La única heredera (cap. II)
Estrella Amaranto
agosto 12, 2019
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Cap. II
—¡Necesito que me prestes cincuenta euros! ¿Me has oído, huevón de mierda? ¡Ah, si no me los prestas, te los sirlo ahora mismo!
—¡Hija puta, deja mi cartera donde está o te reviento!
—ja,ja,ja... Tu no revientas ni a una mosca, capullo, bocachancla, caraculo...
—Suelta el billete o te rajo tu carita de gilipuertas —la amenazó blandiendo un cuchillo de cocina.
—¡Hija puta, deja mi cartera donde está o te reviento!
—ja,ja,ja... Tu no revientas ni a una mosca, capullo, bocachancla, caraculo...
—Suelta el billete o te rajo tu carita de gilipuertas —la amenazó blandiendo un cuchillo de cocina.
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Un leve taconeo irrumpió en el apacible silencio, que imperaba en aquellas tempranas horas de la tarde. La luz, que atravesaba las cristaleras de la escalera, iba proyectando la sombra en la paredes interiores del edificio, de alguien que parecía ocultarse bajo un disfraz eventual con unas gafas negras, que le cubrían la mitad del rostro, y un amplio pañuelo en la cabeza estampado con rosas y hojas verdes. Con premeditado sigilo se iba acercando a la puerta de la vivienda, de la cual tenía una llave. Una vez dentro, escuchó la pelea y los gritos procedentes del salón, sin embargo optó por pasar a su habitación y quedarse a oscuras sin inmutarse lo más mínimo, hasta que el forcejeo fue disminuyendo, lo que le animó a proceder con el plan fijado de antemano, consumando la muerte de la muchacha con dos incisiones en las sienes.
Después una escueta conversación en voz baja, según testificaría la vecina del piso de al lado y de la que únicamente pudo percibir algunas frases: «nunca me menciones o lo lamentarás de veras», «cambia de aspecto y consigue un pasaporte», «disimularé las pruebas para confundir a los polis», «si te detienen, en la cárcel estarás más seguro», «el botín nos lo repartiremos a partes iguales cuando cumplas la condena, como en otras ocasiones»...
Tuvieron tiempo de ducharse juntos, volver a desatar su lujuria con sus favoritas perversiones, besos interminables con profusión de obscenidades y miradas cómplices que ardían al atravesar sus pupilas. Fue una orgía completa de posturas imposibles y juegos de seducción que los condujo a experimentar la sensación y el vértigo de estar volando en una montaña rusa, con una óptima mezcla de adrenalina, serotonina y endorfinas, que los volvieron locos de placer, olvidándose por completo del asesinato.
Por fin, cada uno salió por separado y con sus respectivos «disfraces» para que nadie los pudiera reconocer fuera del edificio. Las pruebas ya estaban incorporadas con premeditación, así como la postura del cadáver en el centro del salón rodeado de un gran charco de sangre.
Después una escueta conversación en voz baja, según testificaría la vecina del piso de al lado y de la que únicamente pudo percibir algunas frases: «nunca me menciones o lo lamentarás de veras», «cambia de aspecto y consigue un pasaporte», «disimularé las pruebas para confundir a los polis», «si te detienen, en la cárcel estarás más seguro», «el botín nos lo repartiremos a partes iguales cuando cumplas la condena, como en otras ocasiones»...
Tuvieron tiempo de ducharse juntos, volver a desatar su lujuria con sus favoritas perversiones, besos interminables con profusión de obscenidades y miradas cómplices que ardían al atravesar sus pupilas. Fue una orgía completa de posturas imposibles y juegos de seducción que los condujo a experimentar la sensación y el vértigo de estar volando en una montaña rusa, con una óptima mezcla de adrenalina, serotonina y endorfinas, que los volvieron locos de placer, olvidándose por completo del asesinato.
Por fin, cada uno salió por separado y con sus respectivos «disfraces» para que nadie los pudiera reconocer fuera del edificio. Las pruebas ya estaban incorporadas con premeditación, así como la postura del cadáver en el centro del salón rodeado de un gran charco de sangre.
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Se iba extinguiendo la luz solar de forma gradual dando paso al crepúsculo. Nely prolongó su jornada otras ocho horas, aunque ya empezaba a sentir aquel molesto escozor vaginal, al que ya se había ido acostumbrando. No era una puta de lujo como para decir basta y sacudirse de en medio a tanto viejo verde, que eran al fin y al cabo, los que la sacaban de apuro, soltándole los cuartos de sus pensiones. Aguantó el tirón, a base de hacerles un francés o un griego con ayuda de lubricantes que suavizaran el dolor.
Cuando ya había logrado alcanzar la cifra mágica diaria, se retiró del callejón para internarse entre los vericuetos de aquella jauría de calles medio en penumbra, que la llevaban hasta el apartamento.
Se iba extinguiendo la luz solar de forma gradual dando paso al crepúsculo. Nely prolongó su jornada otras ocho horas, aunque ya empezaba a sentir aquel molesto escozor vaginal, al que ya se había ido acostumbrando. No era una puta de lujo como para decir basta y sacudirse de en medio a tanto viejo verde, que eran al fin y al cabo, los que la sacaban de apuro, soltándole los cuartos de sus pensiones. Aguantó el tirón, a base de hacerles un francés o un griego con ayuda de lubricantes que suavizaran el dolor.
Cuando ya había logrado alcanzar la cifra mágica diaria, se retiró del callejón para internarse entre los vericuetos de aquella jauría de calles medio en penumbra, que la llevaban hasta el apartamento.
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Alguien giró la llave en el interior de la cerradura y abrió la puerta de casa, lo que se encontró le dejó la mente en blanco, sin saber como debía actuar o a quien pedir ayuda. Su bloqueo mental no le dejaba posibilidad alguna de tomar decisiones. Con precipitación se fue hasta el baño a tomarse un calmante, que solía guardar su cuñada en el botiquín del armario. Al encender la luz descubrió un cuchillo de cocina ensangrentado, dentro del lavabo con el grifo abierto y varias prendas de ropa en la bañera, que por su aspecto debían ser el pantalón del chandal, la sudadera y la camiseta de su sobrino, Sebas.
Alguien giró la llave en el interior de la cerradura y abrió la puerta de casa, lo que se encontró le dejó la mente en blanco, sin saber como debía actuar o a quien pedir ayuda. Su bloqueo mental no le dejaba posibilidad alguna de tomar decisiones. Con precipitación se fue hasta el baño a tomarse un calmante, que solía guardar su cuñada en el botiquín del armario. Al encender la luz descubrió un cuchillo de cocina ensangrentado, dentro del lavabo con el grifo abierto y varias prendas de ropa en la bañera, que por su aspecto debían ser el pantalón del chandal, la sudadera y la camiseta de su sobrino, Sebas.
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