noviembre 04, 2019

El fuego de mis pesadillas

noviembre 04, 2019 27 Comments

Es la primera vez que tengo el gusto de presentaros un relato de género de terror, escrito conjuntamente con otras tres compañeras blogueras, para la iniciativa ¡Relatos colectivos! del blog de David Rubio Sánchez, EL TINTERO DE ORO y como anticipo de la fiesta de Halloween.

Permitirme que os de más detalles del nombre y formación de sus integrantes, así como de las direcciones de sus blogs, que si aún no habéis visitado, pues os los recomiendo.
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EL GRUPO POE

Quiero manifestar públicamente mi agradecimiento a todas mis compañeras por esta estupenda experiencia colectiva y felicitarlas por su gran trabajo. También hago extensivo dicho reconocimiento al auténtico promotor de esta experiencia, es decir, a nuestro compañero y estupendo escritor David, que ya he mencionado al principio, puesto que de no existir su blog, no se hubiera podido crear nada de todo esto.
En cuanto a vosotros, mis seguidores y compañeros de letras, por si todavía no habéis visitado los blogs de mis compañeras, pues ¿a qué esperáis?... ¡Seguro que en cada uno encontraréis algo que os guste y os apetezca seguirlo también!

Os dejo con la lectura de nuestro relato. ¡Qué lo disfrutéis y si el miedo os acecha mucho mejor! 😀😛😄
                        

Cada vez que cambio de casa me cuesta más conciliar el sueño, es como si tuviera un alarmante presentimiento de que algo terrible va a sucederme y así noche tras noche sufro espantosas pesadillas...

PRIMERA PESADILLA:

Escuché el timbre del teléfono del salón. Descolgué el auricular sin oír a nadie al otro lado de la línea, entonces interrogué: “¿Hay alguien ahí?”, sin obtener ninguna reacción; dejé pasar unos segundos hasta que colgué y me mantuve pensativa mirando el aparato, después me fui al estudio para seguir leyendo. No pasó mucho tiempo cuando volvió a sonar y lo cogí. Nuevamente no oí nada, aunque insistí: “Dígame, sí...” mas no hubo respuesta, cortándose de nuevo la comunicación, con lo que pensé que serían fallos técnicos. Justo en el momento de entrar otra vez al cuarto se repitió la misma llamada, por lo que pregunté si me escuchaba y por fin esta vez percibí un extraño goteo, cloc, cloc... Repetí de nuevo: “¿Quién eres?”, sin embargo, seguía sin contestación. Aquel mutismo me hizo retroceder y soltar el receptor. Entre tanto desconcierto, decidí irme al baño a refrescar la cara, no obstante, al acceder me quedé petrificada al contemplar a mis hermanos degollados dentro de la bañera y con el grifo abierto... Recorrí toda la casa buscando al asesino, pero no había nadie más que yo y las pastillas que el psiquiatra me recetó encima de mi mesita de noche.

SEGUNDA PESADILLA:

Caminaba entre las tumbas de aquel derruido cementerio y entre unos matorrales pude ver unos esqueletos en procesión cuando alguien me empujó y caí dentro de una de ellas. Me levanté y para mi sorpresa un largo sendero me invitaba a caminar bajo tierra. Caminé largo rato y al final del camino un ser abominable con un gran ojo en la frente me estaba esperando. Quise dar la vuelta y escapar pero una sustancia gelatinosa me tenía atrapada. Quise gritar pero mi boca no conseguía articular palabra y enmudecí mientras con sus garras me atrapaba.
Desde lejos unas voces le asustaron y me soltó. Corrí sin mirar atrás, hasta que las fuerzas me abandonaron. Gire mi cabeza y vi cómo se acercaba a grandes pasos una vez más, mientras una voz de ultratumba me decía:
—¡No conseguirás escapar, ríndete y todo se acabará!
—¿Qué quiere de mí?
—Tu corazón, ja ja ja —respondió entre carcajadas.
Recuperé las fuerzas y volví a correr pero esta vez no conseguí escapar y sentí sus garras abrazando mi cuerpo.
—¡¡¡Déjame fiera inmunda!! —grité entre sollozos.
Pero él seguía abrazándome fuertemente hasta que perdí el sentido y desperté.
—¿Qué sucede cariño?
—Otra pesadilla.

TERCERA PESADILLA:

Me fui desvaneciendo hasta fluir en el líquido onírico, donde me encontré con el rey de las tinieblas. Él me miró fijamente.
—No deberías haber venido aquí. —me anunció Belcebú. La horrible faz siniestra desplegó sus enormes fauces de piraña y me escupió un vaho podrido.
Me pellizque la mejilla, pero mi piel estaba tan congelada que no sentí nada.
Salté y corrí desesperada. Pero de un zarpazo con su lengua larga me atrapó.
—¡Aquí está! La tenemos!  —le escuche decir,  con sus manos largas y podridas me agarró por el cuello y me llevó a rastras por las inmensas gradas del abismo. Me recibieron unos diminutos seres flotando y aleteando a mi alrededor y que repetían sin cansancio:
—¿Porque no dejas en paz a los muertos?
¡Agh! Los huesos de mi frágil cuerpo presionaron mi pecho y escupí sangre.  ¡Llagas y ampollas comenzaron a roer mi piel! Lentamente sentí que algo iba extrayendo el flujo vital que me mantenía viva. Un grito aterrador escapó de mi garganta, lo tenía delante, sin poder esquivar su voracidad. Solos él y yo, en su terreno, violando sus dominios.
—¿Has estado alguna vez cerca de la muerte?  —me preguntó, tras soltar una carcajada gutural.

CUARTA PESADILLA:

Subí en mi coche poco antes del amanecer. Lo puse en marcha. Salí del aparcamiento. Activé la radio. Estaban emitiendo una agradable melodía. Conduje hasta la avenida principal y cuando vislumbré que el semáforo se puso en rojo, pisé el freno. No obstante, palidecí de terror al comprobar que el coche seguía en marcha y que el freno no funcionaba. Atemorizada, lo pisé una y otra vez, pero el coche traspasó el semáforo en rojo. Quise controlar el volante, sin embargo, mis manos no eran capaces de dirigirlo hacia donde deseaba. El coche recorría las calles, habiendo yo perdido totalmente el control sobre él. La música se volvía más estridente y chirriante, mas no podía apagarla. La gente me pedía que parase, otros vehículos me esquivaban y tocaban el claxon. Llegué hasta una cuesta alta y con una gran pendiente y cuando el coche alcanzó la cima, se detuvo. Respiré aliviada, pero me sobresalté cuando mi vehículo comenzó a descender por la cuesta marcha atrás. Una vez más, era incapaz de detenerlo. Entonces, creí ver algo en el espejo retrovisor: un rostro de ojos espantosos me observaba con insistencia desde el asiento trasero. Emitió un grito horrendo. Desperté muy angustiada...

Al quinto día me levanté sobresaltada y con una fuerte opresión en mi pecho, por lo que decidí pedir una cita con mi psiquiatra, él me trataba después de que el incendio provocara la muerte de toda mi familia.
Cuando entré en la consulta me asusté al ver un teléfono igual al que había aparecido en mi primer sueño y fotos de tumbas vacías y del diablo por todas partes.
—¿Qué haces aquí?
—Necesito su ayuda.
El psiquiatra cerró la puerta y me hizo señas para que me acomodara en un diván. Los labios se le curvaron en un amago de sonrisa y se rascó la cabeza.
—Recuerdo perfectamente esta habitación… —dije, hilvanando la conversación.
Hacía mucho tiempo que no acudía allí. Él me miraba fijamente, pero yo no me atrevía a confesarle que no importó todo lo que me aconsejó el anterior doctor. No pude evitar el fuerte impulso de encender la cerilla…     

F I N

Autoras: Puri Otero, Estrella Amaranto, Yessy kan y M.A. Álvarez.

octubre 28, 2019

La soprano y el pianista

octubre 28, 2019 28 Comments

Por fin aconteció el día del estreno de la ópera La Tragédie de Chursquivov, en tres actos, con música de Piatromo di Brassia y libreto de Giacometto Paccone. Dicha representación se vio rodeada de una gran expectación por parte del público, lo que ocasionó tal avalancha humana que el aforo del teatro quedó prácticamente desbordado, por lo que hubo que instalar algunos asientos provisionales en la platea.
A medida que se iban apagando las luces del recinto, se encendían las del escenario con el telón abierto. La orquesta comenzó a tocar al inicio de la obra, siguiendo las pautas que marcaba la batuta del director, éste a su vez se giró a su izquierda e hizo un gesto con la mano al pianista, para iniciar su actuación e incorporarse al grupo.
El músico, mesándose la barba en su banqueta, se dispuso a estirar los brazos y deslizar con presteza sus dedos sobre el piano. Hojeó un instante la partitura y preparado para dar paso a la obertura de «La danza de las esclavas», fue desgranando las notas como vendavales que evocaban sufrimiento y transmitían indefensión y vergüenza. La atmósfera del teatro se vio invadida de una triste sucesión de compases y ritmos extraídos del alma inspiradora del intérprete embebido en el vertiginoso pulso itinerante de las teclas, hasta acabar enmudeciendo, lo que daba paso a la actuación de la famosa soprano.
La portentosa voz de Arcalina, una diva con excelentes cualidades dramáticas, lograba enardecer a la audiencia, sus agudos eran tan portentosos, que hasta las cortinas venecianas del entorno escénico se movían imperceptiblemente, ante semejante sensación de euforia, que subyugaba hipnóticamente a los músicos parcialmente ocultos en el foso del escenario.
El tictac del reloj del grandioso vestíbulo del Gran Teatro de la Ópera de Florembur no era capaz de acallar los aplausos enfebrecidos del público, cuando marcaba las diez en punto de la noche y la estilizada presencia de Arcalina dió su primer do de pecho.
Lentamente avanzaban los elementos dramáticos de la obra mientras la música subjetivizaba la escena creando un determinado clima de suspense angustioso, donde nuevamente las notas altas de la soprano despuntaban con fuerza por cada rincón, cada lado, cada cornisa del decorado, como si de pronto se elevase del suelo y formase una altísima fortaleza inexpugnable.
El pianista la observaba asombrado, imaginándose que actuaba de barítono acompañándola en el interludio, deslizándose palmo a palmo por su cuerpo, perdido entre los pliegues de su piel, horadando sus surcos, endulzándole los labios con suaves brisas de besos robados, cabalgando juntos en un incansable galope de susurros y gemidos, descubriendo las cumbres del placer, mientras ella se entregaba por completo a sus deseos más íntimos.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 21, 2019

Paca y Manolo versus Suka y July

octubre 21, 2019 45 Comments

Fotomontaje de Estrella Amaranto

—¡Qué bellezón estás hecha, Suka! Me encanta seguirte en esa otra red, ¡la del pajarito!

—¡Sí, en Tuiti! Me tienes enganchada con lo del finde pasado, porque me sentí tan cerca de July y de ti, como si hubiera ido con vosotros al Spa, haciendo esas rutas con chorros de agua fría y caliente y después los masajes con fisioterapeutas. ¡Qué macizos los tíos! ¡soñé con ellos esa noche!

—¡Qué mona, Katilin, gracias por apoyarme! Discúlpame, ahora tengo una sesión de fotoclón y después la promo del hotelazo en yutú, que la cuelgo en Tuiti. Nos hablamos por Wuasat.

—¡Manolooo... ! ¿Preparaste el decorado yaaa...? ¡Hoy petamos la red! Que no me se vea la papada ni las verrugas... ¡Sácame el perfil bueno! que ayer la cagaste y así no vamos a forrarnos como yutuberos...

—Déjate de sermones, Paca, y ponte el top rojo con sostén, qu'estás más sesi y a la gente le chifla, rellénalo con papel del culo pa' que las tetas te queden grandes. Ya estoy con el palo la escoba pa' sujetar la cámara. Ponte enmedio del muro pintao y discursea como las artrices. T'e dejao el escrito en la mesa la cocina, apréndetelo tó de un tirón y cuando te se vaya la perola sonríe, qu'eso queda mú bien pa' salir del apuro.

—Mis queridos fans de yutú.  Para mi superpromo del fin de semana quiero recomendaros este hotelazo de lujo. No importa si veis una mínima parte, porque es imponente. ¡Venir a descubrirlo y disfrutarlo!


(250 palabras) 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 14, 2019

La envidia

octubre 14, 2019 25 Comments

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, tiene dos significados:

1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.

Se trata de una emoción bastante destructiva para uno mismo, ya que si no sabemos superarla nos hará sentirnos unos desgraciados.

Una gran frase acerca de la envidia la pronunció William Shakespeare: "Qué cosa más amarga mirar la felicidad a través de los ojos de otro hombre."

Este sentimiento se origina cuando establecemos comparaciones con los demás, ya que tenemos la mala costumbre de valorar a los otros de acuerdo a aquello de lo que carecemos, sin tener la lucidez suficiente como para pensar en aquellas cosas que tenemos tan positivas. Por eso cuando dejamos de compararnos con los demás es cuando aumenta nuestra autoestima, porque somos únicos e incomparables. Nadie es igual a nadie, por tanto no tienes necesidad de imitar al otro o pretender ilusamente ser igual que él/ella, ya que nunca lo conseguirás y eso te llevará a ser infeliz y envidioso.

También esta emoción aparece cuando viene acompañada de la avaricia, la frustración, el rencor o el odio y como tal no puede ser un sentimiento positivo, sino todo lo contrario, aunque popularmente oigamos esa expresión de "envidia sana", que no es más que pura hipocresía o la excusa perfecta para evadirnos de esa negatividad. Cuando las personas sufren de envidia constante suelen sentirse frustradas y eso les lleva a padecer depresiones.


Cuando asumimos con naturalidad y buen humor lo que somos y aquello a lo que aspiramos a convertirnos es cuando notamos que estamos en paz con nosotros mismos. No lo confundas con ser conformista, porque un poco de ambición es necesaria para crecer y aumentar nuestra autoestima, de modo que lo esencial es la coherencia entre mente-emociones-actos, este trinomio es fundamental que lo mantengas en equilibrio constante para no entrar en contradicciones o frustraciones contigo mismo. Evita las comparaciones y observa las cosas desde tu propia percepción, sentimientos o expectativas de futuro.

Desde el instante en que nos parece que no vivimos la vida, porque todo a nuestro alrededor es pura monotonía o, empezamos  carece de suficiente motivación para vivirla, es cuando prejuzgamos a los demás como "afortunados" si les vemos felices, lo cual agrava aún más nuestra desdicha y este es el mejor caldo de cultivo para generar esa envidia tan negativa que nos aparta del contacto humano o de las relaciones sociales. 

Otras consecuencias de la envidia son la apatía, la negatividad y el conformismo, así Harry Stack Sullivan definió la envidia como "un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener". El discurso del envidioso es repetitivo, monocorde y compulsivo sobre aquello que envidia y con lo que compite. 


Finalmente hago una recopilación de textos de famosos escritores españoles que nos hablan sobre este asunto:

Baltasar Gracián escribió en su Arte de la prudencia: "No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia. Este es el mayor castigo: hacer del éxito veneno", hasta la honradez y la bondad pueden usarse con el malévolo propósito de azuzar la envidia.

Miguel de Cervantes puso en boca de Don Quijote: "Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no tal, sino disgusto, rencores y rabias”. Otros “vicios” conllevan ese “no sé qué de deleite” porque satisfacen alguna pulsión instintiva (aunque después pueda esto resultar reprobable a la conciencia). Sin embargo, la envidia es en sí una defensa; a saber, una defensa contra la percepción de la propia inferioridad: se odia a otro para no sentir odio contra uno mismo.

Miguel de Unamuno dijo que en nuestra tierra de envidia proverbial bien podría existir un precepto que rezase, “Odia a tu prójimo como a ti mismo“. Así pues, por una parte, tenemos la mortificación narcisista inherente a la sensación de inferioridad; por otra, el odio a los semejantes, que es censurable para el Superyó. Aquí no hay deleite.

Antonio Machado, en su obra poética de Campos de Castilla nos dice: “Guarda su presa y llora lo que el vecino alcanza; / Ni pasa su infortunio ni goza su riqueza”. Por consiguiente, el penoso sentimiento de la envidia ha de ser objeto, a su vez, de otra defensa psicológica. Una de ellas es la proyección. Por medio de ésta, el sujeto logra convencerse de que el sentimiento envidioso le es ajeno y de que él es el envidiado; pero, ¡ay!, entonces temerá que los males que le deseó al prójimo se vuelvan a modo de bumerán contra él. A propósito de este mecanismo.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

octubre 07, 2019

Inesperado incidente

octubre 07, 2019 29 Comments
Fotomontaje de Estrella Amaranto

Cierta noche que me hallaba rebuscando un antiguo dossier entre los archivos del despacho del jefe de la comisaría, me pareció escuchar un leve ruido que me distrajo por algunos momentos.

Ya habían dado las doce en el reloj del ayuntamiento cuando, por segunda vez, percibí con total claridad un estornudo. Sin embargo, en esta ocasión me percaté de que no era propio de ningún humano sino de algún astuto felino, pues no me resultó complicado descubrir su escondite detrás de una fila de estanterías. Lo sostuve en los brazos unos segundos hasta que, estremecida de espanto, lo dejé caer al suelo. Acababa de distinguir encima de uno de los inclinados estantes un vaso de cristal casi cubierto de agua con dos globos oculares flotando en medio.

Dicha visión me produjo tal impacto que me vi sometida inconscientemente a una sesión de hipnosis donde un tal Ambrosio de Pérgamo me mostró la figura de espaldas de un hombre intentando esconder un cadáver dentro de un ropero, pero que al final huía sin lograrlo.

Un calambre me recorrió de arriba abajo la espalda justo en el instante de escuchar una inquietante voz de ultratumba clamando justicia. Aunque para ser más exacta, dicho sonido se componía de discordancias o cacofonías procedentes del mismo vaso.

Sin poder aguantar más tiempo aquel inaudito acontecimiento, salí despavorida dejando a un lado mis pesquisas, así como algunos documentos que ya había recopilado.

Cuando me desperté por la mañana, recordé lo que me había sucedido la noche anterior, y antes de volver a la comisaría llamé por teléfono al inspector con el fin de preguntarle acerca del insólito vaso de agua. Pero para mi sorpresa me respondió:

— Fui yo quien le hice saltar los ojos con mi cortaplumas. De modo que no se asuste la próxima vez que vaya a mi despacho y la esté esperando para demostrárselo.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

septiembre 30, 2019

Pareja perfecta

septiembre 30, 2019 26 Comments
Fotografía de Adam Ekberg
Un verano de finales del siglo pasado, nuestros señores de la casa, decidieron llamar a los empleados de una empresa de mudanzas, con el fin de desalojar la vivienda de una rápida tacada. Lo tenían muy claro, había llegado el momento propicio de cambiarse a otra vivienda más amplia y con mejores comodidades, situada en una zona residencial, y donde la naturaleza se mostraba exuberante; el aire estaba repleto de oxígeno y se podía practicar footing tranquilamente, bordeando los setos que delimitaban el acceso a las zonas ajardinadas o de esparcimiento repartidas por toda la parcela.

Aquel traslado produjo tal revuelo y desesperación, entre sus «habitantes», que muchos de ellos empezaron a sufrir infecciones por carcoma, que les dejaban sus huesos corroídos de serrín. Fueron frecuentes, los inconcebibles trastornos del sueño, que padecían las arañas de cristal de Bohemia, pendientes sus vidas de un hilo colgado en el techo y que de noche parecía ahorcarles. Los antiguos relojes sufrían infartos, debido a las constantes pérdidas de coordinación de sus péndulos que, agotados, exhalaban su último tictac. Las cortinas en su alocada carrera se abrían y cerraban sin motivos aparentes. Hubo algunos suicidios involuntarios, cuando los encargados de la mudanza no tuvieron en cuenta el frágil estado mental de algunas figurillas de porcelana, que al menor descuido, caían al suelo decapitadas.

Nuestros «amos» les conminaron a los empleados, que a nosotros nos dejaran tranquilos en aquel sitio, donde apenas se filtraba la luz, y la melancolía de otro tiempo rebotaba contra las paredes imitando una pelota de ping-pong.

La atmósfera que nos envolvía era más bien tenebrosa y sepulcral. Diríase, que estábamos destinados al olvido, dentro de aquellos muros cuarteados por la humedad y el discurrir de los años. Quizás se nos había apartado del resto por desuso, convirtiéndonos en rehenes de una eterna condena.

Cuando todo aquel bullicio y empaquetado finalizó, dando paso al silencio, nos dimos cuenta de que éramos los únicos supervivientes de la casa y que, en medio de la soledad, nuestra mutua compañía sería de ahora en adelante la única esperanza.

— Ya ves, de nada nos ha servido sujetarles las posaderas a nuestros amos y aguantar más de un mal aire con dignidad.

— Sí, querida, de nada nos sirvió cargar a nuestra espalda con su peso y ofrecerles acomodo o guardarles sus secretos más comprometidos.

— Nunca perdimos la compostura, aunque nos desplazaban por el cuarto a su antojo. Hasta incluso nos situaban a uno encima de otro, ya sabes cómo son los humanos, siempre pensando en lo mismo. En cambio, nosotros «sin comernos una rosca».

— Se han llevado a todos nuestros familiares: los sillones de orejas y los del despacho, los sofás y tresillos, las sillas del comedor y de la cocina, los butacones del dormitorio, las mecedoras de la terraza, los taburetes de la cocina y de los cuartos de baño…

— Nos hemos convertido en la pareja perfecta. Empecemos de cero a crear una nueva generación. ¿Qué tal si ahora, que nadie nos ve, nos dejamos arrastrar por el deseo y la pasión?

— Probemos esas posturas imposibles que hacen los humanos, cuando se suben encima marcando el ritmo según sus gustos y pasiones… Venga ahora, ponte tú arriba y luego cambiamos, encima, debajo, hacia un lado o hacia el otro… ¡¡¡Mira que si nos aparece una trona!!!

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

septiembre 23, 2019

Las gafas mágicas

septiembre 23, 2019 36 Comments


En cierta ocasión, estando don Evaristo Midas sentado en su escritorio, haciendo figuras de papiroflexia para combatir su aburrimiento, le interrumpió su hábil y coqueta secretaria, con la comedida intención de recordarle, que había un desconocido cliente esperándole, a lo que él le aconsejó, que le hiciera pasar a su despacho.

—Me llamo Armando Guerra, encantado de conocerle, don Evaristo —le saludó dándole un cordial apretón de manos y mostrándole en todo momento su mejor sonrisa, añadiendo a continuación —estoy aquí para entregarle este paquete, que a su vez, alguien de su entorno me lo ha dado, con el fin de que se lo haga llegar a usted.

—¿Puedo preguntarle la identidad de esa persona que le ha dado el paquete?

—No estoy autorizado para decírselo. Únicamente me ha pedido que no lo abra hasta que yo me haya ido.

—¿Y si le entrego una importante suma de dinero, me lo dirá?

—No, no admito sobornos de ningún tipo. ¡Hasta la vista, un placer haberle conocido! —dando un resoplido, Armando se incorporó y desapareció por la puerta.

Entonces, don Evaristo le indicó telefónicamente a su secretaria, que de momento, no estaba disponible para nuevas visitas, hasta que se lo indicara. Luego cogió el cortaplumas, rasgando la parte de la cinta adhesiva que lo recubría, y lo abrió, mirando con curiosidad en su interior. Allí había unas gafas y un sobre cerrado.

Se trataba de un dibujo garabateado por su hijo y que su profesora lo había introducido en aquel sobre. En el reverso pudo leer una frase: «Con estas gafas podrá ver como perdió el tiempo, la salud y el amor de los suyos por el dinero. Ahora puede recuperar esos dones aunque tenga que perder todo su dinero».

De forma espontánea, comenzó a visualizar una vertiginosa sucesión de imágenes, comparables a flashes atrapados en su memoria, que poco a poco se liberaban para mostrarle instantes de su pasado: la boda con Zaira, el nacimiento de sus tres hijos, su nombramiento como asesor comercial, el trágico accidente, el funeral de todos sus seres queridos, su ascenso a director general de la empresa...
No tuvo que pensárselo dos veces, tomó las gafas y con ellas puestas desapareció su despacho, su escritorio, su secretaria... En cambio, ahora estaba en una humilde chabola junto a sus tres hijos y su mujer, haciendo canastillos de mimbre, con la sonrisa dibujada en los labios y al más pequeño subido a sus hombros.

—¿Papá, por qué nos miras así?
—¿Cómo, hijo mío?
—¡Cómo si no existiéramos!


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados