Accidente en los Alpes
Estrella Amaranto
diciembre 02, 2019
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Queridos lectores y seguidores del blog, en esta ocasión os presento el relato con el que voy a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (DICIEMBRE 2019) : EXTRAÑOS EN UN TREN de Patricia Highsmith.
Dicho relato debe cumplir con al menos uno de estos requisitos:
- Un relato policíaco o de género negro.
- Un relato en el que se mencione con sentido la novela Extraños en un tren o la autora, Patricia Highsmith.
- Un relato en el que la acción transcurra en un tren.
- También debe tener una extensión de 900 palabras, como máximo.
El que que os comparto, cumple con todos estos requisitos y su extensión es de 899 palabras.
Y como dijo Pierre de Coubertin aplicado al deporte: «Lo importante no es ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo».
Os dejo con su lectura, que deseo os haga pasar un buen rato y ya me contaréis cuales son vuestras impresiones al respecto.
Y como dijo Pierre de Coubertin aplicado al deporte: «Lo importante no es ganar sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo».
Os dejo con su lectura, que deseo os haga pasar un buen rato y ya me contaréis cuales son vuestras impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
El reloj marcaba «01:20 am», cuando Patricia Highsmith y su secretaria Gloria Lawless accedían, con sus respectivos equipajes de mano, al tren de Jungfraubahn en los Alpes suizos. Un viaje fascinante, que alcanza su clímax al partir de dicha estación subterránea hasta salir a la superficie, serpenteando valles, conectando trenes cremallera, funiculares y estaciones de esquí.
Iban vestidas con abrigos de piel sintética hasta las rodillas y embozadas con bufandas de lana, guantes y boinas de fieltro, que les protegían la cabeza del aire gélido.
Patricia era una desconocida novelista, aunque ya había editado algunos libros con buena acogida entre el público. Su semblante era más bien serio, con una mirada penetrante; tenía una boca sensual de labios carnosos y una nariz griega.
Gloria lucía un rostro aniñado, de nariz pequeña, ojos azules intensos como un balcón al océano, también una linda boca de labios terciopelo y un encanto singular en todos sus movimientos, lo que hacían de ella una chica elegante y atractiva.
Subieron al vagón situado en la parte central. Una vez acomodadas, observaron, sin ningún asomo de disimulo, a los tres viajeros situados enfrente, reparando que aún quedaba un asiento vacío a su lado.
El pasajero situado delante de ellas estaba en el extremo lateral de la izquierda, junto a la ventanilla, lucía una barba blanca y brillantes ojos pequeños hundidos en la cima carnosa de sus mejillas, aparentaba mediana edad; leía absorto un periódico y llamaba la atención su grueso habano aferrándose a sus labios. A su lado, permanecía sentado un anciano con un traje moderno, gafas de cristales redondos, bigote bien cuidado, apoyado en un bastón de madera con una antigua empuñadura de oro. Su mujer, que le seguía en ese orden, era menuda, por su aspecto superaba los cincuenta, con una mirada pizpireta observaba cuanto acontecía.
Minutos después un joven se aproximó al asiento vacío. Se le veía muy educado, vestido con marca de ropa cara e impecablemente planchada. Con parsimonia, fue colocando sus enseres en el portaequipajes y a la vez excusándose por las molestias a sus compañeras, que lo contemplaban indiferentes.
Sobre la «01:30 am», el ferrocarril inició su marcha con un estruendoso pitido, luego el monótono traqueteo se mezcló con las ruidosas presentaciones...
—Me llamo, Edward Elric y soy un afamado jugador de baloncesto —declaró el más joven, esbozando una sonrisa cautivadora capaz de infundirles total confianza y algo de ternura.
—Mi nombre es Nikolái Wrangel, almirante retirado. Me acompaña mi querida esposa, Irina Lenocov, piadosa dama de la nobleza rusa. Queremos conocer a nuestro nieto en Interlaken, al término del trayecto, pues desde su infancia perdimos todo contacto con sus padres —expresó el anciano presentando a su mujer, que lo miraba complacida apretándole la mano.
—Soy Giacomo Laporta, afamado empresario, supongo que habrán adivinado los motivos de mi viaje —irrumpió finalmente el único que aún guardaba silencio.
Tres cuartos de hora después, Gloria salió a estirar las piernas, detrás partió Edward hasta la cafetería. Viajar por estos paisajes alpinos estimulaba su talante de inquieto trotamundos, aunque resultaba sospechoso el grado de complicidad que les unía.
Se acomodaron en unos taburetes próximos a la barra, mientras un caballero corpulento recogió del suelo un pañuelo bordado con las iniciales N. W. que Edward dejó caer disimuladamente de su bolsillo; luego se dirigió al vagón donde permanecía el mafioso Giacomo Laporta, haciéndole una señal para seguirle.
Inmediatamente, las luces comenzaron a parpadear hasta quedar sumidos en una tenue oscuridad, sobresaltando a los ocupantes. Al poco se escuchó el chirrido insoportable de los frenos, después, las ventanillas quedaron sepultadas por la nieve.
Los gritos del revisor no se hicieron esperar: «Por favor, abríguense y salgan con cuidado. Hemos sufrido una avería y procederemos a la evacuación. Les esperaré en la puerta...».
Aquello derivó en un gran alboroto con los vagones invadidos por una agravante semioscuridad, obligando a los viajeros a tropezar entre sí, dirigiéndose hacia la salida. El revisor se las ingeniaba ayudándoles a descender los peldaños hasta la espesa capa de nieve que cubría la tierra y doblaba las ramas de los árboles.
Unos gritos irrumpieron provenientes del interior: «¡Ayúdenme, alguien acaba de asesinar a mi marido!». La multitud, más pendiente de la evacuación que de auxiliar a Irina Lenocov, colapsaba la puerta, por lo que el revisor solo pudo enviarle ánimos y promesas de ayuda hasta concluir el desalojo. No obstante, algunos curiosos comentaban haber visto a dos hombres amenazando y pateando al matrimonio, aunque la insuficiente luz apenas les permitió identificarlos, por otra parte, no actuaron en su defensa porque temieron ser agredidos.
Mientras la multitud fue trasladada por helicópteros hasta el hotel más próximo, un médico y el revisor subieron y encontraron en el pasillo dos cadáveres que luego, al registrar sus pasaportes, identificarían como los condes de San Petersburgo: Nikolái Wrangel e Irina Lenocov.
El caso quedó archivado por falta de pruebas, hasta que un buen dia, Patricia acudió a su cita con el odontólogo. Allí una foto de una revista captó su atención: «¡No es posible, pero si es Gloria!, ¿qué hace vestida de novia junto a ese joven chiflado del tren?».
El titular decía: «Después de la muerte en extrañas circunstancias del matrimonio, y tras la celebración nupcial entre Alexey Wrangel (heredero al título legado por su padre) y Gloria Lawless, ambos se convertirán en los nuevos condes de San Petersburgo».
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados
El pasajero situado delante de ellas estaba en el extremo lateral de la izquierda, junto a la ventanilla, lucía una barba blanca y brillantes ojos pequeños hundidos en la cima carnosa de sus mejillas, aparentaba mediana edad; leía absorto un periódico y llamaba la atención su grueso habano aferrándose a sus labios. A su lado, permanecía sentado un anciano con un traje moderno, gafas de cristales redondos, bigote bien cuidado, apoyado en un bastón de madera con una antigua empuñadura de oro. Su mujer, que le seguía en ese orden, era menuda, por su aspecto superaba los cincuenta, con una mirada pizpireta observaba cuanto acontecía.
