Emma y Cosme
Estrella Amaranto
marzo 11, 2020
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«No existe la casualidad ni las coincidencias —pensé—, asombrándome al verme reflejado en el ámbar de tus ojos, aunque me limité a seguir tu juego.»
Meses después acordamos mis honorarios de detective privado. Luego, te volteaste al cerrar la puerta de mi despacho, como si se fuera la de una cafetería, de la que ni siquiera observaste su mobiliario o al camarero que gentilmente te sirvió un refresco. Me quedé embobado, con el contorno de tu cuerpo flotando en mi cabeza; tu costumbre de hablarme moviendo las manos, el tono nasal de tu voz, las pausas, tu elegante vestido y una inmensa tristeza con la que forzaste una sonrisa para despedirte.
Al poco tomé la cámara Réflex y salí a la calle. Tenía tiempo de deambular por el casco urbano, de desaparecer entre el paisaje y la multitud que me rodeaba. Un insignificante hombrecillo de mirada gris y zapatos grises haciendo juego con la gabardina. Sí, un auténtico hombre invisible, esfumándose dentro del halo ceniciento que me perseguía como una maldición.
Sumergido en el frío de la noche miraba los escaparates opacados por el vaho de la helada. Me parecieron pequeños decorados de un escenario que se esfumaba en medio de la niebla. Las casas en penumbra con sus lúgubres contornos, se arrimaban unas a otras buscando protección contra algo impreciso, algo que podría aparecer deslizándose entre la bruma.
«Te vi aparecer en la puerta del hotel despidiéndote de un desconocido, besándole en los labios, autómatas dentro de un juego macabro —pensé malhumorado—, mientras os enfocaba con el objetivo de mi cámara para obtener las instantáneas.»
Las calles empapadas de vapor atenuaban el destello de las farolas, dulcificando las esquinas envueltas en una capa blanca de polvo húmedo y rancio, consumidas por el vacío del silencio.
Vuestros contornos se desdibujaban en dirección opuesta, él ascendiendo la cuesta y tú descendiéndola hasta el aparcamiento.
Tomé un taxi y le pedí al conductor que siguiera a tu vehículo. Transcurrieron unos minutos en silencio mientras mi corazón se aceleraba a medida que el taxi avanzaba en la persecución.
Me apeé cubierto de bocanadas de la niebla disipando mi figura casi invisible y me desplacé con sigilo hasta tu domicilio.
Caminaba sobre la acera, cuando unas voces me indujeron a girarme. Entonces, os volví a ver, discutiendo delante de la casa.
—Espera, perdóname, no debí dejarte marchar sola del hotel.
—Pe...ro... ¡¿Estás colocado o te volviste majareta?!
—¡Qué tontería! ¡Estoy limpio!
—Me estás vacilando, te conozco. Quieres dormir en mi casa, pero esta vez no te saldrás con la tuya.
—Te equivocas, churri.
—¡Seguro que te metiste en otro follón y buscas refugio!
—¿De qué película me hablas? ¡A las mujeres os sale humo por la cabeza de tanto pensar! Venga, vámonos que con esta rasca se me congela hasta el nabo.
—Como siempre, pensando en tu nabo y no en mí. ¡Lárgate, no me apetece!
—En fin, como mi cuchi diga.
Afuera se iba disipando la niebla, lo mismo que en mi cabeza... Me acerqué al portal y antes de que se cerrase la puerta me colé dentro.
—¿No pudiste sacar las fotos que te pedí? ¿Por qué vienes a estas horas a mi casa? —me bombardeaste con tus preguntas, levantando las cejas y examinándome con la mirada.
—No es eso, Emma, déjame que te lo explique.
—Es algo tarde, pero sube.
Cuando abriste la puerta del apartamento sentí un fuerte pinchazo en el estómago y mi arruga en el entrecejo se acentuó.
Me aconsejaste pasar al salón mientras te cambiabas de ropa. Durante esos minutos curioseé por el pasillo hasta toparme con una chica que me recordó a mi madre de joven. Me quedé ensimismado.
