Cita en el ambulatorio
Estrella Amaranto
junio 14, 2019
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Al subir las escaleras del ambulatorio notó un fuerte calambrazo en una pierna, que le hizo trastabillarse y rodar como un balón de playa hasta el descansillo, arrastrando en su caída a cuántos pacientes y acompañantes trataban de esquivarla a duras penas, entre aquella marabunta de gente, que a esa hora del mediodía, abarrotaban el centro hospitalario, y que con tan mala suerte tropezaron con Doña Hipólita, que así se llamaba nuestra protagonista.
La buena de Doña Hipólita tenía aprensión a los matarifes, que era lo que ella opinaba de tales profesionales de la salud, pues las experiencias acumuladas no le traían buenos recuerdos, más bien todo lo contrario, y para colmo de males, también era muy supersticiosa, con lo que dicha aparatosa caída la sobresaltó tanto, que se le pasó por la cabeza si era probable que fuera el anuncio de alguna desgracia, por lo que casi estuvo decidida a marcharse a su casa y pedir la consulta otro día que no estuviera gafado, pero después del trabajo que le supuso conseguir aquella cita, se dijo a si misma que no debía pensar en semejantes dislates y como pudo arrastró el trasero con las manos haciendo fuerza en el suelo y ladeando la cadera se giró hasta que logró ponerse de pie. A su alrededor se había agolpado un montón de curiosos, que con el móvil en mano, en lugar de ayudarla no paraban de hacerla fotos con el fin de colgarlas en las redes sociales.
—¡Anda, iros de aquí, cucarachas! ¡No os da vergüenza! —exclamaba fuera de si, dando golpes con su bolso a todos los que pillaba cerca.
Ya en la sala de espera, se acomodó en una silla con los brazos cruzados disimulando su vientre algo voluminoso, con el abrigo entreabierto rozándole el vestido a la altura de los muslos y los pies colgando. La ociosidad del momento la llevó a observar intensamente al resto de individuos que también esperaban su turno. Sus rostros le parecieron los de animales de un zoológico: la jirafa delgaducha y con el cuello tan pronunciado como si estuviera en estado de alerta permanente para que nadie se le colara, el tigre flemático con las piernas tan abiertas, que daba la impresión de estar exhibiendo el récord guiness del "tesoro platanero" que no le cabe en la entrepierna, la gacela de baja cama y alta "costura" con las uñas de garfios felinos deslizándose por la pantalla táctil a velocidad de crucero, el zorro y la zorra vigilando y sin mediar palabra, los gorriones en los cochecitos de bebé emitiendo en directo intermitentes berridos animando la mañana, las marmotas echando una cabezada, las ardillas sonriendo a pesar de la procesión que debían llevar por dentro, la mirada enigmática de los búhos, el cuchicheo de algunas ranas... Hasta que por fin escuchó su nombre y apellidos al dejar abierta la puerta el paciente que la precedía y la ansiedad la dejó la boca seca.
—Tome asiento y cuénteme qué le pasa Doña Hipólita.
—No sé que tengo, pero no me deja dormir.
—¿Tiene dolores, mareos, falta de sueño?... La noto demasiado pálida. ¿Cómo va de apetito?...
—Bueno, el caso es que no tengo sueño de noche y en cambio de día me caigo rendida en el sofá, con mi gata encima de mis rodillas roncando también.
—¡Claro, eso es normal! Si no duerme de noche es porque lo hace de día. Debe tratar de cambiar su horario biológico para adaptarlo a las horas de sueño.
—¡Ya quisiera yo! Pero tengo un vecino músico, que toca el trombón por las noches y luego su mujer no para de emitir gritos, susurros y gemidos. No sé si en realidad están dándose un buen homenaje o es que el "concierto" lo dan a dos manos... ¡Comprenda usted, que así no hay quien duerma!
—¡Cálmese doña Hipólita y súbase a esta báscula! La veo demasiado gruesa.
—¡Ayyy que me caigooo doctoraaa!
—¡Vaya por dios se acaba de hacer un esguince! Quédese ahí en el suelo, tal como está, que ahora la voy a poner un vendaje.
Justo en el instante de agacharse la facultativa, nota un tirón en la espalda a la altura de las vértebras lumbares, derrumbándose por el dolor. En esto que llaman a la puerta insistentemente y al abrirse aparece un hombre con bata blanca, que corre a auxiliar a ambas mujeres, quedando completamente abierta.
Los gemidos de la doctora junto a los gritos de la paciente, empiezan a llamar la atención del resto de personas de la sala espera, que poco a poco se asoman a mirar lo que ocurre.
El espectáculo no tiene parangón, dos mujeres en el suelo y encima el hombre de bata blanca haciéndole el boca a boca, primero a una y luego a la otra, ambas con las ropas sueltas y desabrochadas, sin zapatos y los ojos saliendo por las órbitas.
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados
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