida por ello.

      El brillo del sol reverberó en sus voluminosas orejas grises y en su trompa enroscándose a la rama de un árbol para apropiarse de la fruta. El resplandor, apenas, le permitía abrir sus ojos, mientras marchaba hasta un pequeño arroyo.
     Zarandeando sus voluminosas patas sobre la hierba esponjosa y húmeda, notaba las caricias de las florecillas silvestres estrujadas bajo sus pezuñas. Cuando se acercó al borde del reguero, advirtió la afilada punta de las piedras en su piel gruesa y rugosa. Dobló las patas traseras y sujetándose con las delanteras permaneció acuclillado, observando su claro reflejo en el agua. Luego, hundió su trompa para absorber el líquido y alzándola expulsó un intenso chorro que se deslizó desde la cabeza hacia las ancas, como si de una potente ducha se tratase.
     Intentó respirar hondo para sentir el penetrante olor de la tierra húmeda, pero una espesa humareda enrarecía el ambiente.
     —¿Quién habrá encendido el fuego? —pensó—; eso debería quitarme el hambre, pero todavía sigo teniendo apetito.
     Estirando las patas traseras recuperó la marcha. Cruzó al otro lado del arroyo sujetándose en las piedras que descollaban de sus aguas. El crujido de las ramas secas al troncharse le alarmó y se colocó en una postura defensiva, acurrucándose contra la hierba. Entre el ramaje apareció un escorpión armado con dos fuertes pinzas y una larga cola enroscada.
     —¡Qué iluso eres, joven elefante! ¿No sabes que puedo matarte si te clavo ahora mi aguijón?
     —¿Por qué quieres matarme, si no te he amenazado con aplastarte con mis patas?
     —Te mataré si no me ayudas a encontrar mi cueva. Llevo días dando vueltas.
     —No me asustas. Proseguiré mi camino en solitario.
     —Está bien, sigue tu camino, pero luego sálvate tú solo de los cazadores.
     —Siendo tan pequeño, ¿cómo puedes librarme de los cazadores?
     —Clavándoles mi aguijón cuando están distraídos.
     —Bueno, en ese caso, acompáñame hasta el claro del bosque y trataré de encontrar tu caverna.
     A medida que el sol descabalgaba de la montaña, el escorpión rasgaba el suelo con sus ocho patas desconfiando del entorno. También, el joven elefante bamboleaba sus ancas a uno y otro lado con desconcierto.
    Las fuerzas empezaron a fallarles. Estaban hambrientos y la noche los cubría con su penumbra.
   —Descansemos un rato bajo el fresco cobijo de los árboles para encontrar alimento. Estiraré mi trompa para comerme las hojas de las ramas más flexibles.Y tú, escóndete debajo de la piedra repleta de hormigas, así podrás darte un festín.
    —Ven p'acá atontao, que te voy a aviar de un escopetazo —exclamó un rudo cazador, apuntándole con la barbilla hacia delante en forma desafiante y la linterna enfocándole a los ojos.
   —¡¿No me has oído, puto gilipollas?! —insistía el energúmeno, disparando al aire. —Entonces el escorpión, que le había escuchado, le clavó su aguijón en una pierna hasta obligarle a huir del pánico.
    —¡Gracias compañero, me has salvado la vida! Ahora, acabemos de llenar el estómago y a descansar—finalizó el joven elefante.