—¿Le ocurre algo? Se ha puesto muy blanco. Ahora, le traigo un vaso de agua. ¡No se vaya! —me advirtió la muchacha levantando una mano y llevándosela a la boca para taparla con los ojos muy abiertos.
—¿No tenías que estar con tu padre? ¿Por qué viniste sin avisarme? —interpeló Emma, desquiciada por completo.
—Mamá, no entiendo por qué de repente te desquicia mi presencia. Hay un hombre que necesita ayuda y encima es más atento que papá. ¡Ojalá, él fuera mi padre!
—¿Qué insinúas? ¡Sal de casa inmediatamente! ! ¡No pintas aquí nada!
—¡Tranquilízate Emma y no trates así a mi hija!
—¡Qué chorradas dices! ¿Para qué has venido?
—De nada te valen las excusas, ella es el vivo retrato de mi madre y lo sabes muy bien. ¿Quieres que vaya a la policía? Conozco los turbios negocios que manejas con el sinvergüenza de tu marido.
—Discúlpame pero solo sé que te llamas Cosme y trabajas como detective privado.
—Emma, deja de fingir, te reconocí el primer día que pisaste mi despacho.
—No sé concretamente a qué te refieres con eso.
—¿Qué me dices de aquel chico tímido que se te declaró antes de irse de vacaciones y luego no volviste a ver porque te cambiaste de domicilio?
—Si así fuera ¿por qué no me lo dijiste el primer día que fui a tu despacho? ¿Por qué ahora?
—No es tan fácil como piensas. Cuando apareciste, me dio un vuelco el corazón y noté la misma sensación que al despedirnos aquel verano. Con el mismo nudo en la garganta temiendo otra nueva despedida, quizás la última. Pensé que preferías pasar página y de algún modo lo estuve intentando, aunque ya no logro aguantarme.
—¿El qué, Cosme?... Siempre tan retraído. Ha pasado mucho tiempo y no soy la misma.
—¡Claro, te has vuelto impasible! Supones que voy a quitarte a tu hija... En realidad, nuestra hija, Emma y acaba de decirte que me prefiere como padre. Eso te ha jodido. ¿De qué vas ahora rodeándote de carroña para obedecer al golfo de tu marido?
—¡¿Qué dices?! ¡Te has vuelto loco! Ernesto es mi marido y el padre de Vane.
—¡No, mientes! ¡Mi madre y ella son como dos gotas de agua! ¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo? Con una prueba de ADN se soluciona rápido.
—Sí, mamá, yo también quiero hacérmela.
—¡Está bien! ¡Él es tu padre!
—¿Por qué me lo has estado ocultando, Emma?
—Porque cuando me quedé embarazada tú no tenías oficio ni beneficio. Por eso, mis padres decidieron cambiar de barrio y evitar que nos viésemos.
—Tuviste tiempo de sobra para explicármelo y no lo hiciste. Solo volviste para aprovecharte de mi experiencia laboral, convencida de que seguía siendo el chico cándido, incapaz de remover el pasado. ¡Te equivocaste!
—No te enfades, Cosme, no quería llegar a esto. Rehice mi vida gracias a Ernesto, él siempre me ha apoyado, incluso le ha puesto a Vane su apellido. Es un buen hombre y no admito que le insultes.
—Ese mal nacido te ha obligado a prostituirte y ser su compinche. ¡Sepárate de él y formalicemos nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, soy el auténtico padre de Vane y eso nos ayudará.
—No es así de fácil, Cosme, mi marido también es un sicario y puede acabar con los dos. Evitemos más desgracias.
—Aunque ya no confíes en el amor, yo sí y quiero hacerte feliz. No sabes el esfuerzo que me ha costado ser testigo mudo de tu desesperación. Demasiado tiempo sin poder evitar el encanto que me produce tu belleza y el deseo de tenerte en mis brazos para siempre. No puedo dejar de amarte ni tengo miedo a Ernesto. Lucharé por vosotras, porque desde que te presentaste en mi despacho con la mirada vacía, supe que no existe la casualidad ni las coincidencias, estamos predestinados el uno al otro.
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