Minutos después un joven se aproximó al asiento vacío. Se le veía muy educado, vestido con marca de ropa cara e impecablemente planchada. Con parsimonia, fue colocando sus enseres en el portaequipajes y a la vez excusándose por las molestias a sus compañeras, que lo contemplaban indiferentes.
Sobre la «01:30 am», el ferrocarril inició su marcha con un estruendoso pitido, luego el monótono traqueteo se mezcló con las ruidosas presentaciones...
—Me llamo, Edward Elric y soy un afamado jugador de baloncesto —declaró el más joven, esbozando una sonrisa cautivadora capaz de infundirles total confianza y algo de ternura.
—Mi nombre es Nikolái Wrangel, almirante retirado. Me acompaña mi querida esposa, Irina Lenocov, piadosa dama de la nobleza rusa. Queremos conocer a nuestro nieto en Interlaken, al término del trayecto, pues desde su infancia perdimos todo contacto con sus padres —expresó el anciano presentando a su mujer, que lo miraba complacida apretándole la mano.
—Soy Giacomo Laporta, afamado empresario, supongo que habrán adivinado los motivos de mi viaje —irrumpió finalmente el único que aún guardaba silencio.
Tres cuartos de hora después, Gloria salió a estirar las piernas, detrás partió Edward hasta la cafetería. Viajar por estos paisajes alpinos estimulaba su talante de inquieto trotamundos, aunque resultaba sospechoso el grado de complicidad que les unía.
Se acomodaron en unos taburetes próximos a la barra, mientras un caballero corpulento recogió del suelo un pañuelo bordado con las iniciales N. W. que Edward dejó caer disimuladamente de su bolsillo; luego se dirigió al vagón donde permanecía el mafioso Giacomo Laporta, haciéndole una señal para seguirle.
Inmediatamente, las luces comenzaron a parpadear hasta quedar sumidos en una tenue oscuridad, sobresaltando a los ocupantes. Al poco se escuchó el chirrido insoportable de los frenos, después, las ventanillas quedaron sepultadas por la nieve.
Los gritos del revisor no se hicieron esperar: «Por favor, abríguense y salgan con cuidado. Hemos sufrido una avería y procederemos a la evacuación. Les esperaré en la puerta...».
Aquello derivó en un gran alboroto con los vagones invadidos por una agravante semioscuridad, obligando a los viajeros a tropezar entre sí, dirigiéndose hacia la salida. El revisor se las ingeniaba ayudándoles a descender los peldaños hasta la espesa capa de nieve que cubría la tierra y doblaba las ramas de los árboles.
Unos gritos irrumpieron provenientes del interior: «¡Ayúdenme, alguien acaba de asesinar a mi marido!». La multitud, más pendiente de la evacuación que de auxiliar a Irina Lenocov, colapsaba la puerta, por lo que el revisor solo pudo enviarle ánimos y promesas de ayuda hasta concluir el desalojo. No obstante, algunos curiosos comentaban haber visto a dos hombres amenazando y pateando al matrimonio, aunque la insuficiente luz apenas les permitió identificarlos, por otra parte, no actuaron en su defensa porque temieron ser agredidos.
Mientras la multitud fue trasladada por helicópteros hasta el hotel más próximo, un médico y el revisor subieron y encontraron en el pasillo dos cadáveres que luego, al registrar sus pasaportes, identificarían como los condes de San Petersburgo: Nikolái Wrangel e Irina Lenocov.
El caso quedó archivado por falta de pruebas, hasta que un buen dia, Patricia acudió a su cita con el odontólogo. Allí una foto de una revista captó su atención: «¡No es posible, pero si es Gloria!, ¿qué hace vestida de novia junto a ese joven chiflado del tren?».
El titular decía: «Después de la muerte en extrañas circunstancias del matrimonio, y tras la celebración nupcial entre Alexey Wrangel (heredero al título legado por su padre) y Gloria Lawless, ambos se convertirán en los nuevos condes de San Petersburgo».
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados