Los Trópez
fotomontaje de Estrella Amaranto |
Os informo de que ya está aquí la 4ª Temporada del Concurso Literario El Tintero de Oro en su XXV Edición, correspondiente al mes de febrero de 2021 para homenajear a Tom Sharpe, autor de la afamada novela Wilt. Espero que también os animéis a participar, para ello os incluyo los requisitos y mi propio relato.
REQUISITOS FORMALES
- Solo un relato por autor y blog.
- El relato debe publicarse en el blog del autor del 1 al 15 de febrero de 2021
- La extensión del relato no deberá superar las 900 palabras.
- Para participar, bastará con añadir el enlace a vuestro relato en los comentarios de la entrada del blog del Tintero de Oro que dé inicio a la convocatoria.
- Tema: un conflicto de pareja narrado en tono humorístico.
Sin entrar en muchos detalles, me limito a ofreceros la lectura de mi propuesta y os agradezco vuestros amables y siempre valorados comentarios. Como es mi costumbre os intentaré devolver vuestras huellas con mucho gusto.
Hoy, sin ir más lejos, la voz de Ágata se ha vuelto un moscardón persiguiendo a su pareja.
—Tenemos que hablar —determina con aplomo, clavándole la mirada.
—¿Qué te ocurre?
—Tranquilo, aún no me he planteado la separación, pero no la descarto. ¿Y tú...?
—Intentemos alcanzar la orilla.
—¿Qué orilla?, si no hay horizonte.
—Francamente, me importan un bledo tus chorradas. ¡Estoy harto!
Tras el mazazo, ella comienza a descargar un tornado de reproches sobre los amplios hombros de su pareja, haciéndole culpable, para luego acomodarse en la silla de madera maciza con las rodillas separadas, detrás de la mesa, concentrada en la lectura de una novela, acariciando los bordes con las puntas de los dedos.
Resuelto a limar los filos de la discordia, Gonzalo formula la misma pregunta de las siete y veinticuatro de la tarde al expirar el otoño, sobre la disfunción lumínica que propicia el tenue resplandor que traspasa las cortinas, predispuesto a encender la lámpara de pie metálica junto a la ventana. Esta vez, para fastidiarle, ella le ignora, sin emitir palabra.
A través del pasillo, sobresale la voz entrecortada de la abuela, que pregunta por su marido, sin tener en cuenta la idea de su fallecimiento, o para ser exactos, fantasea con su presencia con tal de incordiar al yerno, a quien detesta como a las coles de Bruselas.
—¿Dónde está Marlon?
—¡Cállese, cotorra! Se llamaba Manolo y no Marlon. —Implosiona Gonzalo como una bomba de relojería, en su animadversión hacia la suegra, tan culta y atildada.
—¡Gooool, gol, gol, gol! —chilla Raúl, deshilachando los flecos de los cojines de algodón del asiento y sujetando con las piernas un cubo de palomitas.
—¡Ay, hijo mío!, dile a Marlon que baje a la farmacia a por mis medicamentos.
—¡Joder, «agüela», eres una plasta! —refunfuña, manteniendo la vista fija en la pantalla del televisor.
—Niño, habla bien y no le faltes el respeto, porque te vas a tu habitación sin el móvil —objeta Ágata, para luego encararse con Gonzalo y apremiarle a traer las medicinas.
—Deja de tocarme los cojones; vete tú, que es tu madre.
—El 9 del Granada recoge un balón cerca de la portería tras un córner después de regatearle la pelota a su contrincante y lanza el esférico con el pie izquierdo a la línea de meta, empatando el partido —interrumpe la voz del comentarista deportivo.
—Baja el volumen, ¡me duele la cabeza! —protesta Ágata.
—Sí, las pastillas para la jaqueca son las que me hacen falta. ¿Dónde está Marlon?
—Que se te va la olla, «agüela»; que el «agüelo» es un fiambre.
—No, no me apetece comer fiambre y dile a tu padre que no tire la ceniza del cigarro encima de mis zapatillas.
Cuando la turbulencia en el entorno consigue atenuar las aguas, el timbre de la puerta espolea a Gonzalo a recibir la visita. Es la vecina que viene a devolverles un molde de pastelería.
—¿Qué tal, Merche? Pasa a la salita.
—Si ya me voy, tengo a los diablillos sueltos por la casa.
—Discúlpame, voy a cortar el césped del jardín.
—¡Ah!, que hoy tampoco puedes... Siempre que vengo te escaqueas de nosotras con cualquier excusa, ¿eres de la acera de enfrente?
—¡Ups! ¡Repítelo, estoy algo sordo!
—Que si eres un mariquita.
—Ja, ja, ja... ¿Cuánto hace que no te echas un buen polvo?
—¡Hola! Estás guapísima. Y tú, Gonzalo, ¿de qué te ríes?
—Creo que le hizo gracia que le llame marica. Por cierto, toma el molde.
—No me he reído por eso, sino porque llevas la espalda manchada de pintura.
—Anda granuja, vete a cortarle los huevos al césped —le escupe literalmente a la cara, Merche, colocando los brazos en jarras.
—Sí, cariño, cáscatela detrás de los rosales y de paso alégrale el día al mariposón del ático.
—¡No me digas que a tu pichón le van los nabos! Ahora mismo llamo a mi madre para que se lleve a los niños y me lo cuentas todo con detalle.
En el jardín, Gonzalo, repantingado en una hamaca, otea la terraza del ático y llama al vecino.
—¡Hola! ¿Qué haces?
—De pensarlo, la tengo dura; necesito verte.
—Pero tío, no me vaciles que subo y te corto la yugular.
—Ja, ja, ja... Si subes te costará cien pavos por polvo oral. De lo demás, olvídate.
Un leve chasquido metálico en la cerradura distrae la atención de las amigas que todavía ventilan los últimos incidentes reinantes entre la pareja.
—¡Caray, es tardísimo! Tengo que marcharme.
—¿Qué ocurre, Gonzalo? ¿Por qué tienes arañazos en los brazos y un moretón en el rostro?
—¡Bah, no es nada!, me acabo de caer en el rosal con el cortacésped. Ya me pongo una bolsa de congelados y me desinfecto los arañazos.
—Vaya tunante que estás hecho. ¡Adiós! Yo me abro. Cuídate, te noto pálido.
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