Al otro día, reanudaron la marcha en busca de la familia del joven trotamundos. En cuanto aparecieron en el claro del bosque, una manada de elefantes les recibió barritando y levantando sus trompas, mientras el más joven se arrimaba a la matriarca para recibir sus carantoñas.
El escorpión los miró algo asustado, pensando que su aventura terminaba allí, de modo que giró sus patas y empezó a moverse.
     —No te vayas, mi familia debe saber que me salvaste la vida —le advirtió, exhalando un sonoro barrito, que imitaron los demás. —Luego prosiguió explicándoles la hazaña.
     —Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano, y como tal, así te trataremos —sentenció la matriarca.
     —Lo siento, pero quiero volver mi cueva. Su hijo me prometió encontrarla. Soy un anciano y algo no va bien en mi cabeza —se lamentó el escorpión.
     —En ese caso, te ayudaremos. Dinos qué árboles hay cerca, cuáles especies habitan por allí, los sonidos que escuchas...
     —Solo recuerdo que hay una catarata rodeada de cafetales. Escucho los cantos de los colibríes y las aves del paraíso cuando amanece. Mis vecinas son un ejército de hormigas, una colonia de mariposas y una extensión de telares, repleta de arañas.
    —¡Sí, ya sé dónde está! —exclamó emocionado uno de los elefantes. Mañana te conduciré hasta allí.
     —Yo quiero acompañarle —dijo el pequeño elefante.

     Pasado un tiempo, un famoso biólogo publicó en Internet un artículo con una foto de un tierno elefante que se fue a vivir cerca de una cueva donde habitaba un anciano escorpión.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

enero 29, 2020

La magia de la naturaleza

enero 29, 2020 34 Comments
Fotomontaje de Estrella Amaranto
¡Hola a todos!
En esta ocasión os presento un nuevo relato donde el título tiene mucho que ver con el mensaje y parte de la historia, en la que hay algo de distorsión de la realidad o de estilo surrealista, dentro de la realidad en la que transcurren los hechos.
Con el propósito de que os resulte una lectura fluida e interesante en todo momento, no me ha quedado otra solución que además de la parte descriptiva haya osado incluir  diálogos con verbos discendi y no discendi, que por la dificultad que supone escribir correctamente los incisos, pues ya me diréis si he cometido o no algún fallo.
Sé que a simple vista también os pueda parecer algo extenso, pero estoy convencida de que si os lo hubiese sintetizado o escrito en dos partes, perdería completamente su encanto y fácil lectura. Otra solución es que cuando dispongáis de tiempo suficiente lo leáis tranquilamente para su mejor aprovechamiento y comprensión.
¡Ojalá su creatividad os sorprenda gratamente!
Muchas gracias por vuestros amables, además de valorados comentarios y observaciones.

Entró en su despacho, vio los documentos que estaban sobre la mesa, pero desvió la vista y antes de sentarse prefirió mirar el cielo desde el amplio ventanal que cubría una sección de la pared chapada en madera de roble, en aquel impresionante espacio donde la luz natural entraba a borbotones expandiéndose por todas partes.
El móvil de la oficina sonaba con insistencia; le buscaban de todos lados para requerir su ayuda. Dejó que continuase llamando hasta que lo descolgó por fin sin disculparse por la demora. Saludando con descortesía, gruñó un par de órdenes, aguijoneando a su interlocutor y colgó inclemente.
—¡No hay manera de encargarles nada! —rugió encolerizado frunciendo el ceño y apretando los puños con fuerza.
Anabela entró en el despacho, situado en la trigésima segunda planta de un imponente rascacielos en la zona empresarial de una importante metrópoli. Allí estaba situada la sede de la compañía que él dirigía.
—Don Gregorio ¿ya ha firmado los contratos que le dejé encima de su escritorio? —indagó la mujer con voz apenas audible.
—¡Ah! Los papeles de los arrendamientos de los terrenos rurales —se percató mientras sujetaba nerviosamente entre sus dedos el bolígrafo, para estampar su firma en cada documento y se los devolvió—. ¡Aquí los tiene! Envíe una copia a Dionisio Blanes lo antes posible.
Doblando el cuello y agachando la cabeza, Anabela salió sin emitir palabra alguna. El tal Dionisio no era más que un perro guardián, ex jefe de la policía nacional expulsado del cuerpo por ilícitos negocios y el mejor espécimen para amenazar a los agricultores y obligarles a vender sus tierras o cultivar aquello que el dueño les ordenase.
Gregorio Malpaseda creyó que ya le había llegado el momento de terminar la jornada, por lo que como era su costumbre salió sin despedirse de nadie. Se montó en el ascensor para los directivos y apretó el botón del garaje.
En el camino de vuelta a casa, los transeúntes parecían distraídos sin apreciar el valor del tiempo. Con las nuevas cosechas que pensaba implantar en los terrenos de su propiedad aumentaría el riego al doble, con lo que el consumo del suministro del agua sería mucho mayor y los accionistas estarían más satisfechos. Naturalmente, su jefe también lo estaría.
Sus depósitos de valores aumentarían vertiginosamente y podría adquirir el jet privado y el personal de vuelo necesario.
Al llegar a su domicilio, estacionó en el camino de gravilla blanca junto al jardín de su parcela. Descendió del auto y tropezó con el jardinero, que ya se marchaba.
—Oiga —le abordó. He terminado de podar los rosales, los hibiscos y los claveles y he trasplantado las begonias que estaban al otro lado del jardín. Es el lugar perfecto para que reciban más horas de luz solar y se protejan del viento.
—Sí.  De acuerdo, usted es el experto. —Sentenció Malpaseda, elevando una esquina de la boca y la otra formando una medio sonrisa, apretando los labios—. ¡Vaya tocapelotas! —masculló luego, cuando se cercioró de que no le oía. Sin embargo, el jardinero le había escuchado el insulto.
—La naturaleza es sabia. No hay que enfrentarse a ella —farfulló el afable individuo.
Entonces abriendo la mano, dejó escapar al aire una minúscula semilla que la brisa empujó a través del hueco de una ventana, quedando enganchada en el gabán que dejó sobre el alféizar.
Pasó el resto del día con su esposa e hija, cenando con ellas y acostando después a la pequeña. Leyendo los correos y mensajes del móvil; conversando unos minutos con su mujer hasta que se fueron a dormir. Hacía años que ya habían perdido su interés por el sexo, de manera que enseguida cayeron en brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente Gregorio llegó el primero a la oficina. Solo tres o cuatro empleados se hallaban en sus puestos y le saludaron afablemente. Él girando para otro lado la cabeza los ignoró por completo y se metió en su despacho.
Se dirigió al perchero para colgar su gabán, acomodándose en su escritorio, desplazando el sillón hasta quedar centrado y luego revisó el móvil, realizando algunas llamadas rutinarias. Entre ellas, a su hombre de confianza, Dionisio Blanes.
—¡Procura que las tierras queden hoy repobladas y listas para la siembra! —ordenó, mientras una diminuta espora se escapaba del paño azul oscuro de su gabán.
—¡Perooo... dame tiempo! ¡Aún no he reunido a todos!. —Se excusaba tratando de mitigar la tensión con su interlocutor y pensando en las consecuencias si no le complacía.
—¡No me cuentes chorradas! —vociferó Malpaseda —. Ya sabes de otras veces lo que debes hacer. ¡Nada de contemplaciones! —exigió, con una inflexión en el timbre de voz. Lo cual provocó, que saliera de la manga del gabán un diminuto tallo verde con algunas hojitas.
—¿Me vas a contar que no puedes desafiar a unos simples campesinos? ¡Venga tío! ¿para qué te pago? ¡Cada día que pasa me estás haciendo perder dinero! ¿Todavía no te has dado cuenta? ¡Espabílate, mamarracho! —rugía Gregorio, importándole un bledo el aprieto de Dionisio, quien continuaba sudando la gota gorda sin hallar solución.
Aquel diminuto brote que comenzó asomando en la manga del gabán ya alcanzaba el suelo y se había ramificado en poco tiempo.
—Me da igual tu método para cumplir mis órdenes, pero te aviso ¡debes hacerlo pronto! —Procura que mañana entren las máquinas a despejar el terreno y quitar las malas hierbas.
Junto a las ruedas del sillón, las ramitas se había enrollado creando una maraña de hilos y hojas que se habían originado a través del paño azul del gabán. Aquel extraño vegetal no paraba de crecer y las ramas se volvían cada vez más gruesas trepando hacia el asiento. Increíblemente la velocidad de crecimiento era alucinante. Malpaseda en su ofuscación por coaccionar al excomisario permanecía ausente de semejante prodigio. En tanto él chillaba y amenazaba a su perro guardián, la planta embrujada, que surgió de tan diminuta semilla, lanzada al aire por el jardinero, y que había ido a parar a su abrigo, ahora ya cubría el respaldo del sillón. Al darse cuenta de su presencia era muy tarde. Sus piernas se veían atadas por aquellos tallos, que no paraban de aferrarse con más fuerza a su cuerpo. No pasó mucho tiempo cuando ya era preso y ramaje seguía subiendo por la espalda.
—¡Socorrooo! ¡Que alguien me ayude! ¡Diablos, todavía no ha llegado Anabela! —atisbó a decir en el instante de que la planta le aprisionaba el brazo que trató de estirar para tocar el timbre de alarma que tenía instalado debajo de la mesa. Tampoco le valió intentarlo con el otro, su ramaje también lo sujetaba implacable.
Anheló gritar y empezó a desgañitarse, pero cuando abrió la boca, otra planta se hundió en ella y la tapó con sus hojas hasta que su voz se apagó, ahogada en el silencio. El pánico se apoderaba de aquel miserable, sus ojos abiertos, igual que sus labios, mostraban el terror que se adueñaba de su espíritu. Las robustas ramas le comprimían el cuello casi estrangulándolo. Sus frondas ya le envolvían el rostro, tan solo una pequeña porción de su cabellera despuntaba en lo alto. Todo el sillón se había atestado de extraño verdor. Gregorio Malpaseda estaba completamente inmovilizado y tenía dificultad para respirar, no oía ni veía nada, tampoco podía hablar.
Preso de la desesperación realizó un ímprobo esfuerzo logrando magullar con un dedo una de las ramas de la planta, lo que suscitó que la fuerza que atenazaba su mano se volviera aún más consistente, lo que aumentó su desasosiego.
Ensalivando la boca para expulsar las hojas que la embozaban y con un ímpetu sobrehumano sopló, consiguió desprenderse del ramaje que le rodeaba. Gritó con todas sus fuerzas hasta que su esposa le preguntó: «¿Qué te sucede? ¿Has tenido una pesadilla?». Él se quedó mudo. No acababa de salir del sueño y le costaba pasar de aquel estado de modorra, al de vigilia. Lentamente tomaba conciencia de que muy probablemente las sábanas se le habían enrollado al cuerpo y era esto lo que le impedía moverse y respirar.
—Tranquila florecita, no me pasa nada. Sigue durmiendo, todavía es temprano —balbuceó tratando de sosegarla.
Ella le obedeció, aunque sorprendida. ¿Florecita? Hacía tanto que su marido se había olvidado de llamarla así, que fuera lo que fuera el motivo de la pesadilla, a ella le empezó a gustar. Estirando los brazos se giró para el otro lado y volvió a dormirse.
Al amanecer ya estaba levantado, pero antes de ducharse, vestirse y tomar el desayuno, rodeó a su mujer en sus brazos y le dio un cariñoso beso en la frente. Ella, medio dormida, le sonrió sin emitir palabra. No le importó preparar él solo el café y las tostadas, se sentía tan distinto al Gregorio que conocía, que después de tantos años atragantándose por las prisas, ahora, de manera diferente, saboreaba cada sorbo de aquella amarronada bebida.
Al salir al jardín encontró al jardinero, inmerso en sus tareas cotidianas. Sonriendo le dio los buenos días y se dispuso a subirse al coche. El hombrecillo se giró desde el seto para contestarle.
—No se preocupe Don Gregorio, cuidaré de su jardín. Sin duda, le veo diferente a otros días y me parece magnífico —pensando que hasta ese momento nunca le prestó la más mínima atención. —Tampoco se había inmutado, lo que le hizo recordar sus palabras del día anterior cuando ambos se tropezaron:
«La naturaleza es sabia. No hay que enfrentarse a ella».

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados