mayo 03, 2020

Preludio de un amor

mayo 03, 2020 29 Comments
Queridos amigos y fieles seguidores:
Ayer se nos permitió salir a pasear o practicar deporte a una buena parte de la población de nuestro país, después de cerca de dos meses de encierro domiciliario. 
Necesitábamos disfrutar de esta luz primaveral que nos anticipa mayo, para recuperar de algún modo, la normalidad y la libertad que nos han sido robadas por la pandemia y la ineptitud de nuestros políticos.
Es evidente, que nuestra vida social ha cambiado, puesto que será imposible borrar de nuestra memoria la muerte de tantos centenares de miles de conciudadanos y la hospitalización de otra buena parte de la población, ya que está más que demostrado por si alguien dudaba de ello, que para nuestros dirigentes políticos el estado está por encima de la vida de las personas.

Existe también gran preocupación dentro del sector económico debido a las pérdidas a corto y medio plazo y el enorme esfuerzo dentro del gasto público que está soportando reforzar la sanidad pública; lo que  supone el evitar un derrumbe total de la ya debilitada economía española.
Os dejo con estas reflexiones y deseo de corazón que no retrocedamos en todo lo que nos costó conseguir con tantos años de esfuerzo, ni tampoco os dejéis llevar por el desánimo y el alarmismo.

Muchas gracias a todos y poco a poco nos vamos leyendo.

A continuación os comparto mi relato, con el que participé en la convocatoria del Taller de Escritura Creativa "Café Literautas" en el Reto de escritura creativa #6 Abril 2020 - Sé Creativo con esperanza  (19.-El mejor regalo de mi vida (B) - Amaranto - (R), pero que como podéis comprobar, lo he cambiado de título y extensión a la hora de publicarlo aquí en el blog, pues este tipo de concursos con limitación de palabras, en este caso 750 máximo, no me facilitan disponer de suficiente margen de palabras como para desarrollar con más coherencia y riqueza expresiva el relato completo. También doy las gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isan, que me ayudaron mucho a mejorarlo.


     El lugar elegido para mi desplazamiento marítimo era una isla de un archipiélago volcánico del Pacífico central, afamada por sus danza Hula originaria del pueblo polinesio que llegó a sus costas, como ahora yo también arribaba al mismo destino mediante un crucero del Atlántico al Pacífico por el canal de Panamá.
     Anhelaba conocer aquellas ancestrales danzas, que según me habían contado se acompañaban con cantos e instrumentos de percusión, siendo un gran espectáculo artístico.
Estaba impaciente por conocer mundo y regresar a casa después de vivir aventuras que me hicieran madurar...
     Observé un plano situado a la salida del embarcadero, pensando que no estaría mal consultarlo para adentrarme con más pericia en la jungla que separaba la costa del centro del pueblo. No paré de andar por aquellos vericuetos de hojarasca y sendas frondosas a ambos lados de un lago navegable. Por fortuna, fui topándome con algún que otro cartel indicador del pueblo más cercano que podía visitar.
    Con la mochila roja a cuestas, la cámara de fotos y los auriculares para escuchar mi música favorita, caminaba despacio mientras ascendía por una pendiente que me permitía ir disfrutando de las vistas y sacar muchas fotos del majestuoso paisaje.
     La temperatura era agradable, pero la humedad contribuía a sofocarme ante cualquier esfuerzo. El frenesí ante la revelación de lo desconocido zarandeaba mi corazón, que simulaba una bomba de relojería a punto de hacerme volar por los aires.

     El grupo de bailarines nativo que iba a conocer, mantenía ancestrales tradiciones como aquella danza tribal, majestuosa y lasciva que despertaba la curiosidad de oleadas de turistas, entre los que me encontraba.
Deambulé entre las cabañas de barro con paja secada al sol, bajo un cielo nacarado, hasta que alguien me avisó del comienzo de la danza autóctona.

     Tras un intervalo de silencio, escuché el clamor de unos tambores, anunciando la aparición de una hermosa fémina ataviada con una especie de falda con hojas y flores de hibisco. Sus senos estaban cubiertos con medios cocos pintados de negro y sujetos al cuello con unas finas ramas trenzadas. Sobre la cabeza tenía una corona floreada y hojas verdes acentuando su belleza. La gracia de sus movimientos acabó atrapándome extrañamente.
     Después, un grupo de seis danzarinas engalanadas de indumentaria tradicional bailaron al ritmo de instrumentos de viento hechos con cañas huecas de bambú y tambores de pieles de animales.

     Mi pensamiento, como un rayo fugaz, no cesaba de evocar a la primera bailarina, que felizmente tornó a aparecer, bamboleándose de una forma aún más atractiva, lo que me despertó un interés especial por conversar con ella cuando finalizase su intervención.
     —¡Me ha encantado verte bailar! —la abordé aturdido, en un idioma con el que pude hacerme entender, al aproximarme para felicitarla.
     —No te esfuerces, entiendo tu idioma —me contestó mirando unos apuntes que llevaba en la mano—, lo suficiente para adivinar tu procedencia española.
      —¡Qué sorpresa! ¿Cómo aprendiste mi lengua?
     —Tengo unos familiares que residieron en España y acabaron aprendiéndolo. Después les pedí que me lo enseñaran.
     Creyéndome el dueño del boleto premiado, me ofrecí para seguir ayudándola a perfeccionar el idioma e intercambiarnos información sobre nuestros países.
     Escabulléndonos en la orilla de un arroyo a las afueras del pueblo, acondicionado como si fuera una playa, continuamos charlando hasta el atardecer. Instante en que me invitó a albergarme en una choza deshabitada próxima a la suya para seguir hablando al otro día.

      Cuando amaneció, me incorporé en la cama frotándome los ojos al escuchar el ruido de unos pies descalzos accediendo a mi cabaña. Seguidamente una voz femenina me abordó.
    —Te llevaré hasta un sitio de nuestra isla que muy pocos conocen —me bisbiseó al oído, tirándome a la vez de un brazo.
     —¡Espera que me vista! —contesté entusiasmado por su presencia—. ¡Todavía no me he aseado!
     —No hace falta que te peines ni te laves. Donde vamos hay mucha agua.
     Descendimos unas escaleras donde nos esperaba una canoa de dos plazas a la que subimos, perdiéndonos río arriba.
     A unos setecientos metros contemplamos una cascada. Era el paraje que mi adorable acompañante quería mostrarme. Pasamos el día charlando, bañándonos, danzando ella y disfrutando yo de su compañía, hasta el extremo de que mientras lavaba unas frutas fui corriendo hacia ella para darle un empujoncito hasta lanzarla al agua y sacarla después en brazos. Ella presionó mi pecho contra el suyo, regalándome un beso en los labios.
     —Sé que te gusto y tú a mí también. Quiero regalarte mi amuleto de la esperanza. Así, colgado en tu cuello te recordará nuestro pacto de amor —me habló con suma dulzura acariciándome la cara.
      —¡Conocerte, ha sido lo más bello que me ha pasado en la vida! —le contesté fascinado por su encanto natural.
      Sentía un insaciable apetito y una pasión voraz que me abrasaba por dentro. Volví de nuevo a besarla recorriendo con mis manos su delicado cuerpo, envuelto en un torbellino de emociones que hasta entonces ignoraba, lo que me acució a realizar cosas que jamás me había atrevido a hacer, como pedirla que tomara en sus manos mi órgano erecto y lo introdujera en su vagina.
      Movió las caderas acomodándose a mis deseos, mientras sus pezones se le iban endureciendo lo que avivaba el fuego que nos fue manteniendo ahogados en intensos gemidos entrelazando nuestras lenguas y estallando nuestra pasión como sensuales volcanes en erupción.
      El juego se prolongó durante varios minutos hasta separarnos de golpe para recuperar el aliento, mientras empezaba  a disolverse el brillo solar y decidimos retornar a la canoa, pero esta vez ya íbamos tomados de la mano, sin dejar de mirarnos a los ojos como dos enamorados.
      —¡Que no se entere mi padre o me mata! —balbuceó a mi oído mi atractiva bailarina y siguió hablando.
      —Debía de haber acudido hace más de tres horas al espectáculo de danza que hoy también se celebraba. ¡Corre, vámonos allí!
      El anciano, que nos había visto llegar desde lejos, salió de aquel improvisado teatro de danza con un garrote en la mano y un cuchillo en la otra, gritando desaforado en su lengua nativa. Al poco su hija junto al resto de los bailarines se abalanzaron sobre su padre intentando apartarlo de mí.

     Observando que el padre no estaba solo, al ver que familiares y amigos venían en su ayuda, decidí escaparme a toda prisa hacia la cabaña donde dormí. Ya de madrugada cogí mi mochila roja con todas mis pertenencias dentro y me fui de allí temiendo ser descubierto.
     Crucé al otro lado del puente para no ser visto por mis perseguidores. No era prudente regresar andando hasta el pueblo donde había desembarcado, por lo que alquilé una canoa muy ligera y remando río abajo salí a toda prisa.
      Como no estaba muy seguro de si mis perseguidores sabrían o no dar con mis huesos, después de cavilar a lo largo del recorrido, se me ocurrió esconderme en una choza que estaba situada cerca de un acantilado de difícil acceso. Esperé hasta que se hizo de noche y colocándome un sombrero que tenía en la mochila me fui bordeando un sendero paralelo al río que me dejaba en la entrada del pueblo.
       Caminando hasta la estación de autobuses, tomé el primer autocar para el aeropuerto.
      Al instante de ocupar mi plaza en el avión sujeté el amuleto con mis manos y mirando por la ventanilla un escalofrío me recorrió la espalda.


       Con el transcurso de los años comprendí que aquella aventura fue el preludio de un amor, imposible de olvidar.


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abril 25, 2020

El cumpleaños de la abuela

abril 25, 2020 36 Comments

Queridos amigos y compañeros:
En esta ocasión os presento una breve historia donde las emociones impregnan mis letras a través de este personaje tan entrañable con el que cualquiera de nosotros podemos empatizar y dejarnos envolver por su encanto tan especial. Estoy convencida de que la huella imborrable que nos han dejado en el alma cualquiera de nuestros abuelos o abuelas (en este caso) también la veréis fácilmente reflejada en mi historia.
Muchas gracias a todos y poco a poco nos vamos leyendo.
¡Ánimo a todos y confiemos que este encierro no acabe coartando nuestras libertades y empeorando la economía de tantas familias empobrecidas!

     Escucho un golpe de viento que cierra la ventana y al mismo tiempo contemplo a mi abuela octogenaria, asomando la cabeza detrás de la cortina, tan desconcertada como yo haciéndome un gesto con la mano, que solo puede significar sorpresa y emoción contenida.
      Me acerco a ella y le doy un abrazo. Entonces, noto algunas lágrimas rodando por sus mejillas. Su cuerpo tan menudo y frágil se arquea con dificultad al mío inundándome de ternura y confianza.
    —¡Felicidades, abuela, hoy es su cumpleaños!
    —¡Gracias, hijo mío, ya no me acordaba!

     Ella, que había sido una mujer independiente y resuelta, le comenzaba a traicionar la memoria, lo que la hacía enfrentarse a su propio miedo a perder la razón. No le importaba olvidar los nombres de los objetos que la rodeaban, pero le fastidiaba la idea de que le desapareciesen los recuerdos que le unían al presente y especialmente a su familia.
     Antes de soplar las velas de la tarta, nos repartió unos sobres para que guardásemos en ellos una foto con la imagen más impactante o la que reflejara un episodio especial de nuestra vida a lo largo del año y después se encargaba de guardarlos en un cajón de la cómoda. Seguidamente, nos pedía que le leyésemos las cartas que le envió su marido desde el frente, cuando todavía eran novios.

    Pasó tiempo y en cada cumpleaños seguíamos cumpliendo la misma rutina. Nosotros le regalábamos el presente inmortalizado en instantáneas y ella nos compensaba con aquella correspondencia del pasado; donde el enamoramiento, la esperanza, lo imprevisible y el miedo hacían que valorásemos como algo sublime, su amor incondicional que había hecho posible nuestra existencia.

     Ahora que ella se ha ido, cada verano, nos volvemos a reunir el mismo día de su cumpleaños, para añadir más sobres con fotos en su cómoda de los recuerdos. Si cerramos los ojos podemos verla sonriendo feliz, abriendo con impaciencia cada sobre.

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abril 18, 2020

Posesión diabólica

abril 18, 2020 43 Comments
Queridos amigos y compañeros:
Dedico esta publicación a todos nuestros héroes anónimos que en primera línea de fuego están exponiendo diariamente sus vidas para que el resto podamos sobrevivir y poder salir de este difícil situación que nos ha tocado vivir. Me refiero al personal sanitario, unidades de emergencia, farmacéuticos, policías, basureros, taxistas, voluntarios de cruz roja y cáritas, empleados de supermercados, transportistas, bomberos, unidad militar de emergencia, personal de correos, repartidores, conductores de metro y autobuses y a quienes me haya olvidado de mencionar.
¡Brindo por un mundo más justo y más humano, consciente y considerado con el sufrimiento ajeno!
Me gustaría añadir mi apoyo a todos los compañeros, amigos y familiares que lo estáis pasando mal. ¡Mucho ánimo, que saldremos de esta!

Pasando a otro asunto, os comento que vuelvo a concursar en la XVI EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (ABRIL 2020): EL EXORCISTA de William Peter Blatty, con un original relato que cumple los dos primeros requisitos del concurso y tiene una extensión de 896 palabras.
  • Escribir una historia de Terror sobrenatural: Posesiones, fantasmas, sucesos paranormales... 
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela El exorcista o al autor William Peter Blatyy. 
  • Un relato en el que la acción transcurra en un cine mientras proyectan El exorcista.
  • Extensión máxima de 900 palabras. 
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno ya me contaréis vuestras impresiones y sugerencias al respecto.
Muchas gracias a todos.

        Apurando con avidez la última calada del cigarrillo, leía con fruición la novela de William Peter Blatty, El exorcista, que le había regalado una amiga vidente, con la que mantenía una incipiente amistad. 
     La delgadez extrema de sus dedos le facilitaba pasar las páginas con más rapidez... Inesperadamente creyó notar la presencia de alguien detrás de su espalda. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, temía encontrarse con un ente extraño si giraba el cuello. Instintivamente dejó caer el libro, como si una voz le ordenase que se deshiciera de la lectura. 
       Sus párpados le pesaban, por lo que se vio envuelta en un estado de somnolencia. Ante su extrañeza visualizó la imagen de sus padres el día de su nacimiento. 
       —¡Está maldita! ¡Llévatela, Octavio! Nos traerá la desgracia —bramaba santiguándose, corroída por la inquina.
        —Tranquilízate, es una niña muy guapa —alardeó el padre.
      El hecho de ser la causa de semejante oprobio, contribuyó a hacerla sentirse culpable e incapaz de vencer el rencor hacia su propia madre, lo que la obligó a recurrir a terapias de choque y tratamientos psiquiátricos tras su fracasado intento de suicidio.

       Su compañero se percató de su incapacidad para sobreponerse al estado de ansiedad que le producía aquel sueño recurrente, incrustado como un hongo infecto y dispuesto a destruirle las neuronas.
      —¿Cómo estás? —Guido intentó despertarla con sumo cuidado, mientras le acariciaba las mejillas un tanto sonrosadas. 
        —He vuelto a tener ese maldito sueño donde mi madre me repudia. Pienso que la medicación ya no me hace efecto y tengo miedo de no poder escapar de esa pesadilla. 
         —¡Tranquila, mi amor! Para mí, siempre serás preciosa. ¡Olvídalo, no te obsesiones! 
        —Pero ya sabes que mi madre antes de exhalar su último aliento juró que se vengaría de mí, más allá de la muerte y no dejan de pasarme cosas extrañas desde que falleció. 
       —Bueno, no te empeñes en recordarlo. Tu psiquiatra te ha aconsejado que la apartes de tu mente si quieres recuperarte. 
       —¡No puedo y tú lo sabes bien! 
      —Consultaré a tu neurólogo para internarte en su clínica y que te dé el tratamiento más adecuado al estado mental en el que te encuentras.

     Pasada una semana, Guido y Marilia viajaron hasta la clínica más acreditada en Europa, regentada por el famoso neurocirujano doctor Goodmind
     El equipo de médicos dirigido por el reconocido cirujano sometió a la paciente a una complicada intervención en su corteza cerebral, con el propósito de librarla de continuos ataques de epilepsia y alucinaciones que últimamente se habían ido agravando. 
       Finalizado el periodo del postoperatorio, fue dada de alta y regresaron de nuevo a su residencia.

       Coral y Willy les recibieron con toda su parsimonia y atenciones, llevándoles el equipaje hasta el dormitorio y preparándoles la cena. 
    La pareja paladeaba el fino néctar de un Château Margaux, cosecha del 55, cuando inesperadamente la botella se elevó en el aire para estrellarse en el rostro de Guido, cubriéndole la frente de hilos de sangre que se le deslizaban por los ojos hasta las mejillas. 

       En mitad de la noche unos gritos de ultratumba provenientes del piso de arriba, despertaron a los criados, que subieron las escaleras hasta el rellano superior. 
      Vencido por el agotamiento, en su intento por vigilar el descanso de su amada, Guido cayó en un profundo sueño.
      Marilia estaba de pie sobre la cama vomitando algo espeso y repugnante. Tenía los ojos en blanco y se había desnudado completamente. Coral se acercó para asearla y cambiarle el camisón. 
      —¡Señora, échese en la cama! Voy a llamar al doctor. —La temperatura en la habitación bajó de repente impregnándose de un pútrido olor. 
      —¡Puta, sal de aquí ahora mismo o acabaré contigo! ¡¿A qué esperas, gilipollas de mierda?! ¡Zorra embustera que mataste a tu propio hijo! Vete y ten cuidado al cruzar, porque te aplastará un coche si se te ocurre ir a la policía.
      Los cajones de la cómoda salieron disparados; una plaga de cucarachas apareció de la nada, persiguiendo a la sirvienta que huyó despavorida escaleras abajo. 
      Con el ruido, Guido se despertó sobresaltado, tardando unos instantes en darse cuenta de lo ocurrido. Al momento de acercarse a ella, advirtió que su cuerpo no respondía y una fuerza inaudita lo empujaba contra la pared. Completamente aterrorizado, bajó hasta el primer piso para llamar al padre Muniago, con el que mantenía una férrea amistad. 

       Seis alaridos atronaron la mansión cuando el exorcista atravesó el umbral, sacando un crucifijo, al verla surgir de la nada y con el rostro de su anciana madre, recitando unos versos satánicos de Carducci

       ¡Salud, oh, Satanás, o rebelión, 
       Oh, fuerza vengadora de la Razón, 
       El incienso y los votos son sagrados 
       ¡Has vencido al Jehová de los sacerdotes! 

      Alzó la mano e hizo tres veces la señal de la cruz, sobre la lívida frente de aquel maligno espíritu. Quitó el tapón del frasco de agua bendita, rociándola con el hisopo. La entidad diabólica se puso furiosa y dio un salto hacia delante, arrancándole de cuajo el lóbulo de la oreja. 
     —¡Suéltame, bestia inmunda! —le suplicó el sacerdote apenas sin voz, mientras intentaba zafarse inútilmente de sus manos, cuyos dedos se le clavaban en el cuello, como dos garras, hasta morir estrangulado. 
     —¡Dios Todopoderoso, sálvala del maligno! —deprecó Guido en su desesperación, temblándole los labios y añadió—: Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron...

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


abril 04, 2020

El hotel Arcano

abril 04, 2020 40 Comments
Queridos amigos y fieles seguidores:
De entrada quiero manifestaros mi solidaridad y apoyo en estas circunstancias tan delicadas que atravesamos. Deseo también que no bajéis la guardia ni el ánimo para superar esta cruda realidad, que nos trae de cabeza a todos y como ya os comentaba en mi anterior entrada, confío en que la humanidad tome consciencia de la responsabilidad en evitar los contagios y que esta experiencia nos sirva para reforzar la unidad de las personas para crear otro mundo más solidario y que tenga en cuenta las carencias y valores humanos.
Intentemos unirnos todos para superar esta pesadilla en la que estamos sumidos desde hace tres semanas y tratemos de mentalizarnos siempre en positivo.

Confieso que todo este asunto ha cambiado también mis rutinas. No me encuentro del todo relajada como para abarcar la lectura de vuestros blogs y por otro lado no me gusta comentar sin saber lo que habéis escrito, por lo que os dejo a vuestra elección comentar en mi blog o dejarlo para más adelante, cuando todo vuelva a la normalidad.
De modo que para seguir dando vida a mi blog, he pensado que os vuelvo a compartir un nuevo relato y sois libres de comentar o no. 
Lamento mucho no encontrarme lúcida para seguir comentando en vuestros interesantes blogs.

Bueno, no quiero abusar de vuestra paciencia y paso a comentaros que mi relato participó en la convocatoria del Reto de Escritura Creativa #5: Marzo 2020 - Letra M, con una extensión máxima de 750 palabras y esta vez con las palabras obligatorias: manos, masa y mujeres. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, hay que incluir dentro de la escena este orientado en UNO de estos dos géneros: Misterio  o  Melodrama.
Mi opción se ha declinado por incluir el género de Misterio dentro de la escena.
Y sin más preámbulos, os invito a su lectura.

Muchas gracias a los compañeros de «Café Literautas», especialmente a Isabel Caballero, Pepe Espí Alcaraz e Isan, que me ayudaron mucho a mejorarlo.

      Cada año, un grupo de amigos se reunía en un hotel enclavado en una zona montañosa, junto a una importante estación de esquí, dotada de inmejorables pistas con remontes de última generación.
    Esta vez, los tres amigos se encontraron con un inesperado revés del destino: una avalancha de turistas fue la culpable de tomar al asalto aquel hotel, por lo que faltaban plazas para acomodarles. Dicha eventualidad acabó por conducirles hasta otro establecimiento próximo.
      Las duras condiciones ambientales que rodearon la jornada de búsqueda fue el principal motivo para hospedarse en un sórdido hotel, cuya fachada presentaba un estado deplorable de conservación, con numerosas grietas y manchas de verdín. La entrada exhibía un cartel que debió ser luminoso en el pasado y donde aún podía leerse "Hostal Arcano". Era evidente que no reunía las condiciones idóneas para su descanso, pero la rápida incursión del atardecer en la espesura del horizonte terminó convenciéndoles, ya que era el único lugar con suficientes habitaciones libres para acomodar al grupo durante toda la semana.

      La primera noche no pudieron dormir tranquilos. Unos incesantes ruidos de pisadas, de estallidos de corchos de botellas de champán propulsados como ligeras balas contra las paredes, de notas e instrumentos musicales recorriendo de madrugada los pasillos, fueron lo bastante molestos como para impedirles conciliar el sueño. Al día siguiente acudieron al mostrador de recepción para hablar con el responsable, al que le expusieron sus quejas.
    —Dénos una explicación o le pediremos el libro de reclamaciones. ¿Cómo justifica semejante escándalo a esas altas horas de la madrugada, cuándo se supone que los clientes debemos descansar?
     —Discúlpenme señores, pero están en un error, el hotel permaneció silencioso toda la noche. —Les intentó tranquilizar el jefe de aspecto huraño, tez pálida y voz enigmática.

      Transcurrieron varias horas y algo extraño en el entorno les puso en alerta, sospechando que no todo transcurría con normalidad tal y como les atestiguó el encargado de manos huesudas; el resto de empleados no los perdían de vista murmurando extraños sonidos que más parecían conjuros. Sus pérfidas miradas les taladraban el alma, aunque decidieron ignorarlos y seguir con sus prácticas deportivas.

      La segunda noche se repitió idéntica algarabía, incorporándose otros sonidos de carácter alarmante como portazos y algún disparo. Entonces escucharon un grito de mujer que en un primer momento los dejó paralizados. Después, Samu decidió salir para pedir explicaciones al recepcionista. En el camino se fijó en un pasillo lateral que daba a una escalera. Desde allí se escuchaba con claridad el jolgorio, por lo que se encaminó con paso cauteloso subiendo los peldaños. Sus ojos desorbitados miraban en todas direcciones. Un golpe seco en la espalda le hizo rodar escalera abajo hasta caer desnucado.
      

      A la mañana siguiente los dos amigos de Samuel se presentaron en recepción exigiendo hablar de nuevo con el jefe. Este les volvió a asegurar que no tenía constancia de ningún incidente a lo largo de la pasada noche y que lo más probable es que su amigo se hubiera ausentado del hotel. Aquella excusa no les convenció por lo que optaron por investigar por su cuenta durante la próxima noche.
     —Manu, antes de salir de la habitación, llévate los bastones de esquí. No hagas tonterías y cúbreme la espalda.
     —De acuerdo, Quique, iré detrás de ti. Toma esta linterna por si acaso, yo llevo otra en el bolsillo.
     —Ponte calzado deportivo para no hacer ruído y no te olvides de la sudadera con capucha.
     —¡Date prisa! Ya han dejado las luces de emergencia. ¿Has escuchado esos gritos?... Tenemos que ser cautos y muy silenciosos ¡Recuérdalo!
      Pisando de puntillas se dirigieron al pasillo lateral del ala del edificio, justo hasta el mismo lugar donde la noche anterior, el amigo desaparecido había recibido aquel contundente puñetazo en la espalda.
     —¡Cuidado, Manu! —balbuceó titubeante Quique—. En un intento de avisarle de la presencia de una sombra cerca del descansillo de la escalera.
     Al girarse, Manu se dio cuenta de que estaba solo. Todo parecía haberse quedado en silencio. Únicamente se fijó en unas pisadas que conducían hasta las cocinas. Dichas huellas presentaban restos de una pegajosa masa de hojaldre.
    —¡De nada sirve que me claves la punta de tus bastones! Te estábamos esperando. Tus amigos estaban deliciosos y tú serás el postre —afirmó en una voz gangosa una espeluznante presencia con el rostro desfigurado y colgándole los globos oculares por las mejillas...
     Manu trató de huir corriendo a toda velocidad hasta la salida, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas herméticamente y una fila de clientes se fue abalanzando para devorarlo. 

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marzo 18, 2020

El marciano y el terrícola

marzo 18, 2020 64 Comments
Queridos amigos y compañeros:
En primer lugar y dada la inusual circunstancia que rodea nuestra vida cotidiana, que está paralizando al país y de alguna manera al mundo entero, ante este reciente desafío al que nos enfrentamos a nivel global y que parece presentar signos de pandemia, confío en que la humanidad tome consciencia de la responsabilidad en evitar los contagios y que esta experiencia nos sirva para reforzar la unidad de las personas para crear otro mundo más solidario y que tenga en cuenta las carencias y valores humanos.
Me gustaría añadir mi apoyo a todos los compañeros, amigos y familiares que atravesáis por esta complicada situación tanto a nivel físico como psíquico. Deseo de corazón que no se produzcan desgracias y cuando toda esta pesadilla acabe, celebrarlo.
¡Ojalá que las cosas no deriven en algo catastrófico, mentalicémonos positivamente para evitarlo!

Nuevamente me he decidido a concursar en la XVII EDICIÓN Y TERCERA TEMPORADA DEL TINTERO DE ORO (MARZO 2020): CRÓNICAS MARCIANAS de Ray Bradbury, con un original relato que cumple con los tres requisitos del concurso:
  • Escribir una historia de ciencia ficción, ya sea viajes espaciales, colonización planetaria, robots, encuentros con extraterrestres...
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Crónicas Marcianas o al autor, Ray Bradbury.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un planeta inventado.
  •  Extensión: Máximo 900 palabras.  
El que que os comparto, cumple con los dos primeros requisitos y su extensión es de 899 palabras.
Deseo que la lectura os resulte estimulante. Bueno, ya me contaréis vuestras sugerencias e impresiones al respecto.
Muchas gracias a todos.
  
      Cerca del mar gris ceniza marciano se divisaban restos de una ciudad antigua. Todo a su alrededor permanecía despoblado, plácido y cubierto de una ligera neblina azul. Recorrí sus calles solitarias, las farolas apenas permitían distinguir los edificios deshabitados. Las puertas de las casas permanecían abiertas completamente, tal vez sus habitantes escaparon a última hora con lo puesto y sin posibilidad de cerrarlas.
     Mi curiosidad fue tan acuciante que no tuve reparos en entrar al interior de algunas viviendas. Dispersos por los estantes, vi folletos de viajes procedentes de la Tierra, libros metálicos con jeroglíficos en relieve; monedas antiguas con figuras mitológicas; pétalos marchitos y objetos de cristal cuya simbología me resultaba ignota.
     Reparé en una mesa de fuego en la cual un pozo de lava basáltica chisporroteaba como un manojo de bengalas. Aquello me provocó una espontánea visión que me mostraba a los dueños de la casa echando trozos de carne en aquella lumbre chispeante, como lo había visto en las películas del Tíades Cinema marciano, donde aparecían terrícolas preparando deliciosas barbacoas al aire libre.
     Los dormitorios presentaban un aspecto decadente con las camas vacías, y en los cuartos de baño el agua rebosaba en lavabos y bañeras, discurriendo por los suelos y llegando al jardín manteniendo el aroma de las flores.
     Fuera de aquel poblado fantasma todavía podía verse una pista, donde seguramente aterrizaron las naves terrícolas, cuyas misiones coincidieron en la exploración y colonización de los territorios marcianos. Ahora, todo estaba desolado; apenas, los zumbidos de las líneas eléctricas irrumpían como moscardones en la hora de la siesta.
     Tanta calamidad me persuadió del posible fracaso en mi búsqueda de supervivientes. Ni siquiera los de mi especie se hacían notar. Por tanto, estaba destinado a ocupar la última tumba del cementerio local.  Acabé adaptándome a la destrucción y al desamparo. No era más que una criatura marciana de ojos rasgados, tez morena, piel rugosa y unas antenas sobre mi cabeza, algo que tampoco me apetecía comprobar mirándome en un espejo. Preferí olvidarme de todo y continuar mi peregrinación en busca de algo sorprendente...

     Era una templada noche de primavera en el hemisferio norte de Marte. Las robustas y estables embarcaciones se me antojaron bloques de hielo flotando sobre los canales iridiscentes, entrecruzándose entre sí en un constante ajetreo. ¿Quién podía tripularlas si ya no quedaban marcianos y los terrícolas se habían marchado? La espesa oscuridad en la lejanía me impidió ver con claridad quienes iban a bordo.


      Inesperadamente vislumbré a lo lejos una inaudita silueta de alguien que se me aproximaba. Consideré que era mi día de suerte, porque al fin encontraba a alguien rondando aquellas avenidas.
     —¡Eh, tú! ¡¿Quién eres?! —me preguntó aquel gordinflón frunciendo el ceño con mirada inquietante y apuntándome con un revólver.
       —...
      —¿No hablas mi idioma? ¡Debes ser marciano! ¡Claro! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?!
      Mis sensores telepáticos me indicaron la ira y el rencor que dominaban el pensamiento de aquel extraño, debido a la inquina que le provocaba mi presencia, por lo que intenté transmitirle calma, sumiéndole en un estado permanente de bienestar con el propósito de librarme de las fatales consecuencias de su viejo colt 44.
     —Me llamo Ray Bradbury y llevo semanas dando puntapiés a esta lata vacía que me recuerda al balón con el que solía jugar de pequeño en mi poblado de chabolas del planeta Tierra. Ahora tengo los bolsillos repletos de monedas de oro, pero no sé qué hacer con ellas. Aquí no hay tiendas, ni cines, ni casinos...
      —...
      —Me da igual si no me contestas. Hace tantos meses que llevo vagando por estas tierras inhóspitas, que necesito desahogarme con alguien, soltándole todas las palabras que se me han quedado atrapadas en la jaula oxidada de mi mente.
      —¡Hola! —balbuceé imitando a los actores de las películas proyectadas en las grandes pantallas de las salas de cine que tuve la ocasión de visionar. Alzando ambas manos para agitarlas en medio de la infinitud del espacio nocturno.
      —¡Ah! ¡Me alegro de que conozcas mi idioma!
      Seguía sin entender qué me estaba diciendo. Solamente podía responderle con las pocas palabras que conocía. Por otra parte, no quería que desconfiara de mis intenciones pacíficas e intranquilizarle sin razón alguna y verme amenazado de nuevo apuntándome con su revólver.
     —No te entiendo —pronuncié sin saber qué estaba diciendo.
     —El que no te entiende soy yo —me replicó.
     La comunicación era insostenible. Entonces, el terrícola pasó su mano por mi espalda haciéndome cosquillas, lo que me hizo prorrumpir unas sonoras carcajadas. Él a su vez, también se reía con todas sus ganas. De forma paulatina, la tensión empezaba a desaparecer y me animé a juntar mis manos con las suyas. No recordaba con quien lo había hecho antes, pero lo más importante es que siempre funcionaba. Aquel insignificante gesto fue suficiente para iniciar una auténtica complicidad entre criaturas tan atípicas entre sí.
   —Aproxímate a esta farola, quiero verte mejor —le pedí a mi acompañante.
   —¡Eres transparente! —exclamó Ray, asombrado.
   —¡Y tú también! —le contesté.
   —¡Soy real! —pensó, tocándose el brazo para notar el calor.
   —¡Estoy vivo! —murmuré, palpándome el rostro y apreciando mi habitual rugosidad.
   —¡Si soy real, tú debes estar muerto! —dijimos al mismo tiempo sin apartar la mirada.

   —¿Te has preguntado si eres tú el terrícola que rescaté de mis recuerdos
   —Y si no eres real, ¿quién me ha ayudado a crear el recuerdo de alguien que conocí?
  
Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados


marzo 11, 2020

Emma y Cosme

marzo 11, 2020 35 Comments

      «No existe la casualidad ni las coincidencias —pensé—, asombrándome al verme reflejado en el ámbar de tus ojos, aunque me limité a seguir tu juego.»
      Meses después acordamos mis honorarios de detective privado. Luego, te volteaste al cerrar la puerta de mi despacho, como si se fuera la de una cafetería, de la que ni siquiera observaste su mobiliario o al camarero que gentilmente te sirvió un refresco. Me quedé embobado, con el contorno de tu cuerpo flotando en mi cabeza; tu costumbre de hablarme moviendo las manos, el tono nasal de tu voz, las pausas, tu elegante vestido y una inmensa tristeza con la que forzaste una sonrisa para despedirte.
       Al poco tomé la cámara Réflex y salí a la calle. Tenía tiempo de deambular por el casco urbano, de desaparecer entre el paisaje y la multitud que me rodeaba. Un insignificante hombrecillo de mirada gris y zapatos grises haciendo juego con la gabardina. Sí, un auténtico hombre invisible, esfumándose dentro del halo ceniciento que me perseguía como una maldición.
     Sumergido en el frío de la noche miraba los escaparates opacados por el vaho de la helada. Me parecieron pequeños decorados de un escenario que se esfumaba en medio de la niebla. Las casas en penumbra con sus lúgubres contornos, se arrimaban unas a otras buscando protección contra algo impreciso, algo que podría aparecer deslizándose entre la bruma.
     «Te vi aparecer en la puerta del hotel despidiéndote de un desconocido, besándole en los labios, autómatas dentro de un juego macabro —pensé malhumorado—, mientras os enfocaba con el objetivo de mi cámara para obtener las instantáneas.»
     Las calles empapadas de vapor atenuaban el destello de las farolas, dulcificando las esquinas envueltas en una capa blanca de polvo húmedo y rancio, consumidas por el vacío del silencio.
   Vuestros contornos se desdibujaban en dirección opuesta, él ascendiendo la cuesta y tú descendiéndola hasta el aparcamiento.
     Tomé un taxi y le pedí al conductor que siguiera a tu vehículo. Transcurrieron unos minutos en silencio mientras mi corazón se aceleraba a medida que el taxi avanzaba en la persecución.
     Me apeé cubierto de bocanadas de la niebla disipando mi figura casi invisible y me desplacé con sigilo hasta tu domicilio.
    Caminaba sobre la acera, cuando unas voces me indujeron a girarme. Entonces, os volví a ver, discutiendo delante de la casa.
    —Espera, perdóname, no debí dejarte marchar sola del hotel.
    —Pe...ro... ¡¿Estás colocado o te volviste majareta?!
    —¡Qué tontería! ¡Estoy limpio!
   —Me estás vacilando, te conozco. Quieres dormir en mi casa, pero esta vez no te saldrás con la tuya.
    —Te equivocas, churri.
    —¡Seguro que te metiste en otro follón y buscas refugio!
    —¿De qué película me hablas? ¡A las mujeres os sale humo por la cabeza de tanto pensar! Venga, vámonos que con esta rasca se me congela hasta el nabo.
    —Como siempre, pensando en tu nabo y no en mí. ¡Lárgate, no me apetece!
    —En fin, como mi cuchi diga.


    

Afuera se iba disipando la niebla, lo mismo que en mi cabeza... Me acerqué al portal y antes de que se cerrase la puerta me colé dentro.
   —¿No pudiste sacar las fotos que te pedí? ¿Por qué vienes a estas horas a mi casa? —me bombardeaste con tus preguntas, levantando las cejas y examinándome con la mirada.
    —No es eso, Emma, déjame que te lo explique.
    —Es algo tarde, pero sube.
     Cuando abriste la puerta del apartamento sentí un fuerte pinchazo en el estómago y mi arruga en el entrecejo se acentuó.
     Me aconsejaste pasar al salón mientras te cambiabas de ropa. Durante esos minutos curioseé por el pasillo hasta toparme con una chica que me recordó a mi madre de joven. Me quedé ensimismado.
    —¿Le ocurre algo? Se ha puesto muy blanco. Ahora, le traigo un vaso de agua. ¡No se vaya! —me advirtió la muchacha levantando una mano y llevándosela a la boca para taparla con los ojos muy abiertos.
   —¿No tenías que estar con tu padre? ¿Por qué viniste sin avisarme? —interpeló Emma, desquiciada por completo.
    —Mamá, no entiendo por qué de repente te desquicia mi presencia. Hay un hombre que necesita ayuda y encima es más atento que papá. ¡Ojalá, él fuera mi padre!
    —¿Qué insinúas? ¡Sal de casa inmediatamente! ! ¡No pintas aquí nada!
    —¡Tranquilízate Emma y no trates así a mi hija!
    —¡Qué chorradas dices! ¿Para qué has venido?
    —De nada te valen las excusas, ella es el vivo retrato de mi madre y lo sabes muy bien. ¿Quieres que vaya a la policía? Conozco los turbios negocios que manejas con el sinvergüenza de tu marido.
    —Discúlpame pero solo sé que te llamas Cosme y trabajas como detective privado.
    —Emma, deja de fingir, te reconocí el primer día que pisaste mi despacho.
    —No sé concretamente a qué te refieres con eso.
    —¿Qué me dices de aquel chico tímido que se te declaró antes de irse de vacaciones y luego no volviste a ver porque te cambiaste de domicilio?
    —Si así fuera ¿por qué no me lo dijiste el primer día que fui a tu despacho? ¿Por qué ahora?
    —No es tan fácil como piensas. Cuando apareciste, me dio un vuelco el corazón y noté la misma sensación que al despedirnos aquel verano. Con el mismo nudo en la garganta temiendo otra nueva despedida, quizás la última. Pensé que preferías pasar página y de algún modo lo estuve intentando, aunque ya no logro aguantarme.
     —¿El qué, Cosme?... Siempre tan retraído. Ha pasado mucho tiempo y no soy la misma.
    —¡Claro, te has vuelto impasible! Supones que voy a quitarte a tu hija... En realidad, nuestra hija, Emma y acaba de decirte que me prefiere como padre. Eso te ha jodido. ¿De qué vas ahora rodeándote de carroña para obedecer al golfo de tu marido?
     —¡¿Qué dices?! ¡Te has vuelto loco! Ernesto es mi marido y el padre de Vane.
    —¡No, mientes! ¡Mi madre y ella son como dos gotas de agua! ¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo? Con una prueba de ADN se soluciona rápido.
    —Sí, mamá, yo también quiero hacérmela.
    —¡Está bien! ¡Él es tu padre!
    —¿Por qué me lo has estado ocultando, Emma?
    —Porque cuando me quedé embarazada tú no tenías oficio ni beneficio. Por eso, mis padres decidieron cambiar de barrio y evitar que nos viésemos.
     —Tuviste tiempo de sobra para explicármelo y no lo hiciste. Solo volviste para aprovecharte de mi experiencia laboral, convencida de que seguía siendo el chico cándido, incapaz de remover el pasado. ¡Te equivocaste!
     —No te enfades, Cosme, no quería llegar a esto. Rehice mi vida gracias a Ernesto, él siempre me ha apoyado, incluso le ha puesto a Vane su apellido. Es un buen hombre y no admito que le insultes.
    —Ese mal nacido te ha obligado a prostituirte y ser su compinche. ¡Sepárate de él y formalicemos nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, soy el auténtico padre de Vane y eso nos ayudará.
    —No es así de fácil, Cosme, mi marido también es un sicario y puede acabar con los dos. Evitemos más desgracias.
    —Aunque ya no confíes en el amor, yo sí y quiero hacerte feliz. No sabes el esfuerzo que me ha costado ser testigo mudo de tu desesperación. Demasiado tiempo sin poder evitar el encanto que me produce tu belleza y el deseo de tenerte en mis brazos para siempre. No puedo dejar de amarte ni tengo miedo a Ernesto. Lucharé por vosotras, porque desde que te presentaste en mi despacho con la mirada vacía, supe que no existe la casualidad ni las coincidencias, estamos predestinados el uno al otro.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

marzo 04, 2020

Un par de pájaros de mucho cuidado

marzo 04, 2020 33 Comments
¡Hola compañeros y seguidores!
Dado que la semana pasada os compartí una entrada bastante complicada para comentar, pues esta vez os voy a compensar con la alegre lectura de un relato cómico o una parodia policiaca, donde algunos de sus personajes son muy divertidos al utilizar una forma de hablar muy peculiar, es decir con un dialecto mixto de clara influencia gitana y andaluza.
Confío que pueda robaros más de una carcajada, ya que esa ha sido mi intención al escribirlo.
Que paséis un buen rato y ya me contaréis vuestras impresiones que valoro muchísimo.
Nos seguimos leyendo...

     Hace escasas semanas atracaron a punta de pistola a don Ricardo Borriquero. Los hechos tuvieron lugar en la plaza de las Cañas rodeada de tabernas y bares regentados, en su mayoría, por una rancia familia de renombrados hosteleros.     
     Dicho emplazamiento se halla próximo a un local de juegos y apuestas llamado Joker, donde la víctima acababa de ganar una cuantiosa suma de dinero en efectivo, algo que no pasó desapercibido para el ladrón que le siguió a corta distancia después de abandonar el espacio y luego darse a la fuga tras conseguir el botín.
     Una pareja de borrachos que aún se mantenían en pie, apodados el Cubata y el Chivas afirmaron a los agentes de la policía, haber sido testigos del robo, por lo que les invitaron a acompañarles hasta la comisaría más próxima, donde les esperaba el incólume inspector Argimiro Rufián, con un característico tono de voz atiplado y bolsas debajo de sus ojos negros.

     —Siéntense y traten de recordar los detalles que acaban de presenciar en la plaza de las Cañas.
     —zeñor comizario, usté perdone zi le azeguro que no he visto ni un billete ensima de su mesa p'a que empiese a largar —respondió el Chivas con sorprendente desparpajo y autoridad, pues conocía el trapicheo que se gastaba la pasma.
     —¡Mu sierto! —apostilló el Cubata.
     —¡Silencio! Aquí no existen sobornos. O hablan o les meto un paquete por el culo y se van derechos al calabozo ¡por mis muertos!
    —¡Joer, qué dezaborío es usté! ¡Ande, comizario, deme argo p'a que coman mis niños que están mu flacos! —intervino de nuevo el Chivas extendiéndole la mano y guiñándole un ojo para convencerle.
     —Es verdá lo que dise mi cuñao, pazamos muchas fatigas porque naide nos da curro y estamos más tiezos que la mojama. ¡Ande, ispectó, denos argo p'a los chiquillos, si a usté le zobran los dineros!
     —Bueno, ya se verá más adelante, ahora confiesen lo que han visto y dejen de marear la perdiz. ¡Aquí el que corta el bacalao soy yo!
     —Un billete no es n'a p'a usté y a mi me quita de fatigas —interrumpió el Cubata mirando al don Argimiro con ojos de cordero degollao.
     —Si insisten ¡no me bajaré los pantalones! O hablan o les juro por mi santa madre que les chapo en la chabola, par de sinvergüenzas.
     —¡Mú bien, usté manda! Le juro por mis niños, que zon lo más zagrao que tengo, que el choro que ze llevó el parné fue el Napias y en luego aligeró por el túnel de Los Alfanjes, ya conose usté... —confesó por fin el Cubata algo asustado.
     —¿Está usted, también de acuerdo con su cuñado? —le preguntó el comisario al Chivas sin pestañear y con un gesto despótico elevando los brazos y las manos al mismo tiempo.
     —Zí hombre, zí —le contestó en un susurro temblándole los labios.

     —Enga don Argimiro, denos argo de parné que ya l'emos rajao to lo que quería zaber —interrumpió el Cubata
    —¡Fuera de aquí par de julandones! ¡Sois una escoria social!

    En un descuido, el Chivas le sisa al inspector su cartera, quedándose con unos billetes sin que se de cuenta y luego con pericia se la devuelve al bolsillo trasero del pantalón.
     Seguidamente el inspector hace pasar a su despacho a don Ricardo Borriquero que acude secándose la frente con un pañuelo y algo confuso de ideas todavía en su actual estado de estrés postraumático.
     —¡Tranquilícese hombre, que ya sabemos de quien se trata! —exclamó el comisario. Al tiempo que le propinaba un golpe en el hombro y con tanta vehemencia que le obligó a chocar contra una pila de carpetas, las cuales salieron despedidas por el aire, hasta que desgraciadamente una de ellas le impactó de frente y directa al rostro. Obligándole a trastabillarse contra el armario metálico y darse un buen porrazo en la cabeza, desplomándose, a continuación, al suelo. 

     El inspector Rufián, completamente atónito se quedó paralizado en su sillón, hasta que otros agentes acceden al despacho para auxiliarles.
     Transcurrido un tiempo y recobrados los ánimos de los perjudicados, el comisario ordena a los agentes trasladar a don Ricardo hasta el hospital, mientras él actualiza los informes y da aviso a otros policías de paisano para que localicen cuanto antes al posible delincuente. 

     Cuando apenas revisa los ficheros policiales, estupefacto comprende el engaño, pues el Napias está cumpliendo pena por asesinato y no ha tenido ocasión de salir de la prisión.         
     Los dos manguis le han hecho un buen paripé y encima le han robado delante de sus narices. En su aturdimiento suelta un alarido ensordecedor: "¡Gggrrrr...! Sargento Lumbreras vaya inmediatamente a detener a ese par de pájaros, que han volado de la comisaría hace un momento".

 Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados