La lavandería
Estrella Amaranto
junio 01, 2020
29 Comments
Fotografía de Sara Shakeel |
Queridos amigos y seguidores:
Me gustaría veros recuperar la confianza para retomar el pulso de vuestras vidas y que evitéis en lo posible no dejaros engañar por tanta propaganda alarmista. De ahí que os propongo una pequeña reflexión:
Teniendo en cuenta que según la OMS el covid19 se contagia solamente cuando alguien estornuda o tose enfrente de nosotros a menos de un metro de distancia y no estamos protegidos con mascarillas y guantes, entonces esto no justifica los confinamientos, ni el cierre de empresas o que la economía mundial se paralice.
No es conveniente que nos atemoricen con el uso obligatorio de mascarillas en lugares públicos al aire libre y respetando la distancia obligatoria.
Si en casa no nos ponemos la mascarilla ¿por qué debemos llevarla cuando conducimos nuestros vehículos privados o cuando estamos solos o en familia en mitad de la naturaleza o en parques y calles medio vacías?... Evitemos caer en alarmismos absurdos o en restricciones que nos privan de nuestras propias libertades.
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Seguidamente os invito a la lectura de esta historia que me inspiró la imagen que encabeza la entrada y que además la he construído con pinceladas de realismo mágico.
Muchas gracias un día más por llegar hasta aquí para dejarme vuestras interesantes impresiones. ¡Nos seguimos leyendo!
Me gustaría veros recuperar la confianza para retomar el pulso de vuestras vidas y que evitéis en lo posible no dejaros engañar por tanta propaganda alarmista. De ahí que os propongo una pequeña reflexión:
Teniendo en cuenta que según la OMS el covid19 se contagia solamente cuando alguien estornuda o tose enfrente de nosotros a menos de un metro de distancia y no estamos protegidos con mascarillas y guantes, entonces esto no justifica los confinamientos, ni el cierre de empresas o que la economía mundial se paralice.
No es conveniente que nos atemoricen con el uso obligatorio de mascarillas en lugares públicos al aire libre y respetando la distancia obligatoria.
Si en casa no nos ponemos la mascarilla ¿por qué debemos llevarla cuando conducimos nuestros vehículos privados o cuando estamos solos o en familia en mitad de la naturaleza o en parques y calles medio vacías?... Evitemos caer en alarmismos absurdos o en restricciones que nos privan de nuestras propias libertades.
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Seguidamente os invito a la lectura de esta historia que me inspiró la imagen que encabeza la entrada y que además la he construído con pinceladas de realismo mágico.
Muchas gracias un día más por llegar hasta aquí para dejarme vuestras interesantes impresiones. ¡Nos seguimos leyendo!
Tomás había dejado de beber hacía tiempo, pero aún así cogió una botella de whisky sin abrir que alguien puso sobre la mesa. Aquel ademán resultaba considerablemente familiar: rompió el sello con la uña del pulgar, desenroscó el tapón y cuando iba a llevársela a la boca se quedó pensativo durante unos segundos... ¡No, ya basta!
Ya no era el joven adolescente rubio cuya vida revoloteaba entre hacer pellas en las clases de la mañana del instituto o colocarse de alcohol y drogas cada fin de semana. Se había hecho mayor, como le ocurría a todo el mundo, pero estaba claro que ahora se había vuelto más responsable y quería cambiar el rumbo del pasado.
En la actualidad, como estudiante universitario, apenas disponía de espacio en aquel reducido apartamento, que compartía con otro joven, por lo que enseguida comprendió que algunas de sus necesidades debía solucionarlas fuera, por ejemplo dedicar una tarde a la semana, para realizar su colada en una de las lavanderías más próximas del barrio.
Por la mañana había tenido que asistir a varias clases presenciales obligatorias en la universidad, todavía no era mas que un pobre novato demasiado joven e inexperto dentro de aquel ambiente tan bullicioso, rodeado de una ingente cantidad de personas deambulando constantemente por todo el campus, un territorio «comanche» imposible de abarcar y donde las relaciones sociales entre alumnos y profesores requiere de paciencia, observación y mucha perspicacia.
Existían casos de estudiantes, que después de mucho esfuerzo por demostrar su talento intelectual, apenas lograban obtener unas calificaciones que hicieran justicia con su buen rendimiento en las aulas, en cambio, otros más afortunados, conseguían el mayor éxito del mundo, aunque su valía era bastante dudosa.
La obligación de saber administrar el tiempo era algo crucial; ser puntual, planificar las tareas para obtener buenas calificaciones en los exámenes o llevar una vida social agradable, eran otros requisitos indispensables para mantener a flote la moral de cualquier estudiante.
A Tomás le gustaba experimentar la novedad de estar fuera de casa por primera vez, lo que estimulaba su imaginación y le hacía sentirse libre, aunque tenía demasiado claro que no debía recaer en los vicios del pasado, por lo que ahora pensaba que lo más conveniente era tratar de aprovechar al máximo el tiempo para aprobar la carrera. Luego, ya vería cómo resolver su vacío existencial.
Recostado en el sofá leyendo una novela de terror sintió agarrotarse los músculos y entumecerse el pensamiento... Las horas pasaban y el libro acabó cayendo al suelo...
Cogió una bolsa de deporte con la ropa sucia y se dirigió hasta la lavandería. No obstante, aquella vez le pareció demasiado extraño la gran agilidad de sus movimientos al desplazarse, sin apenas notar cansancio físico. El paisaje parecía mantenerse en una extraña coloración y los viandantes con los que se cruzaba tenían una inexpresiva mirada en sus rostros.
Cuando accedió al establecimiento algo le hizo retroceder el paso. De forma instintiva se frotó los ojos y trató de enfocar la mirada hacia lo que le pareció estar fuera de lugar, pues no halló normal aquella extraña visión, unas piernas de mujer colgando en el borde del tambor de una de las lavadoras...
—¿Qué era aquello? —se preguntó desconcertado, pensando si debía o no llamar a la policía.
La máquina aún estaba repleta de detergente y líquido, por lo que debido al inusual encajonamiento de aquel «cuerpo extraño» se había parado. Tan siniestra escena mostrando las extremidades que asomaban por la escotilla de la lavadora, le hicieron pensar en un final espeluznante.
—¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —escuchó aterrado aquellos gritos de socorro. Sin embargo, el miedo le mantenía paralizado completamente.
—¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —repetía aquella voz femenina, mientras otra voz mucho más cercana le decía al oído: «¡Tomás, despierta, ya es hora de irnos a la lavandería!».
En la actualidad, como estudiante universitario, apenas disponía de espacio en aquel reducido apartamento, que compartía con otro joven, por lo que enseguida comprendió que algunas de sus necesidades debía solucionarlas fuera, por ejemplo dedicar una tarde a la semana, para realizar su colada en una de las lavanderías más próximas del barrio.
Por la mañana había tenido que asistir a varias clases presenciales obligatorias en la universidad, todavía no era mas que un pobre novato demasiado joven e inexperto dentro de aquel ambiente tan bullicioso, rodeado de una ingente cantidad de personas deambulando constantemente por todo el campus, un territorio «comanche» imposible de abarcar y donde las relaciones sociales entre alumnos y profesores requiere de paciencia, observación y mucha perspicacia.
Existían casos de estudiantes, que después de mucho esfuerzo por demostrar su talento intelectual, apenas lograban obtener unas calificaciones que hicieran justicia con su buen rendimiento en las aulas, en cambio, otros más afortunados, conseguían el mayor éxito del mundo, aunque su valía era bastante dudosa.
La obligación de saber administrar el tiempo era algo crucial; ser puntual, planificar las tareas para obtener buenas calificaciones en los exámenes o llevar una vida social agradable, eran otros requisitos indispensables para mantener a flote la moral de cualquier estudiante.
A Tomás le gustaba experimentar la novedad de estar fuera de casa por primera vez, lo que estimulaba su imaginación y le hacía sentirse libre, aunque tenía demasiado claro que no debía recaer en los vicios del pasado, por lo que ahora pensaba que lo más conveniente era tratar de aprovechar al máximo el tiempo para aprobar la carrera. Luego, ya vería cómo resolver su vacío existencial.
Recostado en el sofá leyendo una novela de terror sintió agarrotarse los músculos y entumecerse el pensamiento... Las horas pasaban y el libro acabó cayendo al suelo...
Cogió una bolsa de deporte con la ropa sucia y se dirigió hasta la lavandería. No obstante, aquella vez le pareció demasiado extraño la gran agilidad de sus movimientos al desplazarse, sin apenas notar cansancio físico. El paisaje parecía mantenerse en una extraña coloración y los viandantes con los que se cruzaba tenían una inexpresiva mirada en sus rostros.
Cuando accedió al establecimiento algo le hizo retroceder el paso. De forma instintiva se frotó los ojos y trató de enfocar la mirada hacia lo que le pareció estar fuera de lugar, pues no halló normal aquella extraña visión, unas piernas de mujer colgando en el borde del tambor de una de las lavadoras...
—¿Qué era aquello? —se preguntó desconcertado, pensando si debía o no llamar a la policía.
La máquina aún estaba repleta de detergente y líquido, por lo que debido al inusual encajonamiento de aquel «cuerpo extraño» se había parado. Tan siniestra escena mostrando las extremidades que asomaban por la escotilla de la lavadora, le hicieron pensar en un final espeluznante.
—¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —escuchó aterrado aquellos gritos de socorro. Sin embargo, el miedo le mantenía paralizado completamente.
—¡Ayúdeme a salir de aquí! ¡No estoy muerta! —repetía aquella voz femenina, mientras otra voz mucho más cercana le decía al oído: «¡Tomás, despierta, ya es hora de irnos a la lavandería